Lunes en la Ciencia, 21 de agosto del 2000
Tiempo y progreso en la era de la globalización
El instante actual
Antonio Sarmiento Galán
Hace unos meses escuchamos una gran cantidad de opiniones sobre el "fin de siglo", "del milenio", y sobre la forma de contar el transcurso del tiempo. Pocas veces se ha dicho tal cantidad de disparates y se ha ignorado con tanta flagrancia la parte de nuestra cultura que viene del lado americano.
Entre los argumentos para determinar cuándo termina un siglo, pocos fueron quienes reconocieron que el calendario occidental actual no es el mismo que aquél con el que empezamos a contar y ninguno, hasta donde yo puedo asegurar, quien mencionara la influencia determinante de los calendarios maya y azteca en la sustitución del viejo calendario juliano por el gregoriano actual.
El primer calendario de que se tiene registro fue el utilizado por los agricultores del valle limitado por los ríos Tigris y Eufrates, con un año de 12 meses, cada uno de los cuales duraba lo mismo que el tiempo promedio entre dos lunas nuevas (29 y medio días). Ello resultaba en un año de 354 días, 11 menos que el actual. Estos agricultores pronto observaron que las fechas para iniciar la siembra dadas por este calendario, se alejaban de las estaciones adecuadas para ello. Para corregir esta asincronía, agregaron días y meses extra, al principio en forma arbitraria y luego en intervalos regulares sobre un ciclo de 19 años.
El calendario de 365 días
Hasta en el año 46 antes de la era cristiana (46 aC), Julio César (102-44 aC), instituyó el calendario de 365 días con el ajuste correspondiente a los años bisiestos, el llamado calendario juliano. Pero aun este ajuste en el calendario juliano no es correcto; el añadir un día cada cuatro años, equivale en promedio a una sobrecorrección de 12 minutos cada año solar. De manera que casi mil años después del establecimiento del calendario juliano, este pequeño error anual se había acumulado hasta llegar a cerca de seis días; las celebraciones de la religión católica como la Pascua, ocurrían cada vez más cerca del principio de la estación.
En 1582, casi 100 años después de la llegada de nuestros colonizadores, el error había crecido tanto que, un Papa de nombre Gregorio XIII, modificó el calendario que regía en el mundo católico y en el Nuevo Mundo, cuyas culturas y por ende sus calendarios, no podían ser reconocidos y aceptados sin crear conflictos de orden religioso. Las dos modificaciones realizadas son: A) los años que terminen un siglo y no sean un múltiplo de 400, no serán bisiestos (el año 2000 por ejemplo, es bisiesto, pues es divisible por 400, pero el 1900 no lo es); y B) el calendario se retrasa diez días para ponerlo en fase con las estaciones (el 4 de octubre fue seguido por el 15 de octubre).
Estas modificaciones se adoptaron tan gradualmente que parte de la Revolución Bolchevique de 1917, llamada la gran revolución de octubre, ocurrió en el mes de noviembre del nuevo calendario, mismo que se adoptó en Rusia hasta 1923.
En el Nuevo Mundo algo se salvó de la destrucción cultural que los conquistadores ejecutaron por motivos religiosos, principalmente. De la mayor precisión de los calendarios mesoamericanos, en comparación con los europeos, y de la indudable influencia en la modificación gregoriana, da fe el trabajo de personajes como Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700), quien mostró cómo un "criollo ilustrado" (según las arrogantes monarquías europeas) era capaz de corregir los cálculos aproximados de Eusebio Kino, tanto para la predicción de eclipses como para la localización geográfica, mediante el uso del calendario azteca en lugar de las tablas Alfonses.
La adecuación de dicho calendario azteca al conteo europeo de semanas y meses, y sobre todo, para incorporar las fiestas religiosas católicas, originó el calendario gregoriano -un hecho que no reconoció su origen ni resolvió el problema artificialmente creado por insistir en la medida del tiempo en términos de los lapsos determinados por el movimiento de la Tierra alrededor del Sol. Tal tarea es imposible por el sencillo hecho de que ni el número de días en un año, ni el número de meses en el mismo, son conmensurables con el período de traslación de la Tierra alrededor del Sol. De esta manera, si nos empeñamos en basar nuestro calendario en el ciclo solar, permaneceremos atorados en la situación actual: distinto número de días en los meses y en los años.
Rotación y traslación
Pero ésta no es la única dificultad para sintonizarnos con el ciclo solar. Ninguno de los dos movimientos terrestres que se usaban para medir lapsos son uniformes: ni la rotación de la Tierra sobre su eje (el día) ni su traslación alrededor del Sol (el año). Estos dos movimientos están sujetos a una gran cantidad de perturbaciones, y por lo tanto es difícil que duren lo mismo cada vez que se repiten.
Con el advenimiento del maser de hidrógeno se logró el mejor reloj que disponemos actualmente (mide con gran estabilidad intervalos de tiempo cuya duración sea mayor o igual a la fracción de segundo dada por 1/1,420,405,752).
Nuestra capacidad actual para medir el tiempo es tal que a partir de 1972 todos los años se reúne un grupo de expertos que compara el tiempo atómico con el terrestre e indica si hay que agregar o quitar un segundo a la duración oficial del año en cuestión, el llamado segundo bisiesto, que se añade o sustrae al último minuto del año. Para mantener la asincronía entre el tiempo terrestre y el atómico por debajo de 0.9 segundos, fue necesario añadirle dos segundos a 1972, convirtiéndolo en el año de mayor duración en los tiempos modernos.
Incertidumbres
Sin embargo, esta misma capacidad para la medida de lapsos ha servido a la vez que para saber con una exactitud incomprensible el tiempo en que se vive, para esclavizar al ser humano durante todos y cada uno de los instantes de su efímera existencia: vivimos con plazos definitivos y fatales para todo, desde la validez de un seguro contra accidentes, la duración de una carrera, el pago de las llamadas telefónicas, las horas de espera en los consultorios médicos, etcétera; hasta la edad máxima para conseguir empleo, el tiempo en el quirófano, el lapso adecuado dentro del horno crematorio, las horas de alquiler del velatorio, la duración del traslado en la carroza, Ƒvaldrá la pena utilizar el tiempo necesario para evaluar el precio que estamos pagando por esto que el sistema económico prevaleciente llama "progreso"?, Ƒla globalización, como causa del neoliberalismo, permitirá que adoptemos un calendario distinto (aunque sea mejor)?
El autor trabaja en el Instituto de Matemáticas de la UNAM (Unidad Cuernavaca), y es docente en la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos