Las protestas en contra de
la Organización Mundial del Comercio en Seattle marcan un antes
y un después para la lucha contra la globalización y por
la solidaridad internacional. Todavía quedan por desentrañar
muchas de las lecciones de este triunfo de la libertad no ceñida
al mercado. Starhawk, feminista, autora de Dreaming the Dark : Magic,
Sex and Politics, hace el recuento de los sucesos desde el punto de
vista de uno de los grupos que participó en esta grande y diversa
movilización.
Por primera vez en una protesta
política, cuando coreábamos "Todo el mundo nos observa",
era verdad. Nunca había visto que los medios pusieran tanta atención
a una acción política de este tipo. Sin embargo, mucho de
lo escrito es tan impreciso que no me decido a culpar a los reporteros
de conspiración o simple incompetencia. Las notas pontificaron interminablemente
sobre unas cuantas ventanas rotas y la mayoría de los reportes ignoraron
a la Red de Acción Directa, el grupo que logró organizar
las acciones no violentas que involucraron a miles de personas.
La policía,
en defensa de su brutal y estúpido manejo de la situación,
dijo "no estar preparada para la violencia". En realidad para lo que no
estaba preparada fue para afrontar la no violencia ni el número
y entrega de los participantes no violentos --pese a que el bloqueo fue
organizado en reuniones públicas y no hubo nada secreto en nuestra
estrategia. Supongo que nuestro modelo de organización y de toma
de decisiones era tan ajeno a su imagen de lo que constituye el liderazgo,
que literalmente no podían ver lo que ocurría frente a ellos.
Cuando los autoritarios piensan en liderazgo visualizan a una persona,
generalmente hombre, o un pequeño grupo que le dicta a los demás
lo que tienen que hacer. Creen que el poder es centralizado y requiere
obediencia. En contraste, el modelo de poder que se puso en práctica
durante la movilización de Seattle fue repartir el poder entre todo
el grupo. La gente tenía la facultad de tomar sus propias decisiones
y las estructuras fueron de coordinación, no de control. Semanas
antes del bloqueo se capacitó a miles de personas en técnicas
de no violencia --un curso de cómo mantener la calma en situaciones
de tensión, cómo enfrentar la brutalidad y tomar decisiones
colectivas mediante la escenificación de situaciones reales, más
historia y filosofía de la no violencia. Otros miles recibieron
también entrenamiento de segundo nivel en estrategias y tácticas
de solidaridad, aspectos legales y cómo encarar el encarcelamiento.
Hubo también entrenamiento en primeros auxilios, táctica
de bloqueo de calles, teatro callejero y facilitación de mítines.
Si bien miles de personas que intervinieron en el bloqueo no recibieron
capacitación, existió un núcleo de grupos que se preparó
para enfrentar la brutalidad policiaca y fue un foco de resistencia y fuerza. Lo
único que se le pidió a todo participante del bloqueo fue
aceptar los principios de la no violencia: no exaltarse ni física
ni verbalmente; no llevar armas, drogas o alcohol y no destruir bienes.
La petición se hizo sólo para esta movilización, ya
que el grupo reconocía la gran diversidad de opiniones en torno
a estos principios. Los participantes se organizaron en pequeños
grupos, por afinidad, facultados para tomar sus propias decisiones sobre
cómo participar en el bloqueo. Hubo grupos de teatro callejero,
otros que se prepararon para encadenarse a las estructuras de la sede del
evento, unos más elaboraron carteles y marionetas gigantes, otros
simplemente se dispusieron a entrelazar su brazos y bloquear a los delegados.
Al interior de cada grupo algunos se prepararon para el riesgo de ser arrestados,
otros para apoyar a la gente en la cárcel y otros en primeros auxilios. El
área del Centro de Convenciones fue dividida en trece secciones
y los grupos por afinidad, acuerpados en racimos mayores, se responsabilizaron
de cubrir secciones particulares. Había también grupos volantes
que se movían a donde más se necesitaba. Todo lo coordinaban
las asambleas del Consejo de la Palabra, al que los grupos enviaban representantes
a parlamentar. En la práctica, esta forma de organización
permitió que los grupos reaccionaran con gran flexibilidad y adaptación:
si llegaba un llamado de cierto punto de la línea, los grupos evaluaban
si el número de personas que mantenían su área se
sostendría y decidían si responder al llamado o no, lo que
permitió medir también sus posibilidades de soportar los
gases lacrimógenos, el gas pimienta, las balas de hule y los caballos.
Como resultado la líneas del bloqueo se sostuvieron incluso ante
una brutalidad policiaca increíble. Cuando un grupo de personas
era barrido por el gas y las macanas, otro grupo tomaba su sitio. Y no
obstante hubo cabida para que gente de mediana edad, con menos capacidad
física, sostuviera el bloqueo en áreas de relativa calma,
interactuando y dialogando con los delegados que regresaban, o apoyando
la marcha que hacia el medio día había reunido a decenas
de miles. Ningún liderazgo centralizado hubiera sido capaz de coordinar
la situación en tal caos, y no fue necesario --la organización
autónoma y orgánica demostró ser más efectiva
y poderosa. Ninguna figura autoritaria puede obligar a la gente a mantener
un bloqueo mientras la cubren de gas lacrimógeno, pero gente libre
y responsable decidió hacerlo. Los grupos de la Red de Acción
Directa dieron el tono a la movilización valorando autonomía
y libertad por encima de la conformidad; poniendo énfasis en la
coordinación más que en la presión para obedecer,
y las decisiones se tomaron por consenso, no por unanimidad. Nuestra estrategia
de solidaridad dentro de la cárcel contemplaba permanecer presos
ejerciendo la presión colectiva para evitar que se aislara a algunos
para darles tratamientos más brutales o fijarles cargos mayores.
Pero a nadie se le presionó para permanecer preso, ni se le hizo
sentir culpable por pagar la fianza y salir antes. Reconocíamos
que cada persona tiene sus necesidades propias y una situación particular;
lo importante era tomar parte en la acción al nivel que le fuera
posible a cada uno. La movilización incluyó arte, danza, fiesta,
canción, ritual y magia. Fue más que una protesta: fue el
levantamiento de una visión de la abundancia verdadera, una celebración
de la vida, la creatividad y la convivencia, que permaneció jubilosa
frente a la brutalidad y dio vida a las fuerzas creativas que en realidad
pueden contraponerse a las del control y la injusticia. Escribo esto por
dos razones. Primero porque quiero darle reconocimiento a los organizadores
de la Red de Acción Directa que realizaron brillantemente un trabajo
difícil. En segundo lugar, porque la verdadera historia de cómo
se organizó esta acción nos brinda un poderoso modelo del
que hay mucho que aprender. Encaramos ahora la tarea de construir un movimiento
global para derrocar el control corporativo y crear una nueva economía
basada en la equidad y la justicia, en una ecología integral y un
ambiente saludable que proteja los derechos humanos y sirva a la causa
de la libertad. Con tantas campañas por delante, nos merecemos aprender
las lecciones verdaderas de nuestros logros. Seattle fue sólo el
comienzo.