La Jornada 11 de febrero de 1997

María Rojo: hacer una película y estar enamorada es casi lo mismo

El nuevo cine mexicano tiene el rostro de María Rojo, al igual que, hoy por hoy, la sensualidad tiene caderas de María Rojo; hay un modo de reír cifrado en su sonrisa única, como hay otro de caminar por ella impuesto en los embarcaderos de Veracruz. María Rojo puso de moda hacer el amor --ahora muchos dicen ``hacer la tarea''-- en la hamaca y seducir a los hombres bailando danzón.

Durante la llamada ``época de oro del cine nacional'', otra María, la Félix, hizo creer al mundo que las indígenas eran igualitas a ella. Hoy, María Rojo representa una imagen fiel de la auténtica mexicana y sus méritos van más allá de una levantada de ceja. No se ha aislado de su público hasta volverse inalcanzable sino al contrario, camina por Coyoacán, maneja su Vochito y la gente la saluda con un confianzudo ``¡Hola, María!'' (si a la Félix le llaman La Doña, a la Rojo hay igualados que le dicen ``manita''). Nadie le teme ni se le hinca ni tiende el abrigo a su paso. A esta María se le corren las medias, y esto no significa desmerecer: sus piernas se vuelven más torneadas, su andar más cadencioso. María Félix no es deseable, María Rojo sí.

Personalmente, me apabulla la naturalidad de María Rojo, el pelo lacio le cae sobre la cara, ajeno al acicalamiento. Le importa un pepino que la vean sin maquillaje, casi siempre me la encuentro con la cara lavada y no me la imagino haciéndose cirugía plástica o algo por el estilo ni creo que lo necesite jamás porque cada día está más joven y, dicen sus fans, más buena. Pocas a su edad pueden desnudarse de frente y salir tan airosas de la prueba. María Rojo no deja de ser un sex symbol con todo y sus dotes histriónicas. Esta es una diosa sexual que vuelve al amor travieso, lúdico, divertido, lo más normal del mundo, sin tabúes, sin vulgaridades ni perversiones. Gabriel García Márquez, el Nobel, la volvió su musa y le dedicó una de las más bellas películas jamás realizadas en México María de mi corazón, a partir de su cuento Yo sólo vine a hablar por teléfono. Carlos Fuentes y Manuel Camacho Solís bailaron danzón con María en el Salón México por ella revivido no sólo en la tradición nocturna de esta capital sino en un remake de la inmortal cinta del Indio Fernández. Durante la construcción del nuevo Salón México, la diaria llegada de María Rojo en minifalda a supervisar la obra era motivo de fiesta entre los albañiles. Todos los días eran de la Santa Cruz. ``No cualquiera tiene una patrona tan guapa'', decían.

¿Por qué es siempre joven María Rojo? Porque está viva. Ella estuvo en la Plaza de las Tres Culturas, estudiante universitaria, el 2 de octubre de 1968, y cumplió un deber moral al representar --de modo soberbio, por cierto-- a la madre de la única película comercial hasta hoy filmada en torno de la masacre: Rojo amanecer de Jorge Fons (donde por cierto se fusilaron un montón de frases, escenas y situaciones de La noche de Tlatelolco y ni crédito dieron, mucho menos regalías del taquillazo).

A lo largo de su carrera ha representado sólo papeles verosímiles, acordes con nuestra realidad, porque María Rojo ha hecho del trabajo de actriz un compromiso. Pertenece a la primera generación de actores universitarios, un parteaguas en la escena mexicana. Le ha sucedido lo que a muy pocas actrices: la cámara se enamoró de ella, pero en su caso esto va más allá de la fotogenia, pues María Rojo no ha sido esclava jamás de su mejor ángulo y podría incluso mostrar el peor --si lo tuviera--, todo por cumplir con su propósito fundamental: la actuación. Con todo, no ha podido impedir que su rostro sea el icono del cine mexicano contemporáneo.

Actriz-fetiche de uno de los grandes renovadores de nuestro lenguaje cinematográfico, Jaime Humberto Hermosillo, María Rojo posee en su estilo de actuación algo que se denomina ``intención''. Su imagen en pantalla sedujo a Pedro Almodóvar (Hermosillo es llamado en Europa ``el Almodóvar mexicano''), quien públicamente ha expresado su deseo de hacer un filme con ella.

