Ť A piano solo interpretó su música en el Metropólitan
Muchedumbre de mortales devino divina por obra del sonido Glass
Ť Circuló la alta poesía por las cinco partituras del programa
Pablo Espinosa Ť El sonido Glass en una noche histórica en el Metropólitan. Siendo las 21:00 horas del jueves 2 de diciembre de 1999, una selecta muchedumbre de mortales devino divina por obra y gracia de la música desnuda: Venus naciendo del mar, impávida-impoluta mientras don Sandro Botticelli la dibuja.
Aquí el pintor es músico y se llama Felipe. Felipe Vidrio, que es el equivalente meshica de su real y soberano nombre: Philip Glass para servir a usted y a todos los dioses del Olimpo, que rondan encantados alrededor de un piano acústico accionado por don Jelipe Cristalito con el mismo gesto adusto con el que don Sandro Botticelli esgrimía pinceles.
Notas con sensación de paraíso
Visto con binoculares Philip Glass es, por el parecido físico, un big close-up de Alban Berg, ese gran maestro de la tríada que fundó la Segunda Escuela de Viena. Pero es también icono mayestático y en ese tenor le pregunta a la noche, Ƒquién vive? y ésta le responde en un aullido de notas tremoladas que se elevan entre gorgoritos de sonrisas, en un gesto sónico similar al de un grupo de sirenas tomadas de la cintura por una ola que serena las eleva. El sonido Glass. Philip Glass está sentado solo, solito y su alma, esta que es la noche del 2 de diciembre frente a un piano rodeado de noche. Un piano acústico del que hace nacer, boticcelliano, el sonido Glass: masas, oleajes, muros, vendavales de sonido a bajas, medianas, altísimas velocidades.
El recital toma entonces el formato de los grandes conciertos a piano solo de Wim Mertens o del entrañable y añorado maestrísimo Keith Jarrett (postrado por el síndrome del que observa colibríes, como llaman los gringos al síndrome de fatiga crónica que aqueja a maese Jarrett). Un recital de piano solo con Philip Glass interpretando su propia música. Algo así como asistir a un recital de piano solo de Serguei Rajmaninov. De ese tamaño la trascendencia histórica de esta que fue la tercera visita de Philip Glass a México, las dos anteriores para presentar, la vez primera, los filmes Powaqatsi y Koyaanisqatsi y, la segunda, La bella y la bestia, ambas visitas con el Philip Glass Ensamble.
En esta ocasión la orquesta es el piano. El recital inicia con Diez Estudios, escritos durante los últimos cinco años en espíritu equivalente a los celebérrimos Etudes de Conlon Nancarrow. El torrente de notas inunda las entendederas con una sensación de paraíso. Este alumno de John Cage hace descender las fuerzas telúricas del cerebro hacia los meandros de corazón, ombligo y tripas en una serie temática que emparenta de lleno con el mismísimo Sturm und Drang y tales efluvios posbeethovenianos discurren hacia el Estudio Número 2, un cantábile erizado de prodigios, hacia un allegretto que es el Estudio Número 3 preñado de cromatismos y finalmente y desde el principio, alfa y omega, en una identificación de cuerpo entero. Nadie tiene ninguna duda: es Philip Glass lo que suena.
Sinónimo de popularidad
Porque, si bien en la historia de la música de este siglo el nombre de John Cage gobierna el mapa de Norteamérica, el de Philip Glass es sinónimo de popularidad masiva en base a una impronta: el sonido Glass, es decir, un estilo inconfundible, una suma de elementos que conforman ese ente poderoso y vasto: el universo de ideas glassianas, que por igual pueden transportar, enteras, las catedrales sumergidas de Debussy con todo y sus muchachas de cabellos de lino y sus pasos en la nieve junto a las ideas de lieder del gordito Pancho Schubert, cuyo cumpleaños en la posteridad ocurre el mismo día que el de Philip Glass, quien a su vez suelta una confesión:
''La primera obra que escribí en mi vida fue un Trío de Schubert". El sonido Glass en Diez Estudios para piano solo.
Cinco partituras conforman el programa en un recorrido que bordea por igual la forma sonata que todas las estructuras imaginables en un sistema perfecto de vasos comunicantes donde circula, señora soberana, la Alta Poesía.
Antes de cada pieza, don Felipe Vidrio anuncia los títulos y la historia de cada una; así, al momento de anunciar un segmento con piezas de la música que escribió, junto con Foday Musa Suso, para una versión teatral de Los Biombos, de Jean Genet, hace hablar al ángel que lo habita: ''De la pieza que voy a ejecutar enseguida ya no me acuerdo del título, pero sí de la música".
Philip Glass en concierto a piano solo, acústico como un crepitar de alas de arcángeles. Mientras, en el tiempo detenido, una multitud presencia en éxtasis esta larga procesión de epifanías.