Aprendimos que tenemos derechos
"Una comunidad, sin su organización de mujeres, no es comunidad" sostienen indígenas guatemaltecas retornadas del exilio mexicano

* Mamá Maquín, Yxmukané, Madre Tierra, principales organizaciones en los asentamientos de refugiados

* En el retorno, fuerte presión para dejar atrás su lucha de género

* Reticencia de los hombres frente a la organización de las mujeres

Blanche Petrich
En recuerdo de AlaÍde Foppa

Guatemala.- En el mundo rural de este país, donde las familias con hijo varón todavía compran a la novia, hay muchachas que se rebelan y son capaces de replicarle a sus padres:
--Si me vas a vender mejor me voy de aquí. Yo no soy gallina.
Son las retornadas, jóvenes de otra generación, con otra experiencia, con otra visión del mundo. Las hay que se van a vivir con el novio que ellas escogen durante una temporada antes de decidir si se casan o no, "para ver cómo me va". Las hay que de plano no se casan, de tan ocupadas que están con sus tareas organizativas, sus cargos de dirigentas, sus proyectos de vida propios.
Ellas vivieron de muy pequeñas la huida de las masacres y pasaron su niñez en territorio mexicano, portando los trajes de sus comunidades lejanas, hablando las lenguas de sus ancestros, pero rindiéndole honores cada lunes a una bandera tricolor que no era la de la patria de sus padres. Vieron cómo sus madres, a pesar del fuerte tradicionalismo de sus culturas mayas, se incorporaron a un muy extenso proceso de organización de mujeres que en los asentamientos de refugiados guatemaltecos en Chiapas, Campeche y Quintana Roo logró abarcar, en las décadas de los ochenta y noventa, a más del 75 por ciento de las refugiadas.
Sean de "Mamá Maquín", "Madre Tierra" o "Yxmukané", las tres grandes agrupaciones de mujeres que nacieron y fructificaron en los asentamientos de refugiados, todas llevan una huella imborrable que las hace diferentes a las mujeres indígenas que aun caminan detrás del hombre y que no salen de sus casas más que por algún mandado relacionado con el fogón, el telar o los hijos.

Una mam de 17 años, a 1,500 quetzales
María Mateo, presidenta de "Mamá Maquín", llegó muy niña a México, vivió su infancia y adolescencia en un campamento de refugiados en el municipio de la Trinitaria y al retornar al Ixcán, hace cinco años, topó con una realidad que nunca imaginó.
Un día escuchó a su mamá relatar que un hombre de la comunidad de Barillas, un aldeano --los retornados llaman aldeanos a los que no salieron al refugio-- había llegado a la comunidad a comprar una esposa para su hijo. Decía que a los 17 años, una indígena mam puede valer 1,500 quetzales. Ya mayor va bajando precio. Pero una retornada, como son muy difíciles de comprar y están más capacitadas, puede valer hasta 3,000 quetzales. Eso oyó María Mateos que comentaban sus padres. "Da coraje pensar que sigan haciendo esas cosas. Yo me pongo a pensar: tal vez si yo no fuera de la organización "Mamá Maquín" ya me hubieran vendido mis papás.
Si mi papá me dijera: ya te vendí, ahora eres la esposa de este señor, me echaría una mi risa y no me iría, ni jalándome".
Raquel, dirigenta de "Madre Tierra", lo expresa así: "Hemos sido organizadas. Aprendimos que tenemos derechos y entendemos que una comunidad sin su organización de mujeres no es comunidad".
Para los retornados, fundar y empezar desde cero a levantar sus jacales, sus aldeas y sus milpas significó el inicio de una nueva vida. Pero para las retornadas, el regreso a su país significó éso, una fuerte presión para dar un paso atrás en su lucha de género, : "En la mayoría de los grupos de retorno organizado la idea impulsora fue
de la mujer. En las familias era por lo general ella la que insistía: retornemos, Guatemala es nuestro, expresiones así. Pero fue más difícil de lo que imaginamos. Primero fue la readaptación. En realidad no regresamos a nuestros lugares de origen sino que fuimos a dar, la mayoría, a lugares no conocidos. En muchos casos pasamos más de un año viviendo sin casa, en galeras, casi a la intemperie en medio de la selva, con bastante enfermedad y sufrimiento. No quedaban fuerzas para seguirse reuniendo. Pero ya con el tiempo, con las casitas ya hechas, con las primeras cosechas de maíz renació nuestro ánimo. Pero nuevamente fueron los compañeros los que estuvieron reticentes a que resurgieran las organizaciones de mujeres. Nos decían: esto ya no es México, hay que adaptarnos a lo que es Guatemala.
Pero nosotros les dimos una respuesta valiente: no regresamos para volver a lo mismo, ustedes a emborracharse, a pegarle a sus mujeres. Retornamos para seguir cambiando. Eso dijimos pero no muy nos han escuchado, no nos han aceptado. Ahora tenemos que luchar para que algunas no pierdan el ánimo."

