Periodismo y poder

* Carmen Lira

Dicen los que de esto saben que para construir un país estable, próspero, además de muchas otras cosas, una de las que hay que resolver de inmediato es la del viejo nudo de la relación entre el poder y los periódicos. El mundo político debe acostumbrarse a considerar a los periódicos como un verdadero y real contrapoder con tareas de control, de estímulo y de crítica. Y los periódicos deben considerarse así mismos como una cosa diferente del gran amasijo de los poderes, como algo libre y autónomo, que dentro del juego en el que se forma y se enfrenta la clase dirigente tiene una identidad separada y clara, a la cual debe ser fiel.

Para que esto suceda es necesario, antes que nada, que un periódico tenga una identidad propia. La Jornada --de la que ahora soy directora general-- se ha construido una identidad clara, reconocida y reconocible a través de la historia irrepetible y única de los 12 años pasados bajo la guía de su fundador, Carlos Payán. Y creo que en estos últimos tres años nuestro periódico ha estado en la mejor historia de nuestro país y ha contribuido a indagarla, a contarla y hasta a orientarla con el peso de su influencia y de su opinión. Pero sin renunciar jamás a lo que es siempre la tarea primordial de un periódico: informar a los lectores, para ayudarles a conocer y entender. Proporcionándoles así los instrumentos para participar y ejercitar deveras el derecho de ciudadanos.

Esta posición tan definida nos ha traído algunos detractores. Los hay que nos acusan de no ser suficientemente plurales y de experimentar fascinaciones temáticas: Chiapas, la gratuidad de la educación, el Fobaproa... para mencionar sólo algunos de los conflictos recientes y vigentes, a pesar de que el oficialismo querría darlos por concluidos. Nosotros no, porque los vamos a dar por concluidos hasta que lo estén. Y no ocultamos esa posición: todo el que nos conoce a través del diario o personalmente sabe que estamos por la gratuidad de la educación, que somos solidarios con los indígenas de Chiapas y de toda la nación y que en el caso del Fobaproa, a pesar de la complejidad que encierra el tema, queremos hacérselo claro a nuestros lectores. Porque el Fobaproa significa el mayor saqueo que esta nación ha sufrido, un saqueo que no tiene referente histórico. Le hemos dicho a nuestros lectores, es cierto, que toda la riqueza que genera este país no ha sido en las últimas décadas para atender a la población, sino a una oligarquía cada vez más concentrada, cada vez más voraz. Hemos dicho que en los últimos tres sexenios esos oligarcas han sido favorecidos en todos los sentidos con una política económica que olvida la función social. Por todo ello nos han llamado filozapatistas, el Pravda del Partido de la Revolución Democrática, y hubo un columnista que nos hizo mucha gracia cuando llamó a nuestro diario "esquizoide, estalinista".

Y es que La Jornada es producida diariamente por ciudadanas y ciudadanos preocupados por su país, por su medio, por su tiempo y por su entorno vital. Nos sentimos conmovidos por los hechos que nos afectan de manera directa. Ante disyuntivas nacionales e internacionales como la guerra y la paz, o el bienestar y la miseria, la "objetividad periodística" y la "neutralidad informativa" son ejercicios de simulación o expresiones de insensibilidad .

Para nosotros el profesionalismo periodístico requiere de la pasión, y hasta de la obsesión cuando en los hechos que contamos está en juego la vida, la alimentación, la salud de muchas personas.

Si una historia tan compleja e importante se pudiera resumir en una fórmula, se debiera decir que La Jornada ha creído --y nunca ha dejado de creer-- en la posibilidad de un país justo y más civil, en el derecho-deber de los ciudadanos de reclamarlo y de pretenderlo y, por lo tanto, en la posibilidad de cambio: un cambio posible en nuestro país. Esto, me parece a mí, como sé que a muchos, es el verdadero acto de fe y de respeto en la política, entendida en el sentido más alto y más noble, en su posibilidad de cambiarse a sí mismo cambiando el país.

Los periódicos tienen también un ámbito político y cultural en el que viven, crecen y actúan. El ámbito de La Jornada era obligado y al mismo tiempo incómodo: la encrucijada entre el palacio y la calle con sus ciudadanos. En uno y otro lugar ha estado en estos 15 años La Jornada. Pero en nombre y por cuenta de los ciudadanos, o sea de la parte del pueblo no resignada a una decadencia de la moralidad pública y a una deformación institucional.

Todo esto sucedió naturalmente, casi como si nuestro diario tuviera una especie de derecho de representación, como sucede algunas veces en la mejor historia de un periódico. No un partido, como muchos han simplificado, porque este periódico no tenía objetivos impropios de poder y no ha tenido nunca un horizonte diferente de aquel, del periodismo. Pero ciertamente, algo más que un periódico.

Algo en donde una parte de México y del mundo se ha reconocido y se ha visto reflejada, un instrumento cultural de identidad libre pero colectiva, abierto a la novedad, curioso de la sociedad, convencido de la necesidad de una emancipación definitiva de mujeres, trabajadores, colonos, hombres del campo, etcétera. Esto está escrito, aun antes en nuestros principios fundacionales en el compromiso que establecimos con nuestros lectores desde aquel 29 de febrero de 1984, cuando anunciamos nuestra decisión de hacer un periódico y para lo cual llamábamos a la sociedad civil a que nos diera su apoyo.

Lo que la dirección de Payán heredó, más allá del periódico y más allá de la empresa editorial, es precisamente este patrimonio de identidad. Y es ésta la raíz de La Jornada, y al mismo tiempo su fortuna. Porque existen periódicos que tienen un cuerpo robusto pero no tienen alma, carácter, y pueden ser cambiados de la noche a la mañana, arrojados de aquí para allá en el mercado político según las conveniencias; así como también existen periódicos ambiguos y poco claros que son los más peligrosos para el lector.

El día que decidí aceptar contender para la dirección general de La Jornada fue cuando me di cuenta de que el modo más verdadero para proseguir desde hoy la historia de estos 12 años, es el de haber sabido cuál era el alma del periódico, cuál era su naturaleza. Cómo ser nosotros mismos, ser La Jornada. Y éste es el compromiso fundamental que tomé con los lectores, con la redacción, con los accionistas que han tenido confianza en mí. Creo firmemente que un director debe, antes que nada, reconocer y respetar el carácter de un periódico, para conservarlo actualizándolo con los tiempos y entregarlo intacto a su sucesor.

Esta identidad se hace reconocer y escoger cada mañana por los lectores al comprar el diario, y pienso que es el verdadero fundamento del pluralismo. Es más: la pregunta que una sociedad liberal debería formular hoy, a finales del siglo, a un periódico, ya no es "con quién estás", sino finalmente "quién eres". Si el lector sabe quién eres, entenderá por qué hoy el periódico está de esta parte y sostiene esta idea, por qué ataca a este personaje y a aquella posición política. No son decisiones de alineamiento. Son actos debidos a la identidad del periódico, que obliga en determinados casos y en ciertos momentos a tomar una posición. Y la línea de un cotidiano moderno es precisamente esto: la lectura escrupulosa de los hechos de cada día filtrada a través de esa gran lente que es la identidad del periódico, su patrimonio de historia, ideas, cultura y tradición, resuelta por la personalidad periodística de aquellos que hoy escriben en las páginas de La Jornada.

Al igual que otro medio de información que se precie de serlo, nuestro diario tiene una línea editorial propia. Y hablar de línea editorial es hablar de una visión del mundo, de una propuesta de sociedad y de nación, de una actitud política determinada.

