Admirable por la valentía de los hombres, las mujeres y los niños que la construyeron, el Pedregal de Santo Domingo, donde ''la realidad se hace fantasía y la fantasía realidad'' (como sentencia el graffiti de una de sus paredes), es una hazaña narrada por las múltiples voces de los colonos que lo fundaron a mano en Las mil y una historias del Pedregal de Santo Domingo.
''Llegué con mi familia, mi esposo Froilán Salto, mis tres hijos y yo ?dice Antelma Aguilar de Salto? a este Pedregal que era un cerro, hoy Santo Domingo de los Reyes, Coyoacán, el 4 de septiembre de 1971; nos encontrábamos como en el campo, pues había todo tipo de bichos raros, en un mes lluvioso. Mi esposo y yo hicimos como pudimos un jacalito de dos aguas techado con láminas de cartón, maderas, clavos y piedras para cubrirnos de las inclemencias del tiempo. Todo esto lo hicimos por absoluta necesidad y con la esperanza de que algún día nuestra propiedad fuera legalizada, para nuestro patrimonio".
Entrar por la calle de Las Promesas
''Vete a Santo Domingo, le dije a mi esposo ?cuenta María de la Salud Jiménez Sánchez, mujer de Santo Domingo que llegó el 19 de agosto de 1971?. Tenía yo como 22 días de operada de un riñón y agarré un palito de escoba para ayudarme a caminar y me vine desde el Ajusco hasta llegar a Santo Domingo y entrar acá por la calle de 'Las Promesas'. Había una montaña de piedra que no se podía caminar, pero yo camine como pude, me subí, me bajé apoyándome con mi palito y allá me paré en la peña y reconocí a mi hijo porque traía una playerita roja.
'''Ahí andan', pensé. Después mi esposo me hizo unas laminitas y trajo una cama de esas de doblar. Ahí me metí con mis niños pero como yo estaba recién operada, no aguanté. Nomás una noche y cuando amaneció sentí que tenía las heridas destrabadas, abiertas. Entonces mi esposo puso las laminitas arriba y ahí me metí con mis hijos. En la noche ni dormía, porque mis hijos me los rodeaba. Me cuidaba que no me patearan. Hasta que se amacizaron mis heridas empecé a salir.
''Desde la una empezaba yo con mis niños Roberto, Herlindo, Güicho: 'Levántense, vámonos porque sino no nos dan agua'. Y ahí estaba yo. Aquí crecieron nuestros hijos, y nosotros, las personas que vivimos aquí, pues sabemos todo. Cómo llegamos aquí, como llegaba la gente, en la noche, que los de Los Reyes nos decían que nos van a sacar. El dieciséis de septiembre me dijo mi esposo: 'Por qué no te vas de aquí Salud ?él trabajaba de noche? dicen que se va a poner bien feo'. Le dije: 'Ay, ya estará de Dios'."
Vivir con la amenaza de la violencia
A Fernando Díaz Enciso, impulsor de la colonia y coordinador del Centro de Artes de Oficios la Escuelita Emiliano Zapata, le tomó más de una década escribir el libro, porque se dio a la tarea de entrevistar a Héctor Percástegui, Juana Ramuco, Teresa Rodríguez, además de los muchos colonos y recopilar fotografías (por cierto, notables), escoger poemas como Declaración de amor, de Efraín Huerta, y Alta traición, de José Emilio Pacheco, así como los testimonios de los habitantes de Santo Domingo. Ellos, emocionados, relataron los días de lucha en ese pedregal peligroso lleno de barrancas y grietas en el que no había nada sino las chocitas que iban levantando y un lodazal en tiempo de lluvias en el que resbalaban y caían con su niño en brazos y la bolsa del mandado. Sin embargo, los colonos decidieron unirse para construir una nueva ciudad donde vivir, trabajar y educar a sus hijos.
Díaz Enciso es un hombre silencioso, cuya inteligencia se revela en la serena mirada con la que, atento, contempla lo que lo rodea esperando el momento oportuno para emitir un juicio. Humanista, su deseo de saber lo llevó a estudiar en Ciencias Políticas, Filosofía y Economía. También lo hizo en el Instituto Politécnico Nacional mientras veía pasar a Ernesto Zedillo desde La Fogata, el café de la esquina en el que discutía con sus amigos. Así, con su dulce sonrisa, fue él quien dinamitó la estatua de Alemán en la explanada de CU, que después fue cubierta con láminas para protegerla sobre las que después pintaron José Luis Cuevas y Alberto Gironella. Con esas mismas láminas Fernando Díaz Enciso construyó las primeras aulas de la Escuelita Emiliano Zapata. Una de sus maestras, proveniente de la Universidad, fue por cierto Julia Carabias.