De la fuerza y debilidad de "Mamá Maquín"
"Mamá Maquín", tronco común de las organizaciones de mujeres refugiadas en los campamentos del sur de México, fue fundada en 1990 en Palenque con la participación de 47 delegadas de los tres estados. A partir de ahí creció como la espuma a pesar del escepticismo y la resistencia de sus compañeros.
En tres años se había consolidado en todos los campamentos. El 75 por ciento de las mujeres de los campamentos de refugiados oficialmente reconocidos (entre 9 mil y 10 mil) participó en su organización. En 1994,
cuando inicia el proceso de retorno, es tal la influencia de "Mamá Maquín" que es incorporada como interlocutora y supervisora de todas las gestiones, a la par que las Comisiones Permanentes.
El retorno, que fue gradual y ocurrió entre 1993 y 1998, dispersó a los grupos y generó grietas y divisiones en la estrecha organización que existía en los campamentos. Profundas fracturas se produjeron en las organizaciones de los campamentos. La Coordinadora de Bloques de Retorno fue una escisión de las CCPP. Estas a su vez reflejaron las rupturas internas de la Unión Nacional Revolucionaria Guatemalteca. Además, cada grupo se dispersó por los rincones más remotos del territorio guatemalteco.
La organización de los retornados sufrió difíciles reacomodos por estos procesos. A "Mamá Maquín" la experiencia casi la lleva a su desaparición.
Hoy no quedan más de 600 integrantes activas. En algunas comunidades la organización sigue trabajando pero sin identificarse como tal, para asegurar la integridad de sus militantes. En la Alta Verapaz la división llevó a la creación de un grupo disidente que adoptó un nombre muy similar, "Adelina Caan Maquín".
La quema de la Casa de la Mujer en Pueblo Nuevo En el Ixcán, en mayo de 1997, la tensión llegó a la violencia. Hombres de la directiva de la comunidad incendiaron la sede de la organización, la Casa de la Mujer, en la comunidad de Pueblo Nuevo. Cuando el ACNUR intentó intervenir a favor de las mujeres, los hombres del pueblo se
voltearon en su contra y como amenaza amarraron el helicóptero del organismo internacional a una de las edificaciones del pueblo.
En junio del año pasado, cuando un grupo de dirigentes que recién habían registrado legalmente en la capital a la organización regresaban por carretera al Ixcán, fueron asaltadas y amenazadas.
Hay quienes atribuyen los obstáculos y ataques a la refundación de "Mamá Maquín" al machismo de la cultura tradicional de las comunidades indígenas.
Pero para María Mateo e Irma Ramírez, presidenta y secretaria, respectivamente, de la organización, la explicación es más bien política.
Y el incendio de la Casa de la Mujer en Pueblo Nuevo así lo ilustra.
Cuentan ellas que eran los días en los que se estaba produciendo la desmovilización de guerrilleros de la URNG. Y un grupo de rebeldes desmovilizados, que a su vez habían vivido en campamentos y se habían retornado, llegaron a Pueblo Nuevo. La directiva de la comunidad, perteneciente a Comisiones Permanentes, decidió desconocerlos. "Nosotros no quisimos negar que habíamos sido bases de la URNG. Era nuestra historia. Todos fuimos, y todo el tiempo lo supimos. No nos pareció que el fin de la guerra y la desmovilización fueran el momento adecuado para
negarlo."
El costo fue muy alto para "Mamá Maquín". Muchas organizaciones humanitarias y la propia ACNUR sacaron las manos del conflicto y no intervinieron más para defenderlas. Muchas de sus integrantes se retiraron por temor a las posiciones políticas del grupo o para evitar que los maridos las abandonaran. Las reuniones por reagruparse empezaron a fallar.
"Muchas --dice Irma-- llegaron a pensar así: ya tengo mi casita, ya tengo mi país, ya no quiero lo político porque qué tal si regresa la guerra, entonces hay que volver a salir".
Pero, retoma la voz María, "otras dijimos: Esta organización avanzó mucho, aprendió mucho, no debe terminar. Ahora ya tenemos registro, ya somos autónomas, ni en contra ni a favor de la URNG sino en la lucha por
las mujeres."
Y gracias a que siguen, en pequeño pero con sus afanes de refundación y organización, es que esta otra historia pudo ocurrir en la comunidad Nueva Generación Maya.
Es el caso de Simón y Juana. Eran esposos. Simón la abandonó y se fue con una mujer más joven. Juana, que tanto había luchado por el retorno y por las tierras, iba a perder sus derechos en la cooperativa, iba a perder
la parcela y hasta la casa. Acusó a Simón de abandono ante las autoridades, le puso juicio y Simón salió castigado con una sentencia de hacer tareas agrícolas para su ex esposa. Y Juana quedó como socia de la
cooperativa y dueña de la parcela. "Ahí se ve --concluye María con su moraleja- que esa mujer sí conocía sus derechos".


