n Refuerzan el bloqueo castrense en Amador Hernández
Payán: el gobierno, a la guerra; AN critica la "escalada militar"
Hermann Bellinghausen, enviado, Amador Hernández, Chis., 18 de agosto n En estos momentos la situación en este ejido selvático es grave, tensa y compleja. Un destacamento de 550 efectivos del Ejército Mexicano, compuesto por tropas de elite y Policía Militar, mantienen bloqueado el vado donde da comienzo el camino real que une Amador Hernández con San Quintín, a partir del cual el gobierno chiapaneco y los soldados pretenden construir, a toda costa, una carretera.
Centenares de campesinos tzeltales de la región mantienen, desde hace siete días, un plantón de protesta en la entrada de la comunidad, que lo es también del vasto y espléndido Valle de Amador, a los pies de la sierra de San Felipe, en los Montes Azules.
Al plantón se incorporaron ya dos grupos de estudiantes, en su mayoría de la ENAH. No obstante, las oficinas de prensa del gobernador Albores han decretado que se trata de los temibles ultras de la UNAM, que "manipulan" a los indígenas, tan dejados los pobrecitos y tan mensos, encabezados, según la peregrina versión, por la conocida líder estudiantil Ofelia Medina.
Así, de paso, las calumnias, el linchamiento mediático y las amenazas han puesto la mira en la sociedad civil, en su mayoría del Distrito Federal, que acudió hasta allá para apoyar la resistencia de los indígenas.
Después de momentos de gran tensión y escenas de indignación de los indígenas, hoy el plantón de los zapatistas adquirió un giro inesperado. A los palos siguieron los gases lacrimógenos y la construcción de barreras impenetrables de un campamento en uso continuo.
Esta mañana, centenares de hombres y mujeres tzeltales, con el rostro abierto y armados con palos que también sirven de bastón en el lodo batido, se presentaron ante el bloqueo que mantiene el Ejército federal armados de flores -las fantásticas orquídeas, violetas, aves del paraíso y gardenias salvajes de la selva Lacandona-, y las colocaron en la barrera de malla cortante, que hoy amaneció doble (una espiral sobre otra). Luego, ataron a esos filos, globos de colores. Cantaron Las mañanitas a los soldados, Cartas marcadas, de Pedro Infante, y varios himnos católicos en tzeltal.
Pero la situación es dramática. Ya suman más de diez los heridos y gaseados. Más de 300 los indígenas movilizados, y más de varios miles los indígenas afectados por la aplastante y súbita ocupación militar.
Un incesante estruendo de helicópteros agrede con su ventarrón la selva. Nunca apagan sus motores, todos los movimientos de ascenso y descenso suceden on the run, como en una película de guerra.
Pero ésta no es película. Ni campaña de promoción social. Es una invasión en forma.
"Es una provocación", dice, sin rodeos, Abel, representante zapatista de Amador Hernández.
Ahora dicen que ellos bloquearon el camino. Pero fue al revés. A partir del 12 de agosto, el Ejército federal ocupó tierras ejidales y cerró el camino. Desde entonces, y desde atrás del cerco, los tzeltales, bases de apoyo del EZLN, protestan de muchos modos y con todo en contra.
Un velo de versiones peregrinas y amañadas cubre la agresión sobre los campesinos. Quizás aprovechando que la opinión pública voltea estos días hacia otra parte, y no hacia acá, el último rincón, el más distante y solitario de la patria: Amador Hernández es el valle de Amador, municipio rebelde Emiliano Zapata (y constitucional de Ocosingo), Chiapas, México, agosto de 1999.
La ocupación por el principio
De pronto llegaron a la comunidad un centenar de soldados y un ingeniero, como salidos de la nada, en este lugar a siete horas de camino "a paso de indio" desde San Quintín y, como es tiempo de lluvias, espectacularmente lodoso. Era el miércoles 11 de agosto. Para sorpresa de los campesinos, los visitantes compraron víveres en la tienda, caminaron a través del pueblo y el ingeniero tomó algunas medidas. Luego se fueron. Lo curioso es que nunca se supo que vinieran en camino, aparecieron nomás.
Esa noche, de luna nueva, fue totalmente oscura. Al amanecer del jueves 12, a dos kilómetros del poblado, en tierras ejidales de Amador Hernández, los primeros campesinos que salían al campo encontraron que no había paso por el camino real que conduce hacia el sur, a Nuevo Chapultepec y San Quintín, por todo el borde de la reserva de la Biósfera Montes Azules. Un cordón de soldados se interponía.
A un lado, hacia el este, a orillas del río, los cien visitantes del día anterior habían levantado un precario campamento, y allí pernoctaron. Desde las primeras horas del día 12, los soldados se dieron a la tarea de chaporrear en círculo un acahual, de manera que en pocas horas quedó concluido un claro, que resultaría ser un helipuerto.
