Carlos Salinas de Gortari en sus afanes de poder quiso apoderarse del medio aéreo; para lograrlo contó, entre otros, con la colaboración de Carlos Hank González, su incondicional, con quien emprendería la gran aventura de intentar controlar las empresas de la aviación y la privatización de las aerolíneas del Estado.
Taesa nace siendo una pequeña empresa de diez aviones y prestando sus servicios como ``taxi ejecutivo''. Fue Justo Ceja, entonces secretario privado del Presidente, el que se encargó de la selección y legalización de los aviones. Luego se transformó en una línea comercial con montos de inversión provenientes de Hank González, quien recibe la autorización para operar esta nueva línea aérea.
Existía otra empresa de su tipo y de igual tamaño, cuyas siglas, Saro, eran las iniciales de su propietario Samuel Rodríguez. Taesa y Saro eran las aerolíneas pequeñas más fuertes del mercado. La decisión de controlar el espacio aéreo entre Carlos Salinas y Carlos Hank pasaba por la desaparición o debilitamiento de Saro para que no compitiera con Taesa y ésta pudiera ser líder en el corto plazo.
Taesa y Saro emprenden una guerra mortal en la que todo el poder del Estado actuaría en apoyo de Taesa hasta sacar de la competencia a Saro. La batalla principia en una guerra de precios que acaba por destruir la rentabilidad del resto de las aerolíneas, particularmente Aeroméxico y Mexicana de Aviación. Salinas aprovecha la ocasión para debilitar también a estas empresas estatales y comenzar a justificar su privatización. Según explicó Pedro Aspe Armella ante la Cámara de Diputados, las líneas aéreas del Estado tenían pérdidas de 5 mil millones de dólares y en ello basó la privatización, primero de Aeroméxico, a la que convierten en Aerovías Mexicanas S.A. de C.V., misma que posteriormente se fusiona con el consorcio de Mexicana de Aviación.
Salinas y Hank prohíben a todos los bancos otorgar créditos a Saro y ordenan cantidades monstruosas para fortalecer a Taesa; a través de los gobernadores prohíben el uso de aeropuertos regionales a Saro y dan facilidades a Taesa de usarlos con todo el apoyo de ASA (Aeropuertos y Servicios Auxiliares); vetan a Saro de toda publicidad y emprenden en su contra una campaña antipublicitaria; el propio Raúl Velasco, que conducía el programa de televisión de mayor audiencia, llegó a transmitir imágenes de un avión de Saro contaminando el ambiente con frases mortales para contraer a grado mayúsculo la demanda de Saro; los trabajadores denunciaron anomalías, muchos entraron a la dinámica de descontrolar la empresa, todo el poder de Salinas y de Hank se puso en acción para estrangular a esa empresa que se había desempeñado sanamente.
Saro, incapaz de resistir tal presión y sin darse por vencido, busca desesperado alternativas para financiarse y acepta la ``asesoría'' de un astuto ladrón de nombre José Ortiz Martínez quien le promete financiamiento a cambio de acciones, pero termina por darle el ``tiro de gracia'' a dicha empresa.
En efecto, José Ortiz Martínez era un especulador con importantes influencias dentro del gobierno, grandes empresarios y banqueros lo contrataban para hacer los balances financieros de las empresas de tal modo que cubrieran los requisitos de aprobación de la banca de desarrollo, especialmente de Nafin, donde tenía los contactos de alto nivel para conseguir los créditos.
Con cierta ingeniería financiera y buenas relaciones consiguió que Nafin aprobara un financiamiento para Samuel Rodríguez; sin embargo, Ortiz Martínez había arreglado la documentación para que fuera él quien recibiera los recursos que nunca entregó a Saro y embarcó a Samuel Rodríguez con una deuda que hundió definitivamente a la empresa.
Taesa tenía ya el campo libre, toda la publicidad deseada, clientela exclusiva, el gobierno federal lo surtía de combustible, llegó a deber más de 55 mil millones de pesos en combustible al erario público, se le dieron créditos bancarios y todo tipo de facilidades que terminaron por crear una administración deficiente, corrupta, que vivía al auspicio del poder y las relaciones y gastaba más de lo que podía pagar.
Banco Unión otorgó créditos en pesos y dólares en cantidades colosales que provocaron un sobrendeudamiento del cual ya no pudo salir. Todos esos créditos no se pagaron, y el gobierno federal decidió pasarlos a Fobaproa, ahora IPAB.
Ante el advenimiento del escándalo, Carlos Hank decide ceder la empresa al capitán Alberto Abed, su empleado de confianza perteneciente a una familia adinerada que se ligó a los negocios de Hank. Abed sube a la cumbre económica de un día para otro sólo por su disposición a ser prestanombres de uno de los hombres más poderosos, pero cuya carencia de experiencia en la alta dirección que requiere una empresa como ésta, no hizo sino agudizar la crisis.
La devaluación de 1994 y la multiplicación de sus deudas por el aumento en las tasas de interés, el envejecimiento de su flota, el avance tecnológico que dejó a TAESA a la zaga, el nuevo sobreendeudamiento con la banca privada, que ya rebasa los 200 millones de dólares, las pésimas condiciones laborales fuera de toda norma, etcétera.
Esta situación de ninguna manera es reciente: las anomalías, ahora públicas a raíz del accidente, venían presentándose todos estos años; el único acontecimiento reciente, y que es realmente el trasfondo del cierre de Taesa, es la ruptura Salinas-Zedillo y la división profunda de sus grupos de poder.
La crisis política del régimen tuvo su grado máximo de manifestación durante las recientes elecciones internas del PRI para decidir su candidatura presidencial, misma que se disputó entre dos grupos de poder muy importantes, antes aliados y ahora confrontados profundamente.
Taesa sólo está recibiendo un trato como el que recibió Saro y tomando ``agua de su propio chocolate'', derivado de la incapacidad estructural de la empresa para sostenerse sanamente, pero cuya crisis se agudiza por el choque, también estructural, de dos grupos muy poderosos: el de Salinas-Hank y el de Zedillo-Labastida.