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Predomina el síndrome de "juntas
y agarraditas de la mano"
Las exposiciones de mujeres artistas: del vigor
de los 70"s y 80"s al vergonzoso retroceso de finales de milenio
-- Detectar cómo funciona el sistema
y desarticularlo, trabajo de las artistas
-- Crear imágenes que reflejen lo que somos y delineen lo que
queremos ser
-- La desmemoria, una de las principales causas del empantanamiento
Mónica Mayer
Todos los años es lo mismo. Apenas
se acerca el 8 de marzo y me llueven invitaciones a participar en colectivas
de mujeres artistas o de perdis a escribir sobre ellas. Es como si una
vez al año tomásemos conciencia de que existimos y el
resto del tiempo no nos interesa si tenemos algo específico que
decir por pertenecer al mismo género.
Cada año nos reunimos en exposiciones de dudosa calidad, y el
resto del año ni siquiera se menciona que, por ser mujeres, nuestras
condiciones de trabajo son peores que las de los hombres. O, que la
doble jornada de las mujeres, en nuestro caso se vuelve triple porque
pocos artistas viven de su producción plástica. No se
habla de que, aunque las mujeres somos mayoría en el país
y en nuestro campo desde hace 30 años igual número de
mujeres que de hombres estudia a nivel profesional, basta ver la lista
de cualquier colectiva o bienal para ver que cuando mucho somos 25%
de los invitados. No recordamos que hay más individuales de hombres
o que los/as críticos/as le dedican nueve de cada 10 de sus textos
a los artistas varones.
Lo cierto es que, en México, no nos hemos quemado las neuronas
reflexionando sobre el trabajo artístico femenino. Y bueno, yo
no sé para ustedes, pero para mí el arte va más
allá de la producción de cuadros que adornen la pared.
El arte es ese pequeño espacio que le arrebatamos a la realidad,
para combinar nuestras emociones e ideas personales con los de la sociedad,
les agregamos imaginación y oficio, los enviamos a varios viajes
de reacomodo al inconsciente y acabamos produciendo objetos, acciones
o procesos que hablan de lo que somos en lo individual, como género
y como seres humanos.
El arte, aunque puede ser divertido, es algo serio, especialmente para
las que estamos en el negocio de cambiar las relaciones de poder. Nuestra
lucha como tiene que ver con como nos percibimos y como se nos percibe.
Podemos cambiar las leyes, pero si no transformamos las imágenes
internas propias y ajenas que hacen que interactuemos bajo patrones
sexistas, estamos amoladas. Y difícilmente tendremos éxito
mientras la televisión, las publicaciones y el arte nos sigan
bombardeando impunemente con imágenes en las que somos el sexo
débil, el atractivo visual, la madre abnegada, cenicienta y otros
modelos que ustedes bien conocen. Nuestro trabajo como artistas es detectar
como funciona el sistema y desarticularlo. Crear imágenes que
reflejen lo que somos y delineen lo que queremos ser.
Pero, en términos de las exposiciones de mujeres artistas, cada
año nos hundimos más en el pantano. Se preguntarán
cómo es posible que yo, que desde hace 25 años he organizando
eventos de mujeres artistas me atrevo a decir semejante barbaridad.
En momentos de desesperación hasta he llegado a pensar que tienen
razón las artistas que se niegan a exponer con puras mujeres
porque sienten que nos aislamos en un ghetto. Pero luego recapacito,
porque creo que las buenas exposiciones de mujeres artistas son importantes
por muchas razones: 1) Nos permiten una mayor visibilidad 2) Permite
que analicemos el estado de esa cosa tan intangible llamada identidad
3) Nos ayudan a desempolvar el pasado lejano y el inmediato y 4) Permiten
que el público se acerque a las problemáticas de la mitad
de la humanidad. Pero el simple hecho de que sea una exposición
de mujeres artistas no garantiza nada. Algunas incluso nos dañan.
Por ejemplo, a estas alturas, presentar exposiciones de mujeres artistas
completamente abierta, es tan absurdo como organizar un evento deportivo
con aficionadas y profesionales de todos los deportes en una competencia
sin reglas. Pero sucede.
El primer paso para evitar el hoyo sería analizar lo que han
sido las exposiciones de mujeres artistas. El tema de las exposiciones
de mujeres artistas empezó a interesarme en los setentas, cuando
estudiaba en San Carlos. Un buen día, una compañera presentó
una conferencia sobre las mujeres artistas y, cual no sería mi
sorpresa, cuando al final, mis compañeros varones afirmaron que
jamás seríamos tan buenas artistas como ellos, porque
la creatividad se nos agotaba con la maternidad. A pesar de que me pareció
un comentario medio menso, me dí cuenta que allá afuera
me esperaba una realidad que era necesario cambiar si quería
que mi trabajo y el de mis cuatas sirviera de algo. Estas cucharadas
de realidad, el hecho de que en México se llevara a cabo el primer
Año Internacional de la Mujer en 1975 y que estuviera agarrando
fuerza nuestro movimiento feminista, hicieron que un grupo de chavas
empezáramos a reunirnos para organizar exposiciones de mujeres
artistas.
