Carlos es un nombre que el la mayoría de los monarcas ingleses ha evitado desde el siglo XVII. Empecemos por donde se debe: siglo y medio antes de la Revolución Francesa, los ingleses tuvieron una guerra civil y crearon una revolución burguesa fundada por mercaderes. Ejecutaron al rey (Carlos I) el 30 de enero de 1949, abolieron la Cámara de los Lores y declararon un estado republicano.
La Commonwealth, que regía sobre Inglaterra, Escocia, Irlanda y Gales pudo no haber durado mucho, pero dejó una huella imborrable. La restauración de 1660 fue un arreglo: el estado absolutista no podía ser resucitado; el “derecho divino de los reyes” no iba reinstaurarse jamás, pero la monarquía reconstituida probó ser notablemente resiliente. Desde su lugar en Princeton, Arno Mayer explicó este desarrollo en su clásico de 1981, La Persistencia del Viejo Régimen.
“La monarquía (posterior a 1660), y la elite en que resultó, domesticaron la industrialización de Inglaterra sin sucumbir a ella. Esta Inglaterra nunca se volvió un ‘orden burgués’ bajo el mandato de una ‘burguesía conquistadora’… No hubo un movimiento cuyo objetivo fuera derrocar a la corona, a la corte real, a la cámara de los Lores; y destruir las desigualdades del público al servicio de la nobleza.
A pesar del declive de la agricultura y de la seguridad insular que viciaron la necesidad de una fuerte casta militar, las clases reagrupadas lograron perpetuar el poder político y la cultura arcaicos”.
Dicho orden arcaico se modificó a través de los siglos. Una reforma mayor fue neutralizar a la Cámara de los Lores cuando ésta rechazó el proyecto del “presupuesto del pueblo” de David Lloyd George en 1911, lo que provocó una crisis constitucional que se resolvió a favor de la Cámara de los Comunes al estipularse que la segunda cámara podía retrasar, pero en ningún caso vetar, la ley que había sido aprobada por los comunes. No pasó nada más.
En 1991, los parlamentarios de izquierda Tony Benn y Jeremy Corbyn diseñaron y presentaron la “Ley de la Commonwealth británica” que buscaba una radical democratización del país con una serie de demandas que, de haberse implementado, habría completado la revolución burguesa que comenzó en el siglo XVII. Se preveía la abolición de la monarquía y el final de su estatuto constitucional, así como la disolución de la Iglesia de Inglaterra. El jefe de Estado sería el presidente, electo en una reunión en la que participaran ambas cámaras del parlamento de la Commonwealth. La Cámara de los Lores sería remplazada por un Consejo de Estado, y ambas cámaras estarían formadas por igual número de hombres y mujeres.
Inglaterra, Escocia y Gales tendrían sus propios parlamento nacionales con responsabilidad sobre materias que serían consensuadas. Habría elecciones para jueces y magistrados en los distintos condados, y la jurisdicción británica sobre Irlanda del Norte llegaría a su fin.
“¡Sigan soñando!”, podrán decir algunos, especialmente ahora que el país está tan enfrascado en su papel de duelo público. Los tres partidos británicos, la totalidad de los periódicos y los canales de televisión son monárquicos redomados. Entonces ¿hacia dónde va Gran Bretaña?
Carlos I no heredó el cerebro de su padre; pero su arrogancia y estupidez eran del todo suyas, lo que lo llevó a ser enjuiciado y ejecutado. Los líderes de la revolución estaban divididos en este tema. Incluso la señora Crommwell se opuso porque alguna vez tomó el té con la reina. Fue Oliver Cromwell quien finalmente le puso el pie en el cuello a la monarquía. Carlos I rompía sus promesas, y la última vez que lo hizo fue la gota que derramó el vaso.
Es improbable que Carlos III siga este camino. A lo mucho, su estatus se verá reducido al de un monarca accesible que anda en bicicleta como sus equivalentes escandinavos. En el pasado, los nacionalistas galeses más radicales amenazaron con arrojar bombas durante su investidura como príncipe de Gales, y anunciaron que tenían francotiradores listos para el caos. Charles Windsor se presentó como un tipo bromista que no tomaba en serio estas amenazas y dijo a un entrevistador de la BBC: “Mientras no me caigan demasiados huevos y jitomates, estaré bien. No culpo a la gente por manifestarse así. Nunca antes me han visto. No saben cómo soy. Rara vez he estado en Gales y no puedo esperar que gente esté entusiasmada por el hecho de que un dizque príncipe inglés esté entre ellos”.
Nada mal. Pero a principios de este siglo, cuando su auto fue rodeado de manera inesperada en las afueras de la Plaza Trafalgar, a unos pasos de Banqueting House en Whitehall, donde su tocayo fue ejecutado, estudiantes se manifestaban contra el nuevo gobierno conservador y gritaban consignas como “Escoria Tory”, “Parásitos”, y “Decapítenlos”. Una fotografía los captó a él y a su esposa Camila perplejos y aterrados dentro del vehículo. ¿Le habrá pasado por la cabeza el recuerdo de su antepasado?
