MARTES Ť 24 Ť ABRIL Ť 2001
Ť Ugo Pipitone
Números
En cierto sentido, los números son la frontera del deseo: muralla de vínculos y restricciones así como ventana de lo posible. En economía, los números indican las distancias que nos mantienen alejados de lo justo, lo necesario o lo alcanzable. O las tres cosas al mismo tiempo.
Como quiera que sea, a algunos números dedicaremos la nota de hoy. Primer número: durante los años 90 China ha recibido cerca de 100 mil millones de dólares en términos de inversiones extranjeras directas (IED). El impulso que esta dotación externa de capital ha significado para el dinamismo de la economía china ha sido espectacular. Un número similar, alrededor de 93 mil millones de euros, es el que corresponde al presupuesto de la Unión Europea en el año 2000. Señalemos de paso que cerca de 80 por ciento de este presupuesto se dedica a la política agrícola comunitaria (diseñada para mejorar las condiciones de vida del universo rural) y a los fondos estructurales y de cohesión, diseñados para apoyar desarrollo y modernización de las regiones más atrasadas de la Unión. Para entendernos, Grecia, Portugal, el sur de Italia, etcétera.
Moviéndonos hacia nuestro hemisferio, pasemos a una tercera clase de números. Esos, imaginados. Deseados, necesarios, o como quiera decirse. No recordaremos aquí los números reales de los primeros siete años del TLC. Que, por deber de crónica, han sido asombrosos. El punto es: Ƒel libre comercio será suficiente? Me explico. En China la mayor parte de las IED vinieron de los países asiáticos cercanos. En la Unión Europea los recursos vienen desde adentro y se dirigen presupuestalmente al apoyo de los sectores sociales y a las regiones más vulnerables. En México, por obvias razones, nunca llegarán IED en la proporción de China y el TLC no será suficiente a despertar en el conjunto del país (y sobre todo en el centrosur) las energías adecuadas a emprender un camino acelerado de salida del atraso. El libre comercio es condición necesaria, pero difícilmente será condición suficiente a menos que se encuentren los recursos para apoyar aquellas regiones de México que requieren de un agresivo empuje de modernización. Echemos números.
El presupuesto de la Unión Europea es limitado a poco más de 1 por ciento del PIB conjunto de los países miembros. El financiamiento viene fundamentalmente de dos fuentes: aportes nacionales en proporción al PIB y una parte del IVA cobrada en los países miembros. Sopongamos que a través de éstos, u otros mecanismos, pudiera en América del norte definirse un presupuesto de acción común en el orden de medio punto porcentual del PIB de los tres países miembros. Millón más o menos, esto equivaldría a un monto cercano a 50 mil millones de dólares anuales para acciones de apoyo al desarrollo regional. Sigamos con las cuentas alegres. Suponiendo una política de impulso a las pequeñas y medianas empresas en las zonas más deprimidas de América del norte, sería posible facilitar, anualmente, la creación de cerca de 2 millones de puestos de trabajo. Sin considerar, naturalmente, el efecto a mediano plazo de multiplicación de empleos.
He ahí una ventana de oportunidades hacia las cuales vale la pena dirigirse. Es evidente a todo mundo que la profundización del TLC en un sentido solidarista encontraría serias resistencias. Pero esta circunstancia no es razón para no comenzar a movilizar ideas, voluntades y simpatías alrededor de una perspectiva que haga del TLC algo más que un acuerdo sobre temas de comercio e inversiones.
América del norte necesita enriquecer el TLC con acciones de desarrollo dirigidas a reducir las distancias de eficiencia y bienestar entre sus diferentes regiones. Las diferencias en el terreno de la cultura son una riqueza para cualquier pueblo. Pero las diferencias abismales que persisten en el terreno del bienestar constituyen una amenaza hacia una región estadunidense que necesita construir alrededor de sí los consensos sociales de los cuales aún adolece.