No me refiero a posturas partidistas. La Jornada no es el órgano de ningún partido ni de una organización política ni social. Me refiero al compromiso fundacional del periódico con sectores específicos de la sociedad: trabajadores, campesinos, intelectuales, indígenas, académicos, estudiantes, mujeres, artistas, desplazados económicos. Esta es nuestra identidad. Considero que hemos sido fieles en todos los momentos de la vida del diario a ese compromiso que hoy nos otorga un perfil editorial y esa identidad propia que son punto de referencia en los medios nacionales, y en el extranjero punto de referencia obligado sobre los asuntos mexicanos.

Este compromiso de identidad ha ayudado a La Jornada a atravesar 15 años trabajosos, violentos y confusos de historia mexicana. Nos ayudará hoy y en los años venideros en la tarea que tenemos por delante y que pretendemos resolver simplemente con un acto de fe en el periodismo: es la obligación de dar vuelta a la página y seguir siendo nosotros mismos, seguir siendo La Jornada. *


Credibilidad, nuestro capital

* Carlos Payán

A partir de 1994, La Jornada consolidó su posición de liderazgo en la prensa mexicana y se convirtió en una referencia internacional. Pero no es posible explicar este desempeño sin la década de trabajo periodístico previo que nos colocó en el lugar justo y en el momento adecuado para capitalizar la singularidad de nuestro proyecto periodístico. Permítanme unos breves comentarios para poner en su contexto social y temporal esta historia de modernizaciones, indígenas sublevados, conmociones nacionales y pasión informativa.

Retrocedamos por un momento a 1984.

En ese entonces México era un país fundamentalmente corporativo, en el que las estructuras verticales de poder permeaban al conjunto de la nación, en el que una sociedad civil fuerte, como contrapeso a los poderes públicos y fácticos, era apenas una aspiración.

Estaba vigente el sistema de cooptación de los medios por parte de los poderes políticos y económicos. Entre las oficinas de prensa de las dependencias gubernamentales y los periódicos existía --aún existe, en muchos casos-- una red de intereses, complicidades y reglas no escritas que impedía la difusión de puntos de vista diferentes a los de la autoridad.

Con el telón de fondo de un partido casi único que ganaba elecciones con 70 u 80 por ciento de los votos, y en cuyo interior se desarrollaba el grueso de la vida política nacional, la omnipresencia de la verdad oficial en los medios contrastaba con la ausencia de las versiones críticas, disidentes o simplemente distintas, que pudieran generarse en las organizaciones de oposición, en los sindicatos independientes, en las ligas campesinas, en las asociaciones de colonos, en los movimientos de mujeres, homosexuales, ecologistas, en los círculos de los trabajadores de la cultura. Fuera de sus representaciones oficiales, generalmente articuladas en un modelo corporativo, la sociedad no tenía voz.

En 1984, un grupo de periodistas, intelectuales, académicos, artistas, militantes políticos de todas las tendencias, luchadores y líderes sociales, escritores y científicos, lanzó una convocatoria abierta a la sociedad para crear un periódico que diera voz a quienes carecían de ella y, sobre todo, que representara la realidad plural de un país que ya no se reconocía en la unanimidad y el monolitismo del partido de Estado. Queríamos construir un medio de información que diera cabida a todas las posturas sin excluir a ninguna, que contara el acontecer nacional visto desde diversas perspectivas, incluyendo, por supuesto, la gubernamental.

Al mismo tiempo, nos animaba una búsqueda casi obsesiva de mecanismos que garantizaran la esencia plural del nuevo medio y que impidieran que la línea editorial fuera tomada por asalto por intereses políticos o económicos excluyentes. Por ello, se determinó que el periódico tendría que surgir sin ayuda del poder público y sin el concurso de grupos empresariales. Tuvimos que acudir al sector que estaba necesitando un nuevo diario. Y emprendimos la locura de constituir una sociedad cuyas acciones iban a ser vendidas, por suscripción pública, entre miles de ciudadanos.

Una parte sustancial e imprescindible de nuestro capital provino de donaciones de artistas plásticos. Decenas de pintores, escultores, grabadores, dibujantes y fotógrafos entregaron obra para subastar y vender, y obtener así recursos. Entre ellos destacan Rufino Tamayo y Francisco Toledo, dos grandes artistas mexicanos de presencia universal.

El capital de la empresa que edita La Jornada está repartido entre más de 2 mil accionistas preferentes, que tienen prioridad en el pago de utilidades, pero no voto en las asambleas, y unos 150 accionistas ordinarios, que son los que suscribieron la convocatoria original. Cada uno de ellos tiene, por estatutos, un voto, y sólo uno, en las asambleas.

ƑQuiénes son nuestros propietarios? En primer lugar, los artistas, intelectuales, académicos, periodistas, políticos y escritores que fundaron el periódico. En segundo, los académicos, estudiantes, obreros, amas de casa, profesionistas, grupos campesinos, pequeños empresarios, promotores de derechos humanos, comerciantes, poetas y desempleados que decidieron arriesgar acaso lo único que tenían en el bolsillo, el equivalente de 20 o 30 dólares por aquel entonces, y convertirse no sólo en nuestros lectores, sino también en nuestros socios. En tercero, los nuevos lectores que se han ido sumando a este proyecto: empresarios, dirigentes políticos y funcionarios.

Salimos a la luz el 19 de septiembre de 1984. Teníamos una magnífica pinacoteca, dos pisos de oficinas en un edificio rentado, 10 o 12 líneas telefónicas, unas sillas de oficina que obtuvimos a cambio de insertar publicidad de la empresa mueblera, dos docenas de máquinas de escribir mecánicas, ocho o 10 computadoras personales equiparables al primer modelo PC de IBM y dos fotocomponedoras usadas. No contábamos con imprenta propia.

En el mercado mexicano de periódicos, habituado a los grandes formatos de tamaño completo, La Jornada, con sus 32 páginas en blanco y negro y tamaño tabloide, causó algún desconcierto. No faltaron los que la llamaron panfleto, hoja parroquial, folleto. Pero en ese mismo contexto, en el que los tirajes muy raramente sobrepasaban los 100 mil ejemplares, La Jornada empezó produciendo 20 mil.

Exactamente un año después de que empezamos a circular, una parte de la ciudad de México se vino abajo por efecto de un terremoto. Esa mañana del 19 de septiembre de 1985, reporteros, redactores, colaboradores, directivos, y hasta empleados administrativos del diario salimos a las calles llenas de escombros y de víctimas para descubrir la magnitud de la tragedia, la parálisis de las autoridades y el impulso masivo, solidario y espontáneo de la población de la ciudad, que desde los primeros minutos empezó a organizarse para rescatar a quienes habían quedado atrapados, para buscar a los desaparecidos, para trasladar a los heridos, para sepultar los cadáveres y para ayudar a quienes lo habían perdido todo.

La historia central de aquella tragedia fue la hasta entonces insospechada capacidad organizativa demostrada por la población, la capacidad de la sociedad para asimilar las gravísimas pérdidas humanas y materiales sin paralizarse. Y así lo contamos. El retrato de esos fenómenos significó, para La Jornada, el primer ascenso brusco de su circulación. Así logramos colocar nuestra circulación en 30 mil ejemplares.

A fines de 1986, y esgrimiendo razones académicas nada desdeñables, la Universidad Nacional Autónoma de México lanzó un plan para mejorar la educación superior, que pasaba por restringir el acceso a ella de centenares de miles de jóvenes. La Jornada informó del comienzo de una oposición a las reformas, una oposición que empezó siendo minoritaria y marginal, pero que en el curso de dos meses adquirió dimensiones masivas. En febrero de 1987, los estudiantes convocaron a una manifestación en la Plaza de la Constitución, la plaza central de la ciudad de México.

Esa tarde, en la redacción de La Jornada, que no se encontraba lejos del Zócalo, la directiva del periódico preparaba una primera plana convencional. En un momento dado tuve la idea de parar el trabajo por un momento e invité al cuerpo directivo a ir al Zócalo para ver de primera mano lo que estaba ocurriendo y las dimensiones del acto. Nos encontramos con un mitin que reunía a más de 200 mil jóvenes.

