VIERNES Ť 6 Ť ABRIL Ť 2001
Ť El ex pugilista fue el terror de los cuadriláteros en los años 60 y 70
Macetón, antes sanguinario, hoy hombre de hogar
Ť Vive agradecido con su esposa Graciela Ť Si volviera a nacer sería otra vez boxeador, dice
JORGE SEPULVEDA MARIN
De gesto adusto, mirada penetrante y con la broma siempre a punto de salir de su carnosa boca, el ex púgil David Macetón Cabrera dice que fue gracias a su esposa, Graciela Sánchez, que decidió seguir por el rumbo del boxeo a los 33 años de edad, luego de sufrir un accidente, "por meterle la pata a un camión", que le paralizó la pierna derecha.
Aún así se convirtió en el terror de los cuadriláteros en la década de los 70. Musculoso, peso semicompleto, moreno y con una pegada que no sólo hacía temblar a los rivales, sino que los dejaba en la lona inmóviles y sin ganas de levantarse, aún conserva los brazos fuertes y las manos grandes y ágiles.
Sin embargo, ha perdido la bravuconería que lo caracterizó algunos años atrás, para convertirse en un jugador de frontón y en un hombre de hogar que le gusta presumir, con seriedad, que "mi esposa me pega o con que suba un poco el tono de voz es más que suficiente para obedecerla".
La charla se desarrolla en su casa, en la sala, con varios peces como testigos de las palabras del ex púgil, rodeado de recortes de diarios que cuelgan enmarcados de las paredes, además de su primer cinturón como campeón nacional de peso semicompleto y algunas placas que lo reconocían como el mejor de los púgiles.
"Tenía tres (cinturones), de cada una de las épocas en las que fui monarca nacional, pero los otros dos los regalé, porque ya parecía colección de trofeos", recuerda mientras muestra su manos empuñadas, verdaderas rocas de carne.
Doña Graciela, su fuente de inspiración
Ataviado con una playera café a la que le recortó las mangas, Cabrera rememora que su esposa asistía a la arena de boxeo y cruzaba la pierna en señal de coquetería.
Los reclamos del púgil tenían por respuesta que le dijera que mientras estuviera boxeando ella sólo cambiaría de una pierna a otra, pero no la pose, por lo que debía apurarse a acabar pronto con los rivales.
Quizá por ello, aunque su compañera no fue a todas sus peleas, terminó por nocaut sus 35 pleitos ganados, aunque en dos llegó a la decisión. Perdió 11 peleas.
Curioso se le miraba al momento de boxear. La pierna paralizada le servía de eje para dar una y otra vez las vueltas, de un lado para el otro, pero su falta se movilidad la suplía con un ojo de águila, que le ayudaba a defenderse y, con un golpe fulminante, mantener a raya a los contrarios.
De buen humor y sin dejar un momento las manos quietas, narra que lo peor del boxeo fue la dieta que debía seguir, ya que acostumbrado a comerse hasta un kilo de tortillas en la comida ahora debía comerse sólo tres unidades, lo cual lo desesperaba.
Además, prácticamente le prohibieron la carne roja y otras cosas que lo engordaran. A cambio, el pugilismo le regresó la oportunidad de ser disciplinado, como ya lo era en su vida cuando fue policía auxiliar, donde era bien portado, dice ufano.
Peleonero, arreglador de cuentas pendientes a golpes en las calles de la Nueva Atzacoalco, recuerda que su primer mánager fue Saturnino Velázquez, luego Amado Espinosa hasta terminar con Pepe Morales, con quienes en general se llevó muy bien, aunque el primero le hizo una transa y lo mandó muy lejos.
"Uy mano, apenas empiezo y ya me estás transando", recuerda que le dijo a las pocas semanas de trabajar a su lado. Y adiós.
Amable, diplomático, muestra su sala-museo, donde guarda 25 trofeos y placas, y asegura que al menos otros 11 los ha regalado.
Allí mismo está la fotografía donde aparece con su familia. Su esposa Graciela y sus hijos Estelita, quien falleció por una enfermedad, además de Lidia, David y Miguel, todos ellos con estaturas mayores de 1.70 metros y bien fornidos; su orgullo y para quienes quiere lo mejor.
O él o yo; mejor que pierda el otro
Aunque nunca midió la potencia de sus puños, acepta que fue un sanguinario, "pero lo que pasa es que a veces la gente no entiende. O era él o yo, y la verdad es que prefería que perdiera el rival.
Ora que si le daba muy fuerte, es porque así me dotaron y de eso no tuve la culpa. Mi pegada era muy dura y si era lo único que sabía hacer, pues ya ni modo", relata sin malicia.
Se jacta, como lo hizo en el pasado, de no tener materia gris en la cabeza, mientras se la toca de lado con el dedo índice varias veces, porque le dicen que tiene "materia amarilla, de calabaza. Por eso siempre he dicho que mi esposa es la que piensa, y yo soy el fuerte, el que pega", agrega con un gran carcajada.
Recuerda pleitos sangrientos. Uno en Ciudad Nezahualcóyotl, donde se dieron con todo. No hubo tregua, pero lo peor es que a la gente le gusta mucho eso, recapacita ahora, aunque tampoco se arrepiente de no haber sido más suave.
David Cabrera, nacido en Juchitán, Oaxaca, gusta de escuchar música clásica, de leer un buen libro, además de que le dio mucho coraje que hace unos días dejaron de trasmitir Los ricos también lloran, esa sí que era mi novela favorita", cuenta melodramático, mientras su esposa es ahora la que se ríe de las palabras del Macetón.
Entre sus trofeos, nacionales y extranjeros, ya que peleó tres veces en EU y otras tantas en Centroamérica, destaca uno cuando ganó por primera vez una pelea, en el rastro de Ferrería, contra otro estibador.
También se dieron con todo. Cada uno de los objetos tiene su historia, su anécdota o el relato que grabó en su mente.
A los 55 años de edad que dice tener -en realidad debe ser 70-, con sus 85 kilogramos, 1.70 de estatura, pelo cortado a la casquete corto y completamente canoso, asegura que no se arrepiente de nada de lo que ha hecho en su vida.
Es más, si volviera a nacer sería nuevamente púgil, igual de sanguinario y sin "poder perdonar a los rivales, porque el que perdona pierde", anota como sentencia inapelable.