La voz pictórica de Magali Lara va del esbozo fino y sugerente
del dibujo, al tejido insólito del gobelino donde se refleja lo
que ella reconoce como la herida primordial o el regreso de un viaje
a la herida primordial, es decir, el tránsito entre los tiempos
futuro, presente y pasado. Pero también aparecen, como en
la mayor parte de la obra de Magali, las formas vegetales, los árboles,
las flores, las ramas... Ha encontrado en la naturaleza las claves para
leerse y aprehenderse
a sí misma; claves que, al decir de la propia autora, añaden
y son un componente erótico, sensual.
El tejido de la memoria sirve de fondo, de segundo plano a un lenguaje poético que le permite acceder al otro, a reconocer en él sus propias heridas, que le confieren identidad y fundamentan su destino, un suceso fortuito, una suerte y fatalidad, como se aprecia en este pasaje en prosa escrito por ella y que forma parte del poema elaborado con María Baranda:
En el tren, parada junto a la ventana, miraba los árboles podados. Parecían muñones, igual que yo. Entendí de lo que trata el paisaje por primera vez. No es una ventana, es el afuera de uno mismo. Vi cómo esos muertos comenzaban a sacar unas ramas delgadísimas y poco a poco se llenaban de hojas tiernas hasta volverse árboles de nuevo.
Magali Lara desenvuelve aquí el misterio de ciertas intuiciones, imágenes y emociones a través de las cuales parece decirnos que su inspiración surge del paisaje, que en su totalidad y libertad se convierte en su hogar espiritual.
El espacio de los seis gobelinos que ilustran el libro es tan real como un objeto sólido: conforma un punto de vista dividido entre Occidente y Oriente. Por un lado, Magali comparte con el mundo mallarmeano la idea de que todo color tiende a desaparecer en el blanco, todo objeto a resolverse en la ausencia del objeto, toda palabra a recaer en el silencio. Por otro, es una artista que sugiere lo vivo en espacios parcialmente vacíos. Y en este sentido comparte con los artistas orientales ese temperamento que le hace posible asir la vida desde el interior, no desde afuera.
Al igual que en las pinturas orientales, encontramos en los gobelinos de Magali Lara una economía de colorido y una aparente simplicidad o naturalidad en la ejecución. El parecido fotográfico no parece ocupar su mente; más bien busca lo verdadero o lo anímico a partir de la libertad del trazo y la riqueza de asociaciones. Ha alcanzado por medio de la práctica y la creación continuas una precisión comparable a la de la danza: una expresión de espontaneidad controlada, de espontaneidad sin capricho. Las huellas son imborrables, como si obedecieran la ley del destino de causa y efecto ?de causa y azar? que aquí domina el horizonte del libro.
El trabajo es asimétrico: las líneas, las manchas, el color ?rojo, ocre, negro, gris? se encuentran hilados, tejidos irregularmente sobre el fondo claro, como si recrearan peculiaridades topográficas. Inspira una noción de gracia y solemnidad. Todo ello se enriquece con un elemento más: la palabra, que en la obra plástica de Magali Lara es una segunda voz, una segunda naturaleza que se extiende al poema. Causas y azares se traduce en un puente de voces, de imágenes, de hilos, de silencios. Se establece un diálogo entre la prosa y el verso...
He tardado años en tener paciencia. Me estorban el pasado y el futuro. Y escribo estos dibujos que, como los del hijo, vienen cifrados.
...¿A dónde fue la que dibuja?
¿Por qué nadie esconde sus flores
en la cólera del agua?
Lo anterior me recuerda el libro de Basho titulado Apuntes de un cartapacio de viajes, donde el poeta japonés logra que la prosa y el haikú conformen un todo orgánico. En Causas y azares, que combina fragmentos en prosa (escritos por Magali) y en verso (escritos por María Baranda), también se crea una unidad como elemento permanente e inalterable que es la esencia de la obra. De hecho, la estructura está determinada para cumplir con las exigencias propias de lo indisoluble. Aquí los diversos elementos, como son las asociaciones verbales, las imágenes, las metáforas, entretejen el tema. Esto se percibe desde el inicio:
Repudio el desperdicio
En la profanación de un árbol tallé
tu rastro
te vi de niño
y te miré hermoso
como la savia en su lamento
como el acanto en la raíz
que alguien limpiaba por nosotros
El poema en Causas y azares
se va cifrando también con sorprendente economía de recursos:
la evocación de la naturaleza y de lo aparentemente simple se transforma
en un momento de percepción intensa y de significación simbólica.
