La Jornada Semanal, 6 de agosto del 2000
En la noche del pasado lunes 24 de julio, la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas celebró la cuadragésima segunda ceremonia de entrega del Premio Ariel, con menos sobresaltos de los que en días previos se habían anunciado.
Los resultados oficiales ya son del conocimiento público, pero no está de más recordarlos aquí: de los veintidós Arieles por repartir -descontando los especiales, llamados ``de Oro'', en esta ocasión entregados a Libertad Lamarque y, de manera póstuma, a Gunther Gerzo-, La ley de Herodes se llevó diez, por Mejor Película, Director, Actor, Coactuación Masculina, Coactuación Femenina, Actor de Cuadro, Vestuario, Escenografía, Guión Cinematográfico Original y Maquillaje. En otras palabras, sólo le faltó un par de las categorías consideradas como las más importantes: Mejor Actriz -en manos de Susana Zabaleta por su papel de Ana en Sexo, pudor y lágrimas-, y Fotografía, que correspondió a Del olvido al no me acuerdo. En ese mismo orden, estas dos últimas películas fueron las siguientes más premiadas: la dirigida por Antonio Serrano se quedó con cinco Arieles (el ya mencionado más los correspondientes a Música Compuesta para Cine, Ambientación, Diseño de Arte y Guión Cinematográfico Adaptado). Por su parte, el primer largometraje dirigido por Juan Carlos Rulfo se hizo de cuatro premios (por Fotografía, îpera Prima, Edición y Sonido).
La súbita unanimidad
La suma de lo anterior deja fuera solamente los Arieles correspondientes a Actriz de Cuadro, Cortometraje de Ficción y Película Iberoamericana. Este último Ariel, entregado por primera vez, correspondió a la brasileña Medianoche, el corto premiado fue La historia de I y O, dirigido por Valentina Leduc, y la actriz de cuadro que se llevó a su vitrina el premio restante fue Fabiana Perzábal, por su aparición en Rito terminal. De hecho, esta última cinta puede ser considerada, como dirían los clásicos, la gran perdedora en la noche de los Arieles: trece de sus catorce nominaciones no prosperaron.
El carro casi completo en el que se convirtió la cinta de Luis Estrada no sorprendió prácticamente a nadie; lo raro, lo que sí hubiera ocasionado una nueva ola de protesta y escándalo (aunque de seguro no tan grande como la primera, porque no es lo mismo el estreno en cartelera que los vilipendiados Arieles), habría sido que deliberadamente se le ignorara en las ternas. Pero como no hay bien que por mal no venga -ni al revés-, las ignoradas fueron otras películas que, según la opinión de mucha gente del medio, tenían más merecimientos para haber sido por lo menos nominadas.
El deber y el querer
Del montón de rumores, quejas y pintadas de raya que se expresaron en los días anteriores a la ceremonia cuarenta y dos del Ariel, deben mencionarse al menos los dos casos más relevantes: El Coronel no tiene quien le escriba, de Arturo Ripstein, y Un dulce olor a muerte, de Gabriel Retes. Por lo que pudo saberse, el director de El evangelio de las maravillas y Profundo carmesí decidió no someter su Coronel al registro que la Academia exigía, por lo cual quedó fuera de concurso. El motivo, al parecer, quedaría resumido con la expresión que dominó los titulares al respecto: los Arieles se reparten únicamente entre los miembros del ``Club de Tobi'' en el que la Academia se ha convertido. Desde luego, los miembros de dicha entidad encabezada por el cineasta Jorge Fons niegan tal especie. (Curioso club sería ése, en el que papá Ripstein -don Alfredo, productor que goza del respeto de toda la comunidad cinematográfica- no puede, no quiere o no lo dejan hacer nada por Ripstein hijo.) Ya deshecho el chongo de la descalificación per se, que corrió en uno y otro sentidos, llegó a decirse incluso que El Coronel no fue inscrita para no pasar una verguenza semejante a la que sufrió Rito terminal.
Más grave sería el trato que los jurados le dispensaron a Un dulce olor a muerte, la película que el más joven de nuestros veteranos estrenó el año pasado. Su total ausencia en las nominaciones resulta por lo menos tan inexplicable como la excesiva inclusión de Rito terminal, esta última, una película evidentemente primeriza a la que ``se le ven los calzones'' en más de un renglón (por eso mismo, no extraña su nominación como ópera prima tanto como que se le haya puesto junto a Sexo, pudor y lágrimas y La ley de Herodes en la terna principal).
Bien podría dársele el premio ``Nostradamus'' a quien sepa, por ejemplo, por qué a El último profeta la nominaron por Escenografía y -misterio insondable- por Guión Cinematográfico Adaptado. Si usted la vio, tal vez le haya sucedido lo mismo que a este columnista, quien no pudo dejar de recordar las casitas y los bosquecitos frente a los que chambeaba Cachirulo; en cuanto al guión, quizá la diferencia es que los jurados del Ariel lo leyeron y un servidor sólo lo vio llevado a la pantalla.
A las películas que debieron figurar, como la de Retes, y las que no quisieron estar, como la de Ripstein, sume usted Ave María. Las nominaciones a este filme (Escenografía, Actriz de Cuadro y Coactuación Masculina, todas de las consideradas ``menores'') demuestran a la vez congruencia e incongruencia: suena lógico que no la hayan puesto a competir por algo más, pero Santitos, también ópera prima, y En un claroscuro de la luna, que pronto aparecerá en cartelera, merecían más que las raquíticas siete nominaciones concedidas (cinco y dos, respectivamente).
Si mi abuelita tuviera ruedas...
Los Arieles correspondientes a 1999 ya están en manos de quienes los ganaron, y los agraciados con el tan traído y llevado premio son los menos culpables de la supuesta o real existencia del ``Club de Tobi''. Además, como se dijo antes, se impuso la lógica y La ley de Herodes fue la reina de la noche. Desde luego, la legión de quienes no somos jurados de la Academia tenemos opiniones que pueden variar o coincidir con lo soslayado, lo premiado y lo exagerado. Ya sabe usted: ``Si yo fuera jurado...'' es como decir: ``Si mi abuelita tuviera ruedas...'' Eso sí, será muy importante que para la siguiente entrega de los Arieles el procedimiento de selección mejore, como Fons prometió que mejorará, a fin de que nuestro premio cinematográfico más importante alcance un prestigio que por ahora muchos le regatean.