La trenza y el nombre* Ť

 

Ť Hermann Bellinghausen Ť

Después de refugiarse en la República española, al advenimiento del fascismo en Alemania, la escritora vivió en México hasta 1947. Posteriormente, regresó a Berlín ųOrientalų donde murió en 1983.

Aunque reconocida como prosista fundamental de la literatura alemana, hoy es una autora incómoda, en la hora de la reunificación a todo vapor de la Alemania dividida.

Ha pasado más de medio siglo, y llegan aquí un instante, y la vastedad de su reflejo. Muy al sur de casa, en el punto más occidental que jamás alcanzó sobre la Tierra, Anna Seghers, obedeciendo un viejo instinto, se cogió las trenzas. Bajo la luna, esta noche fría en Berlín, imaginemos aquella tarde calurosa, un modesto patio campesino y un columpio. De pronto ella, la mujer madura, escritora, símbolo de la resistencia antifascista, exilada célebre, echó a correr como niña hacia el columpio, en un sitio donde los escasos árboles parecían en llamas y la rodeaban una muralla de cactos, luego las montañas lejanas, ''los ojos enturbiados por la experiencia".

Olvidada de sí, escuchó que alguien gritaba su nombre, su verdadero nombre, por el que nadie había vuelto a llamarla desde la primera juventud. Iluminada por la magia de un paisaje en ''la nada absoluta", Anna Seghers, al conjuro de su verdadero nombre tuvo una visión. No porque llamarse Netty fuera un secreto, sino porque para ese entonces de su exilio en México, todas las personas que conocieron y dijeron aquel nombre habían muerto.

De muchacha, en los momentos en que sentía emoción, agarraba su trenza. Sus compañeras de la escuela se reían de ella, por ese movimiento instintivo. Ahora, en la mitad del camino de la vida, como Dante, cansada de huir, en el desierto de su soledad Anna Seghers oía voces y veía jugar en el columpio a sus primeras amigas. Se llevó las manos a las trenzas y descubrió con sorpresa que aún las conservaba.

No había concluido la primera mitad terrible del siglo XX y Anna Seghers era ya una sobreviviente. Maestra en los grandes frescos históricos, como lo demuestran sus novelas, nos transmite esta iluminación con una concisión extraordinaria. En pocas páginas nos cuenta, en La excursión de las muchachas muertas, toda una época y muchas vidas.

Antes de llegar a ese punto, ya había estado en el corazón de la vida artística y literaria de su tiempo, durante uno de los momentos más grandes del arte y la cultura de Alemania y Europa: los años veinte. Pero también conoció y padeció la noche oscura de Alemania. A causa de su resistencia antifascista, en la estrecha sombra de un momento amenazado, el asilo en México ''era demasiado incierto y dudoso para ser llamado salvación".

Para el campesino mexicano que la encontró, Anna venía de más lejos de lo que el buen hombre había imaginado nunca. Lo mismo podía venir Anna Seghers de la Luna. Ella misma lo dice.

Esta noche, en el punto más al norte y al este que he alcanzado en el planeta, me encuentro con la oportunidad de recordar con ustedes, que la conocieron mejor, a la muchacha de la lejana excursión y su implacable testimonio. Una por una, sus amigas habrían de sufrir el infierno totalitario, atrapadas en el bando de los victimarios o en el campo de las víctimas.

Es la oportunidad de recuperar a la artista que acompaña en su edad al siglo. De recordar a la testigo de tantas cosas, voz de autoridad indiscutida, aun durante una de las mayores debacles morales y humanas que en este siglo han sido.

Recordar, en fin, a la constructora y también a la reconstructora de la esperanza. Una obstinada luchadora social, una trabajadora de la cultura y la paz, una revolucionaria. En estos tiempos, cuando el mercado y el capital de las potencias parecen haber derrotado a los pueblos ''periféricos" del gran mundo, la voz de Anna Seghers resulta indispensable.

Viviendo a ras del mundo, abrevó en la luminosa certidumbre de que los seres humanos somos iguales y distintos, que el mundo es de todos y de todas, que no necesitamos muros, ni rejas ni leyes excluyentes. Que nos bastan nuestras numerosas lenguas, la riqueza sin medida de la diversidad en los modos de ser hermanos y disfrutar la vida en la Tierra.

Fue por la tolerancia y la justicia que Anna Seghers siempre alzó la voz. Si hoy estuviera aquí, volvería a hacerlo. Es decir, después de su muerte hubo acontecimientos que también hubiesen necesitado de su voz para ser narrados. Ella, que tuvo la fuerza para sostener con sus palabras el peso del futuro, por el valor de su palabra sigue viva en los futuros que siguen siendo. Puede una vez más tomarse con timidez las trenzas que no perdió con las guerras, la persecución y la enfermedad.

Nuevamente ve desfilar ante sí a sus amigas y ve los estragos del devenir en cada una de esas existencias individuales que trituró sin piedad la rueda de molino de la historia, y la salva del olvido.

Hoy sabemos que el asilo mexicano, pese a lo incierto que llegó a parecerle, sí fue su salvación. México siempre ha sabido ser un lugar de todos. Aun ahora que tenemos un gobierno temeroso del testimonio y la fraternidad de los extranjeros con el pueblo mexicano, en mi país tenemos casa para todos los perseguidos del mundo. Es una hermosa tradición que tenemos.

Como es sabido, en los años cuarenta la escritora se mantuvo cercana a los artistas del Taller de la Gráfica Popular y a los escritores antifascistas de nuestra lengua. Así como a México y Alemania, ella dio sus palabras al arte y la resistencia de muchos pueblos.

Ante el privilegio de estar hoy aquí por causa de Anna Seghers, sirva este breve recuerdo de sus recuerdos como prenda de agradecimiento.

 

* Palabras leídas el pasado 25 de noviembre en la Academia de Artes de Berlín durante la entrega, a Bellinghausen, del premio Anna Seghers de literatura