El 9 de septiembre de 2022, Carlos III se convirtió en monarca tras el largo reinado de su madre. Esperó pacientemente, durante algún tiempo, pues tenía la esperanza de que la envejecida reina siguiera el ejemplo de Juliana de Holanda y se retirara, pero esto no sucedió.
El reinado de Carlos no puede ser muy largo, pero el estado actual de Bretaña y la monarquía invita a hacer algunas preguntas. La más importante de ellas es si la monarquía puede sobrevivir en caso de que Reino Unido se divida y Escocia decida dejar a Gran Bretaña para unirse a la Unión Europea.
Por primera vez las encuestas en Escocia revelan que 49 por ciento de su población se quiere independizar. Otros pocos años más de gobierno conservador y esta cifra será de 50 por ciento. Un voto mayoritario a favor de la separación en un referéndum obligará a repensar a Inglaterra, y tal vez, hará que sus gobernantes y políticos se inclinen hacia una constitución por escrito.
¿Por qué el país que fue el primero en establecer la tradición de revoluciones exitosas y la ejecución de gobernantes herederos se aferró por tanto tiempo a la monarquía, a la que adaptó y utilizó en diferentes épocas para satisfacer las mismas necesidades básicas: mantener la estabilidad de la clase gobernante en un abrazo orgánico prodigado por todas sus instituciones incluido el Partido Laborista y los sindicatos?
Los alguna vez radicales líderes del sindicato ferroviario y del servicio postal, quienes se encuentran en medio de huelgas exitosas, suspendieron sus protestas esta semana como muestra de respeto a la difunta reina. Esto fue obviamente una decisión estratégica, pero el hecho de que la pausa se considerara necesaria indica la fuerte presencia que aún tiene la institución en la imaginación popular de Inglaterra. La permanencia del compromiso de 1660 creó un ambiente único y seguro para los gobernantes británicos.
El historiador escocés Tom Nairn, argumenta que por casi medio siglo la monarquía fue necesaria como un instrumento de equilibrio, tanto para mantener bajo control a las clases trabajadoras (ejemplo de esto son las brutales intervenciones tras bambalinas de Jorge V contra la huelga general de 1926), como para tratar de incorporar estas medidas de manera orgánica para que nunca se pusiera en duda su lealtad al sistema político. Lleno de gratitud hacia la moderación del laborismo el rey dijo: “¡Qué gran pueblo somos!”.
En el extranjero, el imperio Británico necesitaba un monarca para conservar las colonias en las que los reyes eran considerados normales. Tanto en Asia como en África, los monarcas eran usados para pacificar a los nativos. La reina de Kenia acababa de morir en 1952 mientras los británicos aplastaban a los nacionalistas Mau Mau en campos de concentración, o “gulags británicos”, como los llamó Caroline Elkins, con lo que avergonzó a los historiadores ingleses.
Fue en Kenia donde se le informó a la reina que su padre había muerto. Jorge VI sólo se convirtió en rey porque su hermano mayor, Eduardo, se casó con una divorciada estadunidense (considerada una hechicera por su habilidad en la práctica del felatorismo) y fue obligado a abdicar. Algunos estaban nerviosos porque Eduardo expresaba públicamente su aprecio por Hitler. Si los alemanes hubieran tomado Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, Edward Windsor hubiera sido puesto en el trono como un Pétain inglés.
La monarquía está dispuesta a ser usada para defender las necesidades del Estado británico como las definen sus políticos, sus servicios secretos, etc.
La decisión de derrocar al primer ministro australiano Gough Witlam, como castigo por traer de vuelta a casa a las tropas de su país, fue tomada por el general gobernante británico en Australia con la aprobación de Elizabeth Windsor. Y Australia, de manera patética, aún no es una república.
Lo más cerca que he estado del palacio de Buckingham fue en 1973, cuando un grupo de nosotros protestábamos porque el dictador portugués Marcelo Caetano, se sentó a la mesa de la reina a cenar. Tal y como lo predije a los policías que me arrestaron, Caetano fue derrocado por una revolución popular al año siguiente. El asesino rumano Nikolae Ceausescu fue hecho caballero por Isabel, y durmió y desayunó en su palacio.
La familia tiene un largo historial de codearse con dictadores, y Carlos a menudo ha viajado a los estados del Golfo con su tazón de pordiosero a mendigar dinero para sus fundaciones. “La Firma”, como se dice que los miembros de la realeza se refieren a sí mismos, son un negocio miserable que debe cerrar.
La única pregunta seria que deja la extremadamente acaudalada dama de 96 años al fallecer en su palazzo es ¿cuánto más puede durar esta farsa? La prensa convencional europea que ha desperdiciado tanto papel en los Windsor haría bien en recordar que la fallecida reina era (en privado) una recalcitrante promotora del Brexit, tal y como lo reveló el amarillista The Sun!, propiedad de Murdoch. Las últimas décadas han revelado que la monarquía (y en cierto modo, la misma Bretaña) están en un avanzado estado de descomposición. El brutal trato a Diana es ahora el tema de una película mediocre. El comportamiento corrupto del príncipe Andrés ha alejado a muchos adeptos de la realeza y todo esto ha sido tratado en una telenovela de muchísimos episodios de Netflix. Ahí es donde pertenece la corona, y ahí es donde se debe quedar.
