Lunes en la Ciencia, 8 de enero del 2001



Nuevo gobierno y retos tecnológicos a mediano y largo plazos

Horizontes para la ciencia

Alejandro Canales

A partir del pasado 1o. de diciembre entró en funciones el nuevo equipo gobernante y en breve deberá presentar el programa sectorial para la ciencia y la tecnología. A diferencia del área educativa en donde el largo periodo de transición gubernamental culminó con un documento que, según su denominación, constituye las bases del programa educativo, en materia científica no hubo tal precedente. El dilatado proceso para nombrar al titular del Conacyt también ha contribuido al desconcierto y a generar múltiples especulaciones.

el gato y CANARIO La incertidumbre proviene de distintas fuentes. Una se deriva de la ausencia de información y el retraso en las decisiones que parecen indicar que la actividad científica no tiene cabida en la escala de prioridades de este gobierno; otra, sobre el sentido de los probables cambios que se pondrán en marcha o la coincidencia entre lo que se esperaba de esta administración y su propuesta final; y una más, provocada por las reconocibles desventajas con las que ingresamos al nuevo siglo. Existen razones para justificar la preocupación que diversos sectores han expresado.

Cambio fue una de las palabras claves en la estrategia electoral y el triunfo del presidente Vicente Fox. Algunas encuestas han indicado que una buena porción de los ciudadanos no esperan resultados inmediatos y que aguardará un año para apreciar las transformaciones. Si las mediciones efectivamente se ajustan a una población heterogénea en sus preferencias políticas y composición social, las expectativas de cambio por ahora se difieren. Pero las opiniones pueden mudar de parecer en un lapso muy corto, tanto más si se percibe una actuación gubernamental errática o que no corresponde a las expectativas. El asunto es que el proceso de maduración de las iniciativas, tanto en educación como en la ciencia, es sumamente gradual y es importante pensar en el largo plazo. Lo sabe el actual equipo gobernante y desde el periodo de transición destacó que las diferentes áreas de la administración pública tendrían un plan para el sexenio y otro para 20 años. El problema es que para la ciencia ni un horizonte ni otro.

También hay que reconocer que las iniciativas de la nueva administración en gran medida se edificarán sobre el sistema científico y tecnológico que hoy existe. A este respecto es importante recordar que ingresamos al nuevo siglo, el del conocimiento, la tecnología, la integración regional y la competitividad, con un sistema científico reducido, frágil y centralizado.

En el último informe de gobierno de la administración anterior se destacó como el logro más significativo las modificaciones al marco normativo de la ciencia y la tecnología, tales como la promulgación de la nueva Ley para el Fomento de la Investigación Científica y Tecnológica, la reforma del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) y a la Ley del Conacyt. Modificaciones que se llevaron a efecto en el ocaso de la anterior gestión y cuyo impulso estuvo más bien sujeto a los vaivenes de los recursos financieros.

A pesar de que el financiamiento federal para la actividad científica en el sexenio anterior pasó de 2 mil 35 millones a 22 mil 516 millones de pesos (como proporción del PIB de 0.28 a 0.43) es todavía una cifra reducida. Lo reconoce incluso el presidente Vicente Fox, puesto que uno de sus compromisos de campaña fue duplicar el gasto a lo largo de su mandato.

También es pequeña la cifra de investigadores del SNI. En 1994 sumaban 5 mil 879 y al término de la anterior administración se estimaba que eran 7 mil 800. Se esperaba que la última reforma de ese sistema agilizara la movilidad de sus distintos niveles, fuera un aliento para la formación de nuevos investigadores y permitiera una ampliación significativa de la base científica, pero no fue el caso. Sin duda una razón importante para mantener su tamaño es que expandirlo implica destinarle un mayor financiamiento (en la actualidad consume aproximadamente 655 millones de pesos) y en un esquema de recursos escasos no es prioritario.

El avance en la descentralización de la actividad científica ha sido muy lento. Actualmente operan nueve sistemas de investigación regional, pero el mayor número de proyectos se sigue concentrando en el centro del país y, más aún, en unas cuantas instituciones educativas, de las cuales la UNAM ocupa un lugar destacado. Una situación similar ocurre con los estudios de posgrado, en donde 65 por ciento de la matrícula se concentra en entidades como el Distrito Federal, estado de México, Jalisco y Monterrey, y la proporción es mayor si solamente se consideran los estudios de doctorado (seis de cada diez lo cursan en el Distrito Federal).

En esta situación y ante el nuevo siglo que se inicia sería conveniente pensar en un horizonte más claro para la ciencia y la tecnología y, sobre todo, con iniciativas que reconozcan lo urgente, el punto de partida y el plazo largo.

El autor es investigador del Seminario de Educación Superior, CESU-UNAM.

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