La Jornada Semanal, 23 de abril del 2000



Marcelo Abramo

La presencia de Africa en Brasil

``Aquí el blanco está hecho para enmarcar lo negro'', decía un poeta del siglo XIX nacido en Itabuna. Marcelo Abramo nos coloca frente al fenómeno de la esclavitud y de la ``Ley çurea'' que la abolió hasta 1890. Por este formidable ensayo desfilan las naciones africanas (nagós, ewés, ketos, fanti-ashanti, yorubas) encerrados en los siniestros barcos negreros y diezmados por las pestes, las torturas y el trabajo forzado. Los acompañan sus orixás (los dioses de las lejanas planicies) y sus ritos ancestrales que sintetizan al panteón negro y la noción de ``caboclo'', con el catolicismo, el espiritismo kardecista, el ocultismo y la ``cábala''. Candomblé, umbanda, pajelana, mandioca, ñame, yantiá, yuca, malanga... ritos, comidas, gracia física, dolor, explotación, talento y humillación... todo esto forma el rostro del Brasil africano.

Durante los primeros años de la Colonia portuguesa, hacia 1500, las tierras americanas bajo el dominio y control de Portugal formaban parte del inmenso territorio disperso por el mundo, en el que esa nación europea asentaba su imperio. Mientras la Colonia se consolidaba, a ambos lados del Atlántico Sur el imperio portugués tenía cabezas de playa que permitían un libre tránsito de personas esclavizadas entre las ciudades de salida y entrada.

La colonización del Brasil fue relativamente tardía porque Portugal, después del descubrimiento, no se interesó inmediatamente por la colonización, mientras que su competidor europeo, España, inició sin tardanza el control militar de los territorios americanos que el Tratado de Tordesillas le asignaba y también el traslado de peninsulares para su proyecto de conquista y colonización.

Para sostener el trabajo en las Capitanías Hereditarias -algo parecido a los repartimientos que España imponía en sus colonias americanas- y al no contar con la población autóctona, Portugal introdujo miles de trabajadores que provenían de las costas africanas. El comercio ``negrero'' fue recomendado a los muy católicos reyes Fernando e Isabel nada menos que por Fray Bartolomé de las Casas, quien fuera sin duda el gran defensor de los indios. De las Casas obtuvo privilegios reales para transportar esclavos africanos.

Se decía entonces, y se dice aún en los días que corren, que los esclavos negros eran más fuertes. Era y es verdad; sin embargo, esto no se debió a una supuesta superioridad racial (como se llegó a pensar), sino a la severa y despiadada selección que se operaba sobre los esclavos. En primer lugar, las personas capturadas en Africa y destinadas al comercio en América eran escogidas desde su captura. Se prefería a personas jóvenes y fuertes de ambos sexos. Después de la captura, las personas eran conducidas a campos de concentración, donde esperaban ser embarcadas rumbo a los mercados. Durante su permanencia en los campos se operaba una segunda selección, pues no todos los capturados sobrevivían a las condiciones de vida en el campo de concentración.

Dadas las pésimas condiciones durante el traslado, eran menos los esclavos que llegaban a América que los que habían sido embarcados en Africa: los enfermos morían, y muchos se enfermaban en el barco. Tanto unos como otros eran arrojados al mar. Esto funcionaba como una tercera selección. Se calcula que entre el cincuenta y el setenta por ciento de la ``carga'' ``se perdía''. Al arribar a América, la personas capturadas eran depositadas en un nuevo campo de concentración, donde los que habían llegado esperaban un nuevo traslado a los mercados o a los lugares de trabajo. Durante esta concentración se operaba una cuarta selección, pues enfermaban o morían aquellos que no habían podido llegar en buenas condiciones.

La exposición al público, donde los compradores y futuros dueños de los esclavos seleccionaban a los que eran considerados más aptos para los trabajos a que estaban destinados, operaba como una nueva selección, la quinta. Todas estas etapas de depuración permitían que sólo llegaran a los campos de trabajo quienes tenían fuerza y resistencia para adaptarse a las condiciones laborales que se les impondrían. Así, la superioridad del africano se debía más a la lógica del régimen de esclavitud que a las supuestas ``ventajas de la raza''.

Debido al enorme complejo de culpa que la sociedad brasileña tuvo que soportar en su historia por el peso moral de la esclavitud, principalmente después de su muy tardía abolición en 1890, tan sólo dos años después de la abolición y uno después de la proclamación de la República, las altas autoridades de la República, más específicamente el ministro de Hacienda, Rui Barbosa, mandó ``limpiar la mancha negra de la esclavitud''. Para tal efecto lo mejor que se le ocurrió fue reunir de todos los documentos que durante más de tres siglos se habían acumulado, los registros de aduanas, las matrículas de esclavos, los asientos de las haciendas, y destruirlos.

Los lugares que más utilizaron esclavos fueron Minas Gerais, Río de Janeiro, Sao Paulo, Bahía, Pernambuco y Maranhao. Se calcula que, en 1830, 71.31% de la población se componía de blancos y ``caboclos'', y que 28.69% eran esclavos. Ya entre 1921 y 1923 la población brasileña se componía de 51% de blancos, 22% de mestizos, 14% de negros, 11% de caboclos y 2% de indios.