Y empezaron a llegar, procedentes de San Quintín, sucesivos helicópteros transportando tropas, bastimentos y hachas, numerosas hachas. Hacer esto en el preciso umbral de Montes Azules, es nombrar la soga en casa del ahorcado.
Decenas de veces al día, a partir de ese jueves hasta hoy, el estruendo atronador y violentísimo de los aparatos silencia la selva durante interminables minutos. Ahora ya no trae tropas, pero sí kilómetros de malla en espiral de filosísimas navajas de dos puntas. Cada helicóptero que desciende trae, además de cientos de latas de Coca Cola y agua Ciel, frutas, refrigeradores, motores, cajas, y dos o tres rollos de esta espantosa malla. Para cargarlos hacen falta hasta diez hombres.
Pero la historia, como todas, había comenzado antes, exactamente una semana atrás, el miércoles 4. A partir de ese día habían sido intensos, continuos y rasantes los vuelos de helicópteros militares sobre este poblado tzeltal de 609 habitantes.
O sea que la tranquilidad ya la habían perdido. Pero el día 12, al encontrar bloqueado su único acceso al exterior, fue que los pobladores de Amador Hernández salieron al camino a protestar.
Días antes, uno de tantos helicópteros descendió totalmente en la tosca pista de aterrizaje que atraviesa el pueblo, donde se posó sin detener sus motores. Nadie descendió. Después alzó vuelo, arrancando las tejas de la clínica, además de tirar la cocina de una familia ariquera y dejar varias casas sin sus techos de palma.
Eran los preámbulos de la ocupación militar que ahora parece consumada. La explicación que dan el Ejército federal y el gobierno de Chiapas es que el operativo es para "proteger" a los topógrafos que harán las mediciones para el tramo de carretera Nuevo Chapultepec-Amador Hernández. Sucede que las bases de apoyo zapatistas de esta comunidad, en el municipio autónomo Emiliano Zapata, se oponen a dicho camino, que no solicitaron.
Los de Aric Independiente del mismo poblado sí estaban de acuerdo, pero, al ver la invasión aérea, cambiaron de opinión y ya notificaron al Ejército federal y a los enviados del gobernador Albores que no quieren el camino.
Muy tarde. No importa que los habitantes de las distintas comunidades circundantes (Pichucalco, Guanal, Plan de Guadalupe y otras) también se opongan. Ya dijo el gobierno que no dará un paso atrás.
La hora del gas
Las primeras protestas las realizó un centenar de zapatistas, hombres, mujeres y hasta niños, a lo largo del día 12, en el vado que eligieron las tropas de asalto del Ejército federal para establecer su avanzada.
A partir del viernes 13, cuando ya eran 500 los soldados puestos allí, el cordón de policías militares que tapaba el paso ya tenía cascos y escudos antimotines. Los indígenas eran cada vez más, procedentes de otras comunidades. Entre gritos contra el Ejército y la militarización, vivas al EZLN y toda clase de mensajes en tzeltal y castía, bañaron los oídos de los soldados, silenciosos y firmes. Atrás, el trajín de helicópteros y la ocupación de grandes áreas de terreno por parte de los soldados proseguía sin cesar.
Esa noche, las bases de apoyo del EZLN establecieron un -ése sí- precario campamento de guardia, compuesto de escuetos techos de plástico a baja altura, y fogatas, en un promontorio enseguida del vado que ocupan los federales.
También esa noche llegaron, procedentes de La Realidad, y después de caminar doce horas desde San Quintín, unos 30 jóvenes, en su gran mayoría estudiantes de la Escuela Nacional de Antropología, unos cuantos de la UNAM, y la actriz Ofelia Medina.
Constituían el primero de dos grupos de participantes del Encuentro Nacional en Defensa del Patrimonio Cultural en La Realidad, que se organizaron para acudir al distante poblado en serios problemas.
Los 50 kilómetros de selva que separan La Realidad de Amador Hernández son, por tierra, un viaje terrible. Los pobladores del ejido recibieron a los observadores civiles en la escuela de la comunidad, les dieron de cenar y les permitieron curarse los pies, que traían deshechos, y descansar de la travesía.
El sábado 14 por la mañana, los estudiantes acompañaron a los pobladores zapatistas de Amador Hernández hasta el vado que ocupaba (y ocupa) el Ejército federal, y dieron inicio al segundo día de protesta.
El lodo se fue adensando bajo las pisadas inquietas de centenares de personas gritándoles de todo a los soldados. Desde una bocina activada por una batería de carro, se sucedían los discursos de hombres y mujeres que desfilaban por el micrófono.
La policía militar antimotines estaba equipada con cinturones de pequeñas granadas de gas paralizante que, según la etiqueta, is a deadly weapon (es un ama mortal).
Por su parte, los campesinos, armados con palos, comenzaron a golpear los escudos de la tropa con creciente fuerza, durante varias horas. Las mujeres indígenas eran las más bravas.
Entonces descendieron dos helicópteros más, con otros 50 soldados y una periodista tomando fotos.
