Eliazar Velázquez Benavídez, Guanajuato
A mediados de marzo, en la comunidad Misión de Chichimecas, municipio de San Luis de la Paz, un periodista solicitó a Vicente Fox, opinión acerca de la Consulta:
-¿Qué es esa chingadera?, perdón, ¿qué eso?
Entre risas de todos los presentes el reportero insistió.
-Bueno, sí me he enterado que se realizará, pero aquí no queremos zapatistas, ni enredos.
Hace meses Fox aseguró que en quince minutos puede resolver el conflicto, y no es claro si la oferta incluye desmantelar (también en quince minutos) el poder y los intereses de los criollos que como él acaparan los destinos del país.
Los excesos verbales del precandidato, el acto meramente protocolario de recibirlos en el congreso local, o en ayuntamientos como el de San Miguel Allende, fueron algunos de los escasos signos de interés mostrados por la clase política de Guanajuato, que en general --incluyendo a la dirigencia estatal del PRD-- tuvo una actitud deliberada de subestimación y menosprecio hacia la Consulta. Están muy ocupados en sus pugnas palaciegas y en los espejismos del 2000.
El encuentro con montañas y con un campesinado serrano revitaliza a Gabriel y Mercedes, tzeltales a los que comienza a invadir el cansancio: el entorno, siendo mestizo, muestra semejanzas profundas con el mundo del que provienen. Hablando de lejanías, y mientras el automóvil que los transporta se abre paso en la brecha pedregosa, Gabriel confiesa que ha caminado poco la nación. Uno de sus escasos viajes fuera de Chiapas ocurrió a principios de los ochenta cuando la necesidad lo hizo emigrar a Tabasco. Esta vez dejó cuatro hijos en su tierra, pero asegura que allá están haciendo oración para que regrese con bien.
En la ranura de los pasamontañas asoman ojos que no tienen más de 30 años de mirar las cosas del mundo, él es bajo de estatura, ella esbelta y de poco castellano. Por momentos, Gabriel dormita sobre el cristal de la ventanilla, pero Mercedes mantiene su mirada en los encinos, los robles y los hilos de agua que escurren en los rincones de la sierra. ``En mi tierra también criamos mula, marrano, algo de ganado y maíz'', cuenta animado al mirar una vaca en la ladera.
En las breves paradas del vehículo, los delegados aprovechan para acercarse al cerro y orinar. ``Entre campesinos nos entendemos rápido, y este hombre y esta mujer son como nosotros nada más que muy arrojados...'', asegura un campesino serrano de huaraches con suela de llanta, que decidió acompañar a los dos tzeltales. Al pasar por montañas donde crece orégano y poleo, Gabriel dice: ``Allá también hay curanderos que leyendo la mano le encuentran el padecimiento a la persona...''
En los breves encuentros con hombres y mujeres de la Sierra Gorda, la experiencia fluye horizontalmente. Es claro que entre campesinos no se leen la mano. Unos y otros se reconocen como excluidos del supuesto paraíso neoliberal. Los gestos también se reiteran: Gabriel introduce la mano en un morral tejido con hilos delgados y saca un cuaderno donde lleva escrito el himno zapatista y lo que llama ``mi discurso que traigo desde mi pueblo''. La palabra de Mercedes en tzeltal desata aplausos; todos parecen reconocer la valentía y dignidad de quienes con su escaso castellano dejan claro que han decidido luchar ``contra los gobiernos poderosos''. La pesadez ideológica que también asoma en el mensaje de Gabriel alcanza a atenuerse por la carga emocional de sus palabras y las sobradas razones que expone para explicar el peregrinar de los cinco mil delegados que recorren el país.
Los chiapanecos están avezados en las artes de resistir y subvertir, mientras los serranos todavía están controlados por todos los flancos: el político, el religioso, el económico, y a duras penas abrevan y sostienen a contracorriente una antigua intuición descrita en una décima de Los Leones de la Sierra: Aún late en mí el pulso del indio serrano / indómito, recio, valiente, admirable, / que no humilló el cuello al yugo execrable / de los españoles, ni a ningún tirano... / Cabalga mi sangre, corazón en mano, / quién podrá negarme mi gloria ancestral / mis fiestas, mis dioses, mi ciencia fontal / mi temperamento de león de huasteca, / ni el tiempo ha borrado la gran Chichimeca...
En una entidad donde el poder está en manos de grupos conservadores, con una población sin tradición reciente de participación crítica en los asuntos públicos, con una izquierda de bajo perfil y limitada autoridad moral y donde ha tenido fuerte impacto la campaña gubernamental de desinformación y desprestigio del ezln y de la lucha de los pueblos indios, los 38 delegados procedentes del Aguascalientes de Morelia enfrentaron la animadversión de la mayoría de los medios escritos y electrónicos, el acoso policiaco, la indiferencia de sectores instalados en las fantasías de la llamada ``tierra de oportunidades'', y la fragilidad de los movimientos, organizaciones y ciudadanos que con muy buena voluntad pero escasa experiencia y limitados recursos, se propusieron crear las condiciones para la promoción y realización de la Consulta.
Sin embargo, el diálogo sucedió: en la capital, en el bajío, en el sur y en el norte los delegados se encontraron con públicos diversos, algunos pasivos y desinformados, otros, en el ánimo de confirmar la realidad como espectáculo, los menos, medianamente enterados de los Acuerdos de San Andrés y de las propuestas éticas y políticas del zapatismo. Más allá de las cifras finales y como era previsible, los delegados establecieron los nudos más transparentes y los puentes más duraderos con hombres y mujeres urbanos y rurales, que saben encontrar y distinguir lo aparente y lo profundo, lo teatral y lo genuino, la palabra vacía y la palabra verdadera.
(Según datos de la Coordinadora Estatal de la Consulta: ``participaron 23 de los 46 municipios que integran el estado, se instalaron 214 mesas y acudieron a expresar su opinión 47 565 guanajuatenses, cifra que supera consultas previas como el Referéndum por la Libertad, la consulta respecto al juicio de Carlos Salinas o la consulta por la paz en Chiapas, esta última realizada en 1995 y donde se expresaron 17 mil personas en todo el estado'').
Ya en el retorno, las nubes del atardecer tienen mucha luz. Va quedando atrás la frontera de la Sierra Gorda, el cuarto lleno de garbanzo donde comieron frijoles con arroz, los cuervos negros y brillantes alzando su vuelo, el muchacho moreno de Gobernación que se presentó como periodista, la cámara filmando tras una de las ventanas de la presidencia municipal de Xichú y el policía en la puerta impidiendo el paso para que nadie interrumpa el rodaje de la película que alimentará los zótanos del poder. En la memoria las decenas de labios donde se dibujaba una pregunta generalizada ante los visitantes del pasamontañas: ¿Y ustedes cómo le hicieron para perder el miedo?
La oscuridad borra las nubes cargadas de luz que en el umbral de la primavera brotaron sobre las montañas de la Sierra Gorda.