VIERNES 31 DE MARZO DE 2000

Ť Con generosidad y sapiencia dedicó su vida a enseñar y renovar la danza


Anna Sokolow ya no se transformará en ese gigante fuerte que subía a escena

Ť ''Más, eso no es nada'', grito de guerra de la coreógrafa para motivar a sus bailarines

Ť Su dignidad profesional era contagiosa, escribió la crítica de arte Raquel Tibol

Raquel Peguero Ť De manera definitiva, Anna Sokolow se fundirá en la tierra el próximo domingo, cuando se realicen sus exequias en Nueva York, ciudad que la vio crecer, en donde conoció la danza y la aprendió ''šgratis!", decía emocionada, para después dedicar su vida entera a enseñarla, renovarla y difundirla, compartiendo con generosidad su sapiencia y amor por este arte a lo largo del planeta.

ANNA,jpg Continuó activa hasta su muerte, acaecida el miércoles (La Jornada, 30/ III/00) y su cuerpo pequeño, de rostro hermoso con brillantes ojos azules que centelleaban descubiertos por su pelo siempre recogido en un chongo, ya no se transformará en ese gigante fuerte y apasionado que surgía al subir a la escena o cuando, en ensayo, buscaba que los bailarines imprimieran mayor pasión, desnudaran su alma, dieran ''más, eso no es nada", como cuentan sus discípulos.

Semilla que halló terreno fértil

Coreógrafa admirada, durante más de 60 años fomentó el desarrollo de la danza moderna en ''tantos países del mundo, que nombrarlos a todos parecería un compendio de geografía", como dice Anadel Lynton (Cuadernos de Danza No. 20) y entre los que no faltó México, donde estableció de manera definitiva junto con Waldeen -ya desaparecida- cuando en 1939 arribó al país con su grupo para regresar sola, un año después, a continuar la tarea emprendida en su país: ''Oponer a la danza psicologista de Martha Graham otra que estableciera un contacto más directo y menos subjetivista con la comunidad", refiere Raquel Tibol en su libro Pasos en la danza mexicana.

Anna Sokolow nació en Hartford, Connecticut, en 1910. De origen humilde, creció en un barrio de inmigrantes judíos en Nueva York. A su padre, con frecuencia hospitalizado, casi no lo conoció y su fuerza provino de su madre, una obrera, sindicalista y socialista a la que acompañaba a las marchas durante las huelgas, y que se daba tiempo para llevarla al teatro y los conciertos. Fue ella quien la envió a un centro social comunitario, para que no vagabundeara después de la escuela y allí conoció la danza, algo que que le pareció maravilloso. Tenía diez años y, por su entusiasmo, la directora del centro pensó que debía estudiar profesionalmente y la envió al Neighborhood Play House, donde ''comenzó todo para mí".

A ese teatro vecinal llegaron Martha Graham y Louis Horst a impartir clases. La primera la influyó ''tanto técnicamente como en mis ideas", mientras el segundo, la enseñó a escuchar música y le hablaba de la forma y la estructura: ''Así me di cuenta que quería ser coreógrafa". Pero a su madre no le gustaba la idea y pensaba ''que me estaba volviendo prostituta, porque era un escándalo para una niña judía volverse bailarina". Cambió de opinión cuando la vio en un escenario, pero de cualquier forma Sokolow se fue de su casa, a los 16 años, para seguir su vocación que financió trabajando en una fábrica de bolsas de té, como modelo en una escuela de arte y dando clases a niños.

En 1930 ingresó como bailarina a la compañía de Graham, en la que se volvió un elemento importante, pero quería crear sus propias obras y, dos años más tarde, con un grupo de amigos presentó sus trabajos en clubes obreros y sindicatos. Sus alas se desplegaron y consiguió una beca para crear coreografías para el festival Bennington, donde estrenó Facade-Esposizione Italiana (1937), una condena al fascismo italiano que fue complemento y continuación de War is beatiful, consigna Lynton. Sus primeras obras tenían una motivación sociológica, pues ''quería bailar lo que sentía, mis orígenes. Por eso hacia danza con temas judíos y sobre la vida en Nueva York".

