La Jornada Semanal, 31 de marzo de 1996


Retornar a El apando

Evodio Escalante

Poeta, profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana, ensayista literario, Evodio Escalante ha dedicado buena parte de su obra a estudiar a su paisano José Revueltas. Además de José Revueltas. Una literatura "del lado moridor", Escalante es responsable de la edición crítica de Los días terrenales, publicada en la prestigiada colección Archivos de la UNESCO.



1. Circunstancia de la escritura

El apando, lo mismo que la Dialéctica de la conciencia, dos textos escritos dentro de las rejas de la Cárcel Preventiva de la Ciudad, mejor conocida como Palacio Negro de Lecumberri (hoy Archivo General de la Nación), son la culminación de un doble trabajo de escritura y de reflexión que se inicia en la década de los treinta y que alcanza, a fines de los años sesenta y principios de los setenta, una madurez impresionante que no es ajena al clima intelectual de la época, y en particular a las luchas estudiantiles contra el sistema político mexicano. Estas luchas tienen un contexto ideológico muy específico. A saber, el surgimiento de lo que se llamó entonces la "nueva izquierda", uno de cuyos teóricos más relevantes fue el filósofo de la Escuela de Frankfort, Herbert Marcuse. Un renovado pensamiento marxista se cuestiona, en efecto, acerca del inexistente papel protagónico de la clase obrera, y asume la crítica tanto de los resabios de la dialéctica hegeliana que permanecían intocados dentro de las corrientes dogmáticas dominantes, como de la implantación "aberrante" de las propias concepciones de Marx en los países del llamado "socialismo real". En el terreno literario, pero también en el filosófico, El apando y la Dialéctica de la conciencia aparecen, pues, como los frutos más altos de este complejo movimiento crítico dentro de la cultura mexicana, al grado de que se les puede considerar, sin pizca de exageración, como dos auténticos testamentos a los que hay que acudir si se quiere conocer las propuestas más radicales del periodo que se menciona. El confinamiento de José Revueltas en Lecumberri, lugar al que fue conducido junto con otros intelectuales por su participación en el movimiento estudiantil del '68 que fue sofocado por medio de las armas, no sólo permite que Revueltas retome desde una nueva perspectiva el tema carcelario, presente en algunas de sus novelas más importantes (Los muros de agua, Los días terrenales y Los errores), impulsa de igual modo una radicalización ideológica cuyos efectos son evidentes en estos textos de madurez.* Crítica de un capitalismo de tipo confinatorio que no puede subsistir sin segregar tanto a delincuentes como a disidentes en lugares de encierro donde son sometidos a distintas medidas "penitenciarias". Crítica de la dialéctica finalista (teleológica) de tipo hegeliano y del presunto Estado Socialista, que no sería, a los ojos de Revueltas, sino una nueva versión del Estado "prusiano" de Hegel, o sea, una realización monstruosa de la Idea Absoluta que habría utilizado una careta marxista para disfrazar una nueva forma burocrática de dominación. Podría decirse, pues, que el clima intelectual de la época está marcado de manera contrastante por una euforia contestataria, de la cual son testimonios los movimientos estudiantiles de Europa y Estados Unidos, así como por un desengaño profundo acerca de la naturaleza real de los regímenes llamados "socialistas". Este desengaño implica, en realidad, considerar una universalización perversa del sistema capitalista, pues los autodenominados países socialistas, lejos de "negar" o "superar" la enajenación, como se pretendía, no constituirían de hecho sino lo que Revueltas llama una negación alotrópica del capitalismo, la cual habría alterado la forma de la dominación pero al precio de dejar intacto el contenido de la misma. Este impresionante "candado" histórico, de alcances cuasimetafísicos (el socialismo se torna fantasmagórico, irreal), y del cual, por el momento, no se advierte salida, no podía dejar de cernirse como un espectro en la escritura de esa pieza maestra de Revueltas que se llama El apando.

