Apenas han pasado siete años desde aquel viernes 31 de julio de 2015. El cúmulo de tragedias y crímenes que azotan el país, así como los pactos de impunidad, han intentado sepultar aquel día en el olvido. Pero el amor, la memoria y la necesidad de verdad y justicia han llevado a que familiares, amigas, defensores de derechos humanos, periodistas y personas solidaras, ayuden a recordar los nombres de Mile Martín, Yesenia Quiroz, Alejandra Negrete, Nadia Vera y Rubén Espinosa.
El documental A plena luz: el caso Narvarte, dirigido por Alberto Arnaut y producido por Diego Enrique Osorno, apunta en ese sentido: ayuda a recordar, a “volver a pasar por el corazón” como diría Eduardo Galeano. Ojalá que también provoque indignación, y la solidaridad con quienes luchan por la justicia para ese y otros crímenes de Estado.
Como se recordará, aquel 31 de julio se perpetró el feminicidio múltiple de las cuatro mujeres mencionadas y el homicidio de Rubén. El crimen fue cometido en un departamento ubicado en la colonia Narvarte, alcaldía Benito Juárez, Ciudad de México. Era 2015 y el país estaba “agitado”. Desde 2012 diferentes sectores sociales protestaban en las calles contra Enrique Peña Nieto y su gobierno. El movimiento estudiantil y juvenil había logrado una rica articulación y comunicación nacional e internacional a propósito del #YoSoy132. Los colectivos y organizaciones de víctimas en todo el país denunciaban las consecuencias de la política de guerra que había iniciado Felipe Calderón y continuaba con Peña Nieto. A estos movimientos se sumaba también el descontento de periodistas que iban forjando redes para denunciar el asesinato y desaparición de sus colegas, o para construir estrategias de seguridad. El movimiento magisterial libraba una feroz batalla contra la reforma educativa y el movimiento indígena resistía, como siempre, en todo el país. La desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, en 2014, propició la reactivación social de esas y otras redes tejidas en anteriores luchas. Miles y miles de personas indignadas inundaron cientos de calles y plazas en México y en otros países para juntar los múltiples gritos en uno solo: nos faltan 43 y miles más. De toda esa historia común eran y son parte Nadia Vera y Rubén Espinosa: ambos contribuyeron desde diferentes espacios a visibilizar las violencias, a denunciar, a organizar. No callaron frente un Estado criminal, corrompido y represor. Y ese Estado se volvió contra ellos.
En el estado de Veracruz, Nadia y Rubén enfrentaron la versión local de ese reino del terror. El gobernador de ese estado entre 2010 y 2016, Javier Duarte, y su secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez Zurita – El Capitán Tormenta–, convirtieron aquel estado en un verdadero infierno. Al mismo tiempo, el grupo criminal Los Zetas se expandía por todo el estado e imponía su poder con plomo y plata. Al menos 17 periodistas fueron asesinados en este periodo, al tiempo que cientos de personas fueron desaparecidas. Ante tal situación, decenas de personas decidieron salir de Veracruz. Este fue el caso de Nadia y Rubén.
Ambos partieron rumbo a la Ciudad de México, gobernada por Miguel Ángel Mancera, quien ya desde 2012 mostraba su talante autoritario y represor. Ahí fueron asesinados junto con Mile, Yesenia y Alejandra. Pero no sólo fueron asesinados, sino también fueron estigmatizados y criminalizados por las autoridades del Gobierno de la Ciudad de México, sobre todo Mile y Yesenia. En el relato de las autoridades, las víctimas eran responsables de su propia tragedia, por el hecho de ser mujeres y porque una de ellas nació en un país que no es México. A la estigmatización y criminalización se suma el no haber investigado todas las líneas del crimen y otras faltas que más que errores, apuntan a la complicidad.
En el multihomicidio de la Narvarte se combinan diferentes crímenes, nos sugiere Alberto Arnaut en su documental. Trata de mujeres, corrupción, crimen político, serían algunos de ellos. Y todos ellos estarían, hasta el día de hoy, encubiertos por el manto de la impunidad. Hay algunos responsables directos, que están procesados, pero hasta hoy los autores intelectuales siguen protegidos por la estructura estatal. Un crimen de Estado que sigue encubriéndose.
Como en muchos otros casos, son las familias, abogadas y amistades las que han realizado investigaciones propias para buscar la verdad y echar abajo la versión oficial.
No sólo eso, son también estas redes de solidaridad las que han impulsado políticas de memoria, como el Memorial Narvarte y su Festival Arte para no Olvidarte, que año con año se desarrolla donde se cometió el crimen.
Muchas historias más faltan por contarse para llegar a la verdad. Muchos muros más habrá que derrumbar para alcanzar la justicia. Por ahora la memoria ha vuelto a resonar: #Ju5ticiaNarvarte.
* Sociólogo