Quizá también empezamos a organizar estas exposiciones
porque las que veíamos en el ámbito institucional dejaban
mucho que desear. Por ejemplo, en 1975, en forma paralela al Año
Internacional de la Mujer, el Museo de Arte Moderno organizó
LA MUJER COMO CREADORA Y TEMA DEL ARTE. La mayor parte de los participantes
fueron hombres. Hoy, la presencia de las mujeres artistas es tan fuerte
que sería impensable organizar una exposición paralela
a un evento internacional de mujeres invitando a casi puros hombres.
Hasta ahí, la cosa va bien. Hemos avanzado, aunque en el imaginario
colectivo las mujeres seguimos siendo sujeto y no objeto del arte. Basta
ver los títulos de novelas de moda como La Viuda Basquiat de
Jennifer Clement o La Novia de Matisse de Manuel Vicent, para darse
cuenta que seguimos siendo consideradas musa más que protagonista.
Según yo, la primera exposición de arte feminista en México
fue COLLAGE ÍNTIMO (Casa del Lago, 1977). Participamos Lucila
Santiago, Rosalba Huerta y yo. Presentamos obra sobre de nuestra experiencia
como mujeres, particularmente sobre la sexualidad, el tema que más
nos interesaba. Nos reunía la temática, el género,
la edad, la amistad y el interés por evidenciar una postura política
a través del arte.
En 1978 organizamos la MUESTRA COLECTIVA FEMINISTA en la Galería
Contraste e invitamos a todas las feministas que quisieran participar.
Pronto nos dimos cuenta que ser feminista no equivale a asumir un compromiso
político en la obra. Esta, precisamente, es una de las fallas
de las exposiciones cuyo única línea curatorial es el
género de las artistas: no garantizan calidad y ni siquiera una
visión particular de la realidad. Acaban siendo tan borrosas
como una exposición "de mexicanos" en México.
En Vietnam podría funcionar, aquí no. Y yo, francamente,
me niego a ser tratada como extranjera o como minoría en mi propio
país.
La exposición que me cambió el panorama, fue la organizada
en forma paralela al Primer Simposio Mexicano Centroamericano de Investigación
sobre la Mujer por Alaíde Foppa, Raquel Tibol y Sylvia Pandolfi
(Museo Carrillo Gil, 1977). Participaron cerca de 80 pintoras, escultoras,
fotógrafas, grabadoras y tejedoras de primera. Para mí
fue una sorpresa enterarme que había tantas colegas. En ese momento,
esa exposición que abría brecha, fue un acierto. Repetir
la receta es un error que yo misma cometí al organizar MUJERES
ARTISTAS/ARTISTAS MUJERES (Museo de Bellas Artes de Toluca, 1984). No
logré ir más allá y, aunque la experiencia me permitió
conocer personalmente a un titipuchal de colegas, entre ellas a Fanny
Rabel y Alice Rahon, como exposición no aportaba mucho. Quizá
lo único novedoso fue incluir performance: uno espléndido
de Maris Bustamante sobre las quinceañeras y otro sobre la genealogía
femenina del grupo de arte feminista Bio-Arte.
Han habido exposiciones divertidísimas. En 1984 el grupo de arte
feminista Tlacuilas y Retrateras organizó un magno evento llamado
LA FIESTA DE 15 AÑOS en San Carlos y, como parte del proyecto,
hubo una exposición de obra hecha ex-profeso. El resultado fueron
piezas muy cursis que pusieron de moda el kitch en México y otras
muy atrevidas, como la de Roselle Faure que era Virgen de Guadalupe
desnuda, delineada con luz neón. Nahum B. Zenil, que fue padrino
de la exposición, participó con un espléndido dibujo
para que no dijeran que eramos sexistas a la inversa.
De entre las exposiciones independientes, dos que marcaron el inicio
de una generación de artistas fueron DESÓRDENES DE LA
VISIÓN (Sala Ollin Yoliztli, 1991) y LAS NUEVAS MAJAS (La Casona,
1993). La primera la curé yo y expusieron artistas muy jovencitas
como Isabel Leñero, Estrella Carmona y Flor Minor. En la segunda
María Guerra (1957-1999) invitó a Yolanda Gutiérrez,
Lorena Wolffer, Sofía Taboas a mostrar la forma en la que esa
generación, tan alejada del feminismo, se acercaba a las temáticas
femeninas.
Una exposición anual que me parece interesante es LA IRA DEL
SILENCIO. A lo largo de los noventas he visto sus versiones en El Juglar
y en el Circo Volador. Siempre incluyen obra de más de 80 mujeres
artistas sobre temas como la violencia en contra de las mujeres. Esta
muestra la organizan Ana Cecilia Lazcano y el Taller de Arte e Ideología.
Aunque la calidad de la obra a veces es desigual, estas exposiciones
me parece válidas porque su objetivo es estimular la reflexión
sobre temáticas excluidas del arte. A lo largo de los años,
la calidad y el compromiso de las participantes ha ido mejorando. La
última versión que vi se presentó hace unos cuantos
meses en el Zócalo capitalino el día de la no violencia
en contra de las mujeres, contexto dentro de la cual también
fue un acierto.