2. Los hilos de la trenza

Construido de manera soberbia por un sólo párrafo que no admite respiro, y que contribuye a establecer, en el nivel de la lectura, la atmósfera del encierro, a la manera de una cárcel textual, El apando parece articularse a partir de tres hilos de distinta naturaleza que, al complementarse y distinguirse, otorgan el tempo del relato:

a) Un tono de eternidad. "Estaban presos ahí los monos", se inicia el texto, dejando indeterminado desde cuándo o a causa de qué. De tal suerte, el hecho de estar "presos" los personajes, a quienes se confiere un rango zoológico, animalesco, de subhombres, adquiere de entrada visos ontológicos. Los personajes están presos ab ovo, desde el principio de los tiempos, ésa es la condición histórico-óntica a la que responden. Están "presos ahí", en una expresión que no deja de resonar, muy heideggerianamente, con el Dasein, de El ser y el tiempo, con el "ser ahí" que se descubre arrojado en la temporalidad, en "estado de yecto". En efecto, "estaban presos ahí los monos" evoca una situación que remite a un pasado sin memoria, inmemorial, que se perdería en la nube de los orígenes. Están perdidos en su soledad de monos, entrampados en una "interespecie" de la que no logran salir y de la que, por principio de cuentas, no son ni siquiera conscientes. Atrapados por la fuerza del "sido", de un pasado sin huellas que se impone a su existencia y que la determina, estos monos no son sólo la encarnación de la alienación, sino la prueba palmaria de que la humanidad en cuanto tal, la humanidad del hombre es algo que no ha logrado surgir. Tal vez no sea ocioso recordar que durante las manifestaciones callejeras del '68 los estudiantes representaban al entonces presidente de la República con la figura grotesca de un simio. Y que la palabra mono, en el Diccionario de autoridades, merece la explicación siguiente: "Animal muy parecido al hombre, de mediano tamaño, y que remeda o imita mucho sus acciones. Díjose de Monos, griego, que significa solo, porque habita comúnmente en los desiertos y soledades."

b) Un tono catastrofista. Estos "presos ahí", sin embargo, están abiertos a una futuridad que anuncia, en ambigua prognosis, una desesperación por venir. "Todavía sin desesperación, sin desesperarse del todo", anota el texto, como dando a entender, primero, que de algún modo ya lo están, por más que no parezcan advertirlo ellos mismos, y segundo, que la desesperación abierta y real (presuntamente la que interesa, la que habrá de dar su momento culminante a la narración) vendrá en otro momento de la historia. Se anuncia, pues, en este "todavía sin desesperación" una catástrofe de signo indefinido, que acaso será capaz de invertir, o cuando menos de neutralizar, los términos de la opresión reinante, y que es de cierto modo el motor del relato.

c) Un tono darwiniano que evoca la evolución de las especies, así como una feroz lucha individual por la sobrevivencia, asumida esta última con un sesgo definitivamente tanatológico, y que es el que conduce a la resolución "inesperada" de la narración. Los monos, como dice el texto, están "atrapados por la escala zoológica", y no aciertan a dar el paso "que pudiera hacerlos salir de la interespecie donde se movían". Son tan estúpidos que no se dan cuenta que los presos son ellos. Acaso por esto alcanza a leerse en su rostro "la forma de cierta nostalgia imprecisa acerca de otras facultades imposibles de ejercer por ellos". Acaso por esto, también, el narrador refiere sus "rostros de mico, en el fondo más bien tristes por una pérdida irreparable e ignorada". Este suelo darwiniano, empero, será subvertido a título personal por el que parecía ser el menos dotado de los personajes, El Carajo, quien se encarga de montar una demostración paródica de la sobrevivencia de los más aptos. ƑDe qué aptos se trata? Invirtiendo la conocida hipótesis darwiniana, El Carajo demuestra que quien sobrevive no es aquel que parece estar mejor dotado para la vida, para la afirmación de la especie, sino para la muerte. Quien se muestra más dispuesto a morir, aquel que asume los riesgos más decisivos y es capaz de encarar, con suprema valentía, su ser-para-la-muerte, es el que resulta, a la postre, vencedor. Es el único, también, podría conjeturarse de manera plausible, que llega a escapar de la "escala zoológica" en la que los demás personajes se encuentran atrapados, como si se tratara de una cárcel biológica, pues a diferencia de ellos ha podido insertarse en un proceso de autogénesis, con lo que logra constituirse a sí mismo como ser humano, conquistando para sí una soledad que es diferente a la soledad que le imponía la alienación generalizada. Al parirse a sí mismo a partir de una delación, a partir de la traición ejercida nada menos que en contra de su madre, El Carajo confirma que lo más característico de su ser es una tanatogenealogía, un impulso centrífugo que lo lleva a engendrarse en-sí y para-sí al filo de la muerte, y gracias al cual logra emerger triunfador.