Cuando volvimos a la redacción llevábamos ya la idea de darle a la noticia un tratamiento especial.

En su portada del día siguiente, La Jornada destacó una foto panorámica de la manifestación, acompañada de un titular: "La manifestación política más importante desde 1968".

Por contraste, la uniformidad de los otros diarios resultó sospechosa. En todos ellos se minimizó el hecho y se consignó la manifestación como un acto "de lesbianas, homosexuales y costureras". Era evidencia suficiente del control y del sesgo informativo. El movimiento estudiantil de 1986-1987 llevó a La Jornada a superar los 40 mil ejemplares, y le dio una sólida base de lectores entre los jóvenes y los estudiantes.

En 1987, año preparatorio de una sucesión presidencial, ocurrió un hecho insólito para el México de entonces: una fractura al interior del partido oficial, el Revolucionario Institucional, y un grupo de priistas, encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, abandonó el partido. Las candidaturas de Cárdenas, postulado por una alianza de fuerzas diversas, y la de Manuel J. Clouthier, candidato del Partido Acción Nacional, introdujeron la posibilidad --por primera vez en muchos años-- de que el PRI perdiera los comicios.

No ocurrió así, pero según las cifras oficiales, el candidato oficial, Carlos Salinas de Gortari, apenas logró sobrepasar 50 por ciento de los sufragios, un margen históricamente bajo para un postulante del partido oficial, que hasta entonces solía ganar elecciones con 70 u 80 por ciento de los votos, y el resultado quedó marcado por la sospecha de fraude.

Durante las campañas había resultado evidente la parcialidad de los medios impresos y electrónicos hacia las candidaturas del partido oficial. En los periódicos, y mucho más en la televisión y en la radio, las actividades de los opositores fueron sistemáticamente reducidas a unas pocas líneas, a unos cuantos segundos, a dos o tres imágenes fugaces, en tanto que a los candidatos oficiales se les concedían grandes cantidades de líneas ágata y de tiempo. En las páginas de La Jornada, las distintas candidaturas obtuvieron un trato equitativo. Por ese solo hecho, nuestra circulación se colocó a poca distancia de los 100 mil ejemplares.

Para entonces estaba claro nuestro estilo periodístico: buscar y reproducir la posición de todas las partes involucradas en los sucesos, propiciar el debate entre los gobernantes y los detractores, reproducir los puntos de vista diversos y encontrados, ya fuera en política, en religión o en asuntos académicos y culturales. Por su parte, los lectores habían adquirido conciencia de que en la sección de cartas de nuestro periódico contaban con un espacio propio para manifestar su propia voz.

Esta relación con los lectores no siempre ha sido cómoda. En 1989 hubo elecciones locales en Michoacán, el estado que gobernó Cuauhtémoc Cárdenas y en el que tanto el cardenismo histórico como el moderno tienen uno de sus principales bastiones. Días antes de los comicios, La Jornada mandó a hacer una encuesta, cuyos resultados publicó en primera plana, que no favorecían al candidato del cardenismo, Cristóbal Arias, sino al del PRI. En Morelia, la capital michoacana, en el cierre de campaña de Arias muchos de sus simpatizantes gritaban ''mueras'' a La Jornada, mientras sostenían bajo el brazo un ejemplar de nuestro periódico.

Desde mediados de la década pasada hasta 1998, año en que la redacción de nuestro periódico se mudó a Polanco, la mayor parte de las manifestaciones y marchas que se realizaban en la capital mexicana, y que eran muchas, se organizaban de tal manera que en su recorrido los manifestantes pasaran frente a nuestras oficinas. Allí se detenían, para agradecernos con consignas la cobertura informativa a sus causas y a sus luchas o, en ocasiones, para reclamarnos airadamente que no les hubiéramos concedido el espacio al que se consideraban merecedores, o que no hubiéramos informado de sus movimientos con el enfoque que ellos habrían querido.

El cuarto incremento de circulación ocurrió en 1990 y 1991, con la guerra del Golfo Pérsico, la cual causó en la opinión pública mexicana una angustiosa incertidumbre. Se percibía la posibilidad de una nueva conflagración mundial, en medio de un abundante pero confuso bombardeo informativo procedente del exterior.

Desprovistos de medios técnicos y de recursos para enviar a nuestros reporteros a la zona de conflicto, optamos por contar la guerra del Pérsico con los únicos elementos que teníamos a nuestra disposición, que eran los servicios cablegráficos. Teníamos contratadas más de 12 agencias informativas, grandes, medianas y pequeñas. Ante la disparidad de versiones, decidimos incluir en la edición de La Jornada un reporte de todos los despachos cablegráficos, rigurosamente ordenados por su hora de recepción, para dejar que nuestros lectores se hicieran su propia versión final de lo que estaba ocurriendo del otro lado del mundo. Hicimos esa apuesta por la inteligencia de los lectores y ganamos un incremento en la credibilidad del periódico. En enero de 1991, llegamos a tirar más de 120 mil ejemplares.

Chiapas era, y es, un microuniverso singular en el contexto mexicano. A las tierras chiapanecas la Revolución Mexicana y sus propuestas agrarias llegaron, en el peor de los casos, tarde y mal. Los débiles ensayos de democratización emprendidos por el gobierno en las dos décadas anteriores no se aplicaron en ese estado, en donde la estructura de poder sigue siendo anticuadamente oligárquica y en donde, desde tiempos de la Colonia, las vidas y los destinos de los campesinos indígenas están en manos de caciques, terratenientes, políticos y comerciantes. Ahora están, también, en manos de los mandos militares y, peor aún, de las gavillas paramilitares adictas al régimen.

En 1992 y 1993, varias organizaciones campesinas e indígenas de Chiapas emprendieron una marcha hasta la ciudad de México para denunciar los asesinatos políticos, el abandono social y la opresión reinantes en su región de origen. Pero los participantes en esa manifestación, que se llamó Xi'Nich (La Hormiga), no obtuvieron respuesta de las autoridades y la mayor parte de los medios los ignoró.

Desde un principio, La Jornada dio cobertura periodística a tales manifestaciones, y varios de nuestros reporteros se mantuvieron atentos a lo que sucedía en el extremo sur del país.

Fueron representantes comunales los que informaron a nuestro corresponsal, en mayo de 1993, que en Chiapas efectivos del Ejército Mexicano habían entrado en combate con un grupo que no era de delincuentes comunes ni de narcotraficantes. En un primer momento, el Ejército emitió un boletín --que ningún medio destacó, excepto el nuestro-- en el que proporcionaba datos sobre un campamento rebelde desmantelado, e incluso divulgó la fotografía de un tanque de madera utilizado por los irregulares para sus entrenamientos. Pero pocos días después, el gobierno negó la existencia de un grupo guerrillero en el sureste mexicano.

Mientras el México oficial vivía con ansiedad la inminencia de la firma del Tratado de Libre Comercio, y mientras la opinión pública se conmocionaba por el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas, presumiblemente a manos de narcotraficantes, la noticia de los combates en la sierra de Corralchén entre soldados y guerrilleros fue destacada en la primera plana de nuestro periódico, y se dio seguimiento a esos hechos durante 20 días consecutivos: enviamos al corresponsal y a una reportera a varias poblaciones de la Selva Lacandona. Los lugareños dieron cuenta de movimientos de tropas y enfrentamientos de gran magnitud.

Por extraño que parezca, ni el gobierno ni la opinión pública de México hicieron mayor caso de esas informaciones. Por nuestra parte, aunque ignorábamos las dimensiones del problema y no teníamos idea de que se preparaba una insurrección, en todo momento compartimos con nuestros lectores la información de que disponíamos. Por eso, el sector de la opinión pública menos sorprendido por el alzamiento fue el de los lectores de La Jornada.

