Coincidentemente con sus inicios en la traducción sistemática de los latinos, a fines del decenio de los cincuenta Rubén Bonifaz Nuño empezó a adentrarse con lúcida exaltación en nuestro difícil y fascinante pasado prehispánico. Ponderado o reservado cuando se trata de hablar de casi cualquier otro tema que domine, cuando se toca el México antiguo, Bonifaz se transforma y habla encendidamente o discute con pasión. Ha estudiado ante todo las culturas olmeca y náhuatl.
Bonifaz considera que todo está por decirse e interpretarse, pero para hacer una exégesis seria se debe confiar sólo en lo auténticamente prehispánico. Juzga que esto se halla muy poco en los textos de prosa y poesía que los misioneros ordenaron transcribir y mucho más en los signos de las piedras.
Entre sus libros sobre nuestra historia antigua están: El cercado cósmico (1985), Imagen de Tláloc (1986), Hombres y serpientes (1989) y Olmecas: esencia y fundación (1992).
¿Cómo nació y se fue desarrollando su gusto por el México antiguo?
Yo traté con indígenas, con gente como yo, desde muy temprano. Mi padre era telegrafista, y en mi casa estaba la oficina del telégrafo. Los mensajeros por lo regular eran indígenas y contaban sus historias. También tuve conversaciones con un jardinero indígena, quien incluso alguna vez me llevó una pequeña mata de mariguana para decirme que yo no debía meterme con eso.
Esos fueron los contactos humanos; el primer contacto intelectual lo tuve en el tercer año de primaria, cuando estudié la historia de México de Guillermo Sherwell, donde se habla de los indios como debe hablarse, como iguales o superiores. En toda la primera parte de su historia, Sherwell está venerando de maneras diversas a nuestros antepasados, y luego, en las páginas sobre la Colonia, tiene un capítulo, Encomenderos y frailes, donde muestra a los niños que éramos entonces el gran crimen cometido por los españoles al reducir a los indios a miembros de una encomienda, bajo el pretexto de adoctrinarnos. En nombre de la religión se explotaba o se mataba de hambre o de extrema debilidad.
Un siguiente contacto se dio cuando estudiaba el primero de preparatoria hacia 1940. Aunque tenía poco tiempo, porque había muchas materias que estudiar, cuando había un hueco, por ejemplo porque un maestro no asistiera, los amigos solíamos ir al billar o al café. Pero como también sucedía muy a menudo que no tuviera dinero, prefería irme al Museo Nacional, que se hallaba entonces en la calle de Moneda. Ese fue mi primer encuentro directo con las piezas de escultura prehispánica, principalmente con la mal llamada Coatlicue.
En esos años y en los años cincuenta seguí yendo al museo y empecé a preguntarle a las piedras qué eran, pero en ese tiempo lamentablemente no me contestaron.
¿Y cómo se acerca a la poesía náhuatl?
Debió ser por 1945. Para mí fue muy importante leer el libro Poesía náhuatl, traducido por el padre Ángel María Garibay, en la Biblioteca del Estudiante Universitario. Sin embargo ya había leído antes el Popol Vuh y el Chilam Balam de Chumayel. Todavía recuerdo líneas que me impresionan: Se levantó la gran madre ceiba de en medio del recuerdo de la destrucción de la tierra. O: Me voy, soy dios, pues; soy poderoso, pues.
De lo que he leído, que no sea una copia desdichada de traducciones o transposiciones sin densidad poética, creo que sólo dos libros de lírica mexicana en el siglo XX dieron nueva vida a la poesía de nuestros antepasados: Águila o sol de Octavio Paz y Fuego de pobres de usted. En poemas de estos libros hallo una viva adaptación de contenidos, de imágenes, de giros coloquiales y rítmicos.
Ese libro lo publiqué en 1961 pero debo haberlo terminado en 1958. Me sirvió mucho ser discípulo de Miguel León-Portilla a fines de los años cincuenta, quien nada cicateaba en sus clases de lo que sabía. También estudié por ese tiempo la lengua náhuatl pero quizá no aprendí gran cosa.