Su llegada a México le cambió la vida y su arte. Presentó con su grupo 20 funciones en el teatro de Bellas Artes -se cuenta como anécdota que la anunciaron como ''la gran bailarina rusa", debido a su nombre-. Su confrontación con el muralismo y el trabajo del Taller de la Gráfica Popular ''fue una profunda experiencia y muy cercana a lo que había hecho. Los temas que me inspiraban para hacer danza eran los de la clase trabajadora" y su retorno fue animado por la manera como se vivía aquí el arte. Su semilla -dice Tibol- encontró un ''terreno fértil, pues la concurrencia interdisciplinaria se había dado ya desde principios de los treinta en el grupo de las hermanas Campobello".

Sokolow sorteó la burocracia y formó el grupo La paloma azul, ''un espacio de búsqueda con impulsos cosmopolitas", señala Tibol, con el que, como empresa semindependiente, presentó los primeros ballets modernos creados por ella. Fueron siete obras en las que contó con la colaboración de artistas como Rodolfo Halffter, Antonio Ruiz, Gabriel Fernández Ledesma, Blas Galindo y Carlos Chávez, entre otros, convocados por José Bergamín, quien le ayudó a zanjar adversidades lo que le permitió crear Antígona, Los pies de pluma, La madrugada del panadero y El renacuajo paseador, por mencionar algunas.

Con México, relación constante

Por cambio de gobierno, el grupo se disolvió pero las sokolovas, como apodaban a sus bailarinas, siguieron unidas y trabajaron hasta ser figuras por derecho propio como Ana Mérida, Rosa Reyna, Carmen Gutiérrez, Martha Bracho y Raquel Gutiérrez. A finales de los años cuarenta, creó obras para la ópera mexicana; en 1953 intervino en una breve temporada de Xavier Francis y Guillermo Keys, que bailaron su Suite lírica, estrenada en Nueva York. Tres años después, a instancias del INBA, impartió clases y montó para los bailarines mexicanos, Poema.

Buscando su identidad como coreógrafa, después de indagar en las raíces históricas y contemporáneas de las culturas judía, españolas y mexicana, encontró el tema que sería básico en sus obras posteriores, la ciudad estadunidense del siglo XX y empezó la investigación de ''la soledad, la desesperanza, la represión, la enajenación, el miedo", cita Lynton a Horst.

Sus obras, sostiene Lynton, son muy dramáticas, pero no cuentan historias. Algunas tienen toques satíricos o irónicos y ocasionalmente celebran el lado positivo de la vida. Rara vez usaba escenografía o utilería, su vestuario era sencillo y cotidiano y, en música, utilizó una amplia variedad de compositores modernos y clásicos: Varese, Webern, Revueltas, Stravinski, Chopin, Bach..., y de manera peculiar el jazz. Su actividad siempre fue intensa y, de manera simultánea a la docencia, hizo teatro musical, ópera, televisión y teatro, al que sentía muy cercano y en donde colaboró con directores como Elia Kazan y Barry Lewis.

Su relación con México fue permanente y sus llegadas, señala Tibol, ''remecían siempre el ambiente balletístico. Su dignidad profesional era contagiosa". Tras una década de ausencia regresó por invitación del Ballet Independiente, que dirigía Raúl Flores Canelo; llegó nostálgica y eso se tradujo, dice Tibol, en una ''desconcertante actitud retrospectiva" por lo que se impuso la tarea de presentar un programa con obras nuevas. Con esta agrupación mantuvo una relación que la trajo de nuevo al comenzar los años noventa, para montar sus obras, en una función que se convirtió en un tributo de gratitud para Sokolow.

Premiada en distintas partes del mundo, el Dance magazine la galardonó, en 1961, ''por su integridad y audacia creativa"; la Universidad de Brandeis, en 74, le confirió el Galardón de las Artes Creativas; en 88, México la distinguió con la Orden del Aguila Azteca, la más alta condecoración para extranjeros, que sin duda merecía por todo lo que nos legó.