En las primeras horas de 1994, Rosa Rojas, la reportera que había venido cubriendo el acontecer de las comunidades indígenas en Chiapas, supo que algo extraordinario estaba pasando en San Cristóbal de las Casas. A las 3 de la madrugada del primero de enero, en medio de los festejos y los brindis, se comunicó conmigo para decirme que un grupo insurgente había tomado esa importante población. Le pedí que saliera rumbo a Chiapas en el primer avión disponible. A las 6 de la mañana del primero de enero, Rosa estaba en el aeropuerto capitalino, y esa misma mañana estaba haciendo preguntas al subcomandante insurgente Marcos en la plaza de San Cristóbal.

La noticia de que en un remoto rincón de México unos indígenas se habían levantado en armas contra el gobierno le dio la vuelta al mundo en pocas horas y causó estupor y desconcierto en los medios. La redacción de nuestro diario no fue la excepción. Nuestra única singularidad fue, acaso, darnos cuenta de que aquella insurrección era el suceso político más trascendente que había ocurrido hasta entonces durante el gobierno de Salinas y que, si bien condenábamos por principio los métodos violentos, a los indígenas les asistía la razón en sus demandas.

La dirección del periódico ordenó el desplazamiento, hacia Chiapas, de un nutrido contingente de reporteros, cronistas y fotógrafos. En la zona de conflicto --en las comunidades, en los combates, en los destacamentos militares, en la diócesis de San Cristóbal, en las oficinas del gobierno del estado-- llegó a haber más de 15 informadores de La Jornada. Otro grupo, aún más numeroso, cubría las reacciones al conflicto entre las oficinas gubernamentales capitalinas, entre los congresistas y entre los diplomáticos. El único ámbito al que La Jornada no tuvo acceso en esos días fue a las filas de los rebeldes, los cuales parecían haberse esfumado en la selva y en las cañadas chiapanecas.

De súbito, la insospechada rebelión se volvió la misión informativa más importante a la que nos habíamos enfrentado en nuestra vida.

En los primeros días de la guerra de año nuevo, como ha sido llamado el comienzo del conflicto chiapaneco, se desarrolló en La Jornada la convicción de que era necesario detener la confrontación armada. No pocos de nuestros reporteros, reporteras y directivos habían vivido de cerca los conflictos centroamericanos y conocían la cara real de la guerra. Durante los 10 años de vida que tenía entonces el periódico, habíamos condenado inequívocamente toda forma de violencia política y habíamos abogado por un cambio pacífico en el país. En consecuencia, el diario expresó desde un primer momento su rechazo a los métodos violentos, se manifestó a favor de la paz y se dispuso a emprender la más vasta cobertura informativa de su historia.

Además de informar puntual y exhaustivamente sobre la guerra, exhortamos a la reflexión, al análisis y al debate. En enero de 1994, la polémica sobre la insurrección y sobre las respuestas gubernamentales se dio, preponderantemente, en las páginas de La Jornada. Allí escribieron Octavio Paz, Carlos Fuentes, Manuel Vázquez Montalbán, Umberto Eco, Gunter Grass y muchos otros. Allí, junto con las fotos de los muertos, se hicieron reseñas históricas de la región, se presentaron radiografías económicas de Chiapas, se ofrecieron análisis antropológicos de las comunidades involucradas en el conflicto, se reflexionó sobre los elementos agrarios, religiosos y culturales del levantamiento.

Con todas las divergencias del mundo, y desde las más variadas perspectivas, en las páginas de La Jornada se hizo evidente un punto en común: la necesidad de la paz. Y desde nuestras páginas, se exhortó al gobierno y a los rebeldes a que detuvieran el fuego.

A mediados de enero, una impresionante manifestación a favor de la paz llenó el Zócalo capitalino. El orador único del acto fue el padre Miguel Concha, luchador de toda la vida por los derechos humanos, provincial de los dominicos mexicanos, colaborador nuestro, fundador del periódico, presidente histórico de nuestras asambleas.

La saga de hechos insólitos no había terminado. Por razones propias, o porque escuchó el clamor de paz que se había generado, o por ambas cosas, el 14 de enero Salinas dio un viraje, y en un acto de gobierno sin precedentes decretó un cese unilateral del fuego, nombró un comisionado de paz, envió al Congreso una ley de amnistía y cambió radicalmente el tono empleado durante esos 14 días para referirse a los insurrectos en términos más moderados.

Al cabo de un tiempo, la dirigencia del EZLN encontró la forma de hacer llegar sus documentos a cuatro medios de prensa: la revista Proceso, el periódico El Financiero, el diario local Tiempo, de San Cristóbal, y La Jornada. Cuando recibimos el primer comunicado firmado por Marcos, que era larguísimo, optamos por publicarlo completo. Hasta la fecha, hemos seguido publicando, íntegros, los comunicados del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y los boletines del gobierno sobre Chiapas. Pensamos que es una práctica que evita cualquier riesgo de interpretación equívoca o subjetiva por parte del periodista y que permite al lector estar en contacto directo con las posiciones de ambas partes. Ello, por supuesto, no significa renunciar al análisis editorial ni rehuir a nuestra obligación de aportar elementos de juicio.

Tras varias semanas de incertidumbre sobre el paradero de los líderes de la insurrección, en febrero de 1994 un grupo de reporteros de La Jornada y de Argos logró hacer contacto con la dirigencia zapatista. Produjimos conjuntamente la primera entrevista a Marcos y a diversos integrantes de la comandancia indígena, la cual fue publicada en la primera plana, en varias entregas, en La Jornada. Simultáneamente, decidimos compartir el texto de la entrevista con varios medios internacionales, El País, de España, en primer lugar, y con los integrantes de la red World Media, que agrupa a una veintena de periódicos de primer orden en cuatro continentes.

Para el conjunto de la sociedad mexicana, el levantamiento zapatista fue un momento de angustia, de reflexión, de esperanza y de incertidumbre, todo ello a un tiempo. Muchos ciudadanos buscaron, en consecuencia, informarse en el medio que mayor cobertura daba a la revuelta, y ese medio era La Jornada. Ello nos valió un repunte considerable en la circulación, que llegó hasta los 200 mil ejemplares.

Sin duda, la peor tragedia nacional del vertiginoso 1994 fue el asesinato, aún no esclarecido, del candidato presidencial priista, Luis Donaldo Colosio, el 23 de marzo en Tijuana. La sociedad se cimbró y acudió a los medios para tratar de entender la pesadilla nacional que estábamos viviendo.

Esa noche, con miedo, desconcierto y rabia, enviamos los originales mecánicos a la imprenta, junto con la orden de imprimir 250 mil ejemplares. Nuestras rotativas distan mucho de ser las mejores que produce la industria, y en esos días no podíamos terminar la impresión antes de las 10 de la mañana. A pesar de ello, nuestros porcentajes de devolución bajaron a 2 y a uno por ciento.

La intensidad de los sucesos mexicanos de 1994 --insurrección, asesinato del candidato oficial a la presidencia, elecciones y toma de posesión del actual presidente, Ernesto Zedillo-- culminó, en los últimos días de ese año, con el estallido de una severa crisis económica, cuyos efectos persisten.

En 1994 y 1995, México experimentó cambios acelerados que pueden resumirse de esta manera: el país ha dejado de ser predecible, hasta el punto de que no hay forma de saber si algún día volverá a serlo.