Las asociaciones se generan como las distintas ramificaciones de un árbol,
sin olvidar, o apartarse, de su raíz o tronco. Anhela reproducir
texturas y algunas cualidades inherentes a ciertos elementos oníricos
o naturales, como las plantas (el acanto en la raíz), los olores
(el hedor que me traiciona, Afuera está el hedor bajo las dragas),
la muerte (Los muertos ceden a la tristeza/ Vigilan la confusión
de las madres/ en
el afloramiento de las algas),
las formas (la sal diseminada de las nubes), el color (Pesaba tanto
el rojo en los prodigios, Multitudes en rojo que te habitan), el sueño
(Incorruptible fue el sueño de su ruta en el pincel), todo ello
con un rigor manifiesto en la aplicación de símiles y en
el empleo de un lenguaje preciso.
Si bien la unidad es la que rige, no destruye lo diverso. Es muy evidente que a lo largo del poema la ambigüedad semántica oscila entre lo que podría definirse como un decir más de lo que se dice. Las preocupaciones de las autoras a este respecto son propias de una mente cuyo objetivo es ver las cosas no por lo que son en términos reales, sino por la manera en que actúan en y sobre la imaginación. Así se crea un cuerpo de espejos, de reflejos, de ecos, donde los polos desempeñan alternativamente un papel concreto y otro ideal que sirven de sustrato a la partitura del canto:
Canta en la sal diseminada de las nubes
Canta en la arena o en las fuentes
en las casas
en los jardines canta canta canta
Sólo así serás
visitada
La revolución feminista comenzó en el siglo xix. Se inició en el área educativa y pasó a los derechos civiles y políticos, siempre en busca de la igualdad de la mujer con el varón. Sin embargo, estas revoluciones no pueden ser sino el preludio de una gran revolución, aún pendiente, mucho más profunda, en el campo religioso y espiritual. Este es el tema central de la novela. De ahí que el título sea más bien una interrogante: ¿la bruja de Afkah o la Tercera Diosa? ¿La mujer con poder y de poder seguirá siendo una bruja o el anuncio de una nueva divinidad que ya se vislumbra? La tercera Diosa anuncia ese equilibrio espiritual ya buscado por los alquimistas.
La Diosa se revela en el sitio más querido de la antigua Venus-Afrodita, en la Gruta de Afkah, en las montañas del Líbano. Allí habla a través de su profetisa y lideresa de la conspiración neopagana contra el orden patriarcal representado por las tres grandes religiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islamismo. La aparición de la Diosa está rodeada de misterio: antiguas profecías apocalípticas parecen cumplirse, incluidas las profecías mayas sobre los ciclos de Venus.
E1 fin de los tiempos prescrito en las sagradas escrituras de las tres religiones se asocia inevitablemente a la aparición de la extraña divinidad. Sus enemigos la denigran llamándola Luzbel y la Gran Prostituta, concubina del Anticristo, pero no pueden impedir el avance de su culto neopagano. Dicho culto, encabezado por mujeres, se identifica con la Naturaleza y la Ciencia. Las tres grandes religiones han caído en manos de líderes fundamentalistas y mesiánicos. Ellos intentan detener a los neopaganos y detener el avance científico que los amenaza. Sólo el protagonista de la novela intenta marginarse, guardar la cordura y armar el rompecabezas: El Maestre Tadros, neotemplario con rasgos de jesuita, jefe del sistema de inteligencia de El Vaticano.
La trama se desarrolla en el marco de un nuevo orden o desorden mundial producto de una tercera guerra mundial religiosa en torno al Mediterráneo. La Organización de las Naciones Unidas se ha desintegrado y El Vaticano parece tomar su lugar. Europa Occidental ya es un solo país, esencialmente laico. Estados Unidos, que se hunde en una segunda guerra civil-religiosa, aunque fragmentado, aún es poderoso. Rusia tiene un emperador cristiano ortodoxo y ha conquistado Constantinopla. El Medio Oriente forma un solo bloque llamado la Umma islámica, unificado por un líder herético: el Mahdi, quien ha reformado el Islam y ha encerrado a las mujeres en campos de concentración. El judaísmo es arrastrado al cisma por un líder mesiánico, el Gran Rabino. Él trata de tomar el poder en Israel y en Estados Unidos y proclamar el reino de mil años del Mesías, marcado por la reconstrucción del Templo de Jerusalén. La Meca y Jerusalén ocultan secretos pero es en el diminuto estado cristiano de Monte Líbano, en la Gruta de Afkah, donde se oculta el mayor de todos ellos.