Durante todo este tiempo, lo soldados filmaron y fotografiaron rigurosamente a los indígenas y estudiantes. A algunos, los oficiales los señalaban con el dedo. En ésas, de detrás del cinturón de PM asomó un soldado, señaló a uno de los estudiantes de la ENAH, de manera amenazante, se agachó y reapareció con un tanque de gas lacrimógeno que disparó contra el joven, quien sintió que se quedaba ciego y un fuerte escozor en la carne, sobre todo del brazo izquierdo, que fue el que puso para protegerse el rostro.
Fue la señal. Otros soldados repitieron la misma operación sobre los indígenas que, con el rostro cubierto con paliacates y pasamontañas, no dejaban de increparlos.
Durante el forcejeo, también algunos soldados resultaron lesionados.
Las mujeres indígenas afectadas por el gas gritaban de dolor, y decían "Ay me muero, me muero".
Sus compañeros las condujeron al río, a unos metros del lodazal donde se encontraban, y les lavaron los ojos y los cuerpos. Los hombres, igualmente afectados, fueron más estoicos en el sufrimiento, pero lo pasaron también muy mal.
Esa noche llegaron otros 30 estudiantes y profesores, también procedentes, a pie, de San Quintín.
Algunos estudiantes se incorporaron a la guardia de los indígenas en el promontorio a orillas de un potrero. Y llovió a mares, selváticamente.
El campamento militar, para entonces, ya no era precario en absoluto. Era ya otro pueblo, con tiendas y otras instalaciones de campaña, trincheras, parapetos, y el mencionado, y ajetreado, helipuerto.
El otro bloqueo
El lunes 16 de agosto, al retornar por la mañana al lodoso vado donde está el Ejército, los campesinos y los estudiantes encontraron una cerca de varas, bien tejida, a través de todo el camino real. Atrás, una espiral de la malla cortante que trajeron los helicópteros y, más atrás, una hilera, ya no de policías militares, sino de tropas de combate.
El helipuerto quedó cercado del mismo modo.
Tras las barreras tendidas por el Ejército federal se encontraban los representantes civiles del gobernador Albores, el agente del Ministerio Público Miguel Angel Utrilla Robles, y el coronel a cargo de la operación.
Del poblado de Amador Hernández llegaron, entonces, numerosos campesinos de la Aric Independiente, cruzaron el cerco militar y se entrevistaron con Iván Camacho, quien después se presentaría con este enviado como "operador político" del gobernador Albores. Asimismo, entregaron un documento en el cual los ariqueros de ésa y otras comunidades desistían de su petición del camino.
Mostraron una manta exigiendo al Ejército federal que se retirara, y retornaron a la comunidad. En tanto, la protesta de zapatistas, estudiantes y gente de sociedad civil prosiguió a gritos de consignas, vituperios y discursos.
La mañana del martes 17 otra vez acuden al vado, para entonces un fangal de vastas proporciones, múltiplemente pisoteado, masa renovada cada noche por los aguaceros, y cada día con los pies, descalzos en su mayoría (incluso de los estudiantes).
Hacia el mediodía, helicópteros del Ejército hacen descender en Amador Hernández a un amplio pool de periodistas de diversos medios, en particular escritos. Algunos de ellos traspasan la barrera de malla y varas para hablar con los inconformes, pero son recibidos con desconfianza, e incluso rechazados. No obstante, los periodistas toman fotos y notas, y se retiran por donde llegaron.
Algunos de ellos son depositados después en Nuevo Chapultepec, comunidad priísta, donde Antonio Chulin Méndez, avisado por los militares ("va a venir el general", les habían dicho, según reveló a La Jornada un labriego de dicho poblado), declaró que ellos sí querían el camino, que hace poco se murieron dos niños por falta de atención médica oportuna. Como sea, el tramo de carretera que beneficiaría a Nuevo Chapultepec no está bloqueado por nadie, pues se encuentra más "afuera" de la selva. De hecho, en Amador Hernández termina el camino real procedente de San Quintín.
Por dicho camino real, quizás un día de éstos carretera, llegamos caminando los enviados de La Jornada, hasta topar en un promontorio con una guardia de soldados del Ejército federal que nos impidieron el paso. De más adelante, menos de un kilómetro de selva tupida, se escuchaban cientos de voces gritando vivas al EZLM y el subcomandante Marcos.
Un teniente, a cargo de la posición, nos dijo: "No pueden pasar, ésta es una ocupación militar". Enseguida nos indicó que buscáramos una vereda para acceder al poblado.
No veníamos de humor, y sí cansados y hasta la coronilla del sudor, pero buscamos la vereda. Infructuosamente. Entonces insistimos con los soldados, amparándonos en el artículo segundo constitucional y el libre tránsito.
Aparecieron un joven coronel y el licenciado Iván Camacho Zenteno, director de Asuntos Políticos de la Secretaría de Gobierno del estado, y nos condujeron amablemente alrededor del nuevo helipuerto, de manera que no siguiéramos por el camino.
Y cruzamos al otro lado del espejo.