La Jornada Semanal, 21 de marzo de 1999
está la imagen de mi desastrosa
Entró en tu alcoba por una ventana,
como el cuervo de Poe, y se
posó,
con aire indiferente, en el alféizar.
Tú dijiste en
seguida: ``En ese pájaro
existencia, el espejo de mis
males.''
Creías que anunciaba otra desgracia
cuando voló hacia
ti y buscó refugio
en tu hombro, como si fuese el loro
de
Long John Silver, pero no decía
nada desde su luto
riguroso;
tan sólo te miraba y te miraba.
Por fin rompió su
tregua de silencio
y dijo lo siguiente: ``Amiga mía,
soy el
cuervo de Odín, no sé si Huginn,
el divino y alado
Pensamiento,
o si soy Muninn, la Memoria sacra
(porque somos
gemelos), pero vengo
-y esto sí que lo sé- a curarte el alma
y a
devolverte la ilusión perdida.
Lo que pasó, pasó. Tendrás el
mundo
a tu disposición si me haces caso.
Deja ya de enhebrar
bobas metáforas
sobre el pájaro negro del dolor,
el fantasma de
la melancolía,
las ruinas del espíritu o la cueva
de la angustia
y de la desesperanza.
Deja ya de ensañarte con la vida
por lo
que, en tu opinión, te ha arrebatado.
Sólo hay futuro. El sueño
tiene alas.
Sé mi zorra, que yo seré tu cuervo.''
Las mórbidas visiones del verano gallego.
En el plano siguiente, un juez dicta sentencia
Otro plano: las damas a las que una vez quise
Ultimo plano: un niño partiéndose de risa
En una de ellas, la más
nítida de todas,
consigo liberarme por fin de los grilletes
que
me ataban al banco de los remeros, y
surjo de la penumbra y le
arrebato el látigo
al cómitre, que no se espera mi embestida,
y
grito como un loco: ``¡Se acabó el cautiverio!
¡Galeotes, a mí! ¡La
nave es nuestra, amigos!''
ante un público
hostil. El silencio se puede
cortar con un cuchillo cuando dice:
``Culpable.''
Una mujer, llorando, se dirige a la puerta
de la
sala. Hay murmullos, cada vez más intensos,
que anuncian
rebeldía. Un ujier me conduce
a una celda cercana, donde siempre es
de noche.
Los párpados me pesan. El sueño me domina.
se dan cita en las
sombras, después de haber tirado
sus almas al vacío. Llevan
vestidos negros
como la muerte. Están terriblemente pálidas.
De
su conversación sólo llegan a mí
frases aisladas: ``Nunca me quiso
de verdad'',
``Vampirizó mi alma'', ``Malgastó mi
belleza'',
``Me arrojó por la borda'', ``Fundió mis
ilusiones'',
``Deshizo mi esperanza'', ``Me sumió en la
locura''.
en el pasado, en el
presente, en el futuro.
Es de oro la ciudad, azul y blanca,
y es negra la ciudad de torres
rojas.
Sólo los dulces ojos de mis hijas
ven la ciudad dorada,
azul y blanca.
Cuando regreso a casa se entristecen
Vuelve otra vez la negra pesadilla;
vuelven las calles de un lugar
oscuro,
un lugar frío donde siempre llueve.
Y mis queridas niñas
están solas,
María y Ana están solas y llueve.
En sus preciosos
ojos se reflejan
las negras calles y la negra lluvia.
Van
cantando cogidas de la mano
una canción que es otra
pesadilla:
la canción de las niñas que van solas
por una calle
oscura y despoblada,
cogidas de la mano y tiritando.