3. La lógica de la preposteración

Rescato este término del Diccionario de autoridades para ubicar el recurso retórico que me parece más notable en El apando. Preposteración es, según el diccionario, "Trabucación o inversión del orden que debe tener alguna cosa." El adjetivo permite agregar un matiz: "Prepostrero. Trastocado, hecho al revés, o fuera de tiempo." El apando comienza con una preposteración maliciosa, que luego, y esto es todavía peor, se disemina en varias direcciones. En efecto: "Estaban presos ahí los monos, nada menos que ellos", quiere decir, de entrada, que los carceleros están presos. Imposible sustraerse a este efecto capcioso: el discurso indirecto, a través del cual se vehicula la voz de Polonio, uno de los "apandados", nos hace saber que los vigilantes, y no él y sus compañeros de celda, son los que están presos. Ataviados con su uniforme, y cumpliendo con las labores de vigilancia por las que reciben un pago, los carceleros son en realidad los prisioneros.

Podía decirse que están más presos que los propios presos, pues estos últimos al menos tienen conciencia de que lo son, lo que les otorga ya un rasgo de superioridad que no tienen los celadores. Lo dice el texto: "Estaban presos. Más presos que Polonio, más presos que Albino, más presos que El Carajo." Una sociedad que necesita cárceles, parece decir Revueltas con la reiteración, es ella misma, sin que se dé cuenta, una sociedad encarcelada. De tal suerte, los vigilantes, dentro de su no darse cuenta de nada, están más presos que los presos. Pero aquí se inicia una espiral cuasi demoniaca que unifica el espacio social y que parece aplicarse a todos sus habitantes, pues los familiares de los celadores, en sus cuartuchos, en sus jaulas, también están presos, y con ellos sus parientes, sus padres, los padres de sus padres. Todos resultan ser, al fin, "monos aterrados y universales". De tal suerte, recurso cargado de malicia, la preposteración alcanza también al lector. En este punto, un poco antes, un poco después, "fuera de tiempo", como lo indica el adjetivo prepostrero, y sin embargo "en el tiempo" que es "su" tiempo, el lector descubre que a él también se aplica esta preposteración que se había cebado en contra de los celadores, que él es también, como ellos, un mono "aterrado y universal", y que, como ellos, él igualmente se encuentra, aunque se resista a reconocerlo, preso. La diseminación de la preposteración ha alcanzado al lector en tanto que lector.