Aunque las piedras al principio no le dijeron nada, más tarde parecieron hacerlo. Usted ha dicho numerosas veces que si algo no engaña ni está contaminado por la sevicia intelectual de los misioneros en los varios lenguajes del mundo prehispánico, es el lenguaje de las piedras. Interrogándolas parecen haber surgido Imagen de Tláloc, Hombres y serpientes, Olmecas: esencia y fundación, su texto sobre la Coatlicue.
Lo he dicho y lo sostengo. Mire, precisamente al estudiar con León-Portilla, me percaté de que los textos que estudiábamos no eran prehispánicos, sino textos creados por los misioneros para amansarnos a los indios. Entonces empecé a dar en la cuenta de que no debíamos hacer mayor caso de estos textos porque están falsificados. Como se sabe, en el Calmecac se educaba a los capitanes, porque nuestros antepasados estaban hechos para hacer la guerra, una guerra, desde luego, no como se entiende ahora. Nadie puede educarse para capitán y decir: Solamente venimos a sufrir,/ solamente venimos a llorar. Lo que en verdad dirían ellos es esto: Solamente venimos a conquistar,/ solamente venimos a vencer. Los hechos históricos demuestran que era ésta la doctrina que los aztecas seguían: no la de la tristeza y la inutilidad de quien no sirve para nada y sólo viene a sufrir, sino la de quien sirve para todo y quiere dominar al mundo.
Entonces ¿considera que no hay textos en los Cantares mexicanos y en Los romances de los señores de la Nueva España que tengan un fondo auténtico del antiguo mundo náhuatl?
Según puedo inferir, hay cosas auténticas en los Veinte himnos sacros de los nahuas, porque hasta la fecha no hay nadie que los entienda. Digo esto apoyándome también en Sahagún, quien dice que organizan sus fiestas y sus bailes y cantan pero no se entiende lo que dicen. Como se sabe, nadie entonces y nadie posiblemente después, que no lo tuviera como lengua materna, llegó a saber el náhuatl como Sahagún, y si él no entendía los cantos era por algo. Por eso al leer ahora los himnos y no entenderlos, tengo la confianza de que son auténticos.
¿Fue ese descreimiento en la verdad de los hechos lo que le hizo buscar la verdad en las piedras?
La hipótesis a que llegué más tarde fue que debían verse las piedras porque eran verdaderas, pero que los textos debían verse con mucho cuidado para encontrar cosas verdaderas entre un cúmulo sin fin de mentiras, y que esas cosas verdaderas de los textos podían compararse con lo expresado por las piedras. En todas las grandes culturas existen textos cosmogónicos donde se explica la creación del hombre y del mundo y la función del mundo en relación con el hombre. Encontré un texto francés del siglo XVI en la Histoyre du Mchxique, donde se expone el principio cosmogónico que guió la cultura de los antiguos. Este texto está comprobado hasta el último punto por las imágenes prehispánicas esculpidas. Allí fue donde encontré la imagen de Tláloc, que es siempre la de una figura humana, completa o parcial, con dos serpientes. Allí está la génesis de Imagen de Tláloc.
Entre los judíos la creación se hace para servir al hombre, mientras que entre nosotros la creación se hace para que el hombre la conserve. La cultura occidental, que deriva de las raíces judías y grecorromanas, conserva esa idea de que el hombre puede dominar a la naturaleza; los mexicanos antiguos no la dominaban, sino realizaban una alianza con ella y aun llegaban a ser ella. En ese texto se explica cómo del cuerpo del hombre se hacen la tierra y el cielo y cómo el hombre fue el motor para que los dioses crearan el universo con su cuerpo. Porque los dioses vieron al hombre y decidieron que había la necesidad de crear el mundo. No recuerdo ninguna otra cultura donde el hombre sea el motor y la materia de la creación universal. El hombre aquí ya está creado.
En suma, en el lenguaje de la escultura está escrita la verdadera historia y dibujado el verdadero rostro prehispánicos mexicanos.
¡Naturalmente! El hombre es por naturaleza curioso y está de continuo preguntando y respondiéndose. Como además es vanidoso y quiere perpetuar sus hallazgos, es decir, preservar sus respuestas a determinadas preguntas y dejar su testimonio de las verdades que encuentra, inventa la escritura. Pero no hay sólo las escrituras alfabética y gráfica, sino también la simbólica, como es el caso de la escultura. Y yo no considero de principio las piezas de escultura prehispánica como obras de arte (aunque muchas lo sean), sino como textos. Parto de la hipótesis de que en un principio la intención del escultor no era hacer una pieza artística sino un documento escrito.