Raquel, india chortí, empresaria de éxito
La historia de "Madre Tierra", la organización de las mujeres que fueron a dar a la costa sur, es muy diferente a la de sus hermanas de la Vertiente Noroccidental que fueron a dar al norte del Quiché.Y la historia de Raquel bien podría equipararse, desde su propia dimensión, con la de una empresaria de éxito. De una empresaria popular, claro está.
Raquel es de la etnia chortí, muy pequeña, en riesgo de extinción. Sus padres habían emigrado al Petén en busca de tierras y ahí los encontró la guerra y las masacres. Los recuerdos de la huida casi se han borrado de la
memoria de Raquel, pero no los de su infancia en México. Su madre aun usaba su traje chortí pero las hijas ya nunca tuvieron las réplicas en pequeño con las que las mujeres indígenas suelen vestir a sus niñas.
Raquel conservó la lengua y las danzas de su etnia.
Tenía 15 años cuando empezó a darse cuenta de ciertos cambios notables en su madre. Antes solo salía de su casa si iba a hacer algún mandado o diligencia relacionada con sus quehaceres domésticos. De pronto empezó a
asistir a reuniones de mujeres, cada vez más frecuentes. El padre la regañaba y --oh sorpresa-- ella respondía y se defendía. Si le prohibía salir, ella se rebelaba. Hasta que la asistencia de su madre a las asambleas se hizo natural en la casa. Y por supuesto jalaba con los hijos.
Las hijas, además de jugar y cuidar a los menores, se sentaban a escuchar.
Cuando les llegó la edad de participar, participaron.

Rumbo a La Lupita
Las primeras familias de refugiados que retornaron en forma organizada y en el marco de los acuerdos bilaterales entre el gobierno guatemalteco y las Comisiones Permanentes ocurrieron en 1993.
Después de los primeros contingentes de retorno, sin los reflectores de la prensa encima, vinieron procesos mas complicados, por ejemplo, los de la Vertiente Sur, que llevó a grupos que residían en Quetzal Edzná y Los
Laureles, de Campeche, a la Costa Sur guatemalteca. Si en el norte y el occidente, con la fuerte demanda de tierras, fue difícil conseguir espacio para nuevos demandantes, el en sur lo fue mucho más, ya que ahí el valor
del terreno es más alto.
Eso marca de alguna manera la vida de los retornados de la comunidad La Lupita de Suchitepéquez, ya que sobre todos sus proyectos pesa la enorme deuda que aun mantienen con el INTA.
La Lupita, obviamente, fue bautizada en honor a la virgen mexicana. Ese retorno estuvo a punto de cancelarse, en su momento, ya que los refugiados estaban en plenos preparativos cuando llegó la noticia de la masacre de
Xamán. En un campamento del Petén el ejército había incursionado y había disparado contra los pobladores. Una docena murieron. En los campamentos en México muchas familias volvieron a sentir terror y cancelaron su
retorno. A La Lupita viajaron, al final, 110 familias de las 160 que se habían proyectado originalmente.
Otra vez la voz de Raquel: "Eramos 300 mujeres y todas teníamos la idea de ya no solo capacitarnos sino trabajar en proyectos productivos. Pronto nos dimos cuenta que cuesta más trabajo mantenerse en Guatemala que en
México. Primero, que para cualquier proyecto de mujeres, todas teníamos encima cuatro tareas a la vez: los hijos, la casa, conseguir los alimentos y el trabajo en sí. El trabajo puede ser rotativo pero lo demás no. Dos o
tres compañeros de mujeres de la organización han cambiado y facilitan las cosas, quedándose con los hijos en la casa. Pero las que no tienen esa facilidad tienen que ir a la reunión y al trabajo con todos los hijos.
Ahora vemos que hay mas mujeres que dejan a los hijos más grandes en casa y solo llegan a la asamblea con el de pecho. Ese es un avance que hay que valorar."