4. Espacios intercambiables, sexos intercambiables

Otro elemento llama la atención en el incipit del relato: el sesgo homofóbico de la descripción. Aunque hombres los dos, los celadores son representados, de entrada, como formando una pareja. La violencia de la mención autoriza una corrección inmediata por parte del narrador. Cito: "Estaban presos ahí los monos, nada menos que ellos, mona y mono; bien, mono y mono..." La corrección no está exenta de malicia. Deslizado como un lapsus, como un contenido que se debería reprimir, el enunciado parece confesar lo inconfesable, insaculando una dotación culpígena que redondea el esquema valorativo de los personajes. Los celadores no sólo resultan simiescos, no sólo cumplen ahí, en prisión, una función degradada, por la que devengan un salario, también mantienen entre ellos una más o menos equívoca relación homosexual. Esto es lo que acaba de fundirlos ųal menos, desde el punto de vista valorativo. La execración del narrador, empero, por discutible que parezca, obedece a una lógica de los intercambios que tiene su asiento en el manejo indistinto de los espacios. Por obra de la preposteración, como se ha visto, y como detonando una cascada de círculos centrífugos, la condición supuestamente intransferible del "estar-en-prisión" irradia de los presos (aceptemos de momento esta denominación) hacia los guardias, de los guardias a las familias de los guardias, y de aquí se distribuye a la sociedad en general, incluyendo, como aquí se sugiere, a la sociedad instantánea de los lectores. Este traslape no está autorizado por la figura retórica, como pudiera creerse; sucede más bien al revés: la figura retórica está autorizada por una homogeneidad de los espacios sociales que propicia la circulación, a diferentes escalas, de un mismo principio de alienación. La alienación, que todo lo engloba, hace de los muros y las rejas de la cárcel no una isla o un lunar aislado, sino un ejemplo acaso extremo y radical de una enajenación arquitectónica dominante en la totalidad de la polis.

La cárcel es la demostración palmaria del espacio enajenado, un espacio concebido para oprimir al hombre y no para confortarlo. Es la geometría enajenada, en efecto, antes que los policías, la que derrota a los gladiadores durante su frustrada intentona de rebelión al interior de la cárcel. Han sido encerrados entre tubos a los que se agregan nuevos tubos, limitando cada vez más el espacio disponible. La narración habla de "un diabólico sucederse de mutilaciones del espacio, triángulos, trapecios, paralelas, segmentos oblicuos o perpendiculares, líneas y más líneas". Esta racionalidad matemático-geométrica puesta en acción, no obstante tratarse de una de las formas más "puras", y por lo tanto más "inocentes" de la racionalidad (Ƒo quizá por esto mismo?), acaba por "impedir cualquier movimiento de los gladiadores", los cuales han quedado reducidos a trapos sanguinolentos, crucificados, como están, "sobre el esquema monstruoso de esta gigantesca derrota de la libertad a manos de la geometría". La nota pesimista la aporta un dato subsecuente del texto: "Ellos, los gladiadores eran invencibles, incluso por encima de Dios, pero no podían con esto." Obsérvese el efecto de la descripción: los amotinados no han sido reducidos por sus congéneres, esto es, por los policías, sino por una fuerza de un tipo superior y ante la cual parece no existir escape, la de la geometría enajenada.

Si la homogeneidad de la alineación uniforma a todos los sujetos de la historia, al grado de que la distinción de sexos parece borrarse en favor de una homosexualidad ejercida por los guardias, los delincuentes, por el hecho de serlo, alcanzan un primer grado de distinción. Por algo el narrador los singulariza con el inusitado adjetivo de "gladiadores", y hasta sostiene, en un giro desmesurado y hasta sorprendente, que serían capaces de vencer a Dios. Quizá lo que mejor los distingue es su bajeza, la desnuda materialidad de su transcurrir, ajena a oropeles y otras formas de la hipocresía social. La asunción de las verdades del bajo vientre (como podría ejemplificarlo el caso del tatuaje en el estómago que luce uno de los presos), así como, si se exagera la nota, y colocando el asunto en el nivel fónico, esa forma de arrastrar las vocales en el momento de mentar a la progenitora de los monos. Es esta cadenciosa hipofonía, en efecto, lo que parece singularizarlos, como si a través de ella se expresara, como lo dice el narrador, "la complacencia y cierta noción jerárquica de la casta orgullosa, inconsciente y gratuita de ser hampones".

