La Jornada Semanal, 28 de septiembre de 1997
Swinburne
Lentamente la luz del día,
el secreto de las olas
el pájaro del alba.
Dentro, dentro del cuerpo
del mar, peces rojos
renancen en silencio
Miradas en las olas
sagrados espacios del mar.
1cantan
-alas el espacio del aire.
si
son
Brevísima brizna
el verde de la brizna.
Chisporrotea la luz
incendio de pálidas naranjas.
Ileso el aliento del alba
arenas sueñas paraíso,
naves en la calma
ileso aliento del árbol.
Dorado el pez
Dorado el pájaro
Dorado el fuego
La noche,
Dice el compositor que no ha cambiado
nada su música, que todo lo que cambia
cambia per se, mas que la música,
admite, se inscribe en ese cambio.
Si no, mira sonriente
a los ojos, ¿cómo sería
música
la música?
La música
es difícil de explicar,
como la gota de agua
en la hoja, que queda
después de la llovizna. Pero es fácil
detenerse por ella, ante ella,
a saber lo que somos.
Le gustaban los pájaros vivos
y el jazz antiguo,
le gustaba el paso del tiempo
y el vaso de buen vino.
Le gustaba el silencio
entre una y otra nota,
le gustaba leer
el resplandor del agua.
El agua no es el agua, es la música del agua.
Aunque poco conocido fuera de Hungría, el poeta Miklós Radnóti (1909-1944) es una de las personalidades más singulares de la literatura europea. Las dificultades de traducción que impone la lengua húngara han estorbado la difusión de su obra, pero las versiones al inglés de Emery George y las traducciones al español hechas por los escritores cubanos Fayad Jamís y David Chericián, han dado a conocer a este artista capaz de ``hablar, y hablar en el mejor nivel, justo cuando los escritores suelen optar por el silencio'', según apunta George. Las dramáticas condiciones de su muerte y el milagroso hallazgo de sus poemas finales, escritos durante su confinamiento en el campo de exterminio de Bor (Yugoslavia), han llamado la atención sobre este poeta singular, uno de los grandes autores antifascistas del siglo XX. Sin embargo, su obra supera esa clasificación.
Desde septiembre de 1940, ya con cinco libros publicados, Radnóti fue enviado a distintos campos de trabajo forzado. Hasta diciembre de ese año estuvo bajo las órdenes nazis en Szamosverestmart, Transilvania (hoy Rumania). En 1942 y 1943 permaneció recluido en lesd-Nagytelekmajor, Nagyvárad (hoy Oradea, Rumania), Hatvan y Budapest. En todas estas paradas del horror, Radnóti escribió poemas en los que el rigor de los hexámetros y la fecundidad de la producción parecían ajenos a la tragedia que se empeñaban en testimoniar. El 18 de mayo de 1944 recibió un nuevo llamado para presentarse ante las milicias de Hitler; dos días después, éstas lo trasladarían de Vác a Lager Heidenau, un conjunto de once campos de exterminio levantados en la ruta que va de Bor a Pozarevac, en el norte de Yugoslavia. Allí escribiría algunos de sus mejores poemas: Séptima égloga, Carta a mi mujer, Octava égloga, Marcha forzada y ç la rechercheÉ (todos hallados después de su muerte en la cuidada libreta de apuntes que el escritor conservó hasta el último momento). A pesar del aliento que suponía la segura llegada de las tropas partisanas del general Tito, el 8 o 9 de noviembre el poeta cumplió con lo que había profetizado en un cuarteto escrito una semana antes: ``Un disparo detrás de la nuca./ Así es como tú también terminarás/ me susurro a mí mismo:/ sólo recuéstate en silencio...'' En suelo húngaro y no lejos de la capital, los soldados nazis lo ejecutaron. El 14 de agosto de 1946 su cuerpo fue al fin enterrado en un cementerio de Budapest. Poco antes, en edición póstuma, se había publicado Cielo con nubes, libro que reúne los poemas que escribió entre 1937 y el 31 de octubre de 1944.
¿Ves?, anochece. Feroz, erizada de púas,
la valla de roble y la barraca flotan, aspiradas por la noche.
El cuadro de nuestro cautiverio escapa a la lenta mirada,
y sólo la razón -sólo ella- conoce la tensión de la alambrada.
¿Ves, amada? Aquí hasta la fantasía sólo así cobra alas.
Nuestros cuerpos magullados serán disueltos por el sueño hermoso, liberador,
y entonces todo el campo emprenderá la marcha.
Harapientos, rapados, roncando, los prisioneros echan a volar
desde las cimas ciegas de Serbia hasta ocultos parajes de la patria.
¿Existen todavía esos parajes? ¿Y qué ha sido de nuestras casas?
¿Las omitieron las bombas? ¿Están como cuando partimos?
Y ese que gime a mi derecha y el que yace a mi izquierda, ¿regresarán?
Dime, ¿hay todavía una patria donde comprendan este hexámetro?
Sin poner los acentos, tanteando en cada renglón,
escribo en la penumbra, escribo como vivo,
casi sin ver, recorriendo el papel como una oruga:
la lámpara, el cuaderno, todo me lo quitaron los guardianes.
Ningún correo llega, sólo la niebla aplasta la barraca.
Entre falsos rumores y parásitos aquí viven franceses, polacos,
italianos ruidosos, serbios separatistas, judíos melancólicos.
Cuerpos febriles y rotos que, a pesar de todo, viven una vida,
esperan buenas nuevas, palabras femeninas, un libre destino humano,
y, mientras llega el fin, envueltos en la espesa penumbra, milagros.
Estoy tendido en la tabla, entre insectos, animal cautivo. El asedio
de las pulgas se reanuda, pero el enjambre de las moscas se ha calmado.
Ya es de noche. ¿Ves? El cautiverio es un día más corto
y la vida también es un día más corto. El campo duerme. El paisaje
se baña en la luna y los alambres se atezan de nuevo en su luz,
y, a través de la ventana, las sombras de los guardias armados
marchan proyectadas en el muro entre los rumores de la noche.
El campo duerme. ¿Ves, amada? Se escucha el susurrar del sueño,
alguien gime sobresaltado, gira en el camastro, y
cae otra vez, pálido, en el sueño. Sentado, sólo yo velo,
en mi boca una colilla reemplaza el sabor
de tus besos, y no acude el sueño sosegante
pues sin ti ya no puedo morir ni vivir.