Para esta entrevista, María Rojo vino a mi casa y dejó estacionado su coche a dos cuadras, caminó por el empedrado, ajena a las miradas, y Felipe mi hijo se quedó patidifuso y cariacontecido al verla, primero por su belleza y luego por su sencillez. También le encantó a Chabela (con quien yo trabajo de muchacha) al ir ella misma por un vaso de agua a la cocina y luego enjuagarlo sin pedirle ayuda. Yareed Cuapio, estilista coyoacanense, la arreglaba y dice que tiene un cabello privilegiado con mucho cuerpo y volumen, pero sobre todo una figura esplendorosa. ``Está hecha un cuero'', afirma. Cuando la actriz entró por primera vez al salón, no daba crédito:

--Señora, es usted guapísima. ¡Cómo se parece a María Rojo! Ella sólo sonrió y le dio unos pases para ver Cada quien su vida. (Según Yareed, además, deja muy buenas propinas).

María-Esmeralda

Esta semana, en la casa de la Cultura Jesús Reyes Heroles, se da el pizarrazo para las filmaciones (que durarán cinco semanas) de la nueva película de María Rojo, De noche vienes Esmeralda, dirigida por Jaime Humberto Hermosillo. ``Ese cuento parece que lo escribiste para que Jaime lo llevara al cine, Elena'', me dice María con su gran sonrisa y el aire hiperquinético que la distingue. Producida por la propia María Rojo con Fernando Cámara, la cinta lleva lo que se denomina en el argot ``un reparto multiestelar'': Roberto Cobo, Gonzalo Vega, Manuel Ojeda, Ernesto Laguardia, Martha Navarro, Alberto Estrella, Claudio Obregón, Ignacio Retes y Tito Vasconcelos, entre otros. Me trae María una sorpresa notable: luego de leer el guión de Hermosillo, mi admiradísimo Jaime Sabines escribió un poema para la película, que será leído por María Rojo:

Bebo a tu orilla, laguna verde

Esmeralda,

bebo de ti como toman los otros de

tu cuerpo y tu alma,

porque para eso estás, porque no

tienes mancha,

porque te das lo mismo que se nos da

el agua.

Eres un sueño, un sueño que tengo y

se me escapa,

un dolor que mitigas, un fuego que

me abrasa.

Nadie sabe de ti nada de nada.

Sólo eres una sombra sobre una luz

callada,

un río quieto, inmóvil, una tierra

ignorada.

Atraviesas los muros como si

atravesaras

el aire que respira el ángel de tu guarda,

y estás en todas partes y nos llamas

igual que si la muerte nos llamara.

Pero tú eres la vida y eres llena de

gracia,

abres los ojos y abres los pétalos del alba.

Dios te bendiga, amor, si es que mi voz te alcanza

y si mis manos llegan a tocarte,

Esmeralda.

Esmeralda Loyden, la protagonista de De noche vienes, también me parece hecha para María Rojo. Y ya que este personaje es una mujer polígama, le pregunto a María, junto a Esteban su actual esposo, cómo le ha ido en materia de amores.

--Mira, no he estado sola casi nunca, me casé a los 17 años en la Sagrada Familia, con flores blancas y todo esto, y de ahí siempre que he terminado con una relación casi he tenido enseguida otra. No sé estar sola, he recargado mucho en la otra persona todo lo que no puedo hacer y lo que me cuesta trabajo, como que nada más sirvo para una cosa, soy deveras muy inútil para todo lo demás, no sé pagar el gas, no sé pagar la luz, no sé hacer cuentas, soy muy distraída, entonces siempre he tenido un compañero que me ha ayudado. Ha sido bien importante el amor, yo creo que siempre trabajas para enamorar a alguien, y que las películas que sí me han salido bien han coincidido con que aparte estoy enamorada, fíjate. Es el caso de María de mi corazón, que yo estaba muy enamorada de Tomás Mojarro, y el de Danzón, que yo también me enamoré mucho del mulato que sale allí, Carmelo.

--¡Ay, pero cómo! ¿Del viejito?