En el Juglar también me tocó ver una exposición
del grupo Coyolxauhqui Articulada en 1996. Participaban Lilia Valencia
y Yan María Castro, entre otras. Se presentaban como el primer
grupo de arte feminista en México, lo cual me pareció
muy chistoso porque 13 años antes Maris Bustamante y yo ya habíamos
formado Polvo de Gallina Negra y hubo varios otros. Pero si fueron el
primer grupo lésbico feminista de artistas con el que me topo.
Difícilmente podría culparlas por la desmemoria cuando
esa, precisamente, es una de las principales causas por las que estamos
empantanadas.
Las exposiciones de mujeres artistas también han sufrido un proceso
de institucionalización. Algunos museos se han esmerado por hacer
un trabajo profesional, como sucedió el Museo de San Carlos cuando
Leonor Cortina lo dirigía. Recuerdo varias exposiciones de primera,
como MUJER X MUJER (1989) exposición de fotógrafas contemporáneas
o LAS DISCÍPULAS DE GERMÁN GEDOVIUS en 1990. Calidad,
claridad y un buen sustento teórico e histórico las caracterizó.
Ese mismo año, en la Academia de San Carlos se presentó
LA PRESENCIA DE LA MUJER EN LA ACADEMIA, que mostró la participación
femenina como tema y como creadora, rescatando estadísticas muy
útiles del alumnado. Y el Museo de Arte Moderno presentó
DIBUJO DE MUJERES CONTEMPORÁNEAS MEXICANAS y LÍNEAS DE
VISIÓN. La primera mostraba la obra nacional y la segunda la
de Estados Unidos. El diálogo resultó muy interesante.
Como si hubiera sido una epidemia, por esa época el Centro Cultural
Arte Contemporáneo presentó LA MUJER EN MÉXICO.
Al igual que 24 MUJERES EN EL ARTE CONTEMPORÁNEO MEXICANO (Seminario
de Cultura Mexicano, 1994), además de presentarse en México,
estas muestras viajaron al extranjero. Se había puesto de moda
organizar exposiciones de mujeres artistas, incluso las pedían
en el extranjero. Pero la falta de análisis los retachó
a un modelo trasnochado. En ambas se presentaba trabajo de mujeres artistas
a lo largo del siglo XX, juntando artistas de todas edades, trabajando
en distintas disciplinas y temáticas. El resultado era muy vago.
Estos problemas se dan tanto en las exposiciones curadas por artistas
independientes como en las organizadas por las instituciones. Pero,
en el caso de éstas últimas, la bronca es grave porque
tienen la obligación de presentar proyectos con curadurías
sólidas que aporten algo. A estas alturas del partido, ya sabemos
que hay un titipuchal de mujeres artistas y muy buenas, por lo que cualquier
exposición institucional debería tener por lo menos otros
dos ejes aparte del de género para plantear algo diferente.
Sin embargo este modelo ñoño se sigue repitiendo. 50 MUJERES
EN LA PLÁSTICA MEXICANA (UAM 1996), MUJERES ARTISTAS (Centro
Libanés, 1996), una horrenda colectiva de 100 artistas que organizó
Museo Universitario de Ciencias y Artes (UNAM) e incluso la colectiva
que organizó COMUARTE para la Cámara de Diputados y la
Casa de la Cultura Jesús Reyes Heroles para el 8 de marzo del
año pasado, ejemplifican este problema. Cuando son proyectos
organizados por instituciones universitarias en las que existen estudios
de género, arte e historia del arte, sólo la falta de
interés en las cuestiones de género explica el retraso.
Cuando las organizadoras son un colectivo feminista, la única
explicación es el desconocimiento del medio artístico.
En otras palabras, parece que las artistas feministas no hemos logrado
construir un buen puente entre arte y feminismo.
Existe otro problema que he denominado el síndrome de "juntas
y agarraditas de la mano". Eto sucede cuando las instituciones
que casi no invitan a mujeres artistas a exponer individualmente le
quieren tapar el ojo al macho organizando una colectiva de mujeres.
En 1998, Bellas Artes presentó DIFERENCIAS REUNIDAS con la obra
de 4 artistas y ese mismo año el Museo de Arte Moderno salió
con la novedosa idea de presentar OCHO MUJERES EN EL ARTE HOY. Aunque
la obra en ambas era buena, parecía que se habían empeñado
en probar que las cuestiones de género son las últimas
que les interesan a las artistas, por lo que realmente no tenía
caso alguno haberlas reunido.
Como no soy socióloga, historiadora o teórica y ya se
me acabó el espacio sin poder explicarme el porqué del
vigor de aquellas primeras exposiciones independientes de mujeres artistas
setenteras y ochenteras, del auge de las buenas exposiciones institucionales
de mujeres artistas a principios de los noventas y el vergonzoso retroceso
de finales de milenio, les suplico que si alguna de ustedes tiene idea
de lo que está pasando, me mande un correo electrónico
([email protected]) y me encantaría
echarnos un cafecito para cotorrear.
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