En La Jornada hemos vivido esos sucesos con pasión y cercanía, y hemos mantenido a sectores clave de la sociedad al tanto del pulso nacional. A ojos del lector, la credibilidad y la fiabilidad de su periódico se consolidan, o se desvanecen, en tiempos de crisis y de incertidumbre. Para nosotros, las turbulencias políticas, económicas y sociales de estos años han sido una prueba decisiva que nos han consolidado como propuesta informativa.

Hacia 1996, la carestía y la dramática caída salarial, el incremento del desempleo y la inflación provocados por la crisis, y acaso también el agotamiento político y emocional tras años complejos y difíciles, incidieron negativamente en los periódicos y medios impresos, reduciendo drásticamente su circulación e incrementando el porcentaje de la devolución. La Jornada no fue la excepción, pero ha mantenido su posición de liderazgo y ha seguido siendo punto de referencia fuera del país.

Hace más de cinco años que estamos presentes en la Web de Internet con un servicio informativo que ofrece los contenidos de nuestra primera plana y nuestra contraportada, los artículos, editoriales y algunos suplementos, así como una selección de fotos y cartones, todo ello en forma gratuita e irrestricta.

La credibilidad que hemos construido es nuestro más importante capital y, con base en nuestra experiencia, pensamos que para un periódico es mucho más importante tener el crédito de sus lectores que disponer de crédito en los bancos. Pensamos, finalmente, que el incremento de la circulación no es un fin en sí, sino un medio para llegar a más ciudadanos, para sumar a mucha más gente a nuestra publicación, a la cual concebimos como un instrumento de convivencia y como una aventura civilizatoria. *


De entre las formaciones de la sociedad civil

* Carlos Monsiváis

En 1984 surge La Jornada, a resultas de un desgajamiento del unomásuno. Con Carlos Payán al frente, y un equipo muy capaz de periodistas y escritores, el diario anticipa las necesidades de reclamo de la sociedad civil, y continúa una tendencia del unomásuno, el rechazo de la censura hasta donde es posible (bastante), notoriamente en lo relativo al lenguaje y la atención a las minorías. Lo ya presente en unomásuno se fortalece, adelantándose por 15 años a la moda de hoy, tan liberada de sustos ante los vocablos "prohibidos". Desde 1984 no se duda: la impresión de las "malas palabras" no provoca la caída de los muros de la República. Se escribe "chingada" y el Palacio de Bellas Artes sigue en pie. Pero esto termina siendo victoria mínima del nuevo costumbrismo, y el habla unisex nada más verifica el replanteamiento forzado de los cánones de las "buenas costumbres". Lo categórico es la decisión --tranquila, normal-- de alejarse de los tabúes y los aspavientos del tradicionalismo, y de no ver en el periodismo al cómplice de las cerrazones. (Antes de esta tendencia, que se va imponiendo, lo usual fue declarar a cada publicación "fortaleza de la decencia").

En el reparto de funciones de la prensa, a La Jornada le toca, no sin errores y contradicciones, informarle a un sector de centroizquierda, y de izquierda, inmerso en una zona de la sociedad civil (la que utiliza por ejemplo El Correo Ilustrado, la que acude a los manifiestos de un cuarto o de un octavo de plana para divulgar sus batallas específicas). ƑA qué aludo con izquierda, un término hoy de tan ardua definición, entre otras cosas por situarse en un campo oscurecido por las divisiones, vulnerado por las enormes concesiones al pragmatismo, desgastado por la suplantación que los oportunistas hacen de la antigua militancia, y por la privatización de las causas por la burocracia? A la izquierda ya no la define un nostálgico perfil marxista o revolucionario, ni ųaunque todavía se perpetrenų artículos en el estilo combativo de La Voz de México, órgano del Partido Comunista Mexicano, allá por 1956. Más bien, por izquierda se entienden los movimientos, los esfuerzos intelectuales y periodísticos, las causas específicas que se oponen a crecientes embestidas de la derecha, y que sostienen las demandas de justicia social, tolerancia, diversidad, derechos de las mujeres, educación pública, respeto a mayorías y minorías, conciencia ecológica, etcétera. En buena medida, la izquierda o, si se quiere, el esfuerzo democrático se localiza en buena parte de las organizaciones no gubernamentales, en los grupos feministas, las organizaciones indígenas, las minorías en pos de reinvindicaciones legítimas, y un sector amplio de la comunidad intelectual y artística (pese a todo una comunidad por acumulación de intereses, actitudes y acciones).

El periodismo crítico, y por eso mismo democrático, ha seguido con detalle y rigor los movimientos básicos de estos años. Así por ejemplo las movilizaciones desatadas por el terremoto en 1985, el entusiasmo generado por la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988, la formación del PRD (de sus orígenes al círculo de las denuncias mutuas), los escasos movimientos sindicales independientes y su innovación en el exigir y el desvestir (recuérdense las fotos de Pedro Valtierra del Full Monty de los mineros de Pachuca), el debate en torno a la salud no reproductiva, Chiapas a partir del primero de enero de 1994, el desarrollo del movimiento lésbicoųgay, las luchas en contra de la impunidad de los violadores, las resistencias al ecocidio... También, este periodismo, distinto en casi todo del televisivo, ha cubierto con insistencia loable el camino de las represiones sangrientas (Aguas Blancas en Guerrero, Acteal en Chiapas, las de mayor impacto), y de las represiones económicas que devastan el porvenir de varias generaciones, además de la presente (el saqueo sistemático en el sexenio de Carlos Salinas, la impunidad a la hora de las privatizaciones, los "gastos de campaña" desaforados de Roberto Madrazo en Tabasco y, muy especialmente, el Fobaproa).

Son considerables los aportes de este periodismo, tal vez el principal su capacidad de crear un público a través del tratamiento sistemático de asuntos marginados por lo común. Esto trae consigo un cerco de difamaciones y linchamiento moral y también, y por desdicha, ciertas rutinas del triunfalismo moral y la autocomplacencia. Hay que admitir, por ejemplo, que las aportaciones considerables de este periodismo han merecido críticas muy atendibles, que no vienen de intereses contrariados y facciosos, preguntas que deben responderse: ƑHasta qué punto la grotecidad o la rapacidad de sus enemigos no conduce a olvidar los errores, las arbitrariedades y la violencia de una causa? ƑNo merece, digamos, el desarrollo del EZLN una crítica sostenida, precisamente por ser una gran causa indígena? ƑNo ha fallado por momentos el EZLN, o si se quiere el subcomandante Marcos, por su esquematismo? Debe repetirse: un movimiento que no asimila y no exige la crítica, no merece el apoyo.

ƑQué significa esto? Tan sólo la obligación de no convertir en causas ideológicas y políticas a las políticas informativas. Ya intentar la objetividad de manera continuada es suficiente, y es cumplir el compromiso moral, como lo muestran, entre otros ejemplos, las crónicas de Chiapas de Hermann Bellinghausen. Este es el ámbito de responsabilidad, y cuando se traspasa, se cae en el partidarismo inútil, se dan noticias sesgadas, se condiciona la interpretación de los hechos, se hace simplemente un periodismo malo y antidemocrático. Por ejemplo, La Jornada cubrió con brillantez la tragedia de Acteal, desde los primeros reportajes de Bellinghausen y Jesús Ramírez Cuevas, y como ningún otro medio ayudó a convertir este drama de la maldad y la soberbia gubernamentales en noticia mundial. Pero es la distancia crítica la que consolida la responsabilidad periodística. Un diario que sea órgano del EZLN carece de interés y, en primera y última instancia, de valor testimonial. Y esto se extiende para todos los casos. Ante el disparate mayúsculo de las elecciones en el PRD, en marzo pasado, sólo cabe la información muy crítica, como también en el desdichado affair de la leche Betty. En cualquier situación, los lectores tenemos la obligación y el derecho de exigir la supresión de las militancias específicas en abono de la causa general: la objetividad que no es ni puede ser neutral.

