La Jornada martes 21 de marzo de 2000

Alberto Aziz Nassif
Herodes: Ƒsemejanza o coincidencia?

Muchos años antes de la caída del Muro de Berlín y del socialismo en Europa Central, las expresiones artísticas se adelantaron a la limitada prospectiva de las ciencias sociales, por ejemplo, Milan Kundera con su novela La Broma o Andrzej Wajda con su película El hombre de mármol. En México, la censura y los controles autoritarios no sólo han impedido que las expresiones artísticas sean una vanguardia, sino que ni siquiera van al ritmo de los cambios que ha tenido la vida política en los últimos años. El asunto de la película La ley de Herodes, actualmente en cartelera, muestra un caso interesante.

El estreno del filme estuvo antecedido de una censura que amenazó con enlatarla, como sucedió con La sombra del caudillo; sin embargo, después de una batalla por la libertad de expresión se logró vencer el obstáculo y ahora, con ese antecedente que le sirvió de excelente publicidad, cualquier persona puede verla. ƑCómo podía el gobierno conciliar su neoliberalismo y su obsesión por la globalización hacia el exterior con el mundo del control y la censura hacia adentro? Afortunadamente, el nuevo cine mexicano parece que hoy puede respirar mejores aires.

Se puede discutir ampliamente la ubicación del género de La ley de Herodes, y ver si se trata de una farsa, una comedia, una sátira, una fábula; pero eso no es lo más importante, salvo para saber que no se trata de un documental, sino de un cuento, una historia. La eficacia simbólica de la película es alta porque denomina y representa a los actores sociales por su nombre y por su función: un cura ambicioso y la Iglesia católica, un pueblo de indígenas explotados, el poder corrupto y el PRI, la oposición moralista y el PAN, el prostíbulo y los gringos.

En un pueblo pobre y arrumbado, como hay tantos en México, se retrata una microsociedad, una suerte de caricatura, que expresa las reglas del juego del poder. La ley de Herodes es la costumbre de usar la pistola para imponer la autoridad con una mano, y con la otra se usa y abusa de la ley a conveniencia, con lo cual -por donde se vea- la mayoría pierde y unos cuantos ganan. La historia no es nueva, combina tres viejos ingredientes necesarios: negocios, política y violencia.

En la película vemos la repetición de un ciclo perverso que no tiene fin; una metáfora que empieza y termina con el mismo incidente; una autoridad corrupta, un presidente municipal que saquea y explota a sus gobernados, de la misma forma que lo hicieron sus antecesores y lo harán las futuras autoridades, y cada ciclo termina en una rebelión del pueblo que mata o expulsa a su autoridad. La cinta muestra esa parte del sistema político en la que el ejercicio del poder se basaba en una norma máxima, "el que no transa, no avanza".

El personaje central, ignorante, no muy inteligente, pero astuto, se corrompe y aprende rápido las reglas del juego porque así funciona el sistema. Se trata de usar la pistola para intimidar o matar, y la ley para la justificación y el enriquecimiento. Las pirámides del poder presidencial se reproducen desde la cima hasta la base, y para escalar hay que obedecer siempre al jefe, sobre todo cuando está en posición ascendente. Pero no todo está fríamente calculado, también cuentan el azar y la suerte. El poder gira como una rueda de la fortuna y los grupos se acercan o se alejan, pero lo más importante es quedar dentro.

ƑEstamos o estuvimos en ese país? El tiempo de ese lugar es a fines de los años cuarenta. Se podría pensar que algo así fue México durante el alemanismo. Pero eso tampoco es lo más relevante, porque hoy en pleno 2000 hay cientos de pueblos y comunidades en los que esas reglas del poder siguen funcionando de la misma forma: la mordida, la corrupción, la impunidad, el asesinato, el atraso; en síntesis, una forma de ejercer el poder que se retrata muy bien.

A cuarenta años de esa historia, los instructivos del político del sistema se parecen: hay que seguir con disciplina la línea que baja desde las alturas y repetir el discurso político que cada sexenio impone una moda.

Durante el sexenio alemanista los políticos del PRI hablaban de "modernidad" y "paz social"; hoy, las expectativas de cambio han bajado, ya sólo hablan de "inglés" y "computación".

La ley de Herodes es la metáfora de ese México que todavía no termina de desaparecer, a pesar de todo...