a corrupción política profunda de México, la violencia social de la exclusión –de las más acentuadas del planeta–, la violencia criminal que derivó de esas condiciones de vida, la descomposición de las instituciones, el peso brutal del narco, feminicidios, asesinatos y ejecuciones en una lista interminable, todo ello, dio paso a una macrodecisión social que busca superar ese mundo insoportable. Pero una revolución no armada, por necesidad cambiará lentamente las cosas, según podría verse desde una más que entendible urgencia que viven los excluidos. El próximo nuevo mandatario mexicano, al día siguiente de su victoria, comenzó a tomar decisiones y no ha parado; los cambios se anuncian, pero no pueden volverse hechos instantáneamente. Es claro que un reto más del gobierno de AMLO es mantener la ilusión y la esperanza a la par que va satisfaciéndola.
La campaña política fue larga, y quienes estuvieron en ella y quienes la seguimos de cerca, vivimos ese tramo con la sensación de que una mayor libertad y una justicia social creciente, podían estar cerca. Hoy, en efecto, están más cerca, pero nada será fácil, ni nada será para mañana. El aroma de la victoria se esfumará lentamente y quedará el trabajo duro y paciente de cada día; el trabajo del acuerdo justo, de la negociación empeñada en que muchos ganen. Con cada necesidad que empiece a ser satisfecha, la correlación de fuerzas continuará viva y creciendo a favor de los excluidos.
El gobierno morenista tendrá que estar preparado para ver cómo aparecen los decepcionados porque las cosas no ocurren a la velocidad de la prisa que los atenaza. Y es que la esperanza es mucha y la posibilidad de satisfacerla no es tanta. Se requieren muchos haciendo mucho, cada uno desde su trinchera, empujando por los objetivos de transformación y de justicia social con los que se ha comprometido el próximo nuevo presidente de México.
El nuevo gobierno tendrá que avanzar de prisa. Es el método para cambiar en línea continua la correlación de fuerzas y poder así avanzar distribuyendo justicia. Si no lograra hacerlo con suficiencia, el regreso de los neoliberales sería probable. Las cosas marcharán lentamente, porque muy grande será la resistencia de quienes han sido los beneficiarios de la desigualdad y la injusticia. Estemos seguros: los de arriba van defenderse a 20 uñas, y se pegarán a sus intereses como lapas. Y aun resistiendo a muerte, también señalarán al nuevo gobierno como incapaz, ineficaz, ineficiente...
Las críticas dolosas y las mentiras de los beneficiarios de la injusticia, lo estamos viendo, vendrán en los medios, casi todos copados por el poder neoliberal. Críticas y mentiras son y serán esparcidas por todos los espacios de la sociedad civil, buscando cambiar las mentes por ahora blindadas por el abrir de ojos que produjo la campaña y la victoria morenista. Y no cejarán. Por eso mismo es inexcusable expandir y fortalecer a fondo los medios que estén a favor del cambio, de la transformación que ha prometido Morena.
La política cotidiana transcurre en gran medida en los medios; la campaña engendró un método eficiente: creación de contenidos en medios escritos y televisivos, y difusión profusa en las (benditas) redes sociales. Lo que no significa que las redes no hayan creado también contenido, con su estilo.
Es de destacarse el papel relevantísimo que jugaron jóvenes youtuberos influencers en vastos espacios de los electores mexicanos. Anotemos al canal Campechaneando, a los hermanos Mauricio e Ignacio Rodríguez, con sus canales El chapucero televisión y El Chapucero today; asimismo, apuntemos al menos, los canales, Juca, 2.0, Estefanía Arce, El charro político, El nopal times que en conjunto tienen 80 o 90 millones de vistas al mes. Acaso más. Es decir, un número varias veces mayor que el duopolio televisivo. Esta lista, que probablemente cubre a los principales youtuberos, estuvieron día y noche pegados a la campaña, combatiendo a los atacantes de Morena, dando información fidedigna, haciendo desmentidos, descubriendo movimientos sucios electorales, y reportando los que les parecían los mejores contenidos –o los necesarios–, de los medios tradicionales, que había que difundir.
México necesita dos o tres canales nacionales de televisión y los regionales suficientes, de Estado, hechos por profesionales reales de los medios electrónicos, transparentes, críticos con sentido social efectivo, que creen contenidos culturales para elevar permanentemente el nivel educativo de las audiencias e informen rectamente el acontecer de México y del mundo; medios democratizados: herramientas de la vida publica, no rehenes de ningún interés privado. Lo mismo para medios escritos. Un nuevo El Nacional podría ser, o más de uno.
El paradigma de formación e información política y social debe cambiar radicalmente. Medios democráticos, y redes sociales ampliadas y fortalecidas, trabajando al alimón, serían decisivos en el cercano devenir y porvenir de México.