San Miguel de Allende: primer mundo en Guanajuato
Jaime Avilés, enviado, San Miguel de Allende, Gto., 3 de mayo Ť Unos kilómetros antes de llegar a este pueblo --donde los extranjeros controlan 85 por ciento de los bienes inmobiliarios del centro histórico--, hay una manta colgada sobre la carretera a Querétaro que anuncia: ``Bienvenidos a San Miguel de Allende, territorio coca-cola''.
Las palabras estampadas en el trapo, que los viajeros ven cuando pasan frente al caserío de Cerritos, penúltima parada en el camino, en realidad son un vestigio de otros tiempos, cuando Vicente Fox Quesada, el ruidoso gobernador panista, era presidente, para México, del refresco más vendido en el mundo.
Territorio chichimeca hasta finales del siglo XVI, territorio Coca-cola a finales del XX, el municipio de San Miguel, que obsesivamente une su nombre novohispánico al apellido paterno de Ignacio, el caudillo de la Independencia, tiene una población de 100 mil habitantes, 60 mil de los cuales viven apeñuscados aquí, en esta mancha urbanizada, donde en los últimos veinte años ha florecido una colonia de jubilados estadunidenses, que han hecho del centro histórico su propia ``ciudad de Platón'' y, en consecuencia, la gobiernan de acuerdo con sus propias leyes.
Eduardo Lera Salinas, ingeniero en sistemas de cómputo, e Ismael Chaveznava, panadero -``casado felizmente con una gabacha''-, resumen:
``Los gringos constituyen 10 por ciento de la población, pero acaparan 85 por ciento de los bienes inmobiliarios del casco urbano. Tienen todas las casonas coloniales del centro histórico; sólo le rentan a extranjeros y cobran el alquiler en dólares. Se han apoderado de los mejores ranchos, y éstos han dejado de ser productivos para volverse meramente especulativos. Además, tienen casi todos los hoteles, los restaurantes, los bares, las galerías, las grandes tiendas de artículos superfluos, y en algunos centros nocturnos se dan el lujo de impedir la entrada a los mexicanos'', agregan.
Leyenda de El Vigilante
La presencia de los extranjeros ricos ha injertado una economía suntuaria, que se rige por valores internacionales, dentro de la modesta economía local, en este semidesierto de escasa producción agrícola donde todo gira en torno del dólar y del turismo.
Para los gringos, dice un empresario del Distrito Federal que prefiere ocultar su nombre, ``la vida en San Miguel es muy fácil. Vienen con una pensión en dólares, compran una casa vieja a un precio tres veces por encima del verdadero, la restauran, la disfrutan, y cuando se aburren se la venden a otro gringo, pero a precios de Nueva York. No sólo recuperan su inversión sino, incluso, salen ganando''.
Los precios de venta, dependiendo del tamaño de la construcción, han llegado a casi dos millones de dólares. ``¿Te imaginas?'', dice el empresario. ``Con esta locura los mexicanos quedamos prácticamente excluidos del mercado. Y es que hay empresas inmobiliarias, como Centuri 21, de Armando Bueno, que inscriben sus propiedades en los catálogos internacionales, y los gringos las compran por Internet''.
Jim Spraus, por ejemplo, dueño del consorcio hotelero Casa Sierra Nevada, ha logrado hacerse de una veintena de residencias, todas de lujo, que renta a 300 dólares por noche las más baratas. Y ha creado un nuevo concepto en la materia, pues sus clientes viven en una mansión individual, que no parece hotel aunque lo sea, y desde un restaurante cercano reciben la visita de los meseros, cargados de charolas con suculentas viandas, que los atienden a la carta. Una especie de room-service que atraviesa varias cuadras para llegar a su destino.
Meses atrás vino a este pueblo un misterioso catalán, Gassol de apellido, que intentó adquirir una casona a precios mexicanos. Sin embargo, como fue vencido en la transacción por la oferta de un yanqui, montó en cólera y se transformó en un personaje novelesco, llamado El Vigilante.
En pocas semanas, El Vigilante escribió montones de cartas dirigidas a las organizaciones sociales, a los personajes distinguidos y a los medios de comunicación, exhortando a la ciudadanía en todas ellas a desarrollar un movimiento destinado a ``erradicar a los gringos, que nos lo están quitando todo'', según reza una copia que obra en poder de este enviado.
Luego, de un día para otro, El Vigilante desapareció tal como había surgido, pero su causa tuvo un efecto y algunos gringos asustadizos ``huyeron por piernas'', dice el ingeniero Eduardo Lera, quien al igual que Ismael Chaveznava, milita en el pequeño comité municipal del Partido de la Revolución Democrática.
Una bala de cañón
La colonia estadunidense y europea de San Miguel oscila entre 5 mil y 6 mil 500 personas, según distintas estimaciones, que no incluyen a los ``pájaros de nieve'', como les llaman a los viejos que llegan del norte con el invierno. El grupo comenzó a formarse a finales de los sesenta, cuando algunos veteranos de la segunda guerra mundial se establecieron tanto aquí como en Ajijic, Jalisco, junto al lago de Chapala.
Hoy, una segunda generación se ha apoderado de estas calles y estos techos, y ha cobrado un gran peso en la vida del pueblo. Así, los gringos controlan dos instituciones educativas --el Instituto Allende, también conocido como Fundación Enrique Fernández Martínez AC, y el Centro Cultural Ignacio Ramírez El Nigromante--, que cuentan con una población escolar eminentemente estadunidense.
``Hasta te mandan sus invitaciones en inglés'', dice Matilde González, directora del Museo Histórico de San Miguel, mientras lleva al reportero a pasear por las instalaciones de El Nigromante, sito en el espacioso ex convento de las monjas concepcionistas, hoy poblado por decenas de rubias y pálidas intelectuales, que estudian y beben agua de limón bajo los arcos de piedra que flanquean el patio central con su hermosa fuente.
``Aquí se mueve un dineral y por eso tienen actividades todo el año'', explica González con una cantarina sonrisa. ``En cambio a nosotros en el museo (que depende del Instituto Nacional de Antropología e Historia) no nos dan presupuesto para nada. El burocratismo del INAH es espantoso y cada vez que quiero organizar un evento me denuncian, dizque porque atento contra el acervo histórico del museo. ¿Sabes a qué se reduce el acervo? A una bala de cañón comprada, yo creo, en La Lagunilla''.