Hay también otras maneras de contar la historia del México antiguo. León-Portilla buscó reconstruirla a través de la poesía; usted ha tratado de explicar nuestra cosmogonía a través de pequeños cuentos.
Hay un solo poema que está palpablemente demostrado con imágenes prehispánicas. Uno solo, y está en la Histoyre du Mchxique. Lo demás es otra historia. Yo tomo ese poema para escribir los Cuentos de los abuelos, y de allí voy desprendiendo conclusiones, porque los frailes, que de seguro revisaron los textos, destruyeron el verdadero sentido. Si revisa los textos originales que yo desfiguré para hacer esos cuentos para niños, se dará cuenta de la espantosa distorsión que realizaron. En el Popol Vuh hay cuentos que da náusea leer, porque en la Colonia se trataba de deformar y falsificar lo que de grande teníamos para convencernos de lo buenos que los españoles eran. Le pongo un ejemplo: en uno de los textos cosmogónicos de la altiplanicie, se nombra a uno de los dioses que hicieron el sol y la luna en Teotihuacán como el Bubosillo, en un claro y total desprecio al dios que iba a ser el sol. Para empezar los indios de entonces no conocían la sífilis, y los misioneros hicieron que el dios que iba a convertirse en el sol fuera un sifilítico.
En los Cuentos de los abuelos escribí la lectura que pienso que era la indígena para sacar de allí las verdades que fundan esa creencia.
Sus dos grandes raíces culturales fueron al antigüedad grecorromana y el mundo mexicano antiguo. ¿Qué le dieron?
Grecia y Roma me dieron el sentido del orden y de la importancia del idioma. Puede pensarse que los griegos, que crearon tantas cosas, han sido superados en casi todas ellas, pero no en el dominio y el cultivo de la palabra.
Los romanos crearon el Derecho. Ellos me dieron la idea del orden social. Pero Roma también cuidó el idioma como cosa fundamental. Alguna vez reproduje la opinión de Julio César sobre la necesidad de conservar sólido y puro el idioma como una manera de conservar el sentido esencial del ser humano. Por eso insisto en que tenemos que cuidar nuestra lengua nacional, que sin duda es una forma del español que se nos impuso en otro tiempo, pero que, si lo dominamos, podemos enseñárselo, ya como conquistadores, a los mismos españoles, cuyos escritores y académicos desde hace tiempo escriben pésimamente. Basta con leer la última edición del Diccionario de la Real Academia Española para percatarse de que están deshaciendo el idioma. Lo malo es que ese español en estado putrefacto que se habla en España, se nos está imponiendo a través de los medios de comunicación masiva. Si usted oye la televisión y la radio advertirá con vergüenza que todos los vicios y las incorrecciones del español de España se están metiendo en nuestra lengua nacional.
Por nuestra historia de pueblo colonizado estamos obligados a tener una cultura impuesta, que dista mucho de lo que fue la nuestra. Pero para poder encontrar el valor de nuestra cultura debemos conocer y dominar la española, principalmente el idioma, que es su instrumento. Una vez que la conozca, seré dueño de algo, con lo cual podré volver a explorar lo que es mi verdadera cultura. Mi cultura no está en la Venus de Milo, sino en la mal llamada Coatlicue, la que siempre que la veo, me habla en mi idioma y me dice lo que soy. Puedo decirle que ahora, a los setenta y seis años, no puedo ver a Grecia y a Roma sino como modelos extranjeros.
Por eso he buscado que mis trabajos se introduzcan en las escuelas y en las casas. Que los niños antes de oír las grandezas de Inglaterra y de España, aprendan a conocer nuestra grandeza antigua y la vuelvan presente. O dicho de otra manera: he narrado en otras ocasiones un episodio del asedio de México-Tenochtitlan. Canal de por medio están indios y españoles. Hernán Cortés grita a los indios: Quiero hablar con uno de sus grandes señores. Y uno de los nuestros responde: Puedes hablar con quien quieras. Todos somos grandes señores.
Mis trabajos tienden a que eso sea lo que pensemos los mexicanos.