Masiosare, domingo 14 de diciembre de 1997
San Luis Potosí, SLP. Tras las elecciones del 6 de julio, la capital de la República vivió un extraño periodo sin marchas ni plantones. Sólo don Pedro Jasso y su célebre burro se mantuvieron en el Zócalo. Las televisoras, los reporteros de radio y prensa escrita se ocuparon largamente del asunto, casi siempre en notas ``pintorescas''.
Una y otra vez, don Pedro explicó sus demandas ante los micrófonos: frenar la venta ilegal de tierras en el ejido de San Juan de Guadalupe y sus anexos, Tierra Blanca y San Miguelito; encarcelamiento de los presuntos responsables, Juan García Leyva y Juan Fidel Cruz Campos (los Juanes Perreros les apodan, porque el primero criaba canes), integrantes de la mesa directiva del ejido desde hace 16 años; la liberación de su hijo Margarito, acusado de despojo de un terreno comunal y robo de materiales para construcción.
Margarito ya está libre. De las otras demandas, nada. Los terrenos ejidales se ofrecen sin recato, mientras las invasiones continúan y los Juanes Perreros siguen libres, a pesar de que en 1992 se les dictó auto de formal prisión por la venta fraudulenta de 232 hectáreas.
El lunes primero de diciembre, los involucrados fueron reunidos por el gobernador Fernando Silva Nieto para buscar ``esa solución definitiva que sólo podrá surgir de la buena fe y voluntad honesta de todas las partes''. No hubo resultados. Don Pedro se regresó al día siguiente a su vivienda improvisada, frente al Palacio Nacional.
Pedro Jasso y Consuelo Menchaca nacieron en Tierra Blanca, donde se casaron hace 62 años. En 1935 construyeron tres cuartos: en uno guardan el alimento para sus seis vacas, ocho becerros, dos mulas, una yegua y El Chaparro. Otro sirve como cocina y el tercero, tapizadas las paredes con imágenes de santos, veladoras y fotografías de la familia, es el cuarto de la pareja.
Desde hace seis décadas el matrimonio se mantiene de la venta de leche bronca a clientes fijos que generalmente pagan en abonos.
-¿Hace bien su marido en quedarse tanto tiempo en México?
-Sí, pero pos, mientras, me hace falta -lamenta doña Consuelo.
-¿Lo extraña mucho?
-No, hace falta que me ayude con la leche porque algunos me pagan en la semana, y otros el siguiente domingo. Y la mera verda es que no alcanza.
-¿Y como completa el gasto?
-Pos... A brincos y sombrerazos.
En Tierra Blanca el polvo se levanta a la menor provocación. La casa de don Pedro está a cien metros del anillo periférico que pretendió ser un dique a la mancha urbana. Fracasó.
El asfalto tampoco detuvo a El Chaparro, que una vez fue tras de unas burras del otro lado de la carretera. María Asunción Quintero de Jasso, nuera de don Pedro, recuerda aquel día:
-Empezó rebuzne y rebuzne, aluego se soltó y se fue corre y corre. Ahí estaba la licenciada Valentinoti, que nomás decía: ``Ay, qué está haciendo El Chaparro''.
El Chaparro, ese burro muy juilón como lo define la señora Consuelo.
Mientras El Chaparro libra batallas contra los protectores de animales de la capital, los jueces cívicos de la delegación Cuauhtémoc y hasta con los policías de la Secretaría de Seguridad Pública, en Tierra Blanca otro ocupa su lugar.
Es un burro sin nombre, prestado por una de las hijas de doña Consuelo, que ahora tira del carro de las tinajas con leche.
Como van las cosas, el suplente se quedará con la plaza, no sólo por el incierto destino de la lucha que libra el titular, sino porque, según el comunero José Luis Rivera Estrada, ``cuando El Chaparro regrese ya no va a estar a gusto, hasta baño va a querer''.
-¿Por qué?
-Ahora que lo vimos en México estaba bien educado, ya no hace del baño en donde quiera sino que se va a una alcantarilla. Aquí andaba libre y hacía donde se le antojara, pero ahora avisa. Se empieza a tironear, lo llevan a la alcantarilla, y ya.
Los comuneros de San Juan de Guadalupe y anexas tienen reservadas permanentemente dos mesas en el restaurante Posada del Virrey, a un costado del palacio de gobierno de San Luis Potosí, el lugar de la clase política local.
Ahí habla Enrique González Ruiz, asesor legal de los comuneros, quien explica el fondo del conflicto: 400 hectáreas del ejido San Juan de Guadalupe que están invadidas o se vendieron sin el consentimiento de la comunidad.
No es un asunto nuevo, pues la comercialización irregular de tierra inició desde el sexenio del gobernador Manuel López Dávila, y arreció en 1981, cuando los Juanes llegaron a la directiva de la comunidad. Tres años después convocaron a una asamblea donde virtualmente expulsaron a 350 comuneros, con el pretexto de que no existía un censo real de integrantes que contaran con títulos de propiedad expedidos en 1953.
Los afectados, todos opositores a la venta de tierras, se quejaron ante la Secretaría de la Reforma Agraria, que resolvió en su favor el 5 de noviembre de 1991. De nada sirvió. Los Juanes se mantuvieron en la mesa directiva, a veces en la Comisión de Bienes, otras más en la de Vigilancia. La ciudad creció sobre la comunidad de San Juan de Guadalupe, que paulatinamente cambió su nombre por colonia Bellas Lomas, Pajaritos...
La ciudad no es el único enemigo. La Comisión Nacional del Agua pretendió quedarse con la presa Cañada del Lobo, la Corett pretendió regularizar 232 hectáreas y pagar por ellas una milésima parte de su valor, mientras que el gobierno estatal aspira a quedarse con otras 60 hectáreas.
El abogado González Ruiz recuerda. ``A veces conseguimos parar algunas ventas, pero la locomotora del gobierno y el PRI se nos vino encima''.
No han faltado los tropiezos. El 20 de abril de 1995 fueron encarcelados 17 ejidatarios durante una manifestación, aunque los liberaron tras una serie de movilizaciones. Y en mayo de este año fue detenido Margarito Jasso Menchaca, el hijo mayor de don Pedro, acusado de despojo y robo de materiales de construcción, pues se metió a un terreno donde se construirían viviendas para maestros de la sección 52 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.
El encarcelamiento de su hijo fue el motivo por el cual don Pedro decidió marchar al Distrito Federal, una mañana de junio.
Sin avisar.
Para la mayor parte de los capitalinos, don Pedro y El Chaparro son más conocidos por las peripecias para mantenerse unidos aun en contra de la voluntad de policías, jueces cívicos y una defensora de animales, que por el pleito que se libra acá en su tierra.
Pero no le hace, dicen los comuneros. El golpe de suerte es bienvenido pues consiguieron llamar la atención.
El abogado González Ruiz dice simplemente que es parte de la lucha.
``La verdad es que el personaje nos rebasó, nunca pensamos que fuera a ser tan atractivo. Yo creo que don Pedro resulta simpático, primero, porque es un auténtico huachichil, segundo, porque El Chaparro es realmente su burro con el que reparte la leche, y tercero, porque es auténtico: los huaraches que trae en la capital son los mismos que ha usado siempre''.