Sepultaron ayer a Manuel Medel, pionero del cine cómico mexicano
Arturo García Hernández Ť Manuel Medel murió el viernes. Ayer fue sepultado. Actualmente su nombre carecía de la resonancia capaz de convocar a las multitudes ante su féretro, pero como actor cómico, e incluso como empresario teatral, desde hace tiempo se aseguró un lugar en la historia del espectáculo en México.
Tenía 16 años cuando comenzó su trayectoria artística, en 1922. De su natal Monterrey sus padres lo trajeron por primera vez al Distrito Federal cuando contaba siete meses. Pero entonces no se instalaron aquí de manera definitiva. Antes viajaron y vivieron en otras ciuades del país por necesidades de su padre, Félix Medel, que era actor, y de su madre, Concepción Ruiz, cantante de ópera.
Ligado desde siempre a la carpa y al tea-tro popular, en la década de los 20 Medel comenzó a llamar la atención con su caracterización de Don Mamerto, ``un muñequito --le contó una vez en entrevista a Cristina Pacheco-- de las caricaturas que traía sombrerote, pistolas y resultaba muy chistoso'' (Los dueños de la noche, Editorial Planeta).
Tal caracterización le valió ser contratado por un empresario de Los Angeles. Allá descubrió una de sus mayores influencias: ``...un judío... Era cómico. Lo descubrí en un burlesque sensacional. Maquillado muy pálido, traía su pantalón, su sacote y su bombín. El chiste estaba en sus ojos muy pequeñitos y en que se le levantaban un poco las comisuras de los labios con una línea muy leve. Yo lo vi, me encantó y le copié muchos de esos detalles. Cuando vine a México al público le gustó mucho mi nueva personalidad''.
En 1933 protagonizó Payasadas de la vida, primera de las casi 40 películas que hizo en su carrera, siendo la más conocida --y a la que invariablemente fue asociado-- La vida inútil de Pito Pérez, basada en la novela homónima de José Rubén Romero. ``Pito Pérez --le contó a Pacheco-- me dio fama y yo, con mi interpretación, la vida. Somos, en cierta forma, dos personajes distintos y similares a la vez''.
Con una trayectoria sólida y exitosa, en los 30 Medel pasó a formar, junto con Cantinflas, la pareja cómica del momento, estelarizando cintas como Aguila o sol, Así es mi tierra (ambas de 1937) y El signo de la muerte (1939).
Si bien la relación con Cantinflas fue en su momento artísticamente provechosa, después de eso Medel nunca pudo sustraerse del todo de la sombra de su colega, a quien consideraba ``muy cómico, pero muy corto, limitado a su personaje que logra a la perfección, eso sí. Me acuerdo que cuando trabajamos en el Follies nos sentábamos por allí, en cualquier parte, para ver cómo íbamos a montar nuestro número. En varias de esas ocasiones vimos por Garibaldi a un borrachito bien amolado, tambaleándose y siempre con un cigarro en la mano. Su modo de hablar nos llamaba muchísimo la atención. A veces Mario (Moreno) me decía quedito: `Andale, provócalo a ver qué dice'. Y yo me le acercaba con cualquier pretexto, la cosa era hacerlo hablar. `Oye --le decía yo-- ya me contaron lo de la otra vez, qué barbaridad'. El borrachito muy platicador, dizque se ponía a explicarme quién sabe qué cosa. `Oiga joven, sabe usté... pos no, no se puede. Porque como yo le dije, ¿qué pasó? Digo, porque si es cosa de que'...''
Después de esa relación, cada uno tomó su camino. Medel hizo radio y se volvió empresario teatral. En 1947 se asoció con el italiano Américo Mancini en el Teatro Tívoli, que en esos años se erigió, junto con el Follies, en una de las catedrales del espectáculo popular en la ciudad, y por cuyo escenario desfilaron muchas grandes figuras en ciernes o ya consolidadas. En esa época y en ese teatro debutó Yolanda Montez, Tongolele, para desde ahí conmocionar al país con sus danzas.
Cuando Medel se asoció con Mancini en el Tívoli, estaba en apogeo su relación amorosa con la vedette cubana Rosita Fornés, El ciclón antillano, con quien se casó y procreó una hija. Luego de una etapa de exitosas presentaciones como ``El Gran Medel y Rosita Fornés'', la pareja se divorció.
Margo Su, en su libro Alta frivolidad (Cal y Arena, 1990) cuenta una anécdota que deja ver parte de la personalidad de Medel. Corresponde a esa etapa de su relación con Mancini y las fricciones que ambos empezaron a tener: ``Una mañana, en la oficina del teatro, sucedió el inevitable final. Mancini, impecablemente vestido (casimir inglés gris perla, chaleco, fistol de brillante en la corbata de seda azul marino, cuello duro) y sin perder el sombrero borsalino (...) tiñe su rostro iracundo de tintes violáceos, levanta de su sillón su humanidad de un metro 50 centímetros de estatura y 50 kilos de peso y blande, amenazador, su delgado puño transparente dirigiéndolo al ojo izquierdo de Medel (...)
``--¡Per la madonna...! ¡Io lo mato..., io lo mato!
``Frente a Mancini y forcejeando con los Mejía (dueños del teatro), Pito Pérez Medel lanzaba mexicanísimos gritos:
``--¡Chinga tu madre, pinche italiano!... ¿Me matas? ¡Si con un soplido te cáis, pendejo!''
Víctima de un paro cardiaco después de sufrir una caída, Manuel Medel dejó inconcluso un libro, Medelerías, en el que daría cuenta de su trayectoria y de los personajes con los que le tocó trabajar. Le sobrevive su última esposa, Alicia Bucio.
Fue inhumado en Mausoleos del Angel, en una ceremonia ante una escasa concurrencia, entre la que --reporta Notimex-- no estuvieron siquiera amigos cercanos ni compañeros de oficio.