5. Valor de uso, valor de cambio

Mientras que los sujetos de la historia parecen moverse en espacios conmensurables entre sí, sustituibles los unos por los otros, homogeneizados de cierto modo por un valor de cambio que penetra incluso en las relaciones interpersonales más íntimas, El Carajo parece moverse en la dirección del valor de uso. Se trata, sin duda, de una resolución paradójica. El Carajo, que no tiene uso, que esta desposeído, según el esquema, de todo uso y que no sirve para maldita la cosa ("valía un reverendo carajo para todo, no servía para un carajo"), es el único personaje, sin embargo, que logra hacer un uso productivo de su cuerpo y de la situación en que se encuentra. Cortándose las venas y arriesgando la vida en cada ocasión, consigue que lo lleven a la enfermería donde se las arregla para obtener la droga que su corporalidad requiere. Delatando de manera gratuita a su madre, obtiene una preciosa libertad que no está en posesión de ninguno, por más que continúe ahí encerrado al lado de sus compañeros. Se diría, todavía mejor, que en El Carajo la manera de hacer un uso productivo de su cuerpo pasa de manera obligada por el abuso del mismo, de modo tal que el uso parece ser apenas el resultado o el residuo que sólo generaría un abuso radical de la corporalidad. Los caminos del exceso son los que conducen al palacio de la sabiduría, podría decirse parodiando a Blake. Solo abusando del propio ser por las vías de la intensificación se alcanza el más precioso de los bienes: la libertad.

6. Coda final

Revueltas no rebasa para nada, según se ve, el marco individual de la narración. La especie no ha nacido, es cierto, pero El Carajo se ha parido a sí mismo con fórceps. La única genealogía posible es hoy por hoy una tanatogenalogía. Uso productivo de la pulsión de muerte y triunfo del valor de uso sobre la homogeneidad mercantil. Quizá porque se publicó como un volumen independiente, El apando ha sido caracterizado como una noveleta o una narración corta. Según el esquema de Ricardo Piglia, hay que considerarlo como un cuento hecho y derecho, con sus dos historias paralelas que acaban divergiendo en el final. La historia A, la que domina en la superficie del relato, es la historia de una ruindad generalizada, que abarca a todo el mundo, aunque se concentra en un retrato de la vida en la cárcel. La desesperación larvada de los celadores y los presos, con que se inicia el relato, culmina en el episodio del presunto motín y su sofocamiento por parte de los guardias. Toda la acción del relato parece conducir a esta intentona de rebelión, que servirá de parapeto para introducir la droga sin que los guardias sean capaces de detectar el movimiento. También sirve de parapeto para que la historia B, la que transcurre en profundidad, emerja de manera radical al finalizar el texto. La historia B es la de una conquista individual, la de la libertad, por parte de El Carajo. Esta libertad que puede parecer absurda, anacrónica, injustificada (tiene todos los visos, en efecto, de ser un acto "gratuito"), se consigue con una delación que puede resultar poco comprensible si no se toma en cuenta que tiene aquellas características que el propio Revueltas, en otro texto, atribuye a lo que él llama un acto profundo. Termino citando un pasaje muy indicativo de "Hegel y yo", otro magistral relato del José Revueltas de la época de Lecumberri, y al cual el Dr. Seymour Menton ha dedicado un estudio esclarecedor: "Mira ųme diceų, todo acto profundo [...] es inmemorial. O sea, es tan antiguo que no se guarda memoria de su comienzo, nadie sabe de dónde arranca, en qué parte se inicia o si no se inicia en parte alguna." A la eficacia represiva de una sociedad confinatoria, que pone a su servicio las fuerzas invencibles de una geometría enajenada, José Revueltas opone la naturaleza libertaria de un acto inmemorial, que surge de lo profundo, sin razón aparente. Me gustaría que el nombre de Revueltas se asociara siempre, entre otras cosas, a este acto inmemorial intrínsecamente afirmativo.

*José Revueltas permaneció encarcelado de noviembre de 1968 a mayo de 1971. Salió de ahí en "libertad bajo protesta" y falleció el 14 de abril de 1976.