GUERRERO:
La lucha por el bosque
Armando Bartra
Nurío, Michoacán
El alma del agua vive en lo fresco del bosque.
Sin árboles hasta el ciclo del agua enloquece...
Por eso es que nuestra lucha es por la vida de todos.
Rodolfo Montiel
El combativo ecologismo de los noventa marca una nueva etapa en la gesta de las comunidades serranas de Guerrero en defensa de sus árboles contra sucesivas oleadas depredadoras.
Los ecologistas campesinos de Guerrero son la tercera generación de luchadores por el bosque. La primera combatió a las compañías que desde los cuarenta saqueaban la madera y el trabajo de las comunidades. La segunda se enfrentó la paraestatal silvícola que hace un cuarto de siglo mangoneaba a los pueblos serranos impidiéndoles un aprovechamiento autogestivo de la madera. La tercera surgió en los noventa y lucha por detener la degradación ecológica preservando el bosque, la biodiversidad y el medio ambiente.
Enfrentados a empresas privadas nacionales como Maderas Papanoa en los cincuenta, a paraestatales como la Forestal Vicente Guerrero en los setenta y a trasnacionales como Boise Cascade en los noventa, las comunidades serranas de la Costa Grande de Guerrero llevan medio siglo de combativo trajín.
El ochenta por ciento de la
superficie silvícola de Guerrero pertenece a ejidos y comunidades;
sin embargo desde hace más de medio siglo son las grandes compañías
madereras, principalmente las trasnacionales, quienes se han enriquecido
a costa del bosque y sus pobladores, amparadas por generosas concesiones
gubernamentales y contratos leoninos negociados a nombre de los auténticos
poseedores por los sempiternos caciques serranos.
En los cincuenta monopolizaban la extracción de
madera un puñado de empresas: Industria Forestal Cacho de Oro; Compañía
Maderera de Guerrero; Aserradero la Providencia y Anexas; Compañía
Explotadora e Industrializadora de Madera; Compañía Reginaldo
Sánchez, Compañía del ingeniero José López
Huesca, etcétera.
Destacaba Maderas Papanoa sa, propiedad de Melchor Ortega,
un político empresario de los de entonces; de los que empezaban
en la grilla y terminaban en los negocios (camino inverso al de la nueva
generación de empresarios políticos que comienzan en el business
y terminan como gerentes de una secretaría de Estado). Callista,
padillista y seguidor de Miguel Alemán, Melchor Ortega combinaba
sus funciones como dirigente del Frente Cívico Mexicano de Afirmación
Revolucionaria, con el manejo de sus negocios --entre ellos Maderas Papanoa--
que desde mediados de los cuarenta explotaba los bosques de la exhacienda
del mismo nombre, propiedad de la señora Felícitas Soberanes.
La compañía del revolucionario Ortega funcionaba
como las viejas monterías del porfiriato. En una denuncia periodística
de 1945 los trabajadores "se quejan de recibir bajos salarios y sufrir
la ausencia de la más elemental seguridad en el desempeño
de sus labores", pero también reclaman que "... la empresa tiene
incluso una tienda de raya..."
Los asalariados de Ortega intentan sindicalizarse para
exigir sus derechos laborales, pero el gobierno prefiere entregarles las
tierras de la exhacienda y transformarlos en ejidatarios. Este cambio parece
drástico pero sirve para que todo siga igual: el flamante ejido
El Mameyal, como antes doña Felícitas, cede sus derechos
a la compañía maderera. La diferencia es que ahora los cortadores
trabajan en su propio bosque y formalmente no tienen patrón a quién
reclamar.
En 1962, una nueva generación de serranos retoma
la lucha fundadora de los cuarenta. Las reclamaciones son muy parecidas
a las de dos décadas atrás: "No se pagó ni siquiera
el salario mínimo. No se hicieron liquidaciones mensuales ni anuales.
Nunca se envió al pasante de medicina para atender a los enfermos..."