En este turbulento escenario de guerra santa, los protagonistas libran también una cruzada personal en defensa de sus valores y creencias religiosas. No hay buenos ni malos; en todo caso hay herejes, iluminados y fanáticos y una fuerza superior, la Tercera Diosa, que de manera a veces sutil, a veces sobrenatural y a veces sangrienta, es quien teje la trama del Destino
La Ciudad de México y sus torres de Babel, edificios que expelen las voces de quienes los habitan; mujeres y hombres inmersos en el mundo anónimo del número de sus puertas; ruidos que denotan su existencia tras las paredes; intimidades colectivas que forman la memoria de un lugar. Historias entretejidas en la adolescencia de dos mujeres y las vicisitudes de la amistad.
Los años ochenta son el marco por el cual transcurre la novela; años de rebelión sobre la rebelión, de un tiempo que busca su esencia en contraposición a la costumbre, de temblores terrestres y emocionales.
Cada familia tiene su normal anormalidad, parece decirnos Eve Gil en la construcción del ambiente que rodea a las protagonistas; parentelas en donde lo que prevalece es la indiferencia; padres ausentes y madres que estiran el tiempo en sus rostros; soledades reunidas en las que nadie sabe querer.
Dentro de esta sordidez se establece una amistad simbiótica en las adolescentes, que las vuelve únicas en la vida que cada una de ellas habita; se alejan de la frivolidad y hacen de la pasión el elemento sustancial de sus días. Buscan una identidad propia en un camino entreverado de colegios y escuelas que enseñan a no pensar, en donde lo importante es tener bien aprendidas las lecciones del Manual de Carreño, mientras sus incipientes bibliotecas se pierden en las fauces de la indiferencia provocada.
Una de ellas es hija única y no tiene empacho en sentir celos de su amiga, es mezquina y gorda, disfruta estar en la lista de los sobrinos que comen bien del Tío Gamboín, y tiene la firme intención de ser escritora. La amiga es la bonita, desarrollada físicamente, con un cuerpo y una cara que es la envidia de todas y con cierto torpe encanto propio de la adolescencia. Comparten sus sueños y talentos, sus amores, experiencias y frustraciones. Tienen un vínculo en virtud del cual incluso reconocen que las peleas entre amigas siempre son necesarias.
Gil concibe un lenguaje en el que la ironía lleva de la risa a la reflexión en una vuelta de hoja. Situaciones sencillas son precedidas por momentos de tensión, donde las palabras se convierten en una denuncia en contra de la violencia sexual. La anécdota central se eslabona linealmente, lo que da como resultado una lectura ágil e interesante.
Réquiem por una muñeca rota (Cuento para asustar al Lobo) es una mirada hacia la edad de los sueños, hacia el espacio en el que todos preguntamos por nuestra identidad, donde se entrecruzan las tristezas más profundas y las alegrías más simples, donde se aprehenden los afectos y las aversiones, donde los deseos primeros erigen las pasiones más fuertes.
Eve Gil obtuvo el Premio Nacional
de periodismo juvenil Fernando Benítez en 1994, es autora de las
novelas Hombres necios (1996) y El suspiro de Adán
(1997). Ha sido becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las artes de
Sonora y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en la categoría
de jóvenes creadores.
Desnuda de efectismos lingüísticos, carente de grandilocuencia y de trucos literarios, con la idea perfectamente clara de contar una historia apasionante y nada más, pero nada menos que eso, Un dulce olor a muerte de Guillermo Arriaga es una novela que le apuesta todo a la anécdota.
Si se quisiera calificar la obra de Arriaga, el adjetivo más justo sería fresca. Y Un dulce olor a muerte es una novela fresca en el mejor sentido del término.
La novela inicia con el descubrimiento del cadáver de una joven que ha sido asesinada en Loma Grande, un pequeño poblado en el centro de México; dicho descubrimiento será el principio de una serie de acontecimientos que habrán de acabar con la paz, con la monotonía de la vida en el pueblo, transformando las vidas de sus habitantes.
Arriaga es un narrador que apela a la acción, encadenando series de hechos que a su vez desencadenan otros sucesos, los cuales tendrán consecuencias inesperadas. La narración, entonces, es ágil, veloz, casi vertiginosa.
Los personajes de Un dulce olor a muerte actúan motivados por las pasiones, como se afirma en la contraportada del libro, pero también llevados por la desidia y aún arrastrados por la presión social. Particularmente bien trabajados han sido los personajes del Gitano y del capitán Lozano, así como el protagonista, Ramón Castaños, quien por una serie de situaciones equívocas se verá impelido a vengar el asesinato de Adela, la joven muerta. Otro personaje muy bien logrado es el de Justino Téllez, el delegado municipal, que por momentos recuerda a los investigadores de las novelas clásicas del género policiaco al seguir las pistas del asesino y lograr reconstruir a partir de algunos pocos indicios la escena del homicidio.
