Descomposición
calculada
Eugenio Bermejillo
Parece que la estrategia del gobierno oaxaqueño frente al conflicto interno en la comunidad de Yalalag, en la Sierra Juárez, fue hacer como que hacía algo, sin evitar que el conflicto se pudriera. Y se pudrió. Resultado de esta descomposición es el cadáver balaceado de Roberto Limeta tendido frente al edificio de gobierno de este municipio mayoritariamente zapoteca (su entierro sería anunciado por altavoces que llamaban a linchar a sus supuestos asesinos) y once acusados de homicidio y lesiones que declararon (algunos bajo tortura) en la capital oaxaqueña.
La
comunidad que fuera ejemplo de lucha contra el caciquismo, que encaminara
algunos de los proyectos políticos y culturales más avanzados
de la región, la Meca de antropólogos y lingüistas,
la que sirviera de semillero de dirigentes e intelectuales indígenas
con importancia regional, estatal e incluso nacional --entre otras razones,
por su destacada participación en los Acuerdos de San Andrés--
está postrada y dividida.
La metódica renuncia de las autoridades políticas
y electorales del estado a cumplir sus responsabilidades no puede soslayarse.
Fueron innumerables los viajes que los yalatecos enfrentados al gobierno
municipal ilegal hicieron a las oficinas del gobernador José Murat
para que cumpliera con el compromiso de establecer el interinato de un
administrador municipal que pudiera preparar el camino para elecciones
conforme a derecho.
Hace unas semanas, los yalaltecos llevaron a los oídos
sordos de Erika Daes, relatora del Grupo de Trabajo para los Pueblos Indios
de la onu, la denuncia del incumplimiento de los acuerdos del Instituto
Electoral Estatal y el Congreso oaxaqueño sobre la invalidez de
la elección fraudulenta de octubre.
En estas elecciones un pequeño grupo, rompiendo
las tradiciones yalaltecas y la reciente legislación oaxaqueña
que reconoce los "usos y costumbres" en las formas para elegir autoridades,
organizó eleciones municipales que les permitió a grupos
relacionados con el viejo caciquismo de la Sierra Norte retomar el poder.
El 2 de enero se nombró administrador municipal
a Nahum Luna, quien en vez de organizar nuevas elecciones, las declaró
innecesarias. Se lavó las manos y regresó a la ciudad. El
conflicto creció. El segundo administrador, Carlos Rasgado, ni siquiera
pudo tomar posesión por las presiones y amenazas del grupo que ilegalmente
estaba en poder de la presidencia municipal. Las tensiones se escalaron
al punto que los llamados a la prudencia de los dirigentes del grupo que
promovía nuevas elecciones fueron desoídos.
La noche del lunes 6 un grupo de yalaltecos tomó
pacíficamente el edificio de gobierno. Horas después los
desalojados llamaron, con las campanas de la iglesia, a la recuperación
de las instalaciones. En el enfrentamiento resultante hubo varios heridos
de bala y murió Roberto Limeta, que comandaba a los que retomaron
el palacio. El Consejo de Ancianos, la Unión de las Mujeres Yalaltecas
y el Taller de Investigación y Difusión de la Cultura Zapoteca
denunciaron que los caciques se presentaron armados y ellos mismos, en
la confusión, hirieron de muerte a Roberto Limeta. La policía
preventiva tomó prisioneros a 34 promotores de nuevas elecciones
y, en la ciudad de Oaxaca, se les inició un proceso por homicidio
y lesiones.
El Congreso Nacional Indígena exige al gobierno
local y al Congreso del Estado cumplir y hacer cumplir los acuerdos firmados
para restablecer la paz y denunció el "hostigamiento en contra de
nuestros compañeros que han participado en el proceso de conformación
del Congreso Nacional Indígena, Joel Aquino, Raymundo Cuevas, Víctor
Aquino, Plutarco Aquino Sacarías, el expresidente municipal Maclovio
Aquino e Ismael Molina (herido de bala), entre otros, a quienes se pretenderá
culpar de los acontecimientos provocados por la falta de atención
y respeto a los derechos del pueblo indígena yalalteco".