Lunes en la Ciencia, 20 de marzo del 2000
Criterios utilitaristas
Martín Bonfil, colaborador en revistas científicas y columnista de periódicos
Veo a la divulgación de la ciencia esencialmente como una manera de ganar cómplices y lograr, quizá, que otras personas se interesen también en ella. El papel del divulgador no es un puesto o un título, sino una función que juegas, y que se puede desarrollar en diversos sentidos. Divulgador eres porque divulgas, no porque así te llames.
Se ha hablado de crear algo como el sistema nacional de divulgadores. Me parece ilógico, porque no hay una cantidad de divulgadores tan importante en el país. Con las carencias económicas, se ha dado la moda de que haya evaluaciones y criterios pragmáticos que caen en lo utilitarista. Es decir, lo que no sirve para algo concreto, no vale la pena. Las labores culturales, como la divulgación de la ciencia, no encajan en esos criterios.
ƑCómo evalúas si una exposición de cuadros fue buena o si una novela o un ciclo de lectura valió la pena? No lo puedes evaluar en relación con lo que aprendió el público, porque no se trata de eso, sino de generar interés, fomentar el gusto, despertar una actitud positiva hacia la ciencia y formar una cultura científica; pero como no es obligatorio, no se puede medir.
La divulgación de la ciencia no se debe evaluar en el sentido de poner una calificación, sino de manera profunda, tal cual se hace con las actividades artísticas y culturales; es decir, como una crítica. Pero también hay que considerar la variedad de dimensiones, porque lo que es un mal producto para alguien, puede ser útil para otra persona.
Es más peligrosa una evaluación mal hecha que no evaluar; la primera puede mutilar la diversidad y hacer que todo se encajone en una sola manera de hacer las cosas, que es lo que ha pasado con el SNI. Preferiría que no se evalúe, pero exigiría que se reconozca el trabajo del divulgador.
La ola de evaluación no es casual. Aparece cuando hay crisis económica. De lo que se trata es que no alcanza el dinero y hay que escoger a quién apoyar. Pero hay tan poca divulgación y estamos tan en los principios, que cualquier producto de ese tipo debería ser apoyado. Es muy difícil decir que algo es tan malo que no merece apoyo.
Falta reconocimiento
Javier Cruz, responsable de la sección de Ciencia en Reforma
Se debe reconocer dentro de los organigramas -no administrativos, sino mucho más cercanos a la investigación- la presencia del divulgador de la ciencia y de todo un aparato de elaboración de productos para difundir la investigación de un país.
En Europa hay organismos con intervención gubernamental, pero con gran influencia de los centros de investigación, cuya labor es acercar lo más posible y de la mejor manera los frutos del trabajo de investigación científica y desarrollo tecnológico, así como el quehacer científico en sí mismo hacia todo tipo de público.
Deberíamos tener algo así en México. No es casual que haya países con mayor inversión privada para el desarrollo tecnológico y la investigación científica. Sin embargo, para ello necesitamos tener una infraestructura de comunicación de temas de ciencia de calidad y suficientes recursos humanos.
No obstante, la labor de divulgación en México no está en pañales. La difusión del conocimiento científico se ha beneficiado de personajes extraordinarios desde hace muchos años. Lo que no veo es el reconocimiento institucional de los centros educativos, de investigación y de gobierno involucrados para demostrar la importancia y la necesidad de los aparatos de difusión sobre los temas de ciencia. Eso nos lleva a la evaluación.
Los mecanismos para ubicar a los divulgadores tienen que plantearse de manera distinta, dependiendo de dónde se realice el trabajo: en empresas privadas o públicas. Los centros de investigación llevan un rato hechos líos sobre si se tiene que evaluar la difusión de la ciencia o no, porque la miran como a una cultura equivalente o muy parecida al SNI, cuyos criterios son draconianos, con una cantidad de burocracia indigerible.
La necesidad de evaluación tiene más relevancia en los lugares que se pagan con fondos públicos, como los centros de investigación y las universidades. En los medios de comunicación también se debe evaluar, ya que estamos hablando de un periodismo superespecializado, en el cual no se tiene un sustento académico adecuado en México.
No es cosa de improvisar. Sin embargo, los criterios deben ser distintos y los medios de operación del producto también. No creo que todo sea tan blanco o negro para decir que se tiene que evaluar y coloquemos ese tema en el centro de la discusión, y mientras no sepamos cómo hacerlo, no podamos hacer nada más. Sería bueno que hubiese una especie de organización gremial en la que se discutieran esos criterios. No para dar directrices: simplemente para discutirlo abiertamente.