¿De qué parte de Africa provenían los esclavos de Brasil? Dentro de la incertidumbre que ocasionó la destrucción de los documentos relativos a la esclavitud, se sabe que al principio del comercio negrero las denominaciones de los esclavos eran genéricas: nagó, mina, angola, mozambique, pieza de Indias, negro de la costa, prieto, negro.

A juzgar por las aportaciones culturales africanas y por su presencia en ciertos momentos históricos, Arthur Ramos sostiene que es muy grande la contribución de los africanos a la cultura brasileña, y es un hecho que se constata cada día. El arte, en todas sus formas, fue un campo de la cultura brasileña profundamente impactado por la presencia africana. También la cocina y las religiones populares: candomblé, umbanda y pajelana son elementos siempre presentes en la vida cotidiana.

Por ser más conspicua la presencia africana en los cultos, conviene detenernos un poco en este aspecto de la cultura brasileña. Los grupos africanos de mayor presencia en Brasil fueron los sudaneses y los bantús. Los sudaneses se dividían en dos grupos. Los que ya se habían convertido al Islam en Africa (hausás, peules, mandingas, fulahs, tapas o nupés, minas, geges o jejes) eran del norte de Nigeria y del norte de Africa (desde el Atlántico hasta el lago Chad y Sierra Leona). Otros esclavos eran registrados como provenientes del Sudán del Alto Nilo (nagós, ewés, ketos, fanti-ashanti, yorubas). Estos esclavos llegaban del sur de Nigeria, Benin y Gana y no se habían convertido al Islam. Los de cultura bantú eran denominados angolas, congos, cabindas o cambindas, benguelas y mozambiques. Provenían, como sus denominaciones indican, de las regiones que hoy son los países de Angola, Congo, Mozambique.

Durante la época de la esclavitud, la Iglesia Católica insistía en que los esclavos fueran bautizados, asistieran a misa y profesaran el culto cristiano. Mientras iban a misa y rezaban cumplían con la parte cosmética del ritual, pero también recurrieron a sus fuentes de inspiración mística, todavía muy fuertes, y se dedicaron a construir religiones que aún hoy existen y crecen. Los cultos que introdujeron en Brasil fueron varios, pero con el paso del tiempo se redujeron a dos principales: el candomblé y la umbanda. Ambos son creaciones del pueblo brasileño, y son creencias religiosas de importancia. Sin embargo, los estudiosos Roger Bastide y Renato Ortiz ven diferencias fundamentales entre ellas. Para Bastide, ambas son religiones africanas que, en su proceso de consolidación y permanencia en Brasil, se ``conservaron'' como habían sido en Africa. Ortiz asegura que, de hecho, no se trata de religiones africanas trasplantadas, sino de creaciones autóctonas, criollas, brasileñas. Reconoce una profunda diferencia entre el candomblé y la umbanda, y sostiene que la lógica de esta diferencia radica en que, por un lado, el candomblé justifica su importancia en las raíces africanas y se aleja de religiones extrañas a esa influencia, tales como el catolicismo, por ejemplo; por su parte, la umbanda busca abarcar cada vez más todo tipo de influencias que permitan aumentar su importancia como religión. Además, los periodos de formación de ambas religiones son diferentes, puesto que el candomblé se ha formado de manera más o menos continua durante siglos, mientras que la umbanda llega a su forma más elaborada apenas en este siglo, alrededor de los años cuarenta.

Las divinidades adoradas por el candomblé se ``presentan'' en las sesiones de culto: son los orixás africanos que, se cree, toman posesión de las personas. En cambio, en la umbanda estas divinidades son ``representadas'' por espíritus de otro tipo: unos personajes imaginarios denominados ``caboclos''. Además, la umbanda recibe influencias del catolicismo, del espiritismo kardecista, del ocultismo y de la cábala. Ortiz se niega a usar la noción de ``sincretismo'' para referirse al fenómeno, y prefiere -acertadamente- la de ``síntesis''.

Hoy en día los brasileños -lógicamente no todos (inclusive me temo que pocos)- sienten el enorme orgullo de las múltiples e incontables aportaciones culturales africanas. Ellas constituyen un patrimonio cultural único e invaluable, que pertenece a toda la sociedad brasileña. El actual ``movimiento negro'' brasileño es una imitación del paradigma racista norteamericano de los años sesenta, el Black Power. Sus integrantes consideran que la esclavitud en Estados Unidos y en Brasil no fue muy diferente y piensan que, a pesar del celo colonial y católico, en Brasil las personas pudieron construir religiones, costumbres y sociedades, lo que no fue permitido en Norteamérica. Los blacks tropicales denominan ``afro'' a toda persona que tiene algún vestigio de mezcla racial, criterio empleado para señalar a los negros en los Estados Unidos. La palabra ``mulato'' ha caído en desuso, también por parte de los que han heredado poca melanina, para quienes, en las grandes ciudades de Sao Paulo y Río, los mulatos se convierten poco a poco en negros. Me da la impresión de que, en algunos años más, las relaciones raciales en Brasil se asemejarán al modelo no deseable de las de Estados Unidos.