Entre sus compañeros de estudios destacan Amparo Ochoa, Jorge Luis Sáenz, poeta; Gabriel Beristáin, el camarógrafo que acaba de ganar la Diosa de Plata en Berlín, y Carlos Rodolfo, que estudió economía y era adicto a la poesía. Su pasión por la justicia los llevó a participar en el movimiento estudiantil de 1968 y contagiados por el existencialismo de Sartre, las teorías libertarias de Bakunin, Marx y Marcuse se propusieron transformar su vida y tomar lo que les pertenecía.
Entre el humo de los cigarros y aroma de café llegó el rumor de la toma de tierras del Pedregal de Santo Domingo y Fernando presenció entusiasmado cómo en tres días se logró la invasión urbana más grande de América Latina en la que llegaron más de 100 mil personas. Fue tanta la fuerza de la gente en la invasión que el mismo impulso social impidió el desalojo y la entrada de los granaderos. Los colonos vivieron la amenaza de inminente violencia del Ejército, pero el gobierno se dio cuenta que no le convenía, después de los estragos del 68 y el 71 con los halcones, provocar otro escándalo social.
Los miles de hombres y mujeres que llegaron a Santo Domingo pensaron que era injusto el desperdicio del espacio cuando a ellos les urgía un lugar para vivir. Por eso, hace 29 años, en 1971, hombres, mujeres y niños levantaron la colonia sobre la lava, en una tierra inhóspita en la que sólo vivían piedras y víboras.
La fundación de la Ciudad
Al hojear el libro de Díaz Enciso es fácil recobrar la emoción con la que Virgilio describe la fundación de Roma por Eneas. Imposible olvidar a Moisés cruzando el desierto en busca de la tierra prometida. El pasado regresa a fundirse con el futuro, la historia se repite. Así como las abejas construyen su panal, los hombres buscan su lugar en la tierra y la épica que narra Díaz Enciso comprueba nuestra principal necesidad: la urgencia de vivir en una polis para desplegarse armónica y libremente.
''Las mil y una historias del Pedregal de Santo Domingo contradice los estigmas que nos han endilgado ?de que somos holgazanes, borrachos y desorganizados?. En México hay hombres y mujeres con la fuerza de voluntad necesaria para transformarse en algo mejor aunque también, a veces, por desgracia, en algo peor.
Resulta difícil saber qué es lo más asombroso en los fundadores de esta mítica colonia: el enfrentamiento con los comuneros, las pesadas piedras que tuvieron que romper y cargar para limpiar el terreno o el conseguir ser escuchados por las autoridades que finalmente no tuvieron otra opción que legitimar esta lucha por la tierra cuando brigadas formadas por inconformes del DF, Guerrero, Michoacán, Oaxaca, Guanajuato, Hidalgo y otros estados, se dieron cita para edificar calles y escuelas que hoy conforman el Pedregal de Santo Domingo a lo largo y a lo ancho de más de 2 millones de metros cuadrados.
A un lado de Ciudad Universitaria, entre la avenida de Las Torres, la Anacahuita, Delfín Madrigal e Imán se extiende Santo Domingo con sus 100 mil habitantes. Santo Domingo ha crecido con ritmo constante dentro de la ya inmanejable ciudad de México. Bajo la premisa de ''Sembrar jardines donde sólo había basureros'', Fernando Díaz Enciso llegó con el grupo Estudiantes para el Pueblo a transformar el caos de piedras, escombros y líderes injustos, en un lugar habitable; eliminar la insensata acumulación de basura fue otro de los principales retos. Su amor a Santo Domingo, según confiesa Fernando, determinó que se quedara a vivir con los colonos. Cuando Luis Echeverría se comprometió en septiembre de 1971 a regularizar los terrenos baldíos para que fueran ocupados por quienes no tienen tierra, miles de personas se organizaron y tomaron el Pedregal, entonces totalmente inhabitable.
''Espantoso pantanal'', ''lodazal infame'', así lo recuerdan los colonos. Sólo había algunas casas de los comuneros a quienes los invasores confrontaron a balazos y pedradas en más de una ocasión hasta que los corrieron.
La contribución de las mujeres para el levantamiento de la ciudad fue fundamental porque siempre fueron más luchadoras y más organizadas; sin su fuerza no existiría la colonia porque ?como ellas recuerdan? ''muchos maridos no querían invadir"; llegaron ellas y después los maridos, pero ellas fueron las que se aferraron, las más luchadoras porque los hombres tenían que irse al trabajo mientras las mujeres se quedaban al frente de la casa, de los hijos, de la educación, de la economía familiar, de los servicios y de la lucha por la tenencia de la tierra con el peligro de que los comuneros los desalojaran o llegaran los granaderos.