Necesario, un estímulo histórico
Carlos Chimal, escritor interesado en la comprensión pública de la ciencia
Entiendo la inquietud que ha surgido por evaluar la labor del divulgador. Estamos en el recuento nacional, vulgarmente llamado "ajuste de cuentas". La divulgación científica entre el gran público no es ajena a esa circunstancia y tiene que ser revisada. Aunque personalmente me gusta verla como una labor más cercana al oficio que a la profesión (prefiero a los artesanos que a los licenciados), no es posible dejar que el mercado regule nuestra actividad, pues tanto las instituciones como los divulgadores cometen excesos. Unas tratan de obtener ventaja de la debilidad y poco profesionalismo del divulgador, y entre éstos hay gente audaz, que tiene que ganarse la vida y, como el mil usos, está presto a colaborar por unos pesos. Hay otros que creen que leyendo libros de divulgación -muchos de ellos meras interpretaciones y especulaciones ad libitum de un suceso científico- pueden ingresar en el salón de la fama. Es conocido también el empecinamiento de muchos investigadores que se esfuerzan por ser amenos e inteligentes cuando escriben, en lugar de aliarse con un buen escritor hasta encontrar la veta de lo que quieren decir. Eso no es fácil.
Somos una generación de transición entre la ciencia y las artes. Un novelista escribe adivinando si Fermi es el nombre de una unidad de longitud nuclear o de una calle en Chicago; tampoco sabe a ciencia cierta si los fermiones son una banda techno y si el fermium es el nombre de la nueva fragancia de Emporio Armani. Un brillante científico escribe basura melodramática en forma de hexámetros, un pintor se sumerge en el mundo de los insectos y descubre la sociobiología. No importa, echando a perder se aprende.
Se dice que una sociedad que no produce mucha ciencia no puede tener gran divulgación, pero lo que nos importa no es el sesgo cosmético, sino una verdadera comprensión pública de la ciencia. No sólo porque somos humanos y, por ende, curiosos; también porque parte de las ideas más interesantes y de los hallazgos más estimulantes tienen que ver con la ciencia. Incluso por razones de supervivencia. Como bien dice el físico Jorge Wagensberg, director del Museo de Ciencias de Barcelona: "Comer y conocer van de la mano, no una antes de la otra". Si queremos que haya una divulgación más profunda, más alerta y capaz de tender el puente, lo primero que tiene que haber es un estímulo histórico para la investigación científica y aún más para la educación; lo demás vendría por añadidura.
En la UNAM, proyecto dormido
Luis Estrada, investiga dor del Centro de Instrumentos de la UNAM
La divulgación de la ciencia es una actividad que, en cierto sentido, está en todos lados y debe auspiciarse en cualquier lugar, no sólo en las instituciones de educación o investigación. Eso sería encasillar una labor muy importante.
En otras naciones, no es el papel de las universidades el encargarse de la difusión cultural. La mayor parte de los divulgadores están inmersos en los medios de comunicación o en instituciones dedicadas exclusivamente a dar a conocer la actividad científica.
Sin lugar a dudas hay muchas instituciones en México que se han preocupado por hacer divulgación de la ciencia, pero la UNAM ha sido un modelo a seguir en el comienzo de esta actividad. Particularmente, la universidad ha generado todo un proyecto de divulgación, que ha cambiado mucho durante el tiempo que lleva y ahora el problema consiste en organizarlo bien. De esa reorganización se deriva la preocupación de la evaluación.
La UNAM empezó a hacer divulgación de una forma muy académica, lo que me parece bien; sin embargo, es un proyecto que ha variado mucho y actualmente está dormido, aunque algunos piensan que ya se acabó.
La divulgación de la ciencia no tiene un lugar propio, por lo que surge el problema de acomodar al personal que se dedica a ello. Dentro de la UNAM, la categoría boyante es la de los investigadores, por lo que se ha tratado de alinearse con ellos. Pero éstos, aparte de que tienen una función muy distinta, están sometidos a la evaluación para sobrevivir.
Por ello, cuando me preguntan si hay que evaluar el trabajo de divulgación, contesto que todo se tiene que evaluar, pero el problema no es de evaluación, sino de situación laboral. Punto. A la mayor parte de los divulgadores no les parece que se les contrate por tiempos u horas determinadas, honorarios o administraciones. Lo que todo mundo sueña es que los divulgadores sean parte del personal académico, y que tengan un lugar.
Los divulgadores están peleando por un tipo de nombramiento que los ubique, y no creo que sea así. Tenemos que pensar más en cómo deberían funcionar las grandes entidades educativas como la universidad, pero eso todavía es una utopía.
Evaluar para fortalecer el gremio
Julieta Fierro, nueva titular de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la UNAM
La divulgación de la ciencia se debe evaluar, porque eso nos fortalecerá como gremio. Todos los divulgadores deberíamos someter nuestro trabajo a dos instancias evaluadoras: una antes de enviar nuestro trabajo al público y otra después, para retroalimentarlo y no sólo mejorarlo, sino también tener un aval de su contenido.
La divulgación de la ciencia, en su sentido más amplio, pretende compartir con la sociedad los descubrimientos de quienes hace un esfuerzo por comprender la naturaleza. Para conocer si el trabajo de divulgación que hace cierto grupo está cumpliendo con su objetivo es necesario evaluarlo.
La divulgación es una actividad joven, y ahora que se profesionaliza mediante diplomados y espacios para desarrollar esa actividad, es necesario diseñar esquemas para medir su pertinencia.
