Los últimos son los primeros
Peter Sloterdijk
El proceso industrial a gran escala destruye más ``reservas'' humanas
y naturales de las que él mismo puede producir o regenerar. En esa
medida resulta ser tan autopoiético como un cáncer, tan creador como
un fuego de artificio, tan productivo como una plantación de
drogas. Lo que hace más de doscientos años fuera celebrado casi sin
discusión como productividad humana, se hace crecientemente visible en
su carácter destructivo y creador de adicción. A través de una entera
secuencia de cambios generacionales, generaciones de jóvenes más
sensibles, más dadas al consumo, más desvalorizadas han sucedido a
generaciones mayores que ellas, relativamente conservadoras,
relativamente ahorradoras, relativamente más pobres en
vivencias. Ésta es una secuencia cuyo comienzo puede fijarse en la
juventud de la Revolución francesa, a lo más tardar en la juventud de
1870 y en las vitalistas rebeliones contra los mundos de los padres
burgueses. Lo que llama la atención por primera vez en el caso del
último de los seres humanos --el solitario sin retorno--, se pone
continuamente de manifiesto en artículos de consumo no retornables, en
materias primas no retornables, en especies animales no retornables y
finalmente en biotopos y atmósferas no retornables. A la vista de
cosas que se agotan o de naturalezas terminales, los últimos seres
humanos no son capaces de sacar sus propias conclusiones. De ahí que
la hiperpolítica --sea lo que quiera que sea-- es la primera política
para los últimos hombres. En la medida en que organiza la capacidad de
convivir de los últimos, tiene que hacer una apuesta con muchas
pretensiones, para la que no hay precedentes; se enfrenta a la tarea
de hacer, a partir de la masa de los últimos, una sociedad de
individuos que, en adelante, tomen sobre sí el ser mediadores entre
sus ancestros y sus descendientes. La sociedad hiperpolítica es una
sociedad de apuestas, que en el futuro jugará también a mejorar el
mundo; lo que tiene que aprender es un procedimiento para obtener sus
ganancias de modo que, después de ella, también puedan darse
ganadores. Esto presupone que la hiperpolítica será la continuación de
la palopolítica por otros medios. Pues tampoco en una sociedad de
últimos hombres puede olvidarse la más antigua de las artes, la
repetición de los hombres por obra de los hombres. El libro sobre
esto, lo más grande de lo grande, aún no se ha escrito. Si un día
encontrara su autor, su título podría ser éste: ``La horda abierta y
sus enemigos''. Su tema sería el favorecimiento de los hombres por
obra de los hombres, y contaría la historia de nuestra Species
como una aventura de mecenazgo. Como testamento del animal político,
sería la novela de un género muy antiguo, muy sabio, muy
desorientado.
Ediciones Siruela, Madrid, 1994.
Traducción: Manuel
Fontán del Junco.