Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 22 de septiembre de 2013 Num: 968

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Intimidad
Raymond Carver

En una plaza de Tánger
Marco Antonio Campos

La otra mitad
de Placencia

Samuel Gómez Luna

Los rostros del
padre Placencia

Alfredo R. Placencia
a la luz de la poesía

Jorge Souza Jauffred

El indio y los Parra
Vilma Fuentes

Leer

Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


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Enrique López Aguilar
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Carlos Blanco Aguinaga

Carlos Blanco Aguinaga nació en Irún, en el país vasco (muy cerca de la frontera francesa), en 1926; y aunque dice en Por el mundo que antes de los cinco años no recordaba casi nada, sabía que “la vida toda se centraba en aquellos doscientos o doscientos cincuenta metros que iban de la parte de atrás de la iglesia del Juncal a La Bañera”.  Vivió en la calle Santiago:  “Mi calle bordea un pequeño, insignificante, afluente del Bidasoa que va a dar al río cuando éste, cerca del puente internacional, quiere ya empezar a ser ría. Más allá del puente, la ría se ensancha durante un par de kilómetros, deja a Francia, Hendaya, a su derecha y a Fuenterrabia a su izquierda. Es la bahía de Chingudi, por donde la mar entra en el Bidasoa cuando sube la marea y hace llegar su fuerza hasta poco más allá de Behobia.”

Este memorioso autor hispanomexicano coqueteó toda su vida con la poesía pero se volcó en la vida académica, cultivó la novela y el cuento, y fue un viajero infatigable, permanentemente comprometido con las causas de la izquierda en todos lados; este autor, decía, se embarcó en Cherburgo, Francia, el 2 de agosto de 1939 y llegó a Veracruz el 21 de agosto, en el buque alemán Orinoco. Fue alumno fundador del Instituto Luis Vives. Estudió Filosofía en Harvard, donde se graduó en 1948; ese año volvió a México y, a finales del mismo, coincidió con Roberto Ruiz, Jomi García Ascot y Tomás Segovia, con quienes fundó la revista Presencia (1948-1950). Prosiguió los estudios de postgrado en El Colegio de México: se doctoró en la unam, en Mascarones (1953), con una tesis escrita en El Colegio de México (Unamuno, teórico del lenguaje). Ese año emigró a Estados Unidos para hacerse cargo de un puesto en la Universidad de Ohio State, en Columbus, Ohio; dio clases en la Universidad John Hopkins, de Baltimore y, después, fundacionalmente, en La Jolla, California. Entre 1980 y 1985 enseñó en la Universidad del País Vasco, en Vitoria.


Carlos Blanco Aguinaga y Enrique López Aguilar

Regresó por varias temporadas a México, entró en contacto con Carlos Fuentes y con él fue uno de los fundadores de la Revista Mexicana de Literatura. Como académico, se especializó en Unamuno y Galdós, en ciertos aspectos de la narrativa hispanoamericana y en cuestiones de teoría literaria marxista. Publicó una de las primeras reseñas visionarias acerca de Pedro Páramo, fue muy amigo de Emilio Prados y, a la muerte de este poeta, organizó la edición de sus obras completas en la editorial Aguilar, de México, en 1975.

Durante la primera década de este siglo publicó dos libros de memorias: Por el mundo. Infancia, guerra y principio de un exilio afortunado (Alga, Irún, 2007) y De mal asiento (Caballo de Troya, Barcelona, 2010), donde da cuenta de sus numerosas correrías intelectuales, políticas, literarias y académicas (iba a decir “personales”: ¿acaso todo lo antedicho no es parte del rompecabezas de eso que se llama una “persona”?).

Desde muy joven escribió poesía, aunque él no se consideraba poeta sino narrador. Su obra poética estaba dispersa en revistas y periódicos, salvo dos selecciones antológicas: la primera, en los Pliegos de Poesía publicados por Peña Labra, en 1981, dedicados a la segunda generación de poetas españoles del exilio mexicano, donde aparecen quince poemas; la segunda, en Los poetas hispanomexicanos. Estudio y antología, donde aparecen otros quince poemas. Sólo tres de los publicados en Peña Labra volvieron a aparecer en una breve recopilación titulada d. f. y alrededores, igual al título general que él dio a su primera recopilación.

Caracterizado por la brevedad, el breve corpus de poemas que constituye la producción poética de Blanco Aguinaga se destaca por una calidad de alto registro. Su estilo es personalísimo, alejado de formas vacías, lo cual propicia la posibilidad de un acercamiento estrecho entre lector y escritor. Su poesía puede considerarse “desabrochada” y tamizada por un fuerte tono evocativo, aunque también ha explorado el tema político, el poema medido y rimado, así como los experimentos multilingüísticos a la manera de Pound.

Carlos –hombre que se hacía querer de inmediato por colegas, alumnos y lectores gracias, entre otras muchas virtudes, a su generosidad– murió en La Jolla el pasado miércoles 11 de septiembre y no alcanzó a conocer Sextante, libro donde se recoge –junto con la obra de otros cinco autores hispanomexicanos– lo que parece el corpus completo de aquella poesía que quiso compartir con nosotros. Descanse en paz quien nunca estuvo quieto.