VIERNES Ť 19 Ť ENERO Ť 2001

Ť Pavel Borodin está acusado de ser pieza clave de una red de lavado de dinero

Detienen en Nueva York a asesor de confianza de Putin, a solicitud de la fiscalía suiza

Ť El gobierno ruso exigió su liberación "incondicional e inmediata", mediante la cancillería
 

JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL

Moscu, 18 de enero. La detención en Nueva York de Pavel Borodin, ex alto funcionario del Kremlin en tiempos de Boris Yeltsin y ahora colaborador de confianza del presidente Vladimir Putin, que por la diferencia de horario se conoció aquí la mañana de este jueves, provocó una airada protesta de las autoridades rusas y revuelo en medios políticos de esta capital, ante lo que se considera ?más allá de su dudosa reputación? una afrenta a Rusia.

El gobierno ruso, por voz de su canciller, Igor Ivanov, exigió la "liberación inmediata e incondicional" de Borodin, al tiempo que un diputado de la fracción comunista llegó a calificar de "patriota" al detenido y otro propuso "arrestar de inmediato a varios ciudadanos que estén en nuestro territorio, porque sólo así se puede influir" en Estados Unidos.

Pudo más el orgullo nacional herido que la controvertida trayectoria de Borodin, envuelto desde hace años en el escándalo (La Jornada, 09/02/00).

RUSSIA_US_BORODINEx jefe directo de Putin y actual secretario de Estado de la Unión entre Rusia y Belarusia, que existe más en el papel y carece de reconocimiento como sujeto de derecho internacional, Borodin fue detenido a su llegada al aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York, en acatamiento de una orden de aprehensión internacional, tramitada por la fiscalía suiza.

Borodin es considerado por los suizos pieza clave de una sofisticada red de lavado de dinero, a partir de sobornos por al menos 65 millones de dólares, que se habrían recibido ?así se desprende de las miles de páginas de la investigación iniciada por Carla del Ponte y conducida ahora por Bernard Bertossa?, a cambio de adjudicar jugosos contratos para la remodelación del Kremlin y otros edificios oficiales a dos empresas con registro en el país helvético, Mabetex Project Engineering y Mercata Trading.

Junto con Borodin, de acuerdo con la fiscalía suiza, se habrían beneficiado de las comisiones ilegales 21 personajes de primer nivel, entre ellos las dos hijas de Yeltsin, Tatiana y Elena. Sin embargo, para la procuraduría de Rusia "no hay delito que perseguir" y en diciembre pasado cerró definitivamente la correspondiente investigación, que comenzó el defenestrado Yuri Skuratov. No en vano, dicen sus enemigos, Borodin es portador de una credencial que lo acredita como funcionario honorario de la procuraduría rusa, según reveló él mismo al festinar que en Rusia está libre de toda sospecha.

Los fiscales suizos manifestaron su desánimo por la decisión de sus colegas rusos y advirtieron que continuarían por su cuenta el caso, recomendando a Borodin no salir de Rusia. Seguro de que era inalcanzable para la justicia de Suiza, por la pretendida inmunidad diplomática que supone le da su actual cargo, Borodin se proponía asistir a la toma de posesión de George W. Bush, invitado por un miembro del comité de finanzas de la campaña electoral del republicano.

Formalmente, cometió el error de pretender ingresar a Estados Unidos con pasaporte ordinario, dado que éste sí tenía el visado vigente, y dejó en Moscú el diplomático, sin visa. Ahora, enfrenta el riesgo de ser extraditado a Suiza y, aunque no se llegara a ese extremo y quedara pronto en libertad, la próxima vez que quiera salir de Rusia lo pensará dos veces.

El hecho de que se detuviera a Borodin, a pesar de que el motivo de su viaje era asistir como invitado a la toma de posesión de Bush, es lo que más irritó a las autoridades rusas, dado que se cataloga de un "acto inamistoso" y confirma implícitamente la nula importancia que merece en Estados Unidos la alta investidura del arrestado como secretario de Estado y, por extensión, la validez jurídica de la llamada Unión entre Rusia y Belarusia.

Gestiones de Ivanov

De cualquier modo, el canciller Ivanov convocó urgentemente al embajador estadunidense, James Collins, para expresar una enfática protesta y exigir se deje en libertad a Borodin. Al cierre de esta edición aún se desconocía si las gestiones del gobierno ruso dieron resultado, pues ?según pudo saberse? Collins esgrimió el argumento de que en su país el Ejecutivo carece de la posibilidad de influir en las decisiones de los órganos judiciales, el mismo que usó Putin durante su visita a Madrid, al ser preguntado sobre la detención del magnate de los medios, Vladimir Gusinski, en julio pasado.

Probablemente no exista relación alguna entre ambos casos, salvo que difícilmente se pueda encontrar a una persona que haya hecho fortuna a la sombra de Yeltsin que no se le puedan fincar responsabilidades penales.

Algunos diputados de la Duma dan por sentado que detrás de la detención de Borodin podrían estar las poderosas conexiones que tiene en Estados Unidos Gusinski, actualmente recluido en su residencia gatidana bajo libertad condicional.

Sin descartar esa hipótesis, el problema de fondo es otro. La pesadilla que están viviendo uno y otro pone de relieve los claroscuros del quehacer político en Rusia.

El ahínco con que el gobierno ruso defiende a Borodin no es menor al ímpetu con que persigue a Gusinski. Trata de evitar la extradición a Suiza del primero y, el mismo día, decide enviar a España al subprocurador Vasili Kolmogorov para presionar en favor de la extradición a Rusia del segundo. En el fondo, seguramente ambos tendrían no pocas cuentas pendientes con la justicia, pero para las autoridades rusas uno es víctima y el otro, culpable a priori.