En las publicaciones, la toma de partido ideal y justa se centra en la persistencia informativa y la jerarquía temática. No hay diarios o revistas neutros o carentes de simpatías y antagonismos, y no existen ni la mente en blanco ni la nota salomónica. Pero reconocer esto exige la confrontación incesante de filias y fobias con los hechos de la realidad y los datos de la subjetividad. Al respecto, nada es tan subjetivo como el lugar de honor concedido en casi todas las publicaciones a las encuestas, el nuevo gran determinismo en política. Si no se pueden ignorar las encuestas, no procede deificarlas. De modo similar, no se debe ceder tampoco a esa encuesta de una sola persona: la tentación de predicar. Al decir esto me refiero muy concretamente a la manía constante entre muchos reporteros: editorializar, asumir la nota o el reportaje como el ring de sus opiniones. Que en otros diarios y revistas se dé también de modos diversos un partidismo equivalente, no consuela. No es atribución de los reporteros editorializar.

Al negarme a incorporar como "natural" el cúmulo de errores y descuido, actúo movido por una certeza: a toda publicación la benefician la autocrítica y, también, la crítica. Es preciso ajustar el ritmo informativo a las necesidades del lectorado que es, todos los días, un electorado. Y el lector requiere de equilibrios informativos y de la dosificación de la política. Es tan frustrante en México y en casi cualquier parte del mundo lo que ocurre en las esferas del poder que la información sobre cultura y vida social hace las veces de inmenso antídoto, además de ser válida en sí misma. Y en este orden de cosas, es muy elogiable, desde mi perspectiva, el sitio de gran importancia concedido a las notas de cultura, el valor reconocido en primera plana a escritores, pintores, músicos y cineastas (falta intensificar la atención sobre teatro y danza). Y La Jornada Semanal es una excelente demostración del interés que, para serlo debidamente, necesita ser primordial.

Hay una carga de lo previsible en toda publicación. Pero no hay manera de volver previsible el tratamiento informativo de movimientos sociales, fraudes mayúsculos, desigualdad monstruosa, intolerancias, autoritarismos político y financiero, ecocidios, etnocidios. Si es previsible carece de fuerza el periodismo crítico, que se diluye en la pretensión de volver noticiosos los puntos de vista, en la ansiedad por defender una causa exagerando las dimensiones de los acontecimientos. Esto, creo, debe ser evitado disciplinadamente porque equivale a ideologizar desde los buenos deseos, y un buen deseo transformado en ocho columnas es un gesto muy vano de exorcismo. Sin embargo, en las crisis se requiere un poder ciclópeo para caer en lo previsible, se trate del Fobaproa o de la militarización de Chiapas o del determinismo de la clase política o de la función de los escándalos o de la conversión de un asesinato de narcos en el linchamiento de una figura de oposición. La desesperanza y la impotencia de los lectores viene también de volver "previsible" lo que, por su dinámica, exige la movilización de la crítica.

Me concentro ahora en un aspecto informativo que me interesa particularmente: la lucha contra la intolerancia y a favor de los derechos de minorías hostigadas bárbara y anticonstitucionalmente. La Jornada ha atendido al crecimiento de la intolerancia organizada que, al amparo de la desintegración social, cree llegado el momento de cambiarnos de siglo y llevarnos al XIX en vez del XXI. Situaciones que creíamos superadas, procesos de secularización y conquistas históricas que ya no se discutían, se ven sujetos a campañas de hostigamiento y persecución, a cargo de las agrupaciones minúsculas de padres de familia (de fertilidad insuperable o con hijos muy incompetentes, porque son los mismos desde hace 30 años), a grupúsculos de ultraderecha caracterizados por la sordera y la dislalia (la dislalia no es una de sus dirigentes), a oligarcas que "negocian el cielo" apoyando el fundamentalismo, a clérigos que detestan activamente el derecho constitucional a la diferencia. De este sector, reducido en número y potente en influencias, surgen los ataques a las comisiones de derechos humanos, los derechos irrenunciables de las minorías religiosas ("las sectas son moscas que hay que matar a periodicazos", afirmó el generoso nuncio papal Girolamo Prigione), los derechos legítimos de las minorías sexuales, las formas de diversión que no se atienen a las versiones más obsoletas de "la moral y las buenas costumbres", el teatro moderno, la fotografía capaz de reconocer que aun sin ropa el cuerpo humano es fotografiable, las películas que gracias a las astucias del videocasette sobreviven a la censura, y así sucesivamente.

Frente a esto, La Jornada, no única pero sí muy ostensiblemente, ha erigido la muralla más eficaz: la información textual. La intolerancia puede sobrevivir a la crítica pero no a la malignidad del espejo. Al seguir el despliegue de las citas y las actividades de la ultraderecha, al reconocer en su atroz literalidad el peso del fundamentalismo, la sociedad civil observa el espectáculo doble: el de la intolerancia y el del humor involuntario de quienes lo ejercen, lo que se identifica como "la estrategia de los alcaldes panistas". Ni la ultraderecha ni la ultraizquierda son minimizables por su carga de odio y cerrazón, y ni la ultraizquierda ni la ultraderecha desisten jamás de su capacidad de asombrarnos. Todavía recuerdo al obispo de Tlalnepantla que afirmó, convencido: "Si el aborto se hubiera permitido en el primer siglo de nuestra era, Nuestro Señor a lo mejor no habría nacido". Y la ultraizquierda, como se ha visto en el conflicto universitario de hoy, se imagina dueña eterna de los feudos de la intransigencia. Si levantan la huelga, pierden su territorio de conquista.

Si Doble Jornada primero y Triple Jornada ahora dan cuenta de los procesos del feminismo, un suplemento atestigua cada mes la lucha contra una tragedia colectiva y contra la formación de prejuicios que la intensifica. Carmen Lira, generosa y solidariamente, invitó a La Jornada a un grupo a hacer el suplemento Letra S, Sociedad, Sexualidad y Sida, una contribución notable en varios aspectos: la asesoría indispensable sobre la pandemia, la revisión de prejuicios sobre la sexualidad, el acercamiento crítico a la homofobia (ese rencor activo contra lo diferente que se inventa una "superioridad" rápida y deleznable), el apoyo efectivo a seropositivos y enfermos. Frente a la tragedia del sida, Letra S se añade notablemente a la defensa de los derechos humanos, una de las grandes causas del periodismo crítico.

Ninguna publicación puede atribuirse el monopolio del análisis sin concesiones del gobierno. A la luz del despeñadero verbal de los priistas, malamente iluminado por costosísimas campañas de publicidad, valor civil no es criticar al gobierno, valor civil es defenderlo. Por eso mismo, cuestionar al régimen ya no resulta suficiente en el entendimiento del desastre. Sin el examen severo de las políticas empresariales, de la derecha confesional, de la arrogancia del puñado de macromillonarios, de la insolencia de los estafadores de la banca, de la represión que militariza y paramilitariza, la crítica se estaciona en un ineficaz lugar común.

Sí, ya sé que la crítica nunca es suficiente y que al cabo de todas las denuncias y los estudios rigurosos la impunidad sigue al parecer intacta. Pero la sociedad requiere de la salud mental contenida en los análisis desmitificadores, en las noticias omitidas en casi todas partes, en la certidumbre de que una comunidad de lectores es una gran movilización diaria de la sociedad civil. No es, por ejemplo, inútil para nada la tarea de los moneros, en verdad extraordinarios, y no digo esto para denigrar con el elogio a Magú, El Fisgón, Helguera, Rocha, Ahumada, José Hernández, Luis Fernando, Ulises, Trino y los más jóvenes. Y mi entusiasmo no sólo viene de que están de acuerdo con lo que pienso, sino, y esto es básico, de que me enseñan a ver lo que pienso.