En la narración de Arriaga resalta el tratamiento cuasi cinematográfico de las escenas, por ejemplo, cuando un grupo de hombres del pueblo decide enseñarle a Ramón Castaños la manera en la que debe matar al supuesto asesino de Adela.
Guillermo Arriaga recurre a un lenguaje despojado de ornatos, sin duda para no estorbar el desarrollo de la historia que le interesa contar. Esto es un acierto; sin embargo, en el libro hay algún yerro ?que en nada demerita la obra, pero sí estorba la lectura. Por otro lado, los encargados de la edición han dejado pasar ciertas erratas (la más grave está en la página 48, en la que el último párrafo está inconcluso).
Un dulce olor a muerte fue llevada recientemente al cine por Gabriel Retes. Además de narrador, Guillermo Arriaga ha destacado como guionista de la multipremiada Amores perros, película de la que ya se ha dicho todo, incluida la importancia que tuvo en su realización la solidez del guión.
Un dulce olor a muerte ha sido reeditada en la colección La otra orilla por la editorial colombiana Norma. Una novela entretenida, con una historia bien contada, que se antoja para efectuar una lectura en voz alta, de noche, al aire libre y junto a un buen fuego
antología
Escritura en voz alta, Fernando del Paso, CD Col. Entre voces, Ed. Voz Viva de México/Difusión Cultural unam/Fondo de Cultura Económica, México, 2000.
cine
Puro humo, Guillermo Cabrera Infante, traducción del autor y de Íñigo García Ureta, Ed. Alfaguara, Madrid, España, 2000, 501 pp.
entrevista
Viaja al centro de la fábula, Augusto Monterroso, entrevistas con Jorge Ruffinelli, Margarita García Flores, Josefina e Ignacio Solares, entre otros, Ed. Alfaguara, México, 2000, 171 pp.
ensayo (literario)
Opiniones mohicanas, Jorga Herralde, Col. Las horas situadas, Editorial Aldus, México, 2000, 197 pp.
ensayo (poético)
La otra exactitud. Análisis de la obra poética de Carlo Antonio Castro, V. Antonio Tejeda-Moreno, Edición del autor, México, 2000, 308 pp.
El caballero del yip colorado, Olga Nolla, Ed. Cultural/Shekerow Graphics Inc, San Juan de Puerto Rico, 2000, 143 pp.
Enebro y Jazinto, Porfirio Hernández, La Tinta del Alcatraz/uaem, México, 2000, 67 pp.
En la gruta azul de mi conciencia, Alinda Valladares Cárdenas, Serie José Yurrieta Valdés, La Tinta de Alcatraz/UAEM, México, 2000, 59 pp.
Erótica, Oscar Herbe Sauri Bazán, Serie José Yurrieta Valdés, La Tinta de Alcatraz/uaem, México, 2000, 53 pp.
revistas
Albatros, núm. 29 y 30, julio-diciembre del 2000, textos de Carmen Ruiz Barrionuevo, Marco Antonio Acosta, Luis Hachim Lara, Carmen Luisa Puerta Guanare, entre otros, Editorial Coranto, México, 46 pp.
Casa del tiempo, núm. 22, noviembre del 2000, vol. II, época II, textos de José Francisco Conde Ortega, Elena Poniatowska, Juan José de Giovannini, entre otros, uam, México, 78 pp.
La Gaceta, núm. 359, noviembre del 2000, nueva época, textos de Nélida piñón, Eliseo Diego, Sergio Pitol, entre otros, Fondo de Cultura Económica, México, 94 pp.
Liberaddictus, núm. 44, noviembre 2000, textos de Sandra Tovar Kuri, Carlos Raón Morales, Aline Valdez, entre otros, ContrAdicciones, Salud y Sociedad, A.C., México, 32 pp.
Origina, núm. 93, noviembre 2000, año 8, textos de Alfredo Jalife-Ramhe, Bernardo Hernández, Ricardo Guzmán Wolffer, entre otros, Gilardi Editores, México, 88 pp.
Revista mexicana del derecho de autor, número especial, noviembre del 2000, año 1, nueva época, textos de Edna Torres, Angelica Cué, Guillermo Bermúdez, entre otros, Subdirección de Publicaciones del Instituto Nacional del Derecho de Autor, México, 40 pp.
Tropo a la uña,
núm. 14, septiembre-octubre del 2000, año III, textos de
Rocío Buen Abad, Francis Mestries, Agustín Labrada, entre
otros, Asociación de Escritores de Quintana Roo, México,
58 pp