Con la cooperativa hemos topado
El Instituto Nacional de Cooperativas financió y sustentó el arranque de la vida productiva de esta nueva comunidad. Pero según las leyes de INACOP, y según la lectura que de ellas hacen sus socios, solo tienen
derecho a voz y voto en sus asambleas los socios y no sus esposas. Al grado de que los propios proyectos de mujeres tienen que ser fiscalizados y administrados por la cooperativa. Incluso la tienda de "Madre Tierra".
"Y eso --nos cuenta Raquel-- por supuesto no podíamos permitirlo. No estuvimos de acuerdo. No les entregamos los libros y solo se los llevábamos para que los firmaran ellos, no para que los administraran.
Además nosotras habíamos firmado el convenio con las fundaciones donantes, teníamos experiencia en el manejo de tiendas y en México habíamos administrado con excedentes para todas. Además, y ese fue nuestro
argumento central, las socias de la tienda son las esposas de los socios de la cooperativa. Y así nos hemos mantenido. No es por presumir o sentirnos de más, pero a nosotros nos pegó muy duro el Mitch. Y gracias a las
ganancias de la tienda pudimos mantener a la comunidad durante tres meses".
La tienda no es, sin embargo, su principal orgullo. Su proyecto estrella es su pequeño hato lechero. "Pensamos en ganado porque es de los proyectos de rápido impacto y porque además incide directamente en la nutrición de
los niños. Gestionamos y conseguimos el dinero, contratamos algunos técnicos que nos capacitaran y empezamos. Los compañeros dijeron: pues si quieren sus vacas, manéjenlas ustedes solas. Reclamamos: ahora nos apoyan, si el beneficio es para todos. Pero la junta de la cooperativa fue muy cruel. Nos negó apoyo. Ahora contratamos vaqueros, les pagamos muy buen salario y el plan está funcionando."
Muchas de estas empresarias apenas acaban de salir del analfabetismo.
Todo forma parte de una cadenita de talleres, financiados por las muchas organizaciones no gubernamentales que hoy ocupan espacios vacíos de la posguerra.
Está el taller de dirigentas, donde 12 mujeres de cuatro comunidades distintas reciben los rudimentos del liderazgo con el compromiso de reproducir el conocimiento al regresar a sus aldeas. Está también el taller de promotoras empresariales populares que dura todo un año. Pero para ingresar a éste es necesario haber complementado el ciclo completo de otro taller que incluye autoestima, problemas de género, formación de lideresas y promotoras empresariales, administración y mecanografía.
Obviamente antes de estos talleres hay uno más, el de alfabetización y el taller de "tienda", donde se aprende el uso de la calculadora y conocimientos básicos de contabilidad.
Y este conocimiento es contagioso. "Madre Tierra" ha formado ya un comité central microregional para que se extienda la experiencia organizativa.
Tienen representación en ocho comunidades en las que participan 700 mujeres. Además han unido fuerzas con una organización local (sololteca) de las comunidades del Lago Amatitlán, "Estrellas de Tzutujil". Ahí
participan pueblos de siete municipios con la adhesión de 1,200 mujeres.
Es decir, cuatro más de las que habían cuando se logró el retorno a La Lupita.
Por eso estas mujeres saben que sus padres, a ellas, no las pueden vender como si fueran gallinas.