La Jornada Semanal, 3 de octubre de 1999
Francisco; de pronto a la luz opalina
que
suministra tu crepúsculo y tramonto,
se iluminan tus rasgos,
toda tu vida,
ciertamente menos tuyos y más
intensamente
nuestros.
Pero entonces las amigas de Apolo, las
hijas
de Zeus,
de las selvas de Helicona huéspedes
habituales
que duran todavía,
en torno de su fuente se
congregan,
otro tiempo castálidas, ahora ya castas,
y
entretejiendo fúnebres guirnaldas y de nieve
los brazos, abren al
llanto sus compuertas
de ópalo,
A la muerte de Francisco Alday, poeta de Cristo
Manuel Ponce
¿Qué nos revela de novedad la obra de Francisco Alday, a 35 años de su prematura muerte? ¿Por qué su reconocimiento no ha sido como algunos quisiéramos que fuera? ¿Qué descubre (o encubre...) la poesía católica dentro de la literatura laica mexicana?
Alday, como Manuel Ponce, estuvo alejado de los círculos literarios católicos mexicanos, tal vez más el poeta queretano por su larguísimo padecimiento del corazón. Sin embargo, es verdad que poéticas como las que nos ocupan, forman un hato grueso que espera todavía una mayor divulgación de los ``críticos'' de nuestra poesía nacional.
Tan sólo seis años después de la muerte del poeta, en 1970, el Seminario de Morelia publicó Obra poética, reunión completa de los libros escritos por Alday, con la ordenación y prólogo que realiza el también poeta Alejandro Avilés. En esa ocasión Avilés refiere, en un amplísimo texto, la vida y poética del amigo cercano. Dice de Alday en un apartado que titula Realismo y símbolo, citando a Edith Stein: ``Refiriéndose a San Juan de la Cruz, la pensadora alemana nos dice que poseía: primero, el realismo de los santos, el sentimiento íntimo y prístino del alma que ha renacido del Espíritu; segundo, el realismo del niño que, con fuerza no debilitada todavía y con viveza e ingenuidad libres de inhibiciones, recibe las impresiones y reacciona ante ellas; tercero, el realismo del artista, esa naturaleza sensitiva con que vibra ante todo y lo traduce. Quienes conocieron profundamente a Alday, saben que poseía ese triple realismo, aunque para la mayoría de la gente, lo ocultaba en una austeridad que iba directamente a los asuntos, con lúcida inteligencia y reciedumbre de carácter.''
Nacido en Querétaro capital, el 14 de junio de 1908, el padre Francisco Alday McCormick tuvo su primera exhibición en la literatura mexicana en 1937, cuando Alfonso Junco lo presentó en el periódico El Universal en los meses de abril y julio. Su recorrido había comenzado años atrás, en 1928, cuando entra al Seminario Conciliar de Morelia, estancia definitiva para provocar en él la vocación por la literatura. Severo en su ascesis, el poeta recibe y percibe un interior luminoso. Es un tiempo de comuniones y primeros ensayos poéticos, y empieza a construir sus textos. Así, será la figura central de Cristo la que configurará su atención mayor.
Alfonso Sierra contaba que el padre Alday era el confesor de muchos de los profesores de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Porque era un buen hombre. Yo creo que también porque era un muy buen poeta cristiano.
Se sigue y se seguirá diciendo, creo, que la poesía católica mexicana no tiene un sitio de privilegio en la historia de nuestra literatura. Lo mismo pasa con la obra de nuestro autor Francisco Alday. No obstante, su condiscípulo y compañero Manuel Ponce ha resumido en una frase contundente la poesía de éste: ``La vida poética de Francisco Alday no tuvo infancia.''
Quiero decir que su espontaneidad sola, ha querido ser parte de su iniciación, que no es un ingenuo; quiero decir que es muy alto su espíritu y profundo su decir, emotivo.
Escribe Alday en su Introito de su libro Del aire y de la noche:
Las bienaventuranzas de Alday son muchas, muchas más que la sola visión de Dios. Cito de su poema ``Auscultación'' unos versos apenas:
Poeta paradójico, construye sus poemas tomando la vivencia real y la religiosa para darnos espléndidas muestras en revelaciones literarias inéditas, no teológicas, humanas. La sencillez no necesita de la teoría para el balance; es la emoción y la experiencia: la pasión, pues. Explora y prefigura de la liturgia, hermosos cantos al hombre y a su natural desencanto: el dolor, la muerte, el amor, la incertidumbre...
Habría que destacarlo como preceptista en sus endecasílabos. Sentimos que ``Siglo de Oro'' le sale de la mano, su métrica es más que un eco. Veamos de ``¡Ese viento!'' el cuarteto asonante con que lo termina:
O éste de su soneto ``Camelina'': ``aquí nació y creció y aquí ha vivido'', que no le pide nada a otros celebrados de nuestra lírica.
Esto es una presentación solamente. Nos vienen a la memoria autores que se han ocupado anteriormente de nuestro autor: el propio Avilés, a quien hemos citado aquí, Manuel Ponce, Javier Sicilia y Marco Antonio Campos, que calan en apreciaciones más centradas que las nuestras. Vaya el reconocimiento necesario para una mejor lectura del padre Alday.
A pesar de lo inédita que es su obra, Carlos González Salas lo incluye en Poesía religiosa de México. Alfonso Junco le dedica espacio en su Sangre de Hispania. La antología Jardín Moreliano de poetas contiene veinte sonetos de Francisco Alday. También está incluido en el álbum de discos Poesía religiosa de México que produjera la Universidad Nacional Autónoma de México. Aparte de El Universal, entre las publicaciones que recogieron en su momento la obra del poeta sobresalen Abside, Trento, La Nación, Señal, Comunidad Cristiana, Trivium, Logos, Mundo Mejor, Arento y Viñetas de Literatura Michoacana.
Leamos la obra de Alday y no dejemos que el olvido desencante una poesía luminosa como ésta; no dejemos que a la memoria se la traguen otros bichos. En este tiempo de tantos tanteos y secretos, seamos justos con la palabra.