El Consejo de Ancianos tras las rejas
Olga Hernández y Eugenio Bermejillo
Diversas regiones del estado
de Oaxaca han sido arrastradas a una espiral de violencia, por la falta
de mecanismos para el ejercicio pleno de sus derechos y por la negligencia
de las autoridades. El diputado priísta Alvaro Jiménez, miembro
de la comisión de gobernación, declaró que el gobierno
tiene detectados conflictos a punto de estallar en por lo menos 600 de
las 8 mil comunidades oaxaqueñas. Por algo el gobernador oaxaqueño,
José Murat, declaró que de no saldarse la deuda histórica
con una de las regiones más empobrecidas del país, en menos
de dos años "podría registrarse un colapso social, donde
el pueblo demandará con la violencia el apoyo que se le ha negado".
En este marco de explosividad, el conflicto que vive
la comunidad zapoteca de Yalalag ha generado un interés especial
dentro y fuera de la región. La noticia de que la disputa por la
presidencia municipal yalalteca había resultado en un muerto y en
la detención ilegal de once comuneros, cayó como un balde
de agua fría entre amplios sectores oaxaqueños y nacionales.
Incluso, el interés por este conflicto ha rebasado el ámbito
nacional, así la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
solicitó un informe al gobierno de México sobre el caso.
¿Por qué un municipio de 2 500 habitantes
de la Sierra Norte de Oaxaca despierta este interés? A lo largo
de tres décadas de lucha contra el caciquismo y por la reconstitución
de las instituciones comunales, Yalalag se había convertido en un
ejemplo, no del todo exitoso, pero siempre esperanzador de que es posible
avanzar hacia la libre determinación indígena.
En el núcleo del conflicto están el tequio
y el servicio municipal. Yalalag vive gracias a estas instituciones. La
larga terracería que rompió el aislamiento de este municipio,
sus edificios comunales y muchas de sus obras públicas, fueron producto
de los picos, palas y el trabajo voluntario de los yalaltecos en las últimas
décadas. Se calcula que este trabajo gratuito --que rara vez se
contabiliza-- significa para Yalalag un aporte tres veces mayor que todos
los recursos que destina el gobierno en apoyo al desarrollo social del
municipio.
Según la tradición, los cargos municipales
se deben cumplir sin pago alguno, como servicio a la comunidad. Más
allá de las diferencias políticas, la actual división
entre los miembros de la comunidad se da entre los que cumplen sus obligaciones
comunitarias y los que no lo hacen. Un episodio caracteriza la lucha de
los yalaltecos por reconstruir su comunidad: a finales del año pasado,
en una acción que para la mayoría de los municipios sería
suicida, un amplio grupo de la comunidad solicitó que sesuspendieran
las partidas presupuestarias que legalmente le corresponden vía
Ramo 33. Este dinero se estaba utilizando para pagar sueldos a los empleados
municipales, lo que a ojos de parte importante de la comunidad era un acto
de corrupción. Era preferible prescindir de las aportaciones del
gobierno federal, antes que deformar el sentido del servicio municipal.
En Yalalag están en crisis las instituciones por
las que se deben gobernar las comunidades indígenas: la asamblea
general y el Consejo de Ancianos. Para muchos pueblos indígenas
estas dos instituciones formalizan los consensos que se han generado a
lo largo de la vida comunitaria y lo hacen con un profundo respeto a la
tradición; no se trata de evitar los cambios, sino que se hagan
de acuerdo a las pautas tradicionales. El conflicto ha golpeado duramente
estas instituciones. Hoy están ilegalmente presos la mayor parte
de los miembros del Consejo de Ancianos, que desesperados intentaron retomar
la presidencia municipal arrebatada desde octubre de 1999 por el grupo
minoritario.
Yalalag ensayó una vía para contrarrestar
el empobrecimiento que implican las políticas neoliberales: sus
cooperativas huaracheras pudieron equilibrar las pérdidas que han
significado los precios deprimidos de los productos agrícolas. La
Unión de Mujeres Yalaltecas, el Taller de la Lengua y la Tradición
Zapoteca Uken Que Uken, que propicia el funcionamiento de una radio comunitaria,
son muestras de una vitalidad cultural paralela a su actividad social y
productiva.
Conjuntamente con autoridades municipales de toda la
Sierra Norte de Oaxaca, Yalalag generó un proceso de discusión
sobre la autonomía indígena, precursor en muchos sentidos.
A mediados de 1994, frente a las consultas amañadas que promovió
el gobierno para consensar la reglamentación a la limitada reforma
constitucional sobre derechos indígenas, las autoridades de comunidades
y municipios del norte de Oaxaca convocaron a una serie de foros de análisis
en la Sierra Juárez. Yalalag fue sede de uno de estos foros y muchos
de sus comuneros se convirtieron en figuras de sus debates. El resultado
de estas reuniones formaría parte medular de las discusiones que
dieron por resultado los Acuerdos de San Andrés.
Pocas comunidades han avanzado en la reinvención
de lo que puede ser lo indígena en este siglo, como lo ha hecho
Yalalag. Su proceso generó aliados, pero también enemigos.
Estos últimos contaron con la pasividad gubernamental: durante el
presente conflicto, un grupo de yalaltecos realizó más de
50 viajes para entrevistarse con funcionarios y promovió 16 procedimientos
penales que no fueron suficientes para que el gobierno suspendiera su apoyo
a quienes, por medio de una asamblea ilegal, se había apropiado
de la gestión municipal.
Yalalag amenazó con volverse una comunidad de referencia
para movimientos sociales diversos. Para el mando autoritario se convirtió
en un peligro, había que poner las piezas para su división
y dejar que el conflicto deformara el proceso.
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Clodomiro Siller
"No puede haber yalalteco sin cruz" dicen los miembros de esta comunidad zapoteca, ya sea que vivan en la sierra oaxaqueña o en Nueva York. Repetida miles de veces por artesanos que destacaron desde principios de siglo en todo Oaxaca, esta cruz ha sido objeto de múltiples interpretaciones. La que presentamos fue producto de largas conversaciones con los viejos de la comunidad. La cruz de Yalalag se basa en el concepto cósmico,
social y teogónico que tenían las cruces en toda el área
cultural mesoamericana, desde antes de la conquista e invasión española.
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