LUNES 1o. DE MAYO DE 2000
* A flor de tierra
Jaramar, ninfa que seduce a amantes de la armonía
Guido Peña * La voz frágil y transparente de Jaramar acarició por dos horas al público congregado en el Hard Rock Live, la noche del sábado. Veinticuatro canciones integraron el programa de la cantante con más de 20 años de trayectoria, la mayoría extraídas de sus dos últimos álbumes, Lenguas y A flor de tierra, producidos por Opción Sónica.
A las once de la noche apareció en el escenario la figura menuda de Jaramar, cubierta hasta los tobillos con un vestido negro y una estola roja, acompañada sólo por percusiones y teclados. La primera pieza, Nana andaluza, una canción de cuna, produjo un silencio sepulcral entre los 300 asistentes.
La atención no era gratuita. La tesitura de Jaramar es como la de aquellas ninfas mitológicas que con su canto seducían a los marinos que surcaban los mares. Su voz es frágil porque surge de la parte más vulnerable del ser humano: el corazón; es transparente, porque deja desnuda, sin ningún tapujo, el alma. Su canto recuerda el sonido que produce el tintineo de una copa cuando se golpea con algún objeto metálico.
Jaramar acompaña la interpretación de sus letras con un lento y pausado contoneo de caderas: "No sufras, marido mío/ esta noche estaré contigo/ mañana con mi amor". El movimiento de sus manos es primordial en su desarrollo escénico: las balancea de un lado a otro, hace movimientos circulares, abre y cierra los dedos conforme el ritmo melódico. Una señora comenta a su marido: habla con las manos. No. Canta con las manos y acaricia con la voz. Ella no habla; esa no es su forma de comunicación. Su capacidad expresiva va más allá de la fonética o la kinética. Su efecto es contundente: seduce.
Del provenzal al vallenato
Una muestra de que la armonía y la belleza, es decir, la música, no tienen fronteras. En la voz de una artista, en este caso Jaramar, cualquier género produce un goce, incluso los que parecieran arcaicos, como el provenzal y el sefardí. Para la mitad de la presentación, a la medianoche, ya se habían integrado a su conjunto musical un violonchelo y una guitarra.
La vena latinoamericana saltó de su cuello. Las chilenas guerrerenses, las sandungas oaxaqueñas, el son veracruzano: "Tú todavía no nacías/ cuando yo te soñaba..." Y el vallenato colombiano, y las malagueñas venezolanas y las adaptaciones de la poesía de Netzahualcóyotl, y las piezas de Violeta Parra...
A la una de la mañana terminó el encanto y el público melómano volvió de sus sueños. Los asistentes, en su mayoría personas de entre 30 y 50 años, permanecieron atentos a la velada, salvo dos o tres parejillas de despistados jóvenes imberbes que se aislaron hasta el fondo del local para rendir culto al dios Eros.
El deseo de Jaramar se consumó: "Noche oscura y tenebrosa, préstame tu celeridad". Y se la prestó.