La siguiente denuncia testimonia lo añejo de los modos represivos
en Guerrero: "Melchor Ortega...ha establecido una era de terror en distintos
municipios guerrerenses en cuya jurisdicción existen ejidos forestales,
para lo cual se vale no sólo de las influencias que tiene en ...
[el gobierno]... sino de pistoleros a sueldo y hasta de algunos destacamentos
de tropas federales..." Reclamos idénticos a los del porfiriato
y los de la inmediata posrevolución, indiscernibles de los que se
repetirán en la guerra sucia de los años setenta contra el
Partido de los Pobres y en los noventa contra el EPR y el ERPI.
Pese a que los ejidatarios serranos acuerdan cancelar
el contrato, su decisión no surte efecto y Ortega sigue saqueando
los bosques. A principios de los setenta se reanima la rebeldía;
contra Maderas Papanoa y contra Chapas y Triplay, administrada por Nacional
Financiera. La lucha deriva en una virtual suspensión del corte
de madera, y se combina con la eclosión de la lucha armada revolucionaria
en La Costa Grande. Desde 1965 Lucio Cabañas anda en el monte organizando
una guerrilla, y a principios de los setenta las acciones del Partido de
los Pobres traen asoleado al ejército federal.
Para 1972, el ochenta por
ciento de la explotación maderera guerrerense está en manos
de cuatro compañías. Socialmente la situación es insostenible.
Además de las luchas de resistencia de los ejidos poseedores de
los bosques, la zona más rica --la sierra de Tecpan y Atoyac-- está
inmersa en una cruenta guerra.
Si en el medio siglo agrarista la respuesta del gobierno
a las demandas de los trabajadores de las empresas madereras fue una dotación
ejidal que dejaba las cosas como estaban, en los populistas setenta la
fórmula mágica es la estatización. Así, lo
que el Inmecafé es a los productores del grano aromático
y la Impulsora Guerrerense del Cocotero a los copreros, es la Forestal
Vicente Guerrero para los silvicultores.
Creado por decreto presidencial el 2 de agosto de 1972,
el organismo descentralizado del gobierno federal es un aparato contrainsurgente
destinado a enfriarle el agua a la guerrilla del Partido de los Pobres,
sobre todo en los ejidos serranos de La Costa Grande donde tiene sus más
firmes bases de apoyo.
Formalmente, la función de la Forestal es absorber
las distintas compañías madereras. Se le concede la explotación
exclusiva de los bosques de la entidad. En 1973, Enrique Santoyo, primer
director de la empresa, se queja de que la Secretaría de Agricultura
y Ganadería "...no cancela las concesiones a los viejos empresarios
particulares, nulificando de hecho al organismo..." El director deja constancia
de la resistencia campesina: "...como respuesta, hace cuatro meses no cortan
un árbol. Tampoco permiten la entrada a los bosques al personal
de esas empresas..."
La beligerancia declarativa de Santoyo es recompensada
con su destitución. El gobierno pone al frente a Fernando Ojesto,
personero de Rubén Figueroa Figueroa, vocal ejecutivo de la Comisión
del Balsas y cacique guerrerense por antonomasia, quien ocupa el cargo
de presidente del Consejo Administrativo y dos años después
será gobernador del estado.
La muerte en combate de Lucio Cabañas y el desmantelamiento
de la guerrilla serrana, atenúan la preocupación contrainsurgente
del gobierno. Los aparatos económicos de Estado, que desde principios
de los setenta repartían dinero y compraban conciencias en el campo
guerrerense, pasan de apagafuegos coyunturales a administradores burocráticos
de la producción campesina comercial e instrumentos del nuevo clientelismo
económico paraestatal.
