Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 4 de septiembre de 2011 Num: 861

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Tomarse el día
Aura MO

Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova

Mujeres, poetas y beatniks
Andrea Anaya Cetina

Entrevista con Alberto Manguel
Adriana Cortés Colofón

Lawrence Ferlinghetti.
¿Qué es poesía?

José María Espinasa

Lucian Freud, lo verdadero y lo palpable
Anitzel Díaz

Lucian Freud más allá de la belleza
Miguel Ángel Muñoz

Manuel Puig: lo cursi transmutado en arte
Alejandro Michelena

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Marco Antonio Campos

Viajeros en el tiempo

Publicado por primera vez en 1999, aparece en mayo de 2011, en las bellísimas ediciones de la editorial colombiana Tragaluz, el libro de poemas en prosa Viajeros, de Pablo Montoya, ilustrado por José Antonio Suárez Londoño. El libro viene acompañado de un CD.

En el linaje de libros de Schwob y Borges (quizá sus principales influencias), de Julio Torri y Juan José Arreola, de Julio Ramón Ribeiro y Antonio Tabucchi, los poemas en prosa de Montoya pueden ser leídos asimismo como biografías imaginarias y aun a veces como minificciones. Montoya conjunta espléndidamente en la escritura la imaginación del narrador y el poeta con la lucidez del ensayista.

Como el título lo dice, los textos del libro tratan sobre viajeros, en este caso, en una breve síntesis del tiempo absoluto, desde la raíz del mito hasta algunos del siglo XIX y XX: viajeros míticos, literarios, bíblicos e históricos de la Grecia y la Roma antiguas, del Medioevo, del Renacimiento, del Medio y el Extremo Oriente, de Oceanía, de América y Europa. Para bien no faltan en el libro, entre tantos personajes conspicuos, seres anónimos a quienes les es dado en un instante un relámpago que los ilumina. De cada viajero Montoya busca contar un momento revelador y único en la historia o de su vida transitoria. En los textos, que parecen a menudo miniaturas preciosas medievales, el poeta y escritor colombiano busca conmover o sorprender y en ocasiones conmover y sorprender. Montoya parece conocer pequeños secretos para dar giros súbitos en el curso de la narración o al final de ella. El elemento sorpresa aparece sobre todo en varios finales, como, por ejemplo, en el texto sobre Dante, donde no existen una Beatriz o un Virgilio que libren al poeta florentino de la condenación del infierno, o aquel sobre Ulises, quien al regreso a Ítaca descubre un pueblo que no cree en él, o el del franciscano Guillaume de Kubruck, que con resignación triste comprende que puede haber otras vías religiosas que la Cruz.

Montoya pule cada palabra, cada frase, cada texto, sin necesariamente parecer refinado o exquisito. Montoya consigue que a los textos no entre “demasiada literatura” (para decirlo con Artaud) dándole a casi cada texto un toque intensa y conmovedoramente humano. Contar y volver a contar de otra manera historias que ya de antiguo se contaron. El vino viejo, parece decir, se puede beber muy bien en odre nuevo. Podemos así padecer en cuerpo y alma los sentimientos ante la inminencia de la muerte de Magallanes, cuando está siendo ultimado por los indígenas filipinos, de Antonio Pigafetta, acompañante en las navegaciones de Magallanes, que recuerda en el lecho de muerte continuas y vivas imágenes de los viajes realizados, de Francisco José de Caldas, botánico y revolucionario colombiano, quien piensa en su pasado de consecuciones científicas antes de ser fusilado en 1816 por el ejército real, y de un judío, que puede ser cualquier judío de los años de la segunda gran guerra, quien concluye que todo es ilusorio mientras va en el tren al campo de exterminio de Treblinka. Pero también podemos sentir la honda tristeza ante el reclamo desconsolado que hace Moisés a Dios al saber que no llegará a la tierra prometida, o la tortura que crean el vacío y las sombras en el exilio como le pasa a Ovidio, o la furiosa fuerza de voluntad y la obstinada esperanza de Bartolomé de Las Casas y Ponce de León para defender lo que creen, o la soledad iluminada de Galileo ante la mirada del cielo y la luna, o las luces últimas de la nostalgia por la vuelta al país natal de Ibn Batuta… Cierto número de textos contienen un delicado erotismo y el cuerpo de la mujer se vuelve para quien lee un deleite de sensaciones táctiles, pero también hay algunos otros, como los de Cadmo, Lao Tsé y el papú de Nueva Guinea, que son, adapto una frase de Borges, como pequeños cuadros de imaginación razonada.

Me atrevería a decir, no creo exagerar al decirlo, que Viajeros es ya uno de los libros indispensables –un mirlo blanco– del texto breve latinoamericano, que quizá tuvo su primer momento espléndido con la edición de Ensayos y poemas de Julio Torri en 1917.

Pablo Montoya nació en Barrancabermeja, departamento de Santander, Colombia, en 1963. Es poeta, narrador y ensayista.