La Jornada Semanal, 12 de septiembre de 1999
Cando su padrastro
la encontró, después de cinco años de búsqueda por los Estados Unidos,
Dolores tenía diecisiete años, se había casado con un mecánico de
apellido Schiller y estaba embarazada. A los ojos de su amante, era
ahora un verdadero asco. Cuántas cosas habían cambiado desde ese día
de mayo de 1947 en que la señora Charlotte Haze introdujo al lobo en
casa. Ese lobo era un escritor de origen europeo que le triplicaba la
edad a una nínfula que por aquel entonces se llamaba Dolores
Haze. Y, con sólo verla, perdió todas sus defensas. Entonces,
espoleado por una poco honorable abnegación, decidió casarse con la
madre, una viuda cursi y mofletuda y en extremo celosa. Pero su hija
era otra cosa: ``Muy infantil, infinitamente meretricia, Humbert
Humbert se sintió además infinitamente turbado por el lenguaje vulgar
de la pequeña, con su voz aguda y agria.'' Y, sin embargo, no fue él
quien pervirtió a quien a partir de entonces llamó Lolita. Durante el
anterior verano, la niñaÊconvivió con sus compañeras de colegio en un
campamento y allí se enredó en menesteres sáficos con Elizabeth
Talbot. En el verano de 1947 la experiencia fue más allá y el
faunúnculo Charlie Holmes se regodeó a cuatro manos con ella y
Bárbara Burke durante dos largos y gozosos meses.
Lolita había sido
engendrada a la hora de la siesta por Harold Haze y Charlotte Becker
``en un cuarto azulino, durante su luna de miel en Veracruz'', en
abril de 1934. Ella nació el 1o de enero de 1935, por lo que en la
fecha de autos contaba sólo doce años, medía un metro cincuenta de
estatura y pesaba cuarenta kilos. Su madre, quien siempre intuyó la
tragedia que incubó en su vientre, conformó el retrato de su hija con
sólo diez de los cuarenta epítetos que tuvo a su alcance: ``agresiva,
ruidosa, desconfiada, disconforme, impaciente, irritable, curiosa,
desatenta, obstinada y mordaz''. Y fue tal vez por eso que, cuando a
la niña se le comunicó la muerte de su madre, atropellada por un
Packard negro y brillante tras conocer la sórdida verdad de lo que
ocurría a sus espaldas y en su propia casa, a Lolita le importó un
bledo la noticia. Al contrario, se fugó con su escritor, con quien
retozó a sus anchas en casi trescientos moteles de los Estados
Unidos. La prueba de fuego sucedió horas después de la muerte de su
progenitora en la habitación 342 del hotel ``El cazador encantado'',
de Briceland. Rendida por el viaje, apenas se acostó la pequeña se
durmió, ``pero a las seis de la mañana ya estaba despierta, y a las
seis y quince ya éramos amantesÉ''
Lolita no es la
primera nínfula que ofrece la literatura. De niñas inquietas
están preñadas muchas novelas y poemas así como las biografías de
algunos escritores, desde Dante hasta Edgar Allan Poe, sin ignorar al
ambiguo Lewis Carroll y al desconsolado Novalis, quien sólo por
reunirse con Sofía von Kuhn, amante de trece años, ``creyó en el otro
mundo''. Sin embargo, nadie como la niña Phyllis Norroy, protagonista
de Child Love, publicada en 1898, un año antes del nacimiento
de Vladimir Nabokov y que, a través de varias cartas, narró sus
aventuras sexuales a partir de sus doce años con plena licencia de su
imaginación viciosa. Sabía que con los adultos hay que ``hacer de
todo'' y no andarse con remilgos. Medio siglo más tarde, Lolita
ratificó ese sabio credo con su propia convicción: ``Soy amiga de los
animales machos. Obedezco las órdenes. Soy alegre.''
Siete años antes de la publicación de Lolita, Edmund Wilson le remitió a Nabokov esa obra maestra de la perversión adolescente titulada Confesión sexual de un anónimo ruso, inicialmente escrita para el sexólogo Havelock Ellis, en la que el bien camuflado confidente describe la más completa y perturbadora antología de vicios, juegos y depravaciones a que se dedicaban las niñas menores de doce años en la Rusia de los Zares. Por los días de lectura de este libro (1948), Dolores Haze habría de cumplir trece años, fecha temida por los buenos amantes pues saben que a partir de esa edad sus nínfulas pierden todos sus encantos y se convierten en ancianas prematuras, despojadas incluso de la memoria de sus perversiones. Lastimada tal vez por la intuición del inminente hastío y desgana de su hombre, Lolita huye con el dramaturgo Clare Quilty, fanático corruptor de niñas, por lo que ella se convierte en presa de dos escritores que llevan su contencioso hormonal hasta la muerte. Pero la trama que desata la primera hembra conocida de la especie, registrada por el entomólogo ruso, no concluye con su preñez. Al contrario: como una crisálida, esa pequeña depravada cumple su destino sólo en el breve esplendor que se produce del tránsito de un estado vital a otro. Por ello, su ejemplo debe ser tenido en cuenta por todas esas niñas a quienes todavía la luna no ha envilecido con su periódico y agobiador tributo.