Comparada con la descarnada explotación de las
empresas privadas, los coyotes y los caciques locales, la operación
de las paraestatales es un bálsamo. Pasada la corta luna de miel,
los campesinos descubren que el gobierno es un patrón tan torpe
y atrabiliario como los demás, y en 1980 los ejidos silvícolas
de Las Compuertas, Bajos de Balsamar, El Balcón y Cordón
Grande se agrupan para demandar mayor precio de la madera y cumplimiento
de compromisos. Para 1985 el movimiento se extiende a El Molote, Toro Muerto,
Puerto del Gallo, Vallecitos de Zaragoza, Pitos Pitales y Letrados, Corrales
del Río Chiquito, entre otros pueblos. Se funda la Coordinadora
de Ejidos Forestales de la Costa Grande de Guerrero, que agrupa a catorce
comunidades silvícolas. La lucha se centra en el control de los
fondos comunales generados por la madera, porque los permisos de corte
se expidan con oportunidad y contra el alto costo de los servicios técnicos.
En 1988 la Coordinadora se transforma en Unión
de Ejidos de Producción Forestal y Agropecuaria General Hermenegildo
Galeana, que a principios de los noventa desarrolla en el ejido de El Balcón
una interesante experiencia autogestionaria en industrialización
y comercialización de la madera. La organización silvícola
autónoma no es la única del estado. En la Costa Grande opera
la Unión de Ejidos Rubén Figueroa Figueroa, que en su nombre
lleva la fama.
Nurío, Michoacán
Estos dos luchadores encarcelados
se han convertido en paradigma del ecologismo rústico. Son emblema
de la persecución, tortura y cárcel que acosan a los campesinos
guerrerenses combativos, sean ambientalistas como Cabrera y Montiel o justicieros
como Benigno Guzmán, de la Organización Campesina de la Sierra
del Sur.
Sin embargo la OCESP no es la única organización
campesina que en la entidad defiende el bosque.
Las zonas serranas de Tecpan y Atoyac son territorio
de la Unión de Ejidos Hermenegildo Galeana, organización
ecologista campesina que surge en Petatlán y Coyuca de Catalán,
ámbito de la Unión de Ejidos Rubén Figueroa, dominado
a la mala por el cacique Bernardino Bautista.
Mientras la Hermenegildo Galeana impulsa un proyecto
silvícola justiciero autogestionado por las comunidades, la organización
de campesinos ecologistas lucha por preservar el medio ambiente y en primera
instancia detener el saqueo del bosque.
Ópticas divergentes, que al principio derivaron
en desencuentros. Los ambientalistas campesinos, enfrentados a una unión
de ejidos caciquil dispuesta a sacrificar el bosque a cambio de migajas,
observaban en el proyecto de la otra unión no tanto los aspectos
de equidad y autonomía como los riesgos de ecocidio. Por su parte
la Hermenegildo Galeana veía en la lucha de sus vecinos ambientalistas
el peligro de un conservacionismo a ultranza, que en nombre de preservar
la naturaleza dejara sin opciones productivas a las comunidades.
El dilema entre conservar o aprovechar es falso. Con
el tiempo, el desencuentro de los campesinos que luchan por una producción
silvícola autogestionaria y socialmente justa y los que reivindican
la preservación de la biodiversidad y el equilibrio del ecosistema,
se ha atenuado. En los ejidos de la Hermenegildo hace falta una buena dosis
de conciencia ecológica; darse cuenta de que pelear por altas cuotas
de extracción es suicida y que el bosque se puede aprovechar de
muchas maneras, no sólo sacando madera. Es cierto que la lucha por
la vida de todos mediante la defensa del bosque, encabezada por los campesinos
ecologistas, no prosperará si no ofrece a las comunidades alternativas
de producción e ingreso amigables con la naturaleza. Es necesario
encontrar una senda que combine salud ecológica con justicia social
y viabilidad económica. En el trazo de este camino, tan importante
es la experiencia productiva de la Hermenegildo Galeana como el heroico
ambientalismo de la Organización de Campesinos Ecologistas. Habitar,
proteger y aprovechar son aspectos inseparables y complementarios de la
sustentabilidad.