Pienso que la evaluación la deben hacer los pares, es decir, otros divulgadores, ya que éstos conocen las dificultades inherentes a nuestro quehacer y lo aprecian. Instancias como la Sociedad Mexicana de Divulgación Científica y Tecnología deben ofrecer servicios de evaluación, con el fin de contar con un refereo profesional de nuestro trabajo.
Al dar a leer un texto, una vez que se ha aprendido que no se critica al autor sino al contenido, éste se puede enriquecer de muchas maneras. Es mucho mejor que una sola persona detecte los errores, a que sean cientos una vez que los textos están publicados. Es muy importante mantener el anonimato de los evaluadores, ya que en ocasiones es muy difícil recibir una crítica.
Históricamente, la divulgación de la ciencia se hizo por grupos reducidos. Cuando se invitaba a un investigador a efectuar una actividad relacionada, se consideraba que era un honor y que la realizaría en su tiempo libre sin esperar remuneración.
Ahora que la divulgación del quehacer científico se ha profesionalizado, es una actividad que se debe pagar y, por consiguiente, hay que buscar mecanismos para evaluarla. Si los los propios divulgadores no sometemos a evaluación nuestro trabajo, estaremos contribuiyendo a que no se nos reconozca.
Profesionalización
Patricia Magaña, directora de la revista Ciencias, de la UNAM
Puede haber quien opine que no es necesario evaluar el trabajo de divulgación científica. No estoy de acuerdo. Me parece que ésta, como cualquier labor cultural, debe evaluarse, por supuesto, siempre y cuando se busque mejorar.
Probablemente se tiene miedo al término "evaluar" porque conlleva un sentido negativo y restrictivo. Por el contrario, debería significar valorar, lo que desde mi punto de vista casi siempre se entiende positivamente. Eso no significa que al evaluar un proyecto o el trabajo de grupo o individual no se pueda llevar a cambios radicales. Sin embargo, evaluar siempre será necesario si deseamos corregir para crecer y profesionalizar un trabajo.
La labor de divulgación científica, entendida dentro del ámbito académico cultural que le corresponde, puede evaluarse a distintos niveles: el del individuo o el grupo de personas que lo realizan, el de la institución o la instancia cultural a la que pertenece el proyecto y el del público al que se dirige. Es probablemente este último nivel, es decir, el social, el que debería marcar la pauta para continuar, ajustar, mantener o mejorar una labor divulgativa.
Finalmente, en la aceptación del proyecto por un amplio grupo de personas está la clave del éxito de una empresa de divulgación científica. Por supuesto, ya que en este país la divulgación de la ciencia se lleva a cabo básicamente dentro de las instituciones educativas, cualquier producto o trabajo en esta área se ha visto desde hace ya varios años inmersa en el ámbito de la evaluación, no siempre con los mejores resultados.
Desgraciadamente, aun en lugares como las universidades, el trabajo de popularización de la ciencia es visto como de segunda clase y no se le valora adecuadamente. Son pocos los sitios, por lo menos esa es mi experiencia en la universidad, donde se han delineado formatos de evaluación y pocas veces ese trabajo es visto como una labor que requiere una profesionalización.
Crear la figura del divulgador universitario
Juan Tonda, director general de ADN Editores
Existe una comunidad de divulgadores de la ciencia lo suficientemente grande y desarrollada profesionalmente como para que su trabajo se tome en cuenta dentro de las instituciones. Es paradójico que se diga que el trabajo de una universidad es la investigación, la docencia y la divulgación de la cultura, y que esta última siempre quede abandonada.
Mi propuesta, que he planteado en diversos foros, es que así como hay investigadores y profesores de tiempo completo, se cree la figura de divulgador en las universidades, pero no se ha entendido la importancia social de la divulgación de la ciencia. Hay muchas personas sin acceso a la escuela por múltiples razones, y la única posibilidad de tener formación y conocimiento sobre la ciencia es a través de la divulgación. En ese sentido, ésta cumple un papel muy importante como educación informal.
La pauta a la que uno aspiraría es que a los divulgadores los juzguen sus pares, es decir, los propios divulgadores; sería un primer paso. Sin embargo, para evaluar tiene que existir mucha flexibilidad.
Lo más importante es que en las universidades el trabajo de divulgación cuente tanto para los propios divulgadores como para los investigadores y los maestros, lo que aún no sucede. Es un trabajo creativo, original, y se debe tomar en cuenta como un trabajo profesional. Si fuera reconocido en las universidades, se contribuiría a formar una cultura y una serie de estudiantes que van a empezar a llevar ese conocimiento al resto de la sociedad.
Si bien se dice que la ciencia no es democrática, sí se puede hacer que el conocimiento científico lo sea, y que sea más accesible a un mayor número de personas. Eso nos dará más herramientas y una mejor educación para enfrentar los problemas.
Si se estimula a los divulgadores de la ciencia, se va a beneficiar a las universidades, a la propia comunidad científica y a que la gente acceda al conocimiento científico, lo que le hace mucha falta al país. En México hay una cierta creencia de la ciencia que no corresponde a la realidad, y romper con ello es parte de la tarea educativa que se debe cumplir.