LUNES 15 DE MAYO DE 2000

Ť El golpe del rayo /y II* Ť

Ť Elena Poniatowska Ť

Conocí a Elena Garro en 1954. Con su voz delgadita parecía no romper un plato; hablaba entre murmullos y uno aguzaba el oído seguro de la sorpresa inminente. En cambio su risa, franca, abierta, fuerte como sus dientes blanquísimos, era irrupción de alegría. Siempre que llegué, primero a su departamento de Nuevo León y luego a su casa de Alencastre en Las Lomas, la encontré sentada sobre la alfombra. No usaba otro color en su ropa que el beige, a veces también el amarillo y el ocre. "Me gustan los colores del sol". Tomaba café, discutía con Octavio Paz, miraba con un peculiar gesto de extrañeza a su hija Helena, "la Chatita", que tenía el cabello corto castaño y era alta y delgada como su madre. Se parecía más a Octavio, pero emanaba por todos los poros el deseo de parecerse a Elena. Hechizada por su madre, la niña recogía sus palabras casi con ansiedad y le decía cada tanto: "Eres la mejor escritora del mundo", "Mamá, eres un genio", "Quiero ser grande para ser como tú". Elena no tomaba en serio sus jaculatorias y seguía con el hilo de su pensamiento.

El mismo mal de "la Chata" lo padecíamos Juan de la Cabada, Juan Martín, Jorge Portilla, Carlos Fuentes, Juan García Ponce, Ana María y Ramón Xirau, Juan Soriano, Diego de Mesa y yo. Portilla se atormentaba, le rendía pleitesía. Creo que se enamoró perdido, todo él era para ella. Elena, ni en cuenta; de vez en cuando le echaba una mirada irónica. Ella era la de la palabra. Octavio Paz reía, le festejaba sus ocurrencias pero atajaba de pronto su avalancha de frases lapidarias: "No Elena, eso no es cierto". Entonces, un relámpago de rabia oscurecía los ojos de azúcar quemada de su mujer. En general, los ojos de Elena eran confiados, chispeantes, burlones; los de él, azules, más dispuestos a la entrega, a la indulgencia. En aquellos años pensé que Octavio era demasiado tolerante. Aseguraba a Elena que todo cuanto escribía, así sobre las rodillas y en medio del barullo, era extraordinario. Nunca he visto a un ser humano estimular tanto a otro.

En el suelo, entre café y café, tenían lugar los juegos de mesa que le divertían a Octavio, las charadas, las paciencias, las adivinanzas, los juegos de adolescentes. Alguna vez le preguntó a Elena: ƑQué es la belleza? "Un misterio", respondió y yo resolví que ese misterio era ella. No ha dejado de serlo. No volví a verla personalmente desde 1965 hasta su muerte, pero siempre estuve pendiente de ella y de su obra (he visto Un hogar sólido en sus nuevos montajes y me ha seducido tanto como la primera vez).

 

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La ingobernable. El ingobernable. En los grupos de Alcohólicos Anónimos, de Narcóticos Anónimos, de Comedores Compulsivos, quienes no se atreven a presentarse del modo en que se exige de acuerdo con los famosos 12 pasos de este tipo de terapias ("Me llamo Fulano y soy alcohólico", "Me llamo Zutano y soy drogadicto", "Me llamo Mengano y soy un tragón") pueden decir sencillamente: "Soy ingobernable". Sí, la ingobernabilidad suele tener que ver con la autodestrucción. A veces pienso que nomás por capricho no obedecen el buen consejo. Elena escribió en uno de sus últimos libros, Primer amor (publicado por Castillo en Monterrey junto con otra novela corta, Busca mi esquela), acerca de una mujer muy parecida a ella llamada Bárbara: "Nunca le había gustado que le dieran órdenes, y mucho menos órdenes que contrariaran sus deseos o sus principios".

Todo ser que enfrenta problemas hacia la figura de autoridad es, necesariamente, un condenado.

Elena dijo una vez que extrañaba a Octavio Paz porque ya no tenía con quién hablar. Durante los días en que Luis Enrique Ramírez se quedó a vivir en Cuernavaca en un modestísimo hotel que él pagaba de su propio bolsillo -prendía la luz y se abría la llave del agua, abría el cajón y se caía la cama, el excusado era una fosa séptica y se bañaba a jicarazos-, Elena Garro tuvo la suerte de encontrarse con un interlocutor verdadero, un joven como lámpara votiva que habría hecho todo por ella. Cuando lo conocí me quiso dar un sablazo porque andaba "boteando" para Elena, quien le aseguró que estaba en la vil miseria. Margo Su se compadeció creo que más de él que de Elena y le ayudó a "botear", aunque nunca se dio una vuelta por el cajero automático. Monsiváis les paró el alto: "No saben en la que se están metiendo".

Me conmovió su entrega. A leguas se veía que no tenía un centavo y sin embargo repetía: "Tengo que llamarle a París para saber cómo sigue, se fue enferma la pobre". Se gastaba su sueldo en conferencias. El recibo telefónico llegaba por el doble de su recibo de pago en El Financiero. Por esa época la releyó con compulsión, devoraba sus libros, todo lo remitía a la persona de Elena Garro, a su vida, a sus escritos y aseguraba convivir con fantasmas: los de Elena. No ha logrado vencer el sortilegio y todavía hoy, después de muerta, Elena Garro ejerce sobre él una fuerza magnética. "Así son los Sagitario", me informa Luis Enrique que es Acuario y que, cuando quiere evitarse problemas, se lo explica todo de acuerdo con los astros. Inevitablemente viene a mí el recuerdo de Juan de la Cabada, tan alto y atractivo, que seguía a Elena, como perro de aguas por las calles de la ciudad y, si alguien se le acercaba, le ladraba.

Si he conocido a una mujer fascinante, esa ha sido Elena Garro. Durante el tiempo que conviví con ella, me tendió la mano al grado de coser un día un forro de satín blanco para el libro de primera comunión de mi hermanito Jan. Me lo quitó de las manos para terminarlo. Guardo ese librito como he guardado la memoria de aquellos años que ahora revive Luis Enrique Ramírez con sus entrevistas, el ensayo y la amplia semblanza que escribió para conformar La ingobernable. Luis Enrique rescata todo lo que rodeó la figura de Elena Garro y la vuelve apasionante: la polémica, las contradicciones, la perfidia, la mentira, la genialidad, el masoquismo, la fe, el misticismo, la imaginación, la magia. Con su amplia información y su buena factura, este libro será clave para todos los estudiosos de la vida, de la obra, del fenómeno de Elena Garro.

* Texto que prologa el libro La ingobernable. Encuentros y desencuentros con Elena Garro, de Luis Enrique Ramírez (editorial Raya en el Agua).