Con líderes escoceses que exigen un nuevo referéndum y nacionalistas galeses que insisten en que no debe haber un nuevo príncipe de Gales (título otorgado al sucesor del monarca desde que Gales fue triturado), y que amenazan con perturbar su investidura en Caernafon, ¿qué diablos se busca con continuar? ¿Por qué Inglaterra debe seguir llevando la carga de continuar la monarquía? El país no la necesita.
En 1714 la reina Ana murió sin un heredero, la reptiliana clase gobernante ignoró su más estrecha relación con Escocia (porque eran católicos), y optó por comprarse un traje de protestante, para nada hecho a la medida, en Hanover. Fue así como los nobles de Hanover, Alemania, se convirtieron en monarcas británicos.
Los primeros dos solo hablaban alemán, el tercero, Jorge, perdió las colonias americanas y enloqueció. El príncipe regente, otro degenerado bien conocido, fue objeto de humillación pública y enojo; y se habló mucho de una revolución popular contra la realeza de Hanover. Victoria estabilizó a la monarquía en conjunción con el gobierno británico. Fue el dominio imperial lo que dio a la colonia sus joyas más preciadas, tanto en el sentido literal como figurativo.
India proveyó la base material para envolver a la clase trabajadora en la mitología burguesa. De ahí proviene también el diamante Koh-i-noor, la piedra sin cortar más grande del mundo y que hasta hoy está montado en la corona ceremonial. Así, la popularidad del imperio se ligó a la monarquía en la consciencia de las masas.
El imperio no existe desde hace mucho, pero la monarquía sirve a la gente como el recordatorio de aquellos “grandes tiempos” cuando gobernaban enormes partes del mundo. Como argumenta Nairn en El Cristal Encantado, la victoria británica sobre la revolución francesa es otra razón para asegurarse de que la monarquía se mantuviera en Inglaterra.
En sus propias palabras: “Los avances de la revolución industrial le entregaron, en sus propias garras, continentes enteros de una manera en que ningún otro estado pudo emular posteriormente. La sangre cargada de la energía vital que provoca el poseer las riquezas del mundo se les fue a la cabeza, lo que dio magnificencia y sentido a su mediocre dinastía”. El nombre de la realeza de Hanover tenía que cambiarse, a medida de que se aproximaba la Primera Guerra Mundial; entonces se convirtió en la Casa Real de Windsor.
En años recientes, comentaristas de los medios convencionales argumentaron que la reina recién fallecida mantuvo su popularidad porque se le ligaba a los recuerdos de la Segunda Guerra Mundial.
Gran parte de la generación que vivió la guerra ha muerto. Sus hijos y nietos tienen poco que los identifique con los sentimientos expresados por el general De Gaulle en una carta fechada en 1961: “En el palacio en el que Dios la colocó, sea quien usted es, Madam. Sea la persona en relación con la cual la virtud de su legitimidad, y todas las cosas de su reino, se mantienen en orden. La persona a quien su pueblo percibe como su nación. La persona por cuya presencia y dignidad sostiene la unidad nacional”.
Un monarca es redundante hoy. El verdadero rey de Gran Bretaña está en la Casa Blanca. La única función de la Casa de Windsor es servir de anticuario de la estructura del estado británico, en un momento en que se requieren reformas estructurales en todos los niveles, así como una Constitución escrita. Tal vez tendremos que esperar a que los escoceses le den un empujón al proceso. Después de todo, de ellos surgió James Stuart (el padre de Carlos I), el único monarca de Escocia e Inglaterra quien fue un dotado intelectual.
No noté muestras de quietud o tristeza en las calles de Londres la semana pasada. La mayoría de los jóvenes son indiferentes a la monarquía. Thatcher y algunos de sus compinches prometieron modernización, pero resultaron unos retrógradas. La primera ministra también quedó atrapada y acabó cayéndose al final del show. A finales de los 80 describí a Gran Bretaña como una isla en la que “dos reinas se sientan en un solo trono”.
La monarquía necesita muertes y bodas para su renovación cíclica. Las cámaras de televisión ayudan a crear carisma. Las bodas invariablemente se muestran llenas de dicha. Para cuando los matrimonios colapsan, los recuerdos se han borrado.
Los funerales de Estado reducen a Gran Bretaña al nivel de Corea del Norte, como está ocurriendo con la irracional y orquestada adulación de la que somos testigos hoy. Este funeral está siendo usado para subrayar la unidad de Reino Unido.
Creo que ya es demasiado tarde porque la potranca escocesa ya se escapó.
Publicado originalmente en The Nation. Se publica con la autorización del autor.
Traducción: Gabriela Fonseca