La Jornada Semanal, 7 de noviembre de 1999
A Spike Lee le gusta la controversia y, con frecuencia, sus películas han sido motivo de debate por la forma en que ha abordado los diversos conflictos de la comunidad afroamericana en Estados Unidos. Su obra más redonda a la fecha, Haz lo correcto (1989), describía cómo el estado de tensión y hostilidad entre los diversos grupos raciales de un barrio de Brooklyn conducía a un estallido de violencia.
En La noche del asesino, Lee intenta otra vez pintar un mosaico social a partir de hechos reales: en el verano del 77, los habitantes neoyorquinos sufrieron un ataque de histeria colectiva ante los asesinatos del llamado Hijo de Sam, un psicópata que mataba a tiros a parejas de enamorados. El cineasta no ha hecho un thriller policiaco sobre los crímenes ųque es la imagen promovida por una publicidad engañosaų sino una crónica de la repercusión de los mismos sobre un puñado de personajes de ascendencia italiana; en particular, un viscoso peinador llamado Vincent (John Leguizamo), cuyos problemas psicológicos lo llevan a ponerle los cuernos a su esposa Dionna (Mira Sorvino), con quien no puede tener un desempeño sexual satisfactorio; por otro lado, su amigo Ritchie (Adrien Brody) ha causado malestar entre sus conocidos porque, tras viajar a Inglaterra, ha adoptado el modo de vida punk, se gana la vida alquilándose en un antro gay y, encima, se relaciona con la golfa del barrio (Jennifer Esposito).
A diferencia de Haz lo correcto, Lee no consigue enhebrar las diversas anécdotas en un todo coherente. Como le había ocurrido en ocasiones anteriores ųen Fiebre de selva (1991), por ejemploų su deseo de abarcar muchos temas lo conduce a una irremediable dispersión. En este caso, Lee intenta capturar íntegro el Zeitgeist neoyorquino de fines de los setenta, por lo que se siente obligado a incluir referencias al contraste entre la moda disco y el punk, el clima de liberación sexual, los saqueos ocurridos por un apagón, los efectos de una onda de calor y las proezas beisboleras de los Yankees, entre otras. Si el periodista Jimmy Breslin aparece en la introducción y el epílogo de la cinta, repitiendo la vieja frase de "hay ocho millones de historias en la ciudad desnuda", da la impresión de que el cineasta quiso contarlas todas. Mal.
Sobre un guión deficiente escrito por él mismo en colaboración con Víctor Colicchio y Michael Imperioli, el realizador no muestra seres humanos ųcon la excepción de Ritchieų sino lugares comunes disfrazados de crítica social. El relativo interés de unos personajes bastante desdibujados se pierde aún más por la forma estereotipada como se presentan. Es de temer que ahora el propio Lee ha caído en los prejuicios raciales que suele denunciar.
Según La noche del asesino, los varones de origen italiano son todos igual de lamentables: su código machista los lleva necesariamente a una actitud abusiva ante la mujer, a discriminar al que sea diferente, a vestirse de la misma forma (la cadena de oro y el peinado de pistola son de rigor) y a conjugar el verbo fuck en cada una de sus frases. Lee retrata a personajes que hacen continuamente lo incorrecto, sin darles una base dramática verosímil. Por lo mismo, el acto climático de una partida de linchamiento se siente forzado y falso. (Para empezar, en 1977 un punk sería motivo de escándalo y suspicacia en alguna comunidad sureña retrógrada. No en Nueva York, por Dios.)
Incluso el buen oído del cineasta le ha fallado esta vez. En su mayor parte, la banda sonora parece integrar una convencional compilación de los Grandes Éxitos de la Música Disco. Y cuando utiliza dos canciones de rock, Baba O'Riley y Won't Get Fooled Again (no representativas de la época, por cierto), lo hace de manera antitética al espíritu y ritmo de esos emblemáticos himnos de los Who.
La noche del asesino marca la primera vez que los personajes negros no son centrales en una película de Spike Lee (sólo aparecen como apuntes incidentales en los reportajes de un periodista interpretado por él mismo). A juzgar por los resultados, el cineasta haría bien en enfocar otras comunidades con el rigor que emplea con la suya.