La Jornada Semanal, 28 de noviembre de 1999



Angélica Sedàra

la donna é mobile

R.H. Moreno-Durán

El príncipe Giuseppe Tomasi de Lampedusa gastó todas las abundantes fuerzas de su estilo en la deslumbrada descripción de la belleza de Angélica Sedàra, hija del millonario y arribista don Calógero, prometida del aristócrata oportunista Tancredi y objeto de la admiración concupiscente de don Fabrizio Corbera, príncipe de Salina y último Gatopardo de la Sicilia conquistada por los piamonteses modernizadores. "El príncipe y Sicilia mueren", nos dice Moreno-Durán, pero su último suspiro gira en torno a la prodigiosa belleza de la arribista emparentada con la aristocracia decadente.

Cuando entró al salón de Donnafugata el tiempo se detuvo y todos los hombres quedaron sin aliento por "el ímpetu de su belleza". Alta y de espléndidas formas, la fogosidad de esta siciliana de diecisiete años había sido enaltecida por la educación y los hábitos adquiridos en Florencia. Avanzaba despacio y todos los hombres especulaban sobre las generosas proporciones de su cuerpo, del que destacaban las nalgas. "Poseía la calma e invencibilidad de la mujer que está segura de su belleza. Bajo la masa de los cabellos del color de la noche, llenos de suaves ondulaciones, los ojos verdes resplandecían inmóviles como los de las estatuas y, como ellas, un poco crueles..."

El muy libertino Fabrizio Corbera, príncipe de Salina, no pudo reprimir un gesto concupiscente, pese a la presencia de su esposa ("He tenido con ella siete hijos y jamás le he visto el ombligo. ƑEs esto justo?") y, sobre todo, de su sobrino Tancredi Falconeri, prometido de la muchacha. Si los ojos de los presentes no estuvieran unánimemente puestos sobre Angélica, habrían podido advertir que el Gatopardo del escudo azul que dominaba el salón había clavado su mirada en la recién llegada.

Pero, Ƒde dónde había salido semejante belleza? Su padre, don Calógero, era un arribista pero, también, uno de los hombres más ricos de Sicilia. Uno de esos plebeyos que algún día cumplirán
el sueño burgués de hacerse con las propiedades de los aristócratas, quienes piensan que sus privilegios son eternos. Y es tal vez por eso que su futuro yerno, el inquieto Tancredi, corre a unirse a las fuerzas garibaldinas que acaban de desembarcar en Marsala y que han destronado a Francisco I de Nápoles. Y es este joven el que une su apellido con el del poco presentable Calógero en una alianza en la que la relación de amor no es muy ajena a la razón política. ƑNo fue él quien le dijo a su soberbio tío, el príncipe, que "si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie"? También los aristocráticos Salina ųtras quienes se esconde el príncipe Giuseppe Tomasi de Lampedusaų están al tanto de los ancestros de la bella novia. A su abuelo lo llamaban "Pepe Mierda" y antes que fastidio, esto despierta en el príncipe un interés lascivo por Angélica, "una rosa para quien el mote de su abuelo servía de fertilizante".

Sin duda, el deseo de Fabrizio por la novia de su sobrino libera a ésta de su osadía, pues no tuvo ningún reparo en seducir a Tancredi, a quien todos querían ver casado con Concetta, una de las hijas del "Gatopardo". Pero lo cierto es que con su presencia en el palacio, todas las licencias eróticas se apoderan del ambiente. Así, cuando los soldados cuentan la historia de las monjas del monasterio de Origlione y el temor de éstas ųser violadas por la famélica tropaų , encuentra en Angélica ecos inquietantes: "La broma le parecía deliciosa. Aquella posibilidad de estupro la turbaba y palpitaba su hermoso cuello." Semanas después, ella se le ofrece a Tancredi con las explícitas palabras: "Soy tu novicia."

En cualquier caso, no hay lugar para sorpresas en el palacio de Donnafugata, pues allí "había mucha exaltada sensualidad tanto más acre cuanto más contenida. El palacio de los Salina había sido ochenta años antes un refugio para aquellos oscuros placeres en los que se había complacido el agonizante siglo XVIII", es decir, los placeres de Sade y Choderlos de Laclos, de Nerciat y Casanova. Por eso el clima erótico es denso y enardece la piel de Angélica y Tancredi cuando, con morosa complacencia, recorren todas las habitaciones del viejo palacio, que es tanto como recorrer las más oscuras tendencias del linaje: "A decir verdad, después del Gatopardo, el látigo parecía ser el objeto más frecuente en Donnafugata. Al día siguiente del descubrimiento los dos amantes encontraron otro látigo." ƑPor qué hay tantos látigos en las alcobas?

Angélica y Tancredi se unían cada día más en "vagabundeos desvariados, en descubrimientos de paraísos olvidados que el mismo amor profanaba". Y cuando "aquella hermosa canalla" de Angélica se le ofreció como una promesa de monja, Tancredi sintió que en él "el macho luchaba por apartar de sí al hombre", frenesí sancionado por el tañido de una campana que "cayó casi a plomo sobre sus cuerpos yacentes, añadiendo su estremecimiento a los demás". Tras la efusión carnal que sale a flote durante el baile, cuando el príncipe posee odoríferamente a Angélica,
el tema de la muerte se apodera del ambiente frente al cuadro La muerte del justo, que llama la atención del príncipe al ver la actitud de las dolientes muchachas porque "el desorden de sus vestidos sugería más el libertinaje que el dolor". Y eso es lo que le sucede a Fabrizio tras sufrir un síncope, cuando, rodeado de la familia, se advierte la ausencia de Angélica. Entonces la puerta se abre e ingresa la mujer más hermosa del mundo y plácidamente le indica al príncipe que lo siga. La escena de la muerte es exacta a la del día en que la familia reunida ve cómo se abre la puerta y Angélica hace su entrada triunfal trastocando los intereses y los sentidos. El príncipe y Sicilia mueren pero la belleza y el placer quedarán para siempre vivos en la presencia invencible de la mujer que por última vez da lustre a un tiempo y un linaje condenados a desaparecer.