La Jornada sábado 4 de diciembre de 1999

Luis González Souza
De Seattle a Chiapas

Los juristas tendrán que inventar algo mejor, más objetivo, que el vocablo genocidio. Y los sociólogos tendrán que extender el término capos a los directores de la actual globalización. ƑPor qué?

Porque cada vez es más claro que este tipo de globalización no podrá avanzar más, salvo que se realice una amplia limpieza ya no sólo étnica (Kosovo y un largo etcétera).

También, y con toda la crudeza del caso, una limpieza demográfica a fin de "eficientar" la desaparición de los millones de seres desahuciados por esta globalización, y que cada vez la estorban más. Digamos globo-capos, incluso por encima de los narcocapos, inaugurando el delito de cuasi-humanicidio.

A su vez, y con respeto, los teólogos tendrán que actualizar sus ideas sobre la resurrección de Jesucristo. Y es que, como lo demuestran los miles de protestantes en el cónclave de la OMC en Seattle, cada vez son más, y mejores, los que se oponen a morir de un globalazo. Pero como ya estaban de hecho muertos, o desahuciados, o fatalmente ignorados, lo más propio es llamarlos el Ejército Resurreccional. Su matriz es una y la misma: la ética de la dignidad. Sin embargo, sus grados de insurrección/resurrección son distintos.

Ahora mismo el centro de las miradas está en Seattle, Estados Unidos, porque ahí está reunido uno de los principales cárteles de los globo-capos: la Organización Mundial de Comercio (OMC). Y porque ahí se ha registrado una aparatosa movilización de desahuciados procedentes de prácticamente todos los rincones del planeta.

Pero si fuésemos más puntillosos, o menos racistas, nos daríamos cuenta que el grado más desarrollado de insurrección/resurrección lo tenemos en nuestras narices, y ya desde hace casi seis años. Los menos agudos, o más malinchistas, la llaman "el conflicto de cuatro municipios perdidos en el sureste mexicano". Los más visionarios (disculpando el guayabazo) la identificamos como la primera insurrección del siglo XXI.

Es la insurrección de los indígenas zapatistas en principio, pero con efectos expansivos hacia todo el mundo. Y este mundo obviamente incluye a las protestas de Seattle, así como las de Timor Oriental, Chechenia, Argelia, España, Colombia, Brasil (Movimiento de los Sin Tierra), Quebec (separatistas), Puerto Rico (Isla de Vieques)... Ciudad Universitaria (huelga estudiantil).

Como sea, hoy nos maravillan las protestas en Seattle. Y no es para menos. Primero, porque ocurren en el Estado Mayor de los globo-capos. Segundo, porque son fruto de una amplísima coalición social: sindicalistas, granjeros, ecologistas, estudiantes, consumidores, defensores de los derechos humanos, empresarios (no monopolistas); en suma, incluye a los acribillados dentro de los desahuciados (los sin-techo, los pieles-prieta, los sidosos). Y tercero, porque su resurrección insurreccional apunta al mercado dizque libre, corazón de la globalización deshumanizante.

Hay que reconocer, sin embargo, las debilidades del movimiento anti-OMC. Todavía es más contestatario que propositivo. Su amplia y grata diversidad (social, étnica, nacional) aún dista de traducirse en un potente arcoiris. Más bien ya dio lugar, en el propio Seattle, a una división entre "anarcovándalos" y "negociadores" (similar a la de nuestros pumas "ultras" y "moderados"). En fin, y por lo mismo, nada garantiza su transformación en un movimiento expansivo y duradero. Lo cierto, y lo bueno, es que ya asomó la cabeza.

Sólo resta juntar esa cabeza con cuerpos enteros y ya hace tiempo resucitados en el cementerio de la dignidad global. No resucitados para volver a deambular mientras llega otro desahucio. Ni siquiera resucitados para simplemente gritar šBasta de esta globalización tan inhumana! Más bien resucitados para (re) construirnos todos como lo que tarde o temprano habremos de ser: una familia global, una humanidad real y completa.

Mejor noticia que la de Seattle, es que dicha familia en verdad humana ya comenzó a construirse en muchos lados. Y entre estos sobresale uno bien cercano, donde la dignidad se viste con pasamontañas y donde el color prieto alumbra más que un arcoiris. Chiapas es su nombre común, pero muy global es su futuro.