--Se llama Daniel Reyes. De hecho, todos se dieron cuenta, ahora sí que en esa filmación ``hice el oso''. Y a Daniel, pues yo creo que se lo sugerí pero como que no, no quiso, era muy difícil que se diera una relación entre gentes tan distintas; además el estaba casado y quería mucho a su esposa... Hacer una película y estar enamorada es casi lo mismo, por que sientes las mismas cosas. Y lo que pasa también es que uno se enamora de la película y del personaje. Julia Solórzano es un personaje del que se enamora cualquier mujer. Yo siempre he dicho que es más bonita la vida de ella que la mía, fíjate: bailaba danzón, estaba enamorada de la vida, creía en todo mundo. Yo cuando me despedí de la película lloré mucho, pero no porque se acababa, sino porque yo no era Julia.

--¿Y tú, como Julia Solórzano, crees en los demás?

--Así como Julia no. Si a mí se me acercara un jovencito como a ella, no creería que le gustaba yo, pensaría ``ay, quién sabe qué quiera''. Yo sería mucho más reservada, me dan miedo todas estas cosas en que puedas salir muy lastimada. Julia era un personaje muy inocente, creía, parecía una niña ¿no?

--¿Tú no eres inocente?

--En algunas cosas sí, creo que esa es un poco la educación que nos dio mi mamá, que te encauzan a creer en las personas, a creer pues todo lo que creían antes las gentes, a creer en un México que ellos tenían, que se imaginaban que era así. Mi mamá, que era maestra, escuchaba el Himno Nacional y nos paraba para cantarlo y se le llenaban los ojos de lágrimas. Ahora Santiago, mi hijo, se ríe de muchas cosas mías, pero te puedo decir que no soy ni la sombra de lo que era mi mamá. Mi mamá era la inocencia total, un ser fuera del mundo.

La madre

La profesora Agueda Incháustegui, madre de María Rojo, acaba de morir en Xalapa junto a Carmela, la única hermana de María, que es psicóloga. Su relación con la figura materna es calificada por la propia María como ``conflictiva''. Comunista férrea y con un sentido de moralidad aplastante, doña Agueda mantuvo una difícil comunicación con su hija.

``Cuando nos empezó a hablar de cómo se tenían las relaciones sexuales, mi hermana y yo no podíamos de la risa porque

hacía como 3 años que hasta hacíamos chistes de eso. No me dejó ver Rebelde sin causa porque qué horror, una Coca-Cola en la casa insultaba a mi mamá, no podíamos hablarles de tú a las muchachas. Eran unas cosas...

``Pero esto también sirvió, porque cuando entras ya en esta carrera y empiezas a tener relaciones tan frívolas, te das cuenta que fue una especie de Pepito Grillo. Yo siempre pienso ¡híjole!. ¿qué diría mi mamá? Pero francamente el ponernos, en vez del ángel de la guarda, los muertos en Hiroshima arriba de la cama, sí me parece una exageración. O que a los 15 años me dieran de novela a leer Así se templó el acero, que al señor le cortaban el brazo en Leningrado. Digo, si lo pienso no era para tanto ¿no?

``Soy disléxica y, como en aquellos años esto todavía no se entendía, lo que pensaron fue que era yo tonta. En la escuela fui muy, muy mala alumna y bueno, en la casa era yo un caso muy raro porque para lo único que era brillante era para los festivales del 10 de mayo, para bailar.

``Yo quería oír a Lola Flores y vestirme como ella, era una figura que me apasionaba, y era raro porque los gustos de mi mamá eran otros, nos inculcaba la música clásica, el teatro clásico...

``Y yo tenía que quitar los discos de Lola Flores cuando mi mamá llegaba. A ella le encantaba Stefan Zweig y tenía todos sus libros, a mí me gustaba una radionovela de un niño pepenador --después me enteré que era de la señora Yolanda Vargas Dulché-- y la oía con la sirvienta a escondidas, pero ay de que mi mamá me encontrara llorando con la radionovela.

``Me encantaban las sirvientas, me encantaban, eran más sexys que mi mamá, me gustaban sus pelos, sus mechas que se dejaban, su boca roja y todo, subirme a la azotea con las sirvientas era lo que quería hacer. La gente se reía porque cuando me preguntaban qué quería ser de grande respondía: ``Yo, sirvienta''. Porque era lo más sexy, ellas sí se ponían tacones, mi mamá, con esto del realismo socialista, era nada de pintura, era gordita gordita, chapeadita así como campesina rusa.'