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Quintana Roo: alerta tardía
L

os servicios satelitales que monitorean los fenómenos meteorológicos anunciaron oportunamente que una tormenta afectaría el sur de Quintana Roo a partir del pasado 15 de junio. Chetumal y poblaciones vecinas sufrieron una gran inundación por las lluvias. Causó daños en miles de hogares, centros educativos, comerciales y vías de comunicación. Muy buena parte de todo eso pudo evitarse. Pero las autoridades alertaron tarde a la población. Igualmente las medidas contempladas en el sistemas de prevención de desastres. Las lluvias también causaron problemas en Campeche, Yucatán, Tabasco, Oaxaca y Veracruz. Luego la tormenta tropical Alberto trajo el jueves pasado lluvias torrenciales (200 milímetros, según cálculos oficiales) especialmente en Tamaulipas, San Luis Potosí y Nuevo León, entidades con severos problemas de sequía y falta de agua.

Esas lluvias aumentaron la cantidad de líquido en las presas semivacías de Tamaulipas y Nuevo León. Una, La Boca, recibió tanta agua que fue desfogada. Además, el río Santa Catarina, que atraviesa la ciudad de Monterrey y cinco municipios conur­bados, se desbordó en algunos tramos y causó daños en vialidades construidas a la orilla del río. La presa La Boca, como todas las que existen en el país, ha perdido capacidad de almacenamiento por la basura y la tierra fruto de la erosión de sus cuencas alimentadoras. Por su parte, el Santa Catarina redujo la capacidad de conducir agua por la basura, la obra pública y otros factores. Igual sucede en los demás ríos del país.

Muy buena parte de las inundaciones en varias ciudades de las entidades que afectó Alberto se deben al mal estado y/o carencia de los sistemas de captación de lluvia. Se taponan por la basura que la población y los comercios tiran en calles y avenidas. No cuentan con lugares para depositarla. Igual miles de tiendas de conveniencia, que expenden comida chatarra. Sus desechos terminan en la calle. Agrego la anárquica proliferación de asentamientos humanos, permitidos sin la más mínima planeación por las instancias oficiales.

Si suele haber negligencia de las autoridades cuando llueve, la hay también en la temporada de incendios. Un ejemplo entre muchos: dos semanas después de que se iniciaron los incendios en la Mixteca de Oaxaca, llegó el auxilio pedido por los habitantes de la región. Los escucharon tras bloquear varios días la carretera Tepelmeme Villa Morelos. Desde el año pasado las dependencias vinculadas con el sector forestal y el ambiente señalaron que en 2024 serían frecuentes los incendios, pues la sequía y las lluvias escasas facilitan la propagación de las llamas. Agrego otro factor: el recorte al presupuesto del sector forestal y la falta de equipos adecuados para prevenir y detener el fuego.

Este año suman casi 5 mil 500 los incendios; causaron daños en 540 mil hectáreas. No faltan los funcionarios que minimizan sus impactos, pues menos de 10 por ciento de la superficie siniestrada era arborea, el resto hierbas y arbustos; sin embargo, sus efectos en el ambiente son innegables. Por la intensidad de la capa de humo en la atmósfera, en Chilpancingo y Acapulco se suspendieron en dos ocasiones las clases en las escuelas para evitar afectaciones a la salud de los alumnos.

Con el inicio de la temporada de lluvias disminuyen los incendios, el calor y la sequía en buena parte del país. El problema ahora son las inundaciones. Se olvida, entonces, temporalmente la reducción del paraguas verde que posee México y que alberga una importantísima biodiversidad. Cada año, en promedio, se destruyen poco más de 200 mil hectáreas de bosques y selvas. Las principales causas: tala ilegal, pobreza campesina y presencia del crimen organizado que protege a los talamontes, comercia la madera y destruye el tejido social de las comunidades donde impone su ley.

Agrego la reducción del presupuesto asignado los últimos seis años a las instancias responsables de prevenir y combatir los incendios y plagas forestales; apoyar la restauración de áreas degradadas, la reforestación y el manejo sustentable de selvas y bosque.En resumen, cuidar y enriquecer dicho patrimonio, lo que alienta y propicia su mal uso y destrucción. Un tema que amerita tratarlo aparte.