Ť Los 370 mil habitantes de la ciudad de México despidieron el siglo XIX
31 de diciembre de 1899: el ayer de hoy
Ť La noche vieja fue de festejo, pero también de malos augurios y recuerdos del temblor de enero
Agustín Salgado Ricaño Ť Fue el 31 de diciembre de 1899 cuando por primera vez se recibió en la ciudad de México una noche de San Silvestre con alumbrado público de bombilla.
Los filamentos de las lámparas que instaló meses antes la empresa alemana Siemens & Halske fueron testigos mudos de la forma en que los 370 mil habitantes de la capital despidieron el siglo XIX.
Entre festejos, presagios funestos y la infraestructura del primer tranvía eléctrico que existió en el país terminó la centuria en la ciudad que alguna ocasión fuera llamada la región más transparente.
Pero en tanto no llegara el 15 de enero de 1900, fecha en la que se inauguró el primer medio de transporte operado gracias a la energía producida por una planta eléctrica, era necesario desembolsar 75 centavos para alquilar por una hora un coche de "bandera amarilla", que con caballos trasladaba a los pasajeros al destino seleccionado, o abordar en el portal de Mercaderes los tranvías de vapor o de mulitas, que con paradas fijas, y dependiendo del trayecto realizado, cobraban entre 10 y 40 centavos.
En el último mes de 1899 la capital del país tenía como límites visibles Paseo de Bucareli, hacia el poniente; la garita de San Lázaro, rumbo al oriente; la glorieta de Peralvillo, hacia el norte, y la calzada de San Antonio Abad, con dirección al sur, y trasladarse a la lejana municipalidad de Tacubaya representaba todo un día de excursión.
En sus calles empedradas transitaban los Coupé o los Victoria de las familias pertenecientes a la cumbre de la sociedad porfiriana, y en los puestos que se establecían en paseo de la Alameda se compraban, para las fiestas decembrinas, confites, buñuelos, piñatas y castañas.
Pero también en el último mes del siglo XIX los malos augurios iban de boca en boca entre la población.
El recuerdo del temblor que ocurrió el 24 de enero de ese año y que ocasionó daños de consideración hacía prever desastres mayores, así como el aerolito que se observó a principios de la década en San Luis Potosí se convirtieron en plática común en las calles. La explosión del volcán de Colima se rememoró con énfasis y temor.
Incluso los malos augurios recurrieron a las leyendas que databan de la época colonial, como la de la mulata de Córdoba, la cual Luis González Obregón transcribió en su obra México Viejo: "Mujer maravillosa, que su origen como su fin lo oculta el pasado y sólo lo sabe el presente por la tradición (...) Los jóvenes prendados de su hermosura, disputábanse la conquista de su corazón, pero a nadie correspondía, a todos desdeñaba, y de ahí nació la creencia de que el único dueño de sus encantos era el señor de las tinieblas".
Pero antes de pensar en la mulata de Córdoba e iniciar los preparativos para los festejos del centenario de la Independencia, la nueva clase porfiriana, como los Rivas Mercado, Casasús, Limantour y Creel --de los cuales Carlos Tello en su libro El exilio, un retrato de familia, los llama, parafraseando a Palavicini, nuevos ricos-- recibieron el siglo XX en sus casonas de la colonia Guerrero, plaza de la Reforma o de avenida Juárez.
Don Joaquín Casasús y Antonio Rivas Mercado, este último responsable años después del diseño de la columna de la Independencia, prepararon todo lo necesario para hacer del año viejo un acto inolvidable.
En el salón Imperio de la casa de la familia Casasús se recibió al nuevo siglo, en la calle en la que vivía don Joaquín y Doña Catalina: Héroes 44.
También estaba el autor del palacete, el arquitecto Silvio Contri, de origen italiano, quien para las fiestas del centenario construyera el Palacio de Comunicaciones y Obras Públicas.
La recepción tuvo invitados exclusivos, como Ignacio de la Torre y Mier, hijo político de don Porfirio, que tiempo después protagonizara el famoso escándalo del Club de los 41, noche de habano turco y copas de cognac.
Fiesta en la que Luisa Raigosa admiró los candelabros de cristal del salón Imperio, se acomodó discretamente su vestido y seguramente le confió a doña Catalina cómo transcurría su vida en la calle de Humboldt a lado de su esposo Porfirio Díaz Ortega.
Ese noche vieja fue tiempo de festejo; ya después vendría el exilio forzado, el cambio de nomenclatura en las calles de la ciudad y la invasión violenta a sus casas, pero el 31 de diciembre de 1899 la avenida Venustiano Carranza aún era conocida como la calle de la Cadena; la plaza de la Constitución era la de Armas, y el 20 de noviembre no se conmemoraba otra cosa que no fuera el santoral de Edmundo Rey.