ƑCómo se han modificado los lectores a lo largo de 15 años? No sé, apenas tengo una idea muy aproximada de cómo me he modificado yo. He pasado de la confianza ilusa en el cambio a la confianza igualmente ilusa en el abismo, de la creencia en las grandes causas del país a la creencia en las grandes causas del país (tengo derecho a la persistencia), de la indignación al desánimo ante la fragilidad de las indignaciones, de la urgencia de informarme al temor de informarme. En todo este tiempo he adquirido un compromiso de lectura que amplío con un compromiso de agradecimiento a, entre muchos, dos personas: Carlos Payán y Carmen Lira. *


La próxima jornada

* Pablo González Casanova

La importancia del pensamiento crítico fue inmensa en la guerra fría y durante la crisis del estalinismo y del populismo. Hoy, el pensamiento crítico sigue siendo fundamental, pero se necesita vincular y explicar más estrechamente al pensamiento alternativo. El pensamiento crítico tiene que enfrentar las ideologías neoliberales y neoconservadoras que muestran un enorme potencial de mentir y convencer, de mistificar y desarticular, de enajenar y zombizar, de festejar el cinismo y alentar el conformismo.

Pero el pensamiento crítico necesita además atender y entender todo lo que parezca un movimiento alternativo, todo lo que entre nosotros se manifieste como lucha contra el neoliberalismo, contra la desnacionalización, contra la privatización, contra la democracia electoral mutilada por la modernidad salvaje y el globalismo mafioso o elitista, que son lo mismo. El pensamiento crítico necesita plantear el problema de la alternativa con mucho más profundidad que en 1968.

Ahora ya no existen los referentes de la guerra fría, de "centro", "izquierda", "derecha". Nadie diría hoy que Tony Blair está a la derecha, Lionel Jospin en el centro, Fidel Castro a la izquierda y Chiang Zemin a la ultraizquierda. Nuestro referente hoy ya no son el socialismo, el comunismo, la Tricontinental o el marxismo como pensamientos de Estado o de partido; no tratamos de pensar ya como la Revolución Mexicana, como la rusa, o como la cubana o como la china. Tampoco queremos pensar como la "nueva izquierda" ni como intuíamos las nuevas ideas de hace 30 años, las ideas germinales del 68 en que se iniciaba una nueva etapa de la historia mundial. No podemos quedarnos en pensar cómo, porque la nueva etapa histórica nos plantea una organización del pensamiento y la acción que es muy distinta de los anteriores y en que las analogías son inciertas.

Es verdad que todo lo nuevo tiene mucho de lo viejo y de lo clásico; pero si se quiere conocer y si se quiere participar en el nuevo gran movimiento que hoy se desata en el mundo y en México se tiene que ver con lupa qué hay de realmente nuevo en la alternativa histórica naciente. Y yo creo que lo nuevo, lo nuevo no es ser moderado, de izquierda o ultra. Yo creo que lo nuevo es la coherencia.

En el mundo actual la lucha por la explicación de lo que ocurre es más importante que antes de la crisis de las ideologías. Porque la ideología dominante se esconde hoy disfrazada de "ciencia". Y con toda seriedad, con toda falta de seriedad, da explicaciones de lo que ocurre que verdaderamente uno se pregunta a quién quieren engañar los neoliberales, los tecnocientíficos, los modernizadores, los globalizadores.

El caso es que La Jornada ha dado todos estos años una gran batalla por la explicación de México y del mundo, y va ganando la batalla de la explicación con sus reportajes, con sus entrevistas, con sus fotografías, con sus cabezas, con sus noticias, con sus editoriales, con sus caricaturas. La Jornda ha ganado, entre muchos mexicanos, la batalla de la explicación de México.

Y tiene que seguirla ganando, no sólo por la firmeza en sus principios, por la profesionalidad en su trabajo, por el respeto a las distintas corrientes de pensamiento que colaboran en ella. La Jornada tiene que seguir ganando la batalla de la explicación de México, no sólo aumentando su tiraje, ni sólo aumentado sus redes electrónicas: La Jornada tiene que reproducirse en todos los estados de la República. Y tiene que reproducirse por medios tradicionales y electrónicos, como periódico, y --Ƒpor qué no?-- como canal de televisión de todas las organizaciones de la sociedad civil y política de un México que haga efectiva su decisión renovada y creadora de luchar con un periódico crítico y democrático, que hace 15 años propuso Carlos Payán, y que hoy realizan todos los jornaleros encabezados por Carmen Lira.

Parte del México unido que haga realidad las prácticas democráticas será la coherencia entre la palabra y los hechos. Lograr el necesario vínculo supone empezar por hacer la democracia en los propios partidos y organizaciones que quieren luchar por ella. Implica acabar con los fraudes en las votaciones internas, con las manipulaciones en las asambleas, con las políticas de clientelas, con los gestos autoritarios dizque radicales.

Luchar por la democracia en serio supone no quedarse en acusaciones personalistas y anecdóticas sino plantear con claridad el derecho y la posibilidad real de una política alternativa a la del Fondo Monetario Internacional y los neoliberales. Plantear e imponer esa política alternativa supone aumentar las organizaciones democráticas de la sociedad civil y de la sociedad política y sus redes de comunicación y de coordinación de acciones conjuntas.

Sólo desde posiciones de fuerza ciudadana se podrá negociar una democracia con justicia social capaz de defender el patrimonio nacional, las fuentes de empleo y las condiciones de vida de los mexicanos.

Si la tarea intelectual y periodística siempre ha sido y sigue siendo la que corresponde al pensamiento crítico, la tarea periodística e intelectual de La Jornada hoy y en el siglo entrante consiste en contribuir a formar una alternativa democrática y nacional pensante y actuante, capaz de informarse, capaz de explicarse lo que ocurre, capaz de luchar por lo imposible para descubrir lo posible, y para lograrlo y no abortarlo, y para acrecentarlo y construirlo como un régimen alternativo en la política, la economía, la sociedad y la cultura.

La Jornada, la próxima jornada, puede cumplir un papel central en la construcción del México democrático educado para informarse, para ir a las fuentes de las noticias, para actuar con conocimiento de causa y dominio de los medios.

De una cosa podemos estar seguros: la coherencia con la que pensamos todos y cada uno de los jornaleros es la fuerza mayor de La Jornada que nos espera. *


La Jornada, testigo de su tiempo

* Julio Hernández

A lo largo de 15 años, el pueblo de México ha luchado de diversas maneras, con distintas intensidades, en busca de hacer cambios profundos a un sistema injusto. En ese proceso se ha combatido el autoritarismo y se ha tratado de establecer la democracia; se ha batallado contra la explotación de los muchos y el enriquecimiento de unos cuantos; se ha buscado la construcción de una manera de vivir que sea más justa, más incluyente, más humana.

Los momentos estelares de esa lucha cotidiana del pueblo de México --momentos estelares como las protestas electorales, las movilizaciones ciudadanas, por ejemplo-- se han ido generando junto con una nueva cultura política y social, alejada de las reverencias al poder, crítica de lo establecido, decididamente independiente.

En esos 15 años de trabajo por la democracia, por la justicia, por la patria, La Jornada ha sido testigo y partícipe, constancia y aliento. Allí, en las páginas de un diario de formato tabloide, impreso en blanco y negro, han encontrado espacio durante 15 años los miles de hechos, de gestos, de lances que han ido construyendo el cambio político y social que no encontraron acomodo suficiente ni inteligente en otros medios de comunicación.

Aquí, en La Jornada, en el diario que nació para dar voz a los que no tienen voz, pudieron reproducirse los miles de rasgos del gran mural de la lucha cotidiana del pueblo mexicano por su mejoría. No ha sido poca cosa. No la es si tomamos en cuenta que ese informar persistente de La Jornada abrió en varias ocasiones el camino real para las transformaciones que el poder no deseaba.

Desde la denuncia de las violaciones a los derechos de trabajadores, campesinos, colonos e indígenas --que otros medios no hacían porque preferían tratar de conservar el México de sus intereses: el de los grandes negocios con el gobierno, el de la complicidad redituable, el del silencio comprado, el de la frivolidad a colores, el del análisis manipulable y simplón-- hasta la cobertura diferente de los temas tradicionales del poder, del gobierno y su partido, de los conflictos electorales, de las transformaciones sociales, de los trafiques supermillonarios con el dinero del pueblo.

La Jornada, a lo largo de 15 años, ha aportado, en lo general, el reporteo diario confiable --no sujeto a los embutes ni atenido al boletín de prensa--, los reportajes a fondo, la fotografía diferente --no las escenas convencionales que simplemente reproducían las imágenes que deseaban destacar los organizadores de los actos--, las caricaturas certeras y educativas --criticar en unos cuantos trazos, y con buen sentido del humor, es una manera muy efectiva de ir creando una cultura política liberadora--, y los suplementos temáticos y los espacios de opinión en los que los mejores pensadores han participado.

No ha sido poco lo que ha hecho La Jornada en estos 15 años. Con sus defectos, con sus insuficiencias, con sus momentos de dificultades, con los reacomodos internos propios de una estructura regida por el pensamiento libre, con las tendencias dogmáticas que en ocasiones le han asaltado, con los riesgos que implica confundir la solidaridad con la falta de crítica, con las limitaciones de origen que hacen fácil ejercer un buen periodismo y difícil realizar una buena administración, con los retos del mercado publicitario deslumbrado por los colores y el diseño llamativo, con las exigencias de pasar de sus tradicionales segmentos de lectores a públicos más amplios, con la urgencia de extenderse en las regiones del país, con la necesidad inaplazable de acompañar, analizar, explicar, informar de lo que se hace en México en busca de justicia y de democracia.

De 15 años de trabajo diario damos hoy cuenta. De un trabajo que con pasión cumplió durante 12 años Carlos Payán y que desde hace tres cumple Carmen Lira. Del trabajo cotidiano de una comunidad pensante, libre, crítica, independiente.

Mucho queda por hacer, ciertamente. A La Jornada le corresponde ejercer un papel de vanguardia en la lucha por el cambio democrático del país. Ya antes, durante muchos años atrás, hizo el periodismo que era necesario para avanzar. Hoy le corresponde remontar los esquemas que otros medios están impulsando: los de la frivolidad, del simplismo, de las apariencias de pluralidad que encierran proyectos empresariales sin sentido social, de la presunta agresividad informativa de mercenarios que usan la crítica circunstancial para encarecer sus posteriores silencios, del abrumador despliegue informativo que con frecuencia ensordece y aturde para no dejar espacio a la reflexión y al entendimiento, de la abundancia de opinantes y analistas ávidos de buenas pagas y carentes de verdaderos compromisos sociales e ideológicos, de los falsos mártires de la libertad de expresión que organizan revueltas, hablando de leyes mordaza, cuando se busca regular un ejercicio que han mancillado y amordazado y con el que se han hecho millonarios, de los propios periodistas de los medios críticos e independientes, periodistas que a veces son indolentes, a veces son ganados por los cantos del poder, a veces se dejan llevar por las inercias y las comodidades, a veces chantajean en defensa de sus pequeños privilegios...

En fin, mucho tiene qué hacer todavía La Jornada. Cada día --desde ayer, hoy, a partir de mañana, como todos los días desde 15 años atrás-- La Jornada tiene algo qué decir, algo qué aportar. Cuando menos por los próximos 15 años, siga usted leyendo La Jornada. *


Nuestros colaboradores y articulistas

Fernando Benítez, Héctor Aguilar Camín, Arturo Alcalde Justiniani, José Antonio Almazán González, Ana María Aragonés Castañer, Alberto Aziz Nassif, Miguel Barbachano Ponce, Cristina Barros Valero, Bernardo Bátiz Vázquez, Hermann Bellinghausen, León Bendesky Bronstein, Luis Benítez Bribiesca, José H. Blanco Mejía, Julio Boltvinik Kalinka, Carlos Arturo Bonfil Santana, Juan Arturo Brennan, Enrique Calderón Alzati, José Trinidad Camacho Orozco, Jorge Camil, Miguel Concha Malo, Rolando Cordera Campos, José Cueli, Sami David, Néstor de Buen Lozano, Teresa del Conde Pontones, José del Val, César Delgado Martínez, Orlando Delgado Selley, René Drucker Colín, Paulina Fernández Christlieb, Eulalio Ferrer Rodríguez, Gerardo Fujii Gambero, Eduardo Galeano, Felipe Galindo, Luis Javier Garrido Platas, José Celso Garza Acuña, Antonio Gershenson Tafelov, Adolfo Gilly, Margo Glantz Shapiro, Víctor M. Godínez Zúñiga, Magdalena Gómez, Pablo Gómez, Pablo González Casanova, Angeles González Gamio, Luis González Souza, Elba Esther Gordillo, Olga Harmony Baillet, Bárbara Jacobs Barquet, Arnoldo Kraus Weisman, Emilio Krieger Vázquez, Horacio Labastida Muñoz, Martha Lamas Encabo, José Angel Leyva Alvarado, Luis Linares Zapata, Gilberto López y Rivas, Rafael Loret de Mola, Eduardo Loria, Bertha Luján, José Luis Manzo, Carlos Marichal, Carlos Martínez García, Jaime Martínez Veloz, Jean Meyer, Carlos Monsiváis, Carlos Montemayor, Eduardo Montes, Alejandro Nadal, Abraham Nuncio Limón, Mario Núñez Mariel, José Agustín Ortiz Pinchetti, Adolfo Pérez Esquivel, Ugo Pipitone, Elena Poniatowska, Emilio Pradilla Cobos, Jesús Ramírez Cuevas, Sergio Ramírez Mercado, Marco Rascón, Adelfo Regino Montes, Iván Restrepo Fernández, Octavio Rodríguez Araujo, José Antonio Rojas Nieto, Cristina Romo Hernández, Adolfo Sánchez Rebolledo, Jordi Soler, José Steinsleger, Luis Javier Valero Flores, Manuel Vázquez Montalbán, Ricardo Yáñez, Sergio Zermeño, Arnaldo Córdova.


* RAYUELA


 

Jornada. Del latín diurnus, propio del día. 1 Camino que yendo de viaje se anda regularmente en un día. 2 Todo el camino o viaje, aunque pase de un día. 7 Tiempo de duración del trabajo diario de los obreros. 8 Fig. Lance, ocasión, circunstancia. 10 Fig. Tiempo que dura la vida del hombre. 11 Fig. En el poema dramático español, acto de una obra escénica. 12. Desus. Estipendio del trabajador por un día, jornal. 13 Impr. Tirada de unos mil 500 pliegos que se hacía antiguamente en un día // caminar uno por sus jornadas. fr. Fig. Proceder con tiempo y reflexión en un negocio (Del directorio de la lengua española). (19 de septiembre de 1984)


Este primer año es por la vida y los venideros también. Por la pasión por México siempre. Por los errores que cometemos a diario. Y por los aciertos. Por la verdad. Por contar la realidad, tal cual. Por el deseo de crear. De aclarar. De no confundir. Por informar verazmente. Por tratar de pensar, sin telarañas en la cabeza.

Este primer año es, en efecto, una apuesta por la vida y los venideros, también.

Y por algo que se me estaba olvidando en los bolsillos del pantalón: por Catalina que también cumple su primer año. (19 de septiembre de 1985.)


šAguas, un mundo de indios nos vigila!

(29 de enero de 1994)