¿Se puede, o no se puede el cambio en un sentido democrático y popular? ¿Se impondrá la "globalidad" de unos cuantos, idénticos, ellos sí, en cualquier parte del mundo: los clones de una poderosa inhumanidad dueña del dinero, la tecnología y los ejércitos?
Sólo que a los pueblos les ha dado por despertar. Una creciente ola de resistencia recorre América Latina como algo más que un fantasma. A pesar de los atavismos fratricidas que la prensa mundial se esfuerza en subrayar (como las riñas mortales entre indígenas bolivianos el mes pasado), esta resistencia tiende a unir, sumar y conformar movimientos nacionales.
El imperio sueña con la balcanización de sus colonias latinoamericanas, y hará lo posible por fomentarla. Pero las demandas indígenas más sentidas en México, Ecuador, Bolivia, Brasil o Chile, en ningún caso socavan la unidad de sus países. La Conaie ecuatoriana, el Movimiento de los Sin Tierra brasileño, así como los zapatistas y el Congreso Nacional Indígena mexicanos, que han alcanzado importantes consensos nacionales, son diques que se erigen en América contra el desmantelamiento y el remate de las naciones.
Ya que los nuevos modales del imperio washingtoniano le impiden sostener dictaduras y generalotes (cosa que hizo con entusiasmo en el pasado reciente), el modelo estadunidense se adapta a las condiciones del mercado y el maquillaje democrático. Los gobiernos del continente son ahora policías de sus propios pueblos. El de México ha roto sus propios récords represivos: tiene llenas las cárceles de presos políticos, y los campos y pueblos infestados de grupos paramilitares al servicio del partido gobernante y sus intereses. Ni durante el porfiriato hubo tanta gente desplazada por razones políticas como hoy sucede en Chiapas, Oaxaca y Guerrero.
Acusados de violentos y con cargos falsos, campesinos,
estudiantes y colonos se encuentran a merced de la violencia institucional.
Los acontecimientos de Quito, Seattle, Amador Hernández y ciudad
de México, demuestran que la resistencia civil pacífica es
tratada por el poder en plan de guerra, confirmando que nada es tan "peligroso"
como una protesta pacífica que tiene la razón. Y ya ni siquiera
en Davos, Suiza, aparentemente lejos del mundanal ruido, el club de los
ricos y sus entusiastas lacayos periféricos pueden llevar su fiesta
con tranquilidad. Como ya lo experimentó la Organización
Mundial del Comercio, a los patrones se les están atorando sus planes
de monopolio y saqueo. Los pueblos no han dicho todavía su última
palabra.