Diez heterodoxias
Armando Bartra
Estas heterodoxias de Armando Bartra son una aportación al debate sobre la derecha intelectual y los retos para el pensamiento de la nueva izquierda. En sus dos entregas más recientes, Ojarasca ha publicado ensayos de Luis Hernández y el subcomandante Marcos, con los cuales el presente escrito guarda más de una correspondencia.
La izquierda de raíz marxista tiene cuentas pendientes. En la diáspora doctrinaria que sigue al progresivo descrédito y final colapso del socialismo, muchos conceptos que fueron canónicos se desechan, matizan o reelaboran; y con frecuencia esto sucede sigilosamente, sin hacer explícita la rectificación. La que sigue es mi propia lista de heterodoxias; revisionismos personales que son también deslindes frente al pensamiento de la nueva derecha fundamentalista, esa que tanto se parece a la vieja izquierda. Algunas de plano se apartan de los padres fundadores, otras sólo del marxismo corriente.
Mundo simultáneo
El mito de la exterioridad bárbara, del salvaje
muros afuera que resiste a los civilizados, sobrevivió a la mundialización
comercial que arranca en el XVI y a la financiera que comienza en el XIX.
No sobrevivirá a la del XXI. En la casa de cristal del orden globalizado
no caben reservaciones supuestamente premodernas ni periferias dizque subcapitalistas.
Las abismales desigualdades del mercantilismo realmente existente rechazan
coartadas dualistas. Los bárbaros han invadido las metrópolis;
en el presente desgarrado y extremoso no hay modernos y anacrónicos,
no hay primermundistas y marginados, hoy todos somos centrales y todos
contemporáneos. En el proyecto de la nueva izquierda ya no se puede
hablar de sociedades redimibles y sociedades desahuciadas, clases elegidas
y clases condenadas, vanguardistas y zagueros. En tiempo de cósmicos
cataclismos financieros, multitudinarias desbandadas poblacionales, comunicación
mundial instantánea e interactiva, perversiones climáticas
planetarias y universales pandemias de transmisión venérea;
en el mundo de la absoluta simultaneidad, o nos salvamos todos o no se
salva ni dios.
La diferencia
A mediados del XIX la compulsión homogeneizante
del capital parecía netamente progresiva, pues se pensaba que universalizando
el sistema productivo la mundialización del gran dinero nos pondría
a todos en la antesala del socialismo. Pero la experiencia del XIX y el
XX es la creciente desigualdad económica de las clases, las regiones
y los países, el progresivo emparejamiento de los seres humanos
y de la naturaleza. En nombre del desarrollo productivo el capitalismo
merma la biodiversidad y en pos de la serialidad laboral y la civilización
unánime barre con el pluralismo étnico y las desviaciones
culturales. Así la izquierda, que siempre reivindicó la igualdad,
ahora debe reivindicar la diferencia. Y de esta manera el círculo
se cierra, pues la diversidad fraterna y acrecentadora sólo prospera
donde privan la equidad y la universalidad de los derechos básicos.
Sobrantes
Tras la nueva ofensiva del mercado ya no quedan zonas
de refugio, el capital ha penetrado hasta los últimos rincones del
planeta adueñándose de todo. Así, el gran dinero dispone
de lo que sirve a su valorización y desecha el resto, incluida una
gran parte de la humanidad que en la lógica eficientista sale sobrando.
El neoliberalismo genera una nueva y masiva marginalidad: la porción
redundante del género humano, aquellos a quienes el capital no necesita
ni siquiera como ejército de reserva; los arrinconados cuya demanda
no es efectiva, cuya capacidad laboral carece de valor, cuya existencia
es un estorbo.
Explotación o exterminio
Al capitalismo de entre siglos le es consustancial embolsarse
el excedente generado por ciertos trabajadores pero también expropiar
a otros de toda forma de ejercer su capacidad laboral. El mercantilismo
salvaje profundiza tanto la subordinación económica al gran
capital como la exclusión; desvaloriza al trabajo asalariado, al
tiempo que desacredita como seres humanos a la parte redundante de los
trabajadores. El saldo es explotación intensificada pero también
exterminio. Porque matar lentamente de hambre y dejar morir de enfermedades
de botica o de pandemias controlables a un tercio de la humanidad es exterminio;
quedo, quizá, pero exterminio. Al alba del milenio el desafío
es detener la extrema polarización de las ganancias y los salarios
y también el genocidio. Están en juego tanto la dignidad
y la justicia que se debe a los integrados como la simple supervivencia
de los excluidos.
El real socialismo
Entre especialistas es legítimo distinguir el
socialismo de Carlos Marx del realmente existente, pero en el imaginario
colectivo del fin del milenio el socialismo no aparece como el pensamiento
juvenil de un filósofo decimonónico, sino como la ideología
inspiradora de un orden social que ocasionó sufrimientos inauditos
a cientos de millones de personas. No basta limpiar al socialismo de perversiones
históricas, hay que reinventar la utopía.
Monstruo frío
Pese a sus raíces ácratas, el socialismo
devino el gran estatismo del siglo XX, el máximo cebador del monstruo
frío del que renegaba Nietsche. El Estado de bienestar es su primo
lejano y los patrimonialismos árabes como los populismos latinoamericanos,
sus parientes descarriados. En el último tercio del siglo todos
los ogros filantrópicos se derrumban, y la diversidad de la sociedad
civil --transformada en loable pluralidad-- le gana la batalla de las conciencias
al absolutismo estatista. Ahora el problema es como conciliar la divergencia
sin reprimirla; como construir el interés general sin cancelar los
particularismos enriquecedores.
Fatalismos
El marxismo corriente fue un economicismo; un economicismo
determinista y unilineal que proclamaba la inevitabilidad del socialismo.
Pero desde el último tercio del siglo XX, el fatalismo marxista
ya no es el más peligroso. Hoy el gran enemigo a vencer es el determinismo
económico neoliberal; el fetichismo del librecambio que pregona
el fin de la historia y el advenimiento del mercado absoluto; que promete
bienestar a gotas y concibe la dicha como output de una matriz econométrica.
Los dados cargados de la economía de casino
La teología de la neoliberalización tiene
que ser desenmascarada como lo que es: un mito ideológico. El dogma
del mercado automático es una cortina de humo que trata de ocultar
la economía política realmente existente: la perversa instrumentación
de la oferta y la demanda por la especulación financiera y los poderosos
consorcios globales, la discrecional manipulación del mercado por
el Estado, no con fines de justicia y equidad, sino para enmendarle la
plana cuando son afectados los intereses del gran dinero (nuestro rescate
bancario como ejemplo paradigmático).
Hacia una economía del sujeto
Frente a las prédicas milenaristas de los mercadócratas,
la apuesta de la izquierda no puede ser un modelo económico alternativo,
sino un orden social reformado que acote las inercias económicas
encauzándolas en función de necesidades humanas. En el fin
del milenio de la economía absoluta hay que restablecer la primacía
de la socialidad reivindicando la vieja economía moral, no la economía
del objeto sino la economía del sujeto.
Roma y los caminos
La nueva Arcadia no será, como el socialismo,
un modelo universal a edificar en todas partes a fuerza de ingeniería
societaria. Así como exaltamos el pluralismo y la alternancia, así
debiéramos abandonar las utopías unánimes y admitir
múltiples proyectos de futuro; no un orden absoluto y definitivo,
sino mundos colindantes, yuxtapuestos, paralelos, sucesivos, alternantes.
Mundos que, además, no son puntos de llegada sino imaginarios en
construcción, sueños en movimiento. No dichas postergadas
y paraísos prometidos sino proyectos que fertilizan el presente,
cuerdas en tensión que le dan sentido al aquí y ahora. A
estas alturas nadie cree que todos los caminos conducen a Roma, para empezar
por que hay muchas romas y